Se llamaba Jan De Vos y era considerado uno de los “cerebros” de la teología indígena. Para algunos fue el artífice de una “contaminación ideológica” en los pueblos originarios de América Latina, para otros un “apóstol de la inclusión”. El ex sacerdote jesuita e historiador de origen belga falleció este domingo 24 de julio.
Murió a la edad de 75 años en un hospital de la Ciudad de México, tras una operación que pretendía responder a un problema cardiovascular. Sus cenizas serán trasladadas a San Cristóbal de las Casas (Chiapas), en el sur del país, donde residía desde 1973.
Con su muerte desaparece la generación que construyó la teología indígena mexicana: una iniciativa que despertó gran preocupación en El Vaticano, casi tanta como la teología de la liberación. Y es que el proyecto de Chiapas es hijo y heredero de la teología de inspiración marxista que alentó expectativas revolucionarias tras el Concilio Vaticano II y que tanto contrarió a Juan Pablo II en la década de los 80 del siglo pasado.
En los últimos cuatro años fallecieron tres figuras claves de la teología indígena: el ex jesuita francés Andrés Michel Aubry Mea, quien perdió la vida en un accidente de tránsito el 20 de septiembre de 2007; el obispo emérito de San Cristóbal de las Casas, Samuel Ruíz, el 24 de enero último por causas de salud y Jean De Vos.
Aubry y De Vos formaron parte de un grupo de religiosos europeos que llegaron como misioneros hace cuatro décadas a Chiapas, en el sureste mexicano. De este grupo formaron parte los dominicos fray Pablo Iribarren y Gonzalo Iturate así como el sacerdote francés Michel Chantaeu (expulsado de México en 1994 por intromisión en política).
En ese rincón del sureste mexicano los clérigos se encontraron con la pobreza, la marginación y la injusticia vivida por los indígenas. Decidieron cambiar su nombre por “agentes de pastoral”, estudiaron las lenguas precolombinas y llegaron a “sensibilizarse” tanto con la población local que terminaron dejando el sacerdocio para unirse con compañeras indias.
Todos ellos fueron arropados por Samuel Ruíz, el obispo que durante 40 años guió los destinos de la diócesis de San Cristóbal. Así, poco a poco, modelaron un nuevo proyecto eclesial que terminó colisionando directamente en Roma.
La situación en Chiapas acaparó los reflectores del mundo el 1 de enero de 1994 gracias al alzamiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) cuyo líder, Rafael Sebastián Guillén Vicente, se presentó a la prensa encapuchado y con el sobrenombre de “subcomandate Marcos”. Tanto Ruíz como Aubry y De Vos eran amigos del movimiento guerrillero, de hecho el obispo fungió como árbitro en las primeras conversaciones de paz fallidas entre los insurgentes y el gobierno.
En El Vaticano la situación en San Cristóbal comenzó a preocupar en la segunda mitad de los años 90, cuando Samuel Ruíz sometió a varios dicasterios romanos la solicitud de los indígenas de ser ordenados sacerdotes católicos casados. La petición encendió focos de alerta y puso a esa diócesis bajo la lupa del Vaticano.
El proyecto apoyado por De Vos y Aubry en la Curia Romana ya se conoce como la “Iglesia diaconal”, una propuesta teológico-pastoral que pretende centrar la vida de las parroquias ya no en los sacerdotes, cómo lo marca la tradición católica, sino en una “nueva figura” eclesiástica: el diácono permanente, un personaje que sería equiparable a los presbíteros, tendría casi sus mismos “poderes” y responsabilidades, pero sería casado.
Actualmente suman 329 los diáconos permanentes de San Cristóbal mientras los sacerdotes ascienden a 88 y los seminaristas a 32, una desproporción (casi en ningún lugar en el mundo se registra algo similar) que ha llevado a la Santa Sede a convocar cinco reuniones interdicasteriales antes de ordenar, en 2005, suspender la consagración de nuevos diáconos. Suspensión que sigue vigente.
Los resultados de esta teología indígena en San Cristóbal de las Casas son elocuentes: en enero de 1960, sólo el tres por ciento de los habitantes no estaban bautizados, promedio que se mantuvo hasta 1986. Empero en el año 2000, cuando Samuel Ruíz entregó la diócesis, un 33 por ciento de la población no estaba bautizada.
Según el Censo de población 2010 Chiapas es el estado mexicano menos católico de todo el país, allí sólo el 58 por ciento de los habitantes declararon profesar esa religión, 25 por ciento menos que la media nacional de 83 por ciento. En esa misma región creció la presencia de anglicanos, budistas calvinistas, luteranos, metodistas, presbiterianos y hasta musulmanes.
La teología indígena en México ha provocado la pérdida de casi la mitad del pueblo fiel, al menos en Chiapas. Pese a ello el actual obispo de San Cristóbal de las Casas, Felipe Arizmendi Esquivel, ha insistido -una y otra vez- en pedir al Vaticano que revoque el veto a las ordenaciones diaconales.
Pero en la Santa Sede ven el problema con perspectiva global y se preocupan. Perciben que los indígenas pueden ser usados para esconder la intención de impulsar una fractura al celibato sacerdotal. Advierten el interés velado por hacer “entrar por la ventana” a los presbíteros casados a la Iglesia católica, vía diáconos permanentes.