Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Misionero agustino recoleto en Chihuahua

Con los indios más veloces y los ancianos abandonados: un pueblo de Soria apoya al padre Honorio

El padre Honorio Calvo González, misionero agustino recoleto
El padre Honorio Calvo González, misionero agustino recoleto

El Norte de Castilla / ReL

Cada verano, el padre Honorio Calvo, de la Orden de los Agustinos Recoletos, visita la provincia de Soria. Su estancia tiene una doble misión, por una parte regresar al ambiente hogareño y familiar en el pueblo castellano que le vio nacer, Navaleno, y por otra, recoger la solidaridad y entrega para una buena causa, como es la ayuda a quienes lo están pasando mal, en estrecho contacto con los indígenas tarahumaras, a través de una parroquia ubicada en Ciudad Cuauhtémoc, en el Estado mejicano de Chihuahua.

Un comedor de ancianos en Querétaro
Su continua presencia en Castilla y León ha permitido sumar apoyos para colaborar en un comedor de ancianos en Querétaro, próximo a la capital mejicana, con el funcionamiento de un comedor para ancianos abandonados.

Hoy, Honorio admite que el gran problema del Estado en el que vive es la violencia en el la lucha de los cárteles por el control de la droga, y «nos estamos acostumbrando a la violencia, la vemos como algo natural».

Tras un cuarto de siglo en el país, el padre agustino ve con pena como «hay mucha extorsión y muchas ejecuciones», algunas de ellas sádicas e incontroladas.

Lleva un año en la nueva parroquia, a seis horas de Ciudad Juárez «la ciudad más violenta del mundo». Antes estaba en Ciudad Delicias, en el sur del Estado, una zona desértica, con dos grandes presas que favorecen una rica producción agrícola.

Honorio estuvo diez años en Filipinas, en el ambiente universitario. De sus 65 años, 25 los ha pasado en Méjico. «Lo que más me gusta es la zona rural», admite el sacerdote natural de Navaleno.

Del pueblo soriano, a los viejitos mexicanos
El proyecto Navaleno, como él lo conoce, ayuda al funcionamiento de un comedor para los ancianos abandonados a las afueras de la ciudad de Querétaro.

Dentro de la parroquia, un grupo de mujeres cocina para los mayores. El comedor está administrado por las monjas de la orden de las agustinas recoletas.

«Son unos sesenta ancianos que reciben tres comidas al día», comenta el padre misionero, quien recuerda que la ayuda favorece también la educación de unos 40 chavales.

«El dinero que sale de Navaleno viene a apoyar un proyecto que en un 80 por ciento está apoyado por las ayudas, y un 20 por ciento corre a cargo de la comunidad», comenta Honorio. Quienes están más cerca de los necesitados creen que en el reparto de la ayuda se tiene que implicar la comunidad, y no todo puede llegar de las donaciones.

Partido de fútbol solidario
Las ayudas que canaliza el padre Honorio son fruto de la solidaridad, demostrada principalmente a través del partido de fútbol solidario que todos los años, al inicio del mes de agosto, se disputa en el campo Vicente Peña de Navaleno, entre la S.D. Navaleno y el C.D.Numancia.

Los fondos recaudados le son entregado al padre agustino recoleto, quien los recoge «junto con las donaciones que hacen gente anónima a través de las cuentas abiertas en entidades bancarias.

"No somos el Banco de México"
En las parroquias de Ciudad Cuauhtémoc, el padre Honorio y otros sacerdotes tienen por delante una ambiciosa misión humanitaria. «Más que darles el pescado, hay que ayudarles a pescar», dice Honorio para quien «es necesario que la ayuda llegue a los que más lo necesitan». El padre Calvo admite que «no podemos con todo, ya que no somos el Banco de Méjico».

El colectivo que más precisa del apoyo de la parroquia es el de la población indígena de los tarahumaras, gentes que viven en la sierra del mismo nombre.

Los indios de pies ligeros

El grupo, al que denominan los de «los pies ligeros», está ahora de actualidad al reconocer la afamada firma deportiva Nike que este grupo indígena mexicano les inspiró para crear los nuevos tennis Free Flyknit, basados en los movimientos del cuerpo, para que el zapato ofrezca una flexibilidad similar a la que se tiene al correr sin calzado.

Los tarahumaras o rarámuris ocupan una cuarta parte del territorio en el suroeste del estado de Chihuahua. Es uno de los grupos más afectados por la pobreza.

«La gente de la sierra y los pueblos viene a la ciudad, bajan al tiempo del desaije, cuando se recogen las manzanas», comenta Honorio, explicando que el colectivo necesita de una ayuda continuada, y recordando que en la parroquia tienen Cáritas con servicio dental y médico. 

Tras un estudio socioeconómico, los contenidos de las llamadas «despensas», con productos básicos como arroz, café, frigoles y aceite, se reparten según las necesidades de cada familia. La ayuda se hace llegar a través de un carnet, que se va «picando» a medida que se va trasladando el apoyo para sus necesidades básicas.

Rincones impenetrables
Los tarahumaras viven en uno de los rincones más salvajes e impenetrables del planeta. Su vida pasa entre la zona de las Barrancas del Cobre. Quienes tratan con ellos, consideran que son «gente respetuosa y saludable», que se ha de ganar la vida como pueden debido a su existencia en un medio marcadamente hostil.

35 años de misionero
Tras 35 años a sus espaldas como sacerdote misionero, Honorio considera que ha habido una positiva evolución en un incremento «de la mayor conciencia por la ayuda al otro». 

Este agustino recoleto no se ve en una parroquia de una Diócesis en España. Cree que su sitio sigue estando allí, en la tarea que lleva realizando durante las últimas décadas. «A mí me gusta el Estado de Chihuahua, yo venía de una Universidad donde estaba todo hecho, llegaba la hora de comer y no preguntaba de donde venía».

En la sierra de Chihuahua «tenía que hacer de todo». Honorio se convirtió en un «milusos», como se les conoce de forma popular. «Son gente muy sincera que dice las cosas de forma directa y franca».

Para Calvo, «venir a España supondría cambiar la mentalidad». Insiste en que en la mayoría de su vida ha estado fuera «aunque las raíces nunca se pierden».

En su estancia en Navaleno se encuentra en continuo contacto con los vecinos y con la parroquia. Se lamenta el sacerdote misionero que «cada vez que vengo al pueblo, conozco a menos gente, ya que recuerdo a los de mi época, pero luego después,…»

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