Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Contra la «cultura del descarte» y el egoísmo

Entre el entusiasmo de los jóvenes de las favelas, Francisco pide defender la vida y la familia

Francisco fue recibido con entusiasmo en la favela Varginha
Francisco fue recibido con entusiasmo en la favela Varginha

ReL

Era uno de los momentos más esperados del viaje del Papa Francisco a Río de Janeiro: su visita a una favela, un barrio pobre llamado Varginha, en Manguinhos, que no es de los más grandes (unas 400 familias) aunque sí muy abandonado.

Aquí, en el campo de fútbol de esta comunidad, el Papa predicó algunos de sus grandes temas: combatir la "cultura del descarte", condenar "el abandono de la periferia" y lichar contra la "cultura del egoísmo y el individualismo".

Primera mención a la defensa de la vida
Además, por primera vez en este viaje a una Hispanoamérica en la que algunos lobbies y no pocos políticos piden ampliar más el aborto y redefinir el matrimonio, el Papa Francisco recordó que la justicia social no se conseguirá sin "los pilares intangibles" que sostienen a una sociedad: "la vida, que es un don de Dios, un valor que siempre debe ser protegido y promovido; la familia, fundamento de la convivencia y el remedio contra la desintegración social; la educación integral, que no se reduce a una simple transformación de la información simplemente para generar ganancias, la salud, sino que debe buscar el bienestar de la persona, que es esencial para el equilibrio humano; y la sana convivencia, la convicción de que la violencia sólo será vencida con el cambio del corazón humano".

Así el Papa mencionaba por primera vez la defensa de la vida y de la familia, inseparables del verdadero avance social.



¿Para los "indignados"?
Su discurso también abordaba el descontento social que ha sacado a las calles a multitudes de brasileños en las últimas semanas. "Ningún esfuerzo traerá una paz duradera, ni habrá armonía y felicidad para una sociedad que ignora, dejando al margen, la periferia de la misma".

Su discurso de hecho se inició con un fuerte llamamiento a las autoridades públicas y los más ricos: "Yo quería hacer un llamamiento a todos los que tienen más recursos, poderes públicos y a todas las personas de buena voluntad comprometidos con la justicia social: ¡no se cansen de trabajar por un mundo más justo! ¡Nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo!"



Frente al egoísmo propuso "una cultura de la solidaridad, ver que el otro no es un competidor o un número, sino un hermano". "La medida de la grandeza de una sociedad viene dada por la forma en que trata a los más necesitados", añadió.

Mensaje a los jóvenes:¡no os rindáis!

Dedicó un mensaje especial a los jóvenes, que fue recibido con grandes aplausos y aclamaciones: "Vosotros, queridos jóvenes, tenéis una especial sensibilidad en la cara de la injusticia. A menudo os sentís decepcionados con la noticias que hablan de corrupción, con gente que, en lugar de buscar el bien común, buscan su propio beneficio. También a vosotros y a todos los pueblos, repito: nunca os desaniméis, no perdáis la confianza, no dejéis que se apague la esperanza. La realidad puede cambiar, el hombre puede cambiar. Buscad ser los primeros en hacer el bien, no os acostumbréis al mal, sino superarlo. La iglesia está a vuestro lado, con el don precioso de la fe en Jesucristo, que vino "para que tengan vida, y vida en abundancia."



Un público seleccionado
Alrededor de 600 policías se encargaron de la seguridad Papa Francisco, junto con 80 agentes federales y personal militar del Ejército, miembros del Batallón de Operaciones Especiales (BOPE) y el Batallón Shock (BPChoq). Sólo a las personas acreditadas y a las personas con discapacidad seleccionadas se les permitió permanecer en el perímetro de seguridad. Los residentes sólo podían permanecer tras las rejas o en sus hogares.

Familias para acoger a Francisco
Diez familias fueron preseleccionadas por si el Papa decidía visitar casas, y en esas casas las familias (y en las vecinas) se esforzaron por poner elementos que atrajeran al Pontífice: dulces de leche, banderolas del equipo de fútbol argentino "San Lorenzo" (el del Papa)... Amara de Oliveira, de 82 años, explicó a "O Globo" que ella rezaba a la Virgen de Fátima para ver de cerca al Pontífice, y que había puesto en la puerta de casa un un enorme crucifijo de madera, una bandera de Pernambuco y dos posters de Francisco.



Reformas inauditas en el barrio

El vicepresidente de la asociación de residentes locales, Walter Silva, evangélico, reconoce las posibilidades de que la poblaciónde Varginha consiga mejoras gracias a la visita papal.

En poco más de un mes, toda la iluminación de calles y callejuelas se renovó, se instalaron 70 puntos de luz, se volvió a asfaltar el suelo, y... ¡lo nunca visto antes!... un equipo de barrenderos limpia regularmente las calles. También es constante la presencia de la policía militar Unidad de Policía Pacificadora (UPP) en Manguinhos.



Discurso íntegro del Papa Francisco en la favela Varginha (25 de julio de 2013)

Queridos hermanos y hermanas

Es bello estar aquí con ustedes. Ya desde el principio, al programar la visita a Brasil, mi deseo era poder visitar todos los barrios de esta nación.

Habría querido llamar a cada puerta, decir «buenos días», pedir un vaso de agua fresca, tomar un «cafezinho», hablar como amigo de casa, escuchar el corazón de cada uno, de los padres, los hijos, los abuelos... Pero Brasil, ¡es tan grande! Y no se puede llamar a todas las puertas.

Así que elegí venir aquí, a visitar vuestra Comunidad, que hoy representa a todos los barrios de Brasil. ¡Qué hermoso es ser recibidos con amor, con generosidad, con alegría! Basta ver cómo habéis decorado las calles de la Comunidad; también esto es un signo de afecto, nace del corazón, del corazón de los brasileños, que está de fiesta. Muchas gracias a todos por la calurosa bienvenida. Agradezco a Mons. Orani Tempesta y a los esposos Rangler y Joana sus cálidas palabras.

1. Desde el primer momento en que he tocado el suelo brasileño, y también aquí, entre vosotros, me siento acogido. Y es importante saber acoger; es todavía más bello que cualquier adorno.

Digo esto porque, cuando somos generosos en acoger a una persona y compartimos algo con ella —algo de comer, un lugar en nuestra casa, nuestro tiempo— no nos hacemos más pobres, sino que nos enriquecemos. Ya sé que, cuando alguien que necesita comer llama a su puerta, siempre encuentran ustedes un modo de compartir la comida; como dice el proverbio, siempre se puede «añadir más agua a los frijoles». Y lo hacen con amor, mostrando que la verdadera riqueza no está en las cosas, sino en el corazón.

Y el pueblo brasileño, especialmente las personas más sencillas, pueden dar al mundo una valiosa lección de solidaridad, una palabra a menudo olvidada u omitida, porque es incómoda.

Me gustaría hacer un llamamiento a quienes tienen más recursos, a los poderes públicos y a todos los hombres de buena voluntad comprometidos en la justicia social: que no se cansen de trabajar por un mundo más justo y más solidario. Nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo.

Que cada uno, según sus posibilidades y responsabilidades, ofrezca su contribución para poner fin a tantas injusticias sociales. No es la cultura del egoísmo, del individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y lleva a un mundo más habitable, sino la cultura de la solidaridad; no ver en el otro un competidor o un número, sino un hermano.



Deseo alentar los esfuerzos que la sociedad brasileña está haciendo para integrar todas las partes de su cuerpo, incluidas las que más sufren o están necesitadas, a través de la lucha contra el hambre y la miseria.

Ningún esfuerzo de «pacificación» será duradero, ni habrá armonía y felicidad para una sociedad que ignora, que margina y abandona en la periferia una parte de sí misma. Una sociedad así, simplemente se empobrece a sí misma; más aún, pierde algo que es esencial para ella.

Recordémoslo siempre: sólo cuando se es capaz de compartir, llega la verdadera riqueza; todo lo que se comparte se multiplica. La medida de la grandeza de una sociedad está determinada por la forma en que trata a quien está más necesitado, a quien no tiene más que su pobreza.

2. También quisiera decir que la Iglesia, «abogada de la justicia y defensora de los pobres ante intolerables desigualdades sociales y económicas, que claman al cielo» (Documento de Aparecida, 395), desea ofrecer su colaboración a toda iniciativa que pueda significar un verdadero desarrollo de cada hombre y de todo el hombre. Queridos amigos, ciertamente es necesario dar pan a quien tiene hambre; es un acto de justicia.

Pero hay también un hambre más profunda, el hambre de una felicidad que sólo Dios puede saciar. No hay una verdadera promoción del bien común, ni un verdadero desarrollo del hombre, cuando se ignoran los pilares fundamentales que sostienen una nación, sus bienes inmateriales: la vida, que es un don de Dios, un valor que siempre se ha de tutelar y promover; la familia, fundamento de la convivencia y remedio contra la desintegración social; la educación integral, que no se reduce a una simple transmisión de información con el objetivo de producir ganancias; la salud, que debe buscar el bienestar integral de la persona, incluyendo la dimensión espiritual, esencial para el equilibrio humano y una sana convivencia; la seguridad, en la convicción de que la violencia sólo se puede vencer partiendo del cambio del corazón humano.

3. Quisiera decir una última cosa. Aquí, como en todo Brasil, hay muchos jóvenes. Queridos jóvenes, ustedes tienen una especial sensibilidad ante la injusticia, pero a menudo se sienten defraudados por los casos de corrupción, por las personas que, en lugar de buscar el bien común, persiguen su propio interés. A ustedes y a todos les repito: nunca se desanimen, no pierdan la confianza, no dejen que la esperanza se apague. La realidad puede cambiar, el hombre puede cambiar. Sean los primeros en tratar de hacer el bien, de no habituarse al mal, sino a vencerlo.

La Iglesia los acompaña ofreciéndoles el don precioso de la fe, de Jesucristo, que ha «venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10,10).

Hoy digo a todos ustedes, y en particular a los habitantes de esta Comunidad de Varginha: No están solos, la Iglesia está con ustedes, el Papa está con ustedes. Llevo a cada uno de ustedes en mi corazón y hago mías las intenciones que albergan en lo más íntimo: la gratitud por las alegrías, las peticiones de ayuda en las dificultades, el deseo de consuelo en los momentos de dolor y sufrimiento.

Todo lo encomiendo a la intercesión de Nuestra Señora de Aparecida, la Madre de todos los pobres del Brasil, y con gran afecto les imparto mi Bendición.

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