Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

David Gistau recuerda el día en que Basile echó del vestuario de San Lorenzo a un tal Bergoglio

ReL

Basile quiere remendar su error y pedir disculpas al ahora Papa
Basile quiere remendar su error y pedir disculpas al ahora Papa
Es bien conocido que el Papa Francisco es desde su infancia un hincha incondicional del San Lorenzo de Almagro, equipo bonaerense fundado precisamente por un religioso salesiano que quería sacar a los niños de la calle. Era tan entusiasta del equipo que incluso siendo arzobispo de Buenos Aires bajaba al vestuario para rezar con los jugadores antes de los encuentros.

El columnista de ABC, David Gistau, recuerda en un artículo una anécdota que se produjo cuando Basile, uno de los entrenadores más importantes de la historia de Argentina, echó del vestuario a un sacerdote que luego resultó ser el Papa:

Alfio Basile, conocido como «el Coco» Basile, es un entrenador argentino que lo fue del Atleti y de la selección albiceleste del Mundial 94 que reventó por el positivo de Maradona. Es un tipo imponente, con aspecto duro y con una voz grave y rugosa, como si las palabras las desprendiera de un velcro. A veces, tres días a la semana, se sienta en una parrilla del Barrio Norte de Buenos Aires, La Raya, donde recibe a cualquier espontáneo que quiera trabar una tertulia deportiva con él. Cuando, en las mesas colindantes, periodistas y aficionados esperan su turno hasta que el Coco les indica con un gesto que se pueden acercar, la escena parece la de un jefe de la Camorra despachando peticiones.



En febrero del 98, Basile pasaba el verano austral en el balneario uruguayo de Punta del Este, donde el actual presidente Macri organizaba pachangas entre famosos en una cancha situada junto a su residencia y pintada con los colores de Boca. Los fuegos artificiales de los Macri, cada noche de Año Nuevo, eran ya famosos. Hasta el vergel esteño acudieron dos directivos de fútbol para encargar una misión al Coco: que salvara a San Lorenzo de Almagro, un histórico en apuros. Basile aceptó entrenarlo e interrumpió sus vacaciones.
 
Sin apenas tiempo para conectar con su nuevo vestuario, Basile tuvo que afrontar un partido contra Platense el sábado siguiente a su contratación. Basile es lo que en Argentina llaman un tipo «de códigos», también de supersticiones, y tenía por costumbre quedarse a solas con los futbolistas para la arenga final antes de saltar al campo. Echaba hasta a los directivos. Él inflamaba a los futbolistas, éstos se abrazaban y gritaban, y así quedaba obrado el embrujo. Pero, ese día, cuando los futbolistas ya se disponían a salir, en el vestuario entró un cura menudo y discreto: «¿Y vos quién sos?», preguntó Basile. En realidad, la presencia de un sacerdote no debería haberlo sorprendido.

A San Lorenzo le tienen colocado, además de «El Ciclón», el apodo de «Los Cuervos» en referencia al color de las sotanas. No en vano, lo fundó un cura, Lorenzo Massa, que ofreció espacio para jugar dentro de la parroquia a un equipo de chavales, los Forzosos de Almagro, porque temía que los atropellara un tranvía si peloteaban en la calle. Los chicos correspondieron rebautizando su equipo con el nombre del cura. Todo esto no ablandó a Basile. Tampoco la explicación de que el sacerdote acudía siempre para bendecir a los futbolistas antes de un partido. Basile razonó que debían decidir quién salvaría a San Lorenzo, Dios o él, e insistió en expulsar al cura, que se marchó triste pero resignado.


 
Tan triste, en realidad, que a Basile le quedó rondando su expresión como un moscardón de la conciencia. Aquel partido salió bien incluso sin el auxilio de Dios. San Lorenzo ganó 41 a Platense con una exhibición del «Beto» Acosta. Aun así, la experiencia del Coco en el Ciclón fue breve. Años después, en el vestíbulo de un gran hotel de Buenos Aires al que había acudido para una reunión, Basile se cruzó con el presidente de San Lorenzo que lo contrató. Hacía tiempo que no se veían. El saludo fue cálido. Conversaron un rato y formularon esos propósitos de almorzar algún día que nunca nadie pretende cumplir en realidad. Justo antes de separarse, el presidente preguntó a Basile si recordaba a aquel cura al que sacó del vestuario con malos modos. «¿Por qué», preguntó Basile. «Porque es el Papa. Ese día, cagaste a Bergoglio. Con lo que le gustaba al tipo rezar un padrenuestro con los muchachos».
 

Dicen los habituales de La Raya que Basile quiere aprovechar su siguiente viaje a Europa para pedir audiencia en el Vaticano y reparar la ofensa. No concibe siquiera que la audiencia le pueda ser negada. La duda no concordaría con la fuerte personalidad de un hombre que, cuando cuenta la anécdota, se resiste a dar el nombre del hotel para que no se le multiplique la clientela con la publicidad.


 

 
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