Eduardo Boza Masvidal, obispo auxiliar de La Habana cuando fue expulsado de la isla en 1961 por la revolución comunista de Fidel Castro, está camino a los altares luego que se iniciara su proceso de beatificación en la diócesis de Los Teques (Venezuela), donde realizó una fecunda labor pastoral hasta 2003.
“La fama de santidad de este siervo de Dios está viva entre los fieles de esta diócesis [Los Teques] y en otras partes del mundo, especialmente entre sus coterráneos, los cubanos de la diáspora, para quienes fue un verdadero padre y pastor, consuelo y aliento en la amargura del exilio”, expresa la proclamación de la causa abierta este año.
Monseñor Boza formó parte del grupo de 131 sacerdotes y religiosos expulsados de Cuba el 17 de septiembre de 1961 en el buque español Covadonga, que los trasladó a España, como parte de la política comunista para acabar con la Iglesia en la isla.
Posteriormente viajó a Venezuela, donde trabajó por más de cuatro décadas, especialmente como vicario general de Los Teques. Fundó movimientos para ayudar y mantener unidos a los cubanos de la diáspora, a los que visitó en diversos países de América y Europa. Finalmente falleció en esta diócesis el 16 de marzo de 2003 a los 87 años.
El postulador diocesano de la causa es el vicario general de Los Teques, Raúl José Bacallao, y como presidente de la comisión histórica ejerce el sacerdote cubano Reynerio Lebroc, de la archidiócesis de Caracas, experto en historia eclesiástica de Cuba.
Uno de quienes acompañaron a monseñor Boza en el viaje a España fue el entonces padre Agustín Román, posteriormente obispo auxiliar de Miami en Estados Unidos.
El 15 de mayo de 2010, Mons. Román escribió un artículo publicado por Diario de las Américas con motivo de los cincuenta años de la ordenación episcopal de monseñor Boza y para compartir algo más: "El injusto destierro del cual soy testigo”, decía.
“En esa época la persecución contra la Iglesia fue dura de parte del gobierno. Teníamos 700 sacerdotes para atender a seis millones de fieles. Desde los años 60 las expulsiones de sacerdotes comenzaron con la excusa de que eran extranjeros. El plan era limitar el clero a 200 sacerdotes con lo cual, según pensaban ellos, se debilitaría la Iglesia hasta extinguirse”, contó en su texto.
Dijo que los sacerdotes eran sacados de noche sin pasaporte ni ningún objeto: "Con la ropa que llevábamos puesta”, añade. Ya en el buque Covadonga, “las horas pasaban hasta el día 17": "Al mediodía vimos, a través de las ventanas, a dos sacerdotes con sotana que los milicianos armados traían. Lo hacían como si fueran delincuentes. Al llegar los reconocimos: era el padre obispo monseñor Eduardo Boza Masvidal acompañado del padre Agnelio Blanco, su fiel compañero”.
Cuando fue entregado al encargado de negocios de la embajada de España, Jaime Capdevila, monseñor Boza “se viró hacia los milicianos y les dio la bendición. ¡Qué contraste… los cubanos milicianos lo entregaban con odio y el extranjero lo recibía con amor hospitalario!”, luego de pasar varios días preso siendo interrogado.
Cuando el barco zarpó, “subimos a cubierta, desde donde veíamos a los que se acercaban al muro del malecón a despedirnos. Cantaban ellos y les acompañábamos nosotros, el himno Tu reinarás… Así, con lágrimas en los ojos, para el obispo y para nosotros fue desapareciendo Cuba en el horizonte con la esperanza de un regreso rápido”.
En medio de las incomodidades, “el obispo cada día nos predicaba en la Misa, y al comentarnos las lecturas descubríamos la visión de fe del ‘hombre de Dios’ que con su palabra nos fortalecía (…). Allí conocí mejor al Obispo cubano” que nos invitaba a “servir en cualquier lugar en que nos recibieran, sin olvidarnos de Cuba”.
El 27 de septiembre, la Covadonga llegó a España. “Al salir del barco la prensa esperaba a monseñor Boza. Un periodista, asombrado al ver entre tantos pasajeros a 131 sacerdotes expulsados, le dijo al obispo: ‘Parece que Dios se ha olvidado de la Iglesia en Cuba’ y el Obispo respondió: ‘No, parece que Dios quiere que la Iglesia en Cuba sea misionera’”.
“Después de tantos años, al recordar esta frase, creo que en el corazón del obispo había una respuesta al mandato del Señor: ‘Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos’”, finalizó monseñor Román, fallecido el 11 de abril, a la edad de 83 años, en Estados Unidos.