La hermana Mariana, infatigable contra la pobreza: muere a los 94 años y todo Gaucho Rivero llora
Era toda una institución en Gaucho Rivero, un barrio popular de Paraná (Argentina). A los 94 años fallecía esta semana la hermana Mariana, que había dedicado su vida a los pobres de esta barriada, y pese a su edad seguía al píe del cañón cada día.
Llegó a Gaucho Rivero en 1987 y ya no se fue. Todos los jóvenes del barrio y sus padres la conocían, pues ella se dejó la vida para que tuvieran una oportunidad. A través de su incansable labor fundó la capilla San Francisco de Asís, el centro de día Virgen de la Esperanza y la escuela de Recuperación e Integración Nº 207 Juana Teresa Crombeen.
"Nunca me arrepentí"
Su principal objetivo era lograr un futuro más digno para los niños y adolescentes del barrio y otras zonas aledañas. Muchos le deben a esta monja de las franciscanas de Gante, el haber podido salir de la pobreza, cuando nadie creía en ellos.
“Nunca me arrepentí. Jamás, gracias a Dios. No tuve tentación”, afirmaba esta religiosa en una entrevista. Y es que fue ella la que quiso venir a este barrio.
La violencia es una de las grandes lacras de la zona, pero aún habiendo podido irse nunca se lo planteó. “A veces sí he tenido miedo. Sobre todo por situaciones que he vivido aquí en el barrio. Una vez entró un chico a robar a la casa, estando yo sola. Las hermanas se habían ido a otro lugar, y yo estaba sola en la casa. Del susto que tuve, creía que tenía un cuchillo en la mano. Me amenazaba con que iba a matarme. Me maniató acá, y se llevó lo que pudo llevarse”
No quería dejar de trabajar por sus niños
En dicha entrevista agregaba que no quería abandonar: “siempre estoy presente en todo. Estoy casi todo el día en actividad, a pesar de los problemas de salud que he tenido. Ahora me están pidiendo que descanse más, que duerma más horas, así que a la siesta, me siento en un sillón, y me quedo dormida. Pero yo duermo más a la noche. No tengo ningún problema en conciliar el sueño. Duermo toda la noche, pero pocas horas.
“Yo ya estoy jubilada. Pero sigo trabajando. En realidad, el de arriba me va a jubilar, y me va a decir hasta cuándo seguir”, agregaba ella. Y ahora Dios le ha concedido la mejor jubilación. Mientras tanto, su barrio llora.
Llegó a Gaucho Rivero en 1987 y ya no se fue. Todos los jóvenes del barrio y sus padres la conocían, pues ella se dejó la vida para que tuvieran una oportunidad. A través de su incansable labor fundó la capilla San Francisco de Asís, el centro de día Virgen de la Esperanza y la escuela de Recuperación e Integración Nº 207 Juana Teresa Crombeen.
"Nunca me arrepentí"
Su principal objetivo era lograr un futuro más digno para los niños y adolescentes del barrio y otras zonas aledañas. Muchos le deben a esta monja de las franciscanas de Gante, el haber podido salir de la pobreza, cuando nadie creía en ellos.
“Nunca me arrepentí. Jamás, gracias a Dios. No tuve tentación”, afirmaba esta religiosa en una entrevista. Y es que fue ella la que quiso venir a este barrio.
La violencia es una de las grandes lacras de la zona, pero aún habiendo podido irse nunca se lo planteó. “A veces sí he tenido miedo. Sobre todo por situaciones que he vivido aquí en el barrio. Una vez entró un chico a robar a la casa, estando yo sola. Las hermanas se habían ido a otro lugar, y yo estaba sola en la casa. Del susto que tuve, creía que tenía un cuchillo en la mano. Me amenazaba con que iba a matarme. Me maniató acá, y se llevó lo que pudo llevarse”
No quería dejar de trabajar por sus niños
En dicha entrevista agregaba que no quería abandonar: “siempre estoy presente en todo. Estoy casi todo el día en actividad, a pesar de los problemas de salud que he tenido. Ahora me están pidiendo que descanse más, que duerma más horas, así que a la siesta, me siento en un sillón, y me quedo dormida. Pero yo duermo más a la noche. No tengo ningún problema en conciliar el sueño. Duermo toda la noche, pero pocas horas.
“Yo ya estoy jubilada. Pero sigo trabajando. En realidad, el de arriba me va a jubilar, y me va a decir hasta cuándo seguir”, agregaba ella. Y ahora Dios le ha concedido la mejor jubilación. Mientras tanto, su barrio llora.
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