Pronto se cumplirán dos años de la elección de Miguel Díaz-Canel como presidente de la dictadura cubana, donde Raúl Castro sigue siendo primer secretario del Partido Comunista. Desde el punto de vista de la libertad religiosa, la situación ha empeorado en los últimos meses, según el reciente informe del Instituto Patmos que da cuenta de la presión del régimen sobre cualquier manifestación de fe. Lo cuenta José María Ballester en ABC:
El castrismo redobla los ataques contra los creyentes
La mayor parte de las confesiones con presencia en Cuba apelaron a votar en contra o a no acudir a las urnas en el simulacro de referéndum –no fue posible hacer campaña para el no- que el régimen organizó el 24 de febrero de 2019 para aprobar la nueva Constitución del país. Entre los motivos alegados figuraba, obviamente, la ausencia de cualquier pluralismo político pero también la presencia de una disposición que les afectaba directamente: el texto contempla la separación de la libertad religiosa de la libertad de conciencia.
El precio de esta oposición ha sido una intensificación del acoso hacia las confesiones y una diversificación de las modalidades represivas. Así se deprende del Informe del Instituto Patmos sobre la Situación de las Libertades Religiosas en Cuba en 2019, que ABC revela en exclusiva. Una precisión: desde Patmos advierten que el Informe no es exhaustivo, debido a la «limitada capacidad para monitorear e identificar» las violaciones a la libertad religiosa o por el deseo de ciertas víctimas de permanecer en silencio. Aún con estas limitaciones, el contenido -todos los datos están verificados- es una clara muestra de las dificultades que conlleva practicar su fe en una dictadura que no tiene la más mínima intención de facilitar la vida a los creyentes más allá del ejercicio básico del culto, siempre que se respete a sus lugares.
No fue el caso de dos iglesias católicas. En la noche del sábado 8 al domingo 9 de junio de 2019 -día de Pentecostés-, la parroquia La Cruz de Mayo, ubicada en Camajuaní (provincia de Villa Clara) padeció un sacrilegio plasmado en el robo de un campanario de bronce, del vino de comunión, de un cáliz y de varios copones de plata. A modo de crueldad, una sotana apareció desgarrada a pocos metros el templo. Una situación similar vivió dos meses más tarde Nuestra Señora de La Guardia, del barrio habanero de Luyanó. Según el informe, los profanadores forzaron las tablas del portón, dañado a consecuencia del tornado del 27 de enero, y se llevaron otra serie de objetos de culto. Varios meses después, los párrocos de ambos templos siguen sin tener noticias acerca de la autoría y motivación de las profanaciones. Lo achacan a la desidia de la Policía, pese a las denuncias presentadas.
Preso de conciencia
El informe también resalta el hostigamiento al que son sometidos los fieles católicos y da fe del refinamiento represivo del régimen, como se pudo comprobar el 8 de septiembre, festividad de la Virgen del Cobre, patrona de Cuba. La tradición establece honrar a la Virgen con girasoles. Pues bien, pocos días antes, esa planta dejó de venderse en los mercados. Este episodio se sumó a otros en los que se usaron métodos más clásicos, como las trabas que se pusieron a varios fieles para que no asistieran a las exequias del cardenal Jaime Ortega -que no era, ni mucho menos, el principal opositor del régimen-, o, cuatro días después, la cancelación en el último minuto de actos públicos relacionados con la Jornada Nacional de la Juventud Católica.
Roberto Quiñones, preso católico sentenciado a un año de prisión por solidarizarse con un matrimonio evangélico que decidió educar a sus hijos al margen de las escuelas del Estado.
Respecto a las personas, es necesario subrayar la situación del intelectual católico Roberto Quiñones, reconocido como preso de conciencia por Amnistía Internacional, encarcelado desde el 11 de septiembre en Guantánamo y cuya salud se ha deteriorado en los últimos días. Quiñones es preso católico de larga duración, si bien no hay que olvidar a sus correligionarios que padecen arrestos cortos, pero constantes: el informe recuerda que cada domingo de 2019, un promedio de treinta ciudadanos afirmó haber sufrido arrestos en su domicilio antes de iniciar el trayecto para asistir a misa, o durante el mismo. La práctica habitual consiste en llevarles a unidades militares, donde se les amenaza, se les multa y suelen retenidos durante un día, a veces más.
Unas técnicas de acoso que se hacen extensivas a fieles de otras confesiones; de modo especial a las protestantes, la mayor parte de las cuales están adscritas al Consejo de Iglesias de Cuba (Cic). Al igual que las católicas, no se libran de las profanaciones, mezquindad incluida, como bien pudieron comprobar, el pasado 2 de noviembre, los feligreses de la Iglesia Episcopal de Los Arabos, en Matanzas. Además de las profanaciones clásicas, les robaron parte del aparato hidráulico que suministra agua potable en una zona donde ésta es a menudo de pésima calidad. El aparato en cuestión fue donado por iglesias protestantes estadounidenses. El detalle no es baladí, pues una de las novedades del informe es el acoso al que la Seguridad del Estado somete a los religiosos extranjeros que viajan a Cuba para tareas de ayuda y de formación, ya sea negando visados religiosos o vigilando estrechamente y amenazando con la expulsión a los que lograron entrar en la isla con un visado turístico.
Sin ir más lejos, el pastor nicuaragüense-americano Edgar Santana tuvo que enfrentarse a un interrogatorio policial al día siguiente de su llegada Cuba, estando «acompañado» durante el resto de su estancia. El sistema de limitación de movimientos de clérigos y demás agentes religiosos funciona también en dirección contraria con proverbial y sádica eficacia: a mediados de julio, el régimen canceló de golpe el viaje a Estados Unidos de una decena de pastores que habían sido invitados a la Segunda Conferencia Ministerial para el Avance de las Libertades Religiosas. A algunos les impidieron abandonar su domicilio; a otros, les informaron de la imposibilidad de viajar en el mismísimo aeropuerto de La Habana, al que algunos de los afectados habían llegado tras recorrer cientos de kilómetros desde sus respectivas provincias.
La dictadura comunista extiende asimismo sus tentáculos en dirección de otras confesiones no cristianas, con los que ponen en práctica otros métodos de acoso. Dairón Pérez Hernández, hijo de un matrimonio de activistas yorubas -creencia derivada de la santería- se declaró, fiel a sus principios, objetor de conciencia de cara al servicio militar, que sigue siendo obligatorio en Cuba. En este caso, el régimen ha optado por ejercer presiones constantes sobre el joven para lograr su alistamiento. Tal y como advierte el Informe, el alistamiento de Dairón podría significar «colocar su vida a disposición de un Estado totalitario (…) que no desaprovechará la oportunidad para maltratarlo».
Maltrato, aunque esta vez de tipo colectivo, es lo que el castrismo inflige a la comunidad judía Bnei Anusim, a través de la temida Oficina de Atención a los Asuntos Religiosos del Comité Central del Partido Comunista. El informe denuncia que esta entidad se arroga el derecho de determinar quién es o no judío. «Es un medio de presión hacia la diezmada comunidad de judíos ortodoxos, muy radicada en La Habana, para que no brinden su apoyo a las comunidades de los Bnei Anusim». Dicho de otra forma, se les permite su existencia, pero no coordinarse entre ellos aunque profesen la misma fe.
Así las cosas, el panorama de la libertad religiosa que describe esta nueva edición del Informe Patmos es preocupante, pese a los esfuerzos de la dictadura para proyectar otra imagen de Cuba, incluso en el ámbito religioso: baste recordar el regocijo de Raúl Castro hace cuatro al ejercer de anfitrión durante el histórico encuentro, celebrado hace cuatro años, entre el Papa Francisco y el Patriarca Ortodoxo Kiril. La realidad que exhibe el informe es muy distinta. Y sin embargo, hay un halo de esperanza. Como señala a ABC uno de los impulsores del informe, el pastor bautista Mario Félix Lleonart, «la esperanza nace, por un lado, de la evidente desesperación del Sistema al reprimir: es una señal de que el sistema hace aguas y se hunde; solo sistemas en decadencia, que ven aproximarse su final; actúan con tal nerviosismo». Por otro lado, «nace también de que pese a la represión los creyentes cubanos crecen no solo en cuanto a número de fieles, sino en cuanto a firmeza y madurez en sus principios, que en buena medida moldea precisamente esa represión del sistema».