Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

El padre Mansilla, manchego, es misionero de la OCSHA

«En Guatemala el templo se llena de niños y jóvenes y eso cambia la celebración»

Destaca la alegría de las celebraciones y la gran participación de los parroquianos en la misión. Pero hay grandes retos: caciquismo a veces violento, concentración de tierras y problemas con los agrocombustibles.

OMPress / ReL

Niños de Guatemala
Niños de Guatemala
Julián Ángel Mansilla Escudero es un sacerdote diocesano miembro de la OCSHA, la Obra de Cooperación Sacerdotal Hispanoamericana, nacido en el manchego pueblo de Balazote, Albacete. Con 45 años de edad, ya lleva varios como misionero en Guatemala, en el Vicariato Apostólico de El Petén. Explica su esfuerzo misionero en su diócesis de Albacete y lo difunde OMPress. 

-¿Cómo es el trabajo en la Misión de Guatemala?

- El trabajo pastoral en la parroquia va muy bien. El equipo parroquial está muy animado. Hay unas monjas y laicos que trabajan en varios ámbitos. Allí el curso pastoral es el año natural, se inicia el uno de enero en la escuela y las parroquias. Sobre el país, todo sigue igual. Hace falta algún cambio inesperado como la caída del Muro de Berlín para que de verdad el país dé un salto adelante.

-¿En qué consiste su trabajo allí?

- Soy misionero y sacerdote. Por eso el trabajo allí es el de una parroquia normal. Al igual que en España el trabajo tiene tres partes: la Sacramental-litúrgica, la parte de evangelización o catequesis y formación cristiana y luego está la social. Allí, por las coyunturas del país –la parte social – hay que desarrollarla más. A pesar de ello, uno no se convierte en una especie de cooperante de una ONG. Es una parroquia, con su cura, hay unas monjas y unos laicos, hombres y mujeres, con mucha vocación que atienden la necesidad.

-¿Se necesitan misioneros?

- La Iglesia nació para la Misión. Es impensable no compartir, no solo el dinero, sino personas que se entreguen y vayan a compartir su fe, lo bueno que tenemos compartirlo con otros y traer lo bueno que tienen ellos. La Misión también nos enriquece aquí ya que es un mutuo compartir. La Iglesia es Misión.

-Comentas que a nosotros también nos enriquece, ¿Qué podemos aprender?

- Es una población jovencísima. La iglesia se llena de niños y gente joven, lo que cambia, naturalmente, el aire de cualquier celebración. Podemos aprender ese trabajo participativo y comunitario. Que no todo recaiga sobre la figura del cura. Una de las cosas curiosas es que en España muchas veces –en misa –se reza el ‘Gloria’ y el ‘Santo’. Allí eso no se concibe, se canta siempre.

-¿Qué necesidades tenéis en Guatemala?

- La pastoral social – comparable a Cáritas – toca seis puntos que podríamos considerar claves: tema de Tierra, Educación, Mujer, Salud, Derechos Humanos y Movilidad Humana. Con todo ello colabora el Obispado de Albacete con seis mil euros anuales, la Delegación de Misiones hace otro aporte y particulares, familia, amigos, alguna parroquia… En nuestra parroquia de allí trabajamos especialmente el asunto de Tierra, Educación, Salud y Mujer. Tenemos como proyecto terminar la casa de las monjas y organizar una oficina parroquial. El año pasado terminamos unos dormitorios para la gente de las aldeas que viene a formación. Estamos haciendo las literas, pero nos faltan las colchonetas.

-Uno de los principales problemas es la tierra. ¿En qué consiste?

-El problema de la tierra está en la base de todo el conflicto social del país. Las tierras están en manos de los caciques de antaño, que siguen siendo un poder económico fuerte; los nuevos caciques; nuevos ricos y otros poderes fácticos como altos mandos militares recompensados por sus méritos en la guerra civil – guatemalteca – con grandes fincas y “narcos”; que tienen sobre el noventa por ciento de la tierra.

Además, la buena tierra, que se dedica a cultivos de palma africana para agrocombustibles. Desde España parece algo bonito, pero en Guatemala este cultivo es una tragedia.

También se cultivan alimentos para exportación. Hay casos en que estos caciques obligan y amenazan al propietario – de las pequeñas tierras – e incluso los matan. Muchas veces no es así, sino que van y le ponen su fajo de billetes en la mesa al campesino que se muere de hambre él y su familia. ‘Te compro la tierra’ y le falta tiempo para vender. Y con el tiempo se queda sin dinero y sin tierra para vivir. Es una tragedia.
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