Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

«La riqueza pauperiza, pero pauperiza mal», previene Francisco al clero cubano, pobre y misionero

Zenit

El Papa Francisco saluda desde la puerta de la catedral de La Habana
El Papa Francisco saluda desde la puerta de la catedral de La Habana
Hay una frase de San Ambrosio que conmueve mucho al Santo Padre, ‘donde hay misericordia está el Espíritu de Jesús, donde hay rigidez están solamente sus ministros’. Él mismo lo ha contado en su homilía en la oración de las vísperas en la Catedral de la Inmaculada Concepción y San Cristóbal en La Habana, con los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas. Y esta idea ha sido la conclusión de su discurso, en el que reflexionó sobre pobreza y misericordia.

Al llegar a la Catedral, y tras saludar y bendecir a los fieles reunidos en la plaza, el Santo Padre ha sido acogido por el rector, quien le acompañó a la Capilla del Santísimo.

En primer lugar intervino el cardenal Jaime Lucas Ortega y Alamino, a continuación una religiosa ha dado su testimonio y finalmente se ha rezado vísperas y el Papa ha pronunciado unas palabras.

Sor Yaileny Ponce Torres, de las Hijas de la Caridad, ha hablado de su servicio en el Hogar de impedidos físicos y mentales “La Edad de Oro”. La religiosa ha indicado que el gesto de corazón que cada día quieren vivir en el trato con los pacientes y personal de servicio es “descalzarnos ante el misterio de Dios latente en la vida de aquellos, que a los ojos de muchos son invisibles, no cuentan, son valorados como carga inútil o despreciados por ser diferentes”.

Mientras, el cardenal Ortega quiso mencionar algo muy propio de la Iglesia de este país, “la Iglesia que vive en Cuba es una Iglesia pobre, y el abnegado testimonio de pobreza de nuestros sacerdotes diocesanos o religiosos, de los diáconos y las personas consagradas, es admirable”. Quizás, ha asegurado, sea precisamente la pobreza la que contribuye de modo singular a la solidaridad y fraternidad entre todos.

El Santo Padre, ha reconocido que tanto el cardenal como la religiosa han hablado “como profetas” y por eso ha decido dejar de lado el discurso que llevaba preparado e improvisar.

A propósito de la pobreza, el Papa ha señalado que el espíritu mundano no la conoce, no la quiere, la esconde, no por pudor, sino por desprecio. Ha advertido que “el espíritu del mundo no ama el camino del Hijo de Dios, que se vació a sí mismo, se hizo pobre, se hizo nada, se humilló para ser uno de nosotros”.

Del mismo modo ha hablado del peligro de estar apegado a la “mundanidad”. Y ha añadido que “la riqueza pauperiza, pero pauperiza mal, nos quita lo mejor que tenemos, nos hace pobres. Pobres en la única riqueza que vale la pena, para poner la seguridad en lo otro”.


Religiosos y religiosas en la catedral de La Habana se esfuerzan por ver al Papa y atender a sus enseñanzas

El Santo Padre ha recordado el espíritu de pobreza, el espíritu de despojo, el espíritu de dejarlo todo para seguir a Jesús y “este dejarlo todo no lo invento yo, varias veces aparece en Evangelio”.

Asimismo, ha asegurado que “nuestra Santa Madre Iglesia es pobre. Dios la quiere pobre como quiso pobre a nuestra Santa Madre María”. Por eso les ha invitado a amar la pobreza como a madre.

Haciendo referencia al testimonio previo de la religiosa, el Pontífice ha hablado de “los últimos”, los “más pequeños”. Que --ha afirmado-- aunque sean grandes unos terminan tratándolos como niños, porque se presentan como niños. Así, ha explicado que aunque haya servicios pastorales más gratificantes, cuando uno busca en la preferencia interior al más pequeño, al más abandonado, al más enfermo, al que nadie tiene en cuenta, al que nadie quiere, “cuando sirve al más pequeño, está sirviendo a Jesús de manera superlativa”.

Estos lugares son “donde la ternura y la misericordia del Padre se hace más patente, donde la ternura y la misericordia de Dios se hace caricia”, ha observado. Ha propósito ha reconocido "cuántas religiosas y religiosos queman y repito el verbo, queman, su vida acariciando material de descarte”.

Por todo ello, el Santo Padre ha dado las gracias a todos los consagrados que dedican sus vidas a los “más pequeños”.

También ha dedicado una reflexión a los sacerdotes. A ellos les ha pedido que no se cansen de perdonar. Les ha invitado a pensar cuando están en el confesionario que tienen “un tesoro en las manos que es la misericordia del Padre”.

Texto completo de las vísperas que predicó Francisco en la catedral de La Habana, transcripción de Zenit
»El cardenal Jaime nos habló de pobreza y la hermana Yaileny nos habló del más pequeños, de los más pequeños. Son todos niños. Tenía preparada una homilía para decir ahora en base a los texto bíblicos, pero cuando hablan los profetas y todo sacerdote es profeta, todo bautizado es profeta, todo consagrado es profeta, vamos a hacerle caso a ellos. Entonces yo le voy a dar la homilía al cardenal Jaime para que se la haga llegar a ustedes y la publique y después la meditan. Y ahora charlemos un poquito sobre lo que dijeron estos dos profetas.

»Al cardenal Jaime se le ocurrió pronunciar una palabra muy incómoda, sumamente incómoda que incluso va de contramano con toda la estructura cultural, entre comillas, del mundo. Dijo pobreza. Y la repitió varias veces. Pienso que el Señor quiso que la escucháramos varias veces y la recibiéramos en el corazón. El espíritu mundano no la conoce, no la quiere, la esconde, no por pudor, sino por desprecio. Y si tiene que pecar y ofender a Dios para que no le llegue la pobreza, lo hace. El espíritu del mundo no ama el camino del Hijo de Dios, que se vació a sí mismo, se hizo pobre, se hizo nada, se humilló para ser uno de nosotros.

»La pobreza que le dio miedo a aquel muchacho tan generoso, había cumplido todos los mandamientos. Y cuando Jesús le dijo vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, se puso triste, le tuvo miedo a la pobreza. La pobreza siempre tratamos de escamotearla, sea por cosas razonables, pero estoy hablando de escamotearla en el corazón. Que hay que saber administrar los bienes, es una obligación. Los bienes son un bien de Dios. Pero cuando esos bienes entran en el corazón y te empiezan a conducir la vida, ahí perdiste. Ya no eres como Jesús, tienes tu seguridad donde la tenía el joven triste, el que se fue entristecido.

»Ustedes sacerdotes, consagrados, consagradas, creo que les puede servir lo que decía san Ignacio y esto no es propaganda publicitaria de familia. Decía que la pobreza era el muro y la madre de la vida consagrada. Era la madre porque engendraba más confianza en Dios. Y era el muro porque la protegía de toda mundanidad. Cuántas almas destruidas, almas generosas como la del joven entristecido, que empezaron bien y después se les fue apegando el amor a esa mundanidad rica y terminaron mal. Es decir, mediocres.

»Terminaron sin amor porque la riqueza pauperiza. Pero pauperiza mal, nos quita lo mejor que tenemos, nos hace pobres en la única riqueza que vale la pena para poner la seguridad en lo otro.

»El espíritu de pobreza, el espíritu de despojo, el espíritu de dejarlo todo para seguir a Jesús, este dejarlo todo no lo invento yo, varias veces aparece en Evangelio. En el llamado de los primeros, que dejaron la barca, las redes y lo siguieron. Los que dejaron todo para seguir a Jesús.

»Una vez me contaba un viejo cura sabio, hablando de cuando se mete el espíritu de riqueza, de mundanidad rica en el corazón de un consagrado, de una consagrada, de un sacerdote, un obispo, un Papa, lo que sea. Cuando uno empieza a juntar plata y para asegurar el futuro, ¿no es cierto? Entonces el futuro no está en Jesús, está en una compañía de seguros de tipo espiritual que yo manejo ¿no? Entonces cuando, por ejemplo, una congregación religiosa, por poner un ejemplo como decía él, empieza a juntar plata y a ahorrar, Dios es tan bueno que le manda un ecónomo desastroso que las lleva a la quiebra. Son de las mejores bendiciones de Dios a su Iglesia. Los ecónomos desastrosos porque la hacen libre, la hacen pobre. Nuestra Santa Madre Iglesia es pobre. Dios la quiere pobre como quiso pobre a nuestra Santa Madre María.

»Amen la pobreza como a madre. Simplemente les sugiero, si alguno de ustedes tiene ganas de preguntarse ¿cómo está mi espíritu de pobreza? ¿cómo está mi despojo interior? Creo que puede hacer bien a nuestra vida consagrada, a nuestra vida presbiteral.

»Después de todo, no nos olvidemos que es la primera de las bienaventuranzas. Felices los pobres de espíritu, los que no están apegados a la riqueza, a los poderes de este mundo.

»Y la hermana nos hablaba de los últimos, de los más pequeños. Que aunque sean grandes unos terminan tratándolos como niños porque se presentan como niños. El más pequeño. Es una frase de Jesús esa. El que está en el protocolo sobre el cual vamos a ser juzgados. Lo que hiciste al más pequeño de estos hermanos, me lo hiciste a mí. Hay servicios pastorales, pueden ser más gratificantes desde el punto de vista humano, sin ser malos ni mundanos. Pero cuando uno busca en la preferencia interior al más pequeño, al más abandonado, al más enfermo, al que nadie tiene en cuenta, al que nadie quiere, el más pequeño, y sirve al más pequeño, está sirviendo a Jesús de manera superlativa.

»A vos te mandaron donde no querías ir, y lloraste, lloraste porque no te gustaba, lo cual no quiere decir que seas una monja llorona. Dios nos libre de las monjas lloronas que siempre se están lamentando. Eso no es mío, eso lo decía santa Teresa a sus monjas. Es de ella.

»Ay de aquella monja que anda todo el día lamentándose porque me hicieron una injusticia. En el lenguaje castellano de la época decía guai de la monja que anda diciendo hicieronme sin razón.

»Vos lloraste porque eras joven, tenías otras ilusiones, pensabas quizá que en un colegio podías hacer más cosas, que podías organizar futuros para la juventud. Y te mandaron ahí, casa de misericordia, donde la ternura y la misericordia del Padre se hace más patente. Donde la ternura y la misericordia de Dios se hace caricia. ¡Cuántas religiosas y religiosos queman y repito el verbo, queman su vida acariciando material de descarte!

»Acariciando a quienes el mundo descarta, a quienes el mundo desprecia, a quienes el mundo prefiere que no estén, a quienes el mundo hoy día con métodos de análisis nuevos que hay, cuando se prevé que puede venir con una enfermedad degenerativa se propone mandarlo de vuelta antes de que nazca. El más pequeño. Y una chica joven llena de ilusiones empieza su vida consagrada haciendo viva la ternura de Dios, su misericordia. A veces no entienden, no saben pero ¡qué linda es para Dios, y qué bien que hace a uno, por ejemplo la sonrisa de un espástico que no sabe cómo hacerla! O cuando te quieren besar y te babosean la cara. Esa es la ternura de Dios, esa es la misericordia de Dios.

»O cuando están enojados y te dan un golpe. ¿Y quemar mi vida así? Con material de descarte a los ojos del mundo. Eso nos habla solamente de una persona, nos habla de Jesús, que por pura misericordia del Padre se hizo nada. Se anonadó dice el texto de Filipenses capítulo 2. Se hizo nada. Y esa gente a la que vos dedicas tu vida, imitan a Jesús, no porque lo quisieron, sino porque el mundo los trajo así. Son nada. Y se les esconde no se les muestra o no se les visita. Y si se puede y todavía se está a tiempo, se los manda de vuelta.

»Gracias por lo que haces y en vos gracias a todas estas mujeres y a tantas mujeres consagradas al servicio de lo inútil porque no se puede hacer ninguna empresa, no se puede ganar plata, no se llevar adelante absolutamente nada constructivo, entre comillas con esos hermanos nuestros, con los menores, con los más pequeños. Ahí resplandece Jesús y ahí resplandece mi opción por Jesús. Gracias a vos, y a todos los consagrados y consagradas que hacen esto.

»Padre yo no soy monja. Yo no cuido enfermos yo soy cura. Y tengo una parroquia o ayudo a un párroco. ¿Cuál es mi Jesús predilecto? ¿Cuál es el más pequeño? ¿Cuál es aquel que me muestra más la misericordia del Padre? ¿Dónde lo tengo que encontrar? Obviamente sigo recorriendo el protocolo de Mateo 25, ahí los tienes a todos: en el hambriento, en el preso, en el enfermo, ahí los vas a encontrar. Pero hay un lugar privilegiado para el sacerdote donde aparece ese último, ese mínimo, el más pequeño, y es el confesionario. Y ahí, cuando ese hombre o esa mujer te muestra su miseria, ojo que es la misma que tienes vos y que Dios te salvó ¿eh? de no llegar hasta ahí.

»Cuando te muestra su miseria, por favor, no lo retes, no la retes, no lo castigues, si no tienes pecado tira la primera piedra. Pero solamente con esa condición. Si no piensa en tus pecados y piensa que vos puede ser esa persona, y piensa que vos potencialmente puedes llegar más bajo todavía y piensa que vos en ese momento tienes un tesoro en las manos que es la misericordia del Padre. Por favor, a los sacerdotes, no se cansen de perdonar. Sean perdonadores. No se cansen de perdonar como lo hacía Jesús. No se escondan en miedos o en rigideces.

»Así como esta monja y todas las que están en su mismo trabajo, no se ponen furiosas cuando encuentran al enfermo sucio, mal sino que lo sirven, los limpian, lo cuidan. Así vos, cuando te llega el penitente, no te pongas mal, no te pongas neurótico, no lo eches del confesionario, no lo retes. Jesús los abrazaba, Jesús los quería. Mañana festejamos san Mateo. Cómo robaba ese y además cómo traicionaba a su pueblo. Y dice el Evangelio que a la noche Jesús fue a cenar con él y otros como él. San Ambrosio tiene una frase que a mí me conmueve mucho, ‘donde hay misericordia está el Espíritu de Jesús, donde hay rigidez están solamente sus ministros’.

»Hermanos sacerdote, hermano obispo, no le tengan miedo a la misericordia, deja que fluya por tus manos y por tu abrazo de perdón. Porque ese o esa que está ahí son el más pequeño y por lo tanto es Jesús.

»Esto es lo que se me ocurre decir después de haber escuchado a estos dos profetas. Que el Señor nos conceda estas gracias que ellos dos han sembrado en nuestro corazón. Pobreza y misericordia, porque ahí está Jesús.

Texto escrito preparado por el Papa que no fue leído pero se entregó a la Iglesia cubana
Nos hemos reunido en esta histórica Catedral de La Habana para cantar con los salmos la fidelidad de Dios con su Pueblo, para dar gracias por su presencia, por su infinita misericordia. Fidelidad y misericordia no solo hecha memoria por las paredes de esta casa, sino por algunas cabezas que «pintan canas», recuerdo vivo, actualizado de que «infinita es su misericordia y su fidelidad dura las edades».

Hermanos, demos gracias juntos. Demos gracias por la presencia del Espíritu con la riqueza de los diversos carismas en los rostros de tantos misioneros que han venido a estas tierras, llegando a ser cubanos entre los cubanos, signo de que es eterna su misericordia.

El Evangelio nos presenta a Jesús en diálogo con su Padre, nos pone en el centro de la intimidad hecha oración entre el Padre y el Hijo. Cuando se acercaba su hora, Jesús rezó al Padre por sus discípulos, por los que estaban con Él y por los que vendrían (cf. Jn 17,20). Nos hace bien pensar que en su hora crucial, Jesús pone en su oración la vida de los suyos, nuestra vida. Y le pide a su Padre que los mantenga en la unidad y en la alegría. Conocía bien Jesús el corazón de los suyos, conoce bien nuestro corazón.

Por eso reza, pide al Padre para que no les gane una conciencia que tiende a aislarse, refugiarse en las propias certezas, seguridades, espacios; a desentenderse de la vida de los demás, instalándose en pequeñas «chacras» que rompen el rostro multiforme de la Iglesia. Situaciones que desembocan en tristeza individualista, en una tristeza que poco a poco va dejándole lugar al resentimiento, a la queja continua, a la monotonía; «ése no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu» (Evangelii gaudium, 2) a la que los invitó, a la que nos invitó. Por eso Jesús reza, pide para que la tristeza y el aislamiento no nos gane el corazón.

Nosotros queremos hacer lo mismo, queremos unirnos a la oración de Jesús, a sus palabras para decir juntos: «Padre santo, cuídalos con el poder de tu nombre... para que estén completamente unidos, como tú y yo» (Jn 17,11), «y su gozo sea completo» (v. 13).

Jesús reza y nos invita a rezar porque sabe que hay cosas que solo las podemos recibir como don, hay cosas que solo podemos vivir como regalo. La unidad es una gracia que solamente puede darnos el Espíritu Santo, a nosotros nos toca pedirla y poner lo mejor de nosotros para ser transformados por este don.

Es frecuente confundir unidad con uniformidad; con un hacer, sentir y decir todos lo mismo. Eso no es unidad, eso es homogeneidad. Eso es matar la vida del Espíritu, es matar los carismas que Él ha distribuido para el bien de su Pueblo. La unidad se ve amenazada cada vez que queremos hacer a los demás a nuestra imagen y semejanza. Por eso la unidad es un don, no es algo que se pueda imponer a la fuerza o por decreto. Me alegra verlos a ustedes aquí, hombres y mujeres de distintas épocas, contextos, biografías, unidos por la oración en común. Pidámosle a Dios que haga crecer en nosotros el deseo de projimidad. Que podamos ser prójimos, estar cerca, con nuestras diferencias, manías, estilos, pero cerca. Con nuestras discusiones, peleas, hablando de frente y no por detrás. Que seamos pastores prójimos a nuestro pueblo, que nos dejemos cuestionar, interrogar por nuestra gente. Los conflictos, las discusiones en la Iglesia son esperables y, hasta me animo a decir, necesarias. Signo de que la Iglesia está viva y el Espíritu sigue actuando, la sigue dinamizando. ¡Ay de esas comunidades donde no hay un sí o un no! Son como esos matrimonios donde ya no discuten porque se ha perdido el interés, se ha perdido el amor.

En segundo lugar, el Señor reza para que nos llenemos «de la misma perfecta alegría» que Él tiene (cf. Jn 17,13). La alegría de los cristianos, y especialmente la de los consagrados, es un signo muy claro de la presencia de Cristo en sus vidas. Cuando hay rostros entristecidos es una señal de alerta, algo no anda bien. Y Jesús pide esto al Padre nada menos que antes de ir al huerto, cuando tiene que renovar su «fiat».

No dudo que todos ustedes tienen que cargar con el peso de no pocos sacrificios y que para algunos, desde hace décadas, los sacrificios habrán sido duros. Jesús reza también desde su sacrificio para que nosotros no perdamos la alegría de saber que Él vence al mundo. Esta certeza es la que nos impulsa mañana a mañana a reafirmar nuestra fe. «Él (con su oración, en el rostro de nuestro Pueblo) nos permite levantar la cabeza y volver a empezar, con una ternura que nunca nos desilusiona y que siempre puede devolvernos la alegría» (Evangelii gaudium, 3).

¡Qué importante, qué testimonio tan valioso para la vida del pueblo cubano, el de irradiar siempre y por todas partes esa alegría, no obstante los cansancios, los escepticismos, incluso la desesperanza, que es una tentación muy peligrosa que apolilla el alma!

Hermanos, Jesús reza para que seamos uno mismo, unámonos los unos a los otros en oración.

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