Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Misa papal en la Plaza de la Revolución de La Habana

El Papa Francisco insta a los cubanos a servir «a las personas» y no a las «ideas»

Papa Francisco en Cuba
Papa Francisco en Cuba

Más de 500.000 personas arropan al Papa Francisco durante la Eucaristía de la Plaza de la Revolución en La Habana

Después de haber dado ejemplo personal saludando a numerosos enfermos en silla de ruedas antes de empezar la misa del domingo en la Plaza de la Revolución, el Papa Francisco advirtió a los cubanos que «el servicio no es ideológico, ya que no se sirve a las ideas, sino que se sirve a las personas».

El presidente Raúl Castro le escuchaba con atención, igual que la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner, que acude a toda oportunidad de estar con el Papa. Aunque los controles de seguridad eran muy estrictos para evitar cualquier protesta ante la prensa internacional, varios cientos de miles de personas tomaron parte en la eucaristía.

En su primera homilía en la isla, el Santo Padre invitó a los cubanos a servir a los más frágiles «de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo» pues «son los rostros sufrientes, desprotegidos y angustiados a los que Jesús propone mirar e invita concretamente a amar».

El mensaje del Papa era muy claro. No dedicar la propia vida al servicio de las ideologías sino de las personas, evitando observar continuamente con «mirada enjuiciadora» a los demás.

Servir y no servirse de los demás
Con mucha fuerza, el obispo de Roma insistió en que el espíritu cristiano es servir, y no «servirse» a uno mismo, ni siquiera con la excusa de servir a la sociedad.En su línea de invitar a la reconciliación entre los cubanos de la isla y de estos con los del exilio, Francisco reconoció que «este es un pueblo que tiene heridas, como todo pueblo, pero que sabe estar con los brazos abiertos, que marcha con esperanza porque su vocación es la grandeza».

Las heridas más recientes databan de pocas horas. El sábado por la tarde, los servicios de seguridad detuvieron a varios disidentes que se dirigían a la nunciatura en La Habana para saludar al Papa. Entre los detenidos se contaron Berta Soler, la líder de las Damas de Blanco y la ex presa política marta Beatriz Roque. Hubo también detenciones de miembros de la oposición incluso el domingo por la mañana, cuando se dirigían pacíficamente a la Plaza de la Revolución para asistirá a la misa del Papa.

Cuba es un país económicamente mísero pero, al mismo tiempo, una superpotencia musical, y se notó en la alegría de los ritmos caribeños que acompañaron la ceremonia.

Al término de la ceremonia, el cardenal Jaime Ortega y Alamino, arzobispo de La Habana, dio las gracias al Papa «por haber favorecido el proceso de renovación de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos que tanto beneficiara a nuestro pueblo».

El cardenal, un veterano luchador por el cambio pacífico, formulo el deseo de que esta reconciliación «no se limite a los niveles políticos sino que llegue a los pueblos de ambas naciones y muy especialmente a nuestro pueblo cubano que vive aquí y en Estados Unidos, para alcanzar en espíritu de reconciliación y misericordia la anhelada reconciliación entre todos los cubanos, los que vivimos en Cuba o fuera de Cuba».

Meditar el pasaje evangélico
En presencia de diversos jefes de estado y acompañado de una gran cantidad de obispos cubanos, Estados Unidos y de otros países, el Santo Padre meditó sobre el pasaje del Evangelio en el que los discípulos discuten sobre quién es el más importante.

“No podemos escapar a esta pregunta, está grabada en el corazón. Recuerdo más de una vez en reuniones familiares preguntar a los hijos: ¿A quién querés más, a papá o a mamá? Es como preguntarle: ¿Quién es más importante para vos? ¿Es tan solo un simple juego de niños esta pregunta? La historia de la humanidad ha estado marcada por el modo de cómo se responde a esta pregunta”, dijo el Papa.

El Pontífice llegó a la Plaza de la Revolución media hora antes del inicio de la Misa para saludar y compartir algunos momentos con los asistentes. Durante la Eucaristía, dio la Primera Comunión a cinco niños cubanos.

Para que el día a día “tenga cierto sabor a eternidad”, prosiguió el Papa, es importante tener en cuenta lo que dice el Señor: “«Quien quiera ser el primero, importante, que sea el último de todos y el servidor de todos». Quien quiera ser grande, que sirva a los demás, no que se sirva de los demás”.

Acompañado de una alegre música interpretada por una gran orquesta y un imponente coro, el Pontífice explicó que “esta es la gran paradoja de Jesús. Los discípulos discutían quién ocuparía el lugar más importante, quién sería seleccionado como el privilegiado. Eran los discípulos, los más cercanos a Jesús y discutían sobre eso. Quién estaría exceptuado de la ley común, de la norma general, para destacarse en un afán de superioridad sobre los demás. Quién escalaría más pronto para ocupar los cargos que darían ciertas ventajas. Jesús les trastoca su lógica diciéndoles sencillamente que la vida auténtica se vive en el compromiso concreto con el prójimo. Es decir, sirviendo”.

El Papa Francisco explicó que servir significa “cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo. Son los rostros sufrientes, desprotegidos y angustiados a los que Jesús propone mirar e invita concretamente a amar. Amor que se plasma en acciones y decisiones. Amor que se manifiesta en las distintas tareas que como ciudadanos estamos invitados a desarrollar”.

“Son personas de carne y hueso, con su vida, su historia y especialmente con su fragilidad, son las que estamos invitados por Jesús a defender, a cuidar y a servir. Porque ser cristiano entraña servir la dignidad de sus hermanos, luchar por la dignidad de sus hermanos y vivir para la dignidad de sus hermanos. Por eso, el cristiano es invitado siempre a dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta de los más frágiles”.

No servirse “de los demás”
Francisco advirtió luego sobre un tipo de servicio que no es el de Jesús: “hay un «servicio» que sirve; pero debemos cuidarnos del otro servicio, de la tentación del «servicio» que «se» sirve de los otros. Hay una forma de ejercer el servicio que tiene como interés el beneficiar a los «míos», en nombre de lo «nuestro». Ese servicio siempre deja a los «tuyos» por fuera, generando una dinámica de exclusión”.

El Papa también pidió “cuidarnos de la mirada enjuiciadora y animarnos a creer en la mirada transformadora a la que nos invita Jesús. Este hacernos cargo por amor no apunta a una actitud de servilismo, por el contrario, pone en el centro la cuestión al hermano: el servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su projimidad y hasta en algunos casos la «padece» y busca su promoción como ser humano. Por eso nunca el servicio es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a las personas”.

Tras recordar la vocación del pueblo de Cuba que “tiene gusto por la fiesta, por la amistad, por las cosas bellas” y que “sabe estar con los brazos abiertos, que marcha con esperanza, porque su vocación es de grandeza” a pesar de las heridas, el Pontífice invitó a los fieles a cuidar “esa vocación, a que cuiden estos dones que Dios les ha regalado, pero especialmente quiero invitarlos a que cuiden y sirvan, de modo especial, la fragilidad de sus hermanos”.

“No los descuiden por proyectos que puedan resultar seductores, pero que se desentienden del rostro del que está a su lado. Nosotros conocemos, somos testigos de la «fuerza imparable» de la resurrección, que «provoca por todas partes gérmenes de ese mundo nuevo»”, exhortó.

Para concluir el Papa exhortó a no olvidar “la Buena Nueva de hoy: la importancia de un pueblo, de una nación; la importancia de una persona siempre se basa en cómo sirve la fragilidad de sus hermanos. En eso encontramos uno de los frutos de una verdadera humanidad. Porque queridos hermanos y hermanos: «Quien no vive para servir, no sirve para vivir»”.



Texto completo de la homilía del papa Francisco en La Habana:

El Evangelio nos presenta a Jesús haciéndole una pregunta aparentemente indiscreta a sus discípulos: «¿De qué discutían por el camino?». Una pregunta que también puede hacernos hoy: ¿De qué hablan cotidianamente? ¿Cuáles son sus aspiraciones? «Ellos –dice el Evangelio– no contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el más importante». Los discípulos tenían vergüenza de decirle a Jesús de lo que hablaban. En los discípulos de ayer, como en nosotros hoy, nos puede acompañar la misma discusión: ¿Quién es el más importante?

Jesús no insiste con la pregunta, no los obliga a responderle de qué hablaban por el camino, pero la pregunta permanece no solo en la mente, sino en el corazón de los discípulos. ¿Quién es el más importante? Una pregunta que nos acompañará toda la vida y en las distintas etapas seremos desafiados a responderla. No podemos escapar a esta pregunta, está grabada en el corazón. Recuerdo más de una vez en reuniones familiares preguntar a los hijos: ¿A quién querés más, a papá o a mamá? Es como preguntarle: ¿Quién es más importante para vos? ¿Es tan solo un simple juego de niños esta pregunta? La historia de la humanidad ha estado marcada por el modo de responder a esta pregunta.

Jesús no le teme a las preguntas de los hombres; no le teme a la humanidad ni a las distintas búsquedas que ésta realiza. Al contrario, Él conoce los «recovecos» del corazón humano, y como buen pedagogo está dispuesto a acompañarnos siempre. Fiel a su estilo, asume nuestras búsquedas, aspiraciones y les da un nuevo horizonte. Fiel a su estilo, logra dar una respuesta capaz de plantear un nuevo desafío, descolocando «las respuestas esperadas» o lo aparentemente establecido. Fiel a su estilo, Jesús siempre plantea la lógica del amor. Una lógica capaz de ser vivida por todos, porque es para todos.

Lejos de todo tipo de elitismo, el horizonte de Jesús no es para unos pocos privilegiados capaces de llegar al «conocimiento deseado» o a distintos niveles de espiritualidad. El horizonte de Jesús, siempre es una oferta para la vida cotidiana también aquí en «nuestra isla»; una oferta que siempre hace que el día a día tenga sabor a eternidad.

¿Quién es el más importante? Jesús es simple en su respuesta: «Quien quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos». Quien quiera ser grande, que sirva a los demás, no que se sirva de los demás.

He ahí la gran paradoja de Jesús. Los discípulos discutían quién ocuparía el lugar más importante, quién sería seleccionado como el privilegiado, quién estaría exceptuado de la ley común, de la norma general, para destacarse en un afán de superioridad sobre los demás. Quién escalaría más pronto para ocupar los cargos que darían ciertas ventajas. Jesús les trastoca su lógica diciéndoles sencillamente que la vida auténtica se vive en el compromiso concreto con el prójimo.

La invitación al servicio posee una peculiaridad a la que debemos estar atentos. Servir significa, en gran parte, cuidar la fragilidad. Cuidar a los frágiles de nuestras familias, de nuestra sociedad, de nuestro pueblo. Son los rostros sufrientes, desprotegidos y angustiados a los que Jesús propone mirar e invita concretamente a amar. Amor que se plasma en acciones y decisiones. Amor que se manifiesta en las distintas tareas que como ciudadanos estamos invitados a desarrollar. Las personas de carne y hueso, con su vida, su historia y especialmente con su fragilidad, son las que estamos invitados por Jesús a defender, a cuidar, a servir. Porque ser cristiano entraña servir la dignidad de sus hermanos, luchar por la dignidad de sus hermanos y vivir para la dignidad de sus hermanos. Por eso, el cristiano es invitado siempre a dejar de lado sus búsquedas, afanes, deseos de omnipotencia ante la mirada concreta a los más frágiles.

Hay un «servicio» que sirve; pero debemos cuidarnos del otro servicio, de la tentación del «servicio» que «se» sirve. Hay una forma de ejercer el servicio que tiene como interés el beneficiar a los «míos», en nombre de lo «nuestro». Ese servicio siempre deja a los «tuyos» por fuera, generando una dinámica de exclusión.

Todos estamos llamados por vocación cristiana al servicio que sirve y a ayudarnos mutuamente a no caer en las tentaciones del «servicio que se sirve». Todos estamos invitados, estimulados por Jesús a hacernos cargo los unos de los otros por amor. Y esto sin mirar al costado para ver lo que el vecino hace o ha dejado de hacer. Jesús nos dice: «Quien quiera ser el primero, que sea el último y el servidor de todos». No dice, si tu vecino quiere ser el primero que sirva. Debemos cuidarnos de la mirada enjuiciadora y animarnos a creer en la mirada transformadora a la que nos invita Jesús.

Este hacernos cargo por amor no apunta a una actitud de servilismo, por el contrario, pone en el centro de la cuestión al hermano: el servicio siempre mira el rostro del hermano, toca su carne, siente su proximidad y hasta en algunos casos la «padece» y busca su promoción. Por eso nunca el servicio es ideológico, ya que no se sirve a ideas, sino que se sirve a las personas.

El santo Pueblo fiel de Dios que camina en Cuba, es un pueblo que tiene gusto por la fiesta, por la amistad, por las cosas bellas. Es un pueblo que camina, que canta y alaba. Es un pueblo que tiene heridas, como todo pueblo, pero que sabe estar con los brazos abiertos, que marcha con esperanza, porque su vocación es de grandeza. Hoy los invito a que cuiden esa vocación, a que cuiden estos dones que Dios les ha regalado, pero especialmente quiero invitarlos a que cuiden y sirvan, de modo especial, la fragilidad de sus hermanos. No los descuiden por proyectos que puedan resultar seductores, pero que se desentienden del rostro del que está a su lado. Nosotros conocemos, somos testigos de la «fuerza imparable» de la resurrección, que «provoca por todas partes gérmenes de ese mundo nuevo» (cf. Evangelii gaudium, 276.278).

No nos olvidemos de la Buena Nueva de hoy: la importancia de un pueblo, de una nación; la importancia de una persona siempre se basa en cómo sirve la fragilidad de sus hermanos. En eso encontramos uno de los frutos de una verdadera humanidad. «Quien no vive para servir, no sirve para vivir».

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