Sábado, 21 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Se convirtió en una misa en idiomas que no entendía

«Yo fui un adolescente ateo en la Unión Soviética», explica el cura de Villardeciervos, en Zamora

Vladimir aceptaba plenamente la visión materialista que le habían inculcado en la escuela en la URSS. Desdeñaba la misa de su madre y se reía de los chicos creyentes. Hasta aquella mañana de Pascua de 1987.

Pablo J. Ginés/ReL

P. Vladimir
P. Vladimir

¿Es difícil que un adolescente encuentre a Dios? ¿Y si ha recibido y asumido una formación puramente materialista? ¿Y si todo en el colegio, en la sociedad, desprestigia la fe e impide la evangelización?

Esa era la situación del joven Vladimir Hryhoriev, cuando tenía 14 años y era un disciplinado alumno de ciencias en la República Socialista Soviética de Bielorrusia.

Lo que le hizo cambiar no fue ningún método de evangelización elaborado ni gradual. Ni el ejemplo de fe de amigos cercanos.

Fue una sola misa, de la que nadie le había explicado nada, y, además, en idiomas que desconocía: latín y polaco. Pero no era una misa cualquiera: era una misa de Pascua, llena de alegría y celebración.

Hoy, Vladimir tiene 39 años, es cura rural en España y explica su conversión y lo que le trajo a Villardeciervos, en Zamora.

La religión en la URSS hace 25 años
En 1987 a la Unión Soviética le quedaban cuatro años de vida, pero en esa época nadie lo sospechaba. Desde hacía dos años, el presidente Gorbachov hablaba de "perestroika" ("reestructuración") pero parecía limitarse a unos meros retoques económicos. Aún se aplicaba el artículo 227 del Código penal de la ley del 25 de julio de 1962, que hablaba de "atentado contra la persona bajo apariencia de cumplimiento de rito religioso" y se podía invocar contra cualquiera que llevase a la Iglesia a un menor que no fuese un hijo (pensada para castigar a curas, catequistas, abuelas y parientes religiosos, etc...).

Esa ley se usaba además contra las organizaciones religiosas de niños, los campamentos infantiles religiosos o contra las parroquias con monaguillos. Un niño sólo podía estar en la Iglesia si le acompañaba su padre. Introducir a menores en estas actividades se castigaba con hasta 5 años de prisión o destierro a Siberia, con o sin confiscación de bienes. Participar en estos grupos o difundirlos era menos grave: sólo 3 años de cárcel, de frío siberiano o 1 año de trabajos forzados.

"Gagarin no vio a Dios en el espacio"
Por el contrario, el materialismo más descarnado permeaba toda la enseñanza escolar, siempre estatal. "En biología estudiábamos las etapas de la evolución o la nutrición de las plantas sin ningún espacio para el Misterio. A mí me encantaba la Química, y mi profesora era realmente buena, pero el mundo que nos presentaba era mera materia. Nos decían que Yuri Gagarin, el primer cosmonauta, no vio a Dios en el espacio, nos insistían en que los exploradores habían llegado a los extremos de la Tierra sin ver a Dios. Había un trasfondo ideológico en las clases", recuerda Hryhoryev.

"Nos reíamos de los niños creyentes"
El joven Vladimir era un chico de 14 años que vivía en la pequeña ciudad bielorrusa de Miory, diez mil habitantes orgullosos de la carne que exportaban a Moscú y San Petersburgo. Vladimir tenía completamente asumido el  materialismo oficial. "Yo, como otros, me burlaba de los niños que creían en Dios. Les tomábamos el pelo. Por eso había pocos niños abiertamente religiosos en clase: o los que pillábamos, o los que eran muy valientes y no lo ocultaban. Se atrasaban en clase porque todos les tratábamos mal. Mi padre me pedía que no lo hiciera, pero yo no le escuchaba".

La familia de Vladimir era peculiar. En su casa se hablaba ruso, no bielorruso. Los documentos soviéticos, que recogían la etnia, decían que su madre era bielorrusa, mientras que los cinco hermanos mayores de ella figuraban como polacos. Su padre era ruso y si se le preguntaba admitía ser ortodoxo. "Papa no iba a la Iglesia ni rezaba y cuando yo era niño sólo me decía: hijo, has de seguir tu conciencia", recuerda Vladimir. "Mi madre era católica de rito latino, y de vez en cuando, cuando podía, iba a la iglesia. A mí, de bebé, me bautizaron católico. Mamá estaba volcada en su familia, y trataba de dejar un espacio para Dios. Mis tías eran terciarias franciscanas, y yo nunca hablaba de religión con ellas, precisamente porque eran muy creyentes, y además me caían mal, porque me parecía que trataban mejor a mi hermano pequeño, que era menos travieso que yo".

Y entonces llegó el día de Pascua de 1987. "Mi madre me solía invitar a las misas importantes, pero yo no iba nunca. Así que, insistiendo, ella convenció a un amigo mío, que era creyente, para que me llevase a misa el día de Pascua. Él me despertó y me dijo: "eh, ven rápido". Dije: "¿dónde vamos? Me dijo: "ya verás". Y pensé: "será una sorpresa". Hay que tener en cuenta que con mi amigo nunca había hablado nada de cosas religiosas. Y me llevó a la iglesia".

Escondidos en misa
Los dos jóvenes se escondieron detrás de unas columnas desde las que se veía todo. "Desde allí vímos, por ejemplo, a algunos de nuestros profesores. Resulta que algunos eran creyentes. Otros, en cambio, estaban allí para espiar quién venia a misa en Pascua. La gente cantaba en latín: ¡Resurrexit! Había imágenes de la Pasión y la Resurrección. No entendía nada de los cantos, que estaban en polaco, ni de la misa, que estaba en latín. Y el cura era un lituano que predicaba en ruso, del que sabía sólo cuatro palabras. Sin embargo, todo era muy hermoso. Y entonces sentí que Dios existe".

Vladimir intenta definir aquel momento. "Sentí que aquello era solemne. Sentí que la gente agradecía y celebraba algo grande. Y sentí que yo tenía mucha fe. Sentí que Dios no era como nos decían en la propaganda atea. Vi que Dios estaba más allá de todas las cosas, más allá de la mente humana, más allá de la vida, de lo que se ve. Sentí lo sobrenatural. Y me puse de rodillas y recé. Yo ya era Suyo para siempre".

- ¿Qué haces? -dijo su amigo al verle de rodillas - ¡Si tú no crees!
- Sí que creo - respondió Vladimir
- ¡Pero si no te sabes las oraciones!
- ¡Pero oro con mis propias palabras! -respondió.

"Tuve la experiencia por mí mismo, mi amigo no me condicionó de ninguna manera y de hecho él no se lo creía", recuerda Vladimir.

Toda la semana meditando el Evangelio
Aquel chaval de 14 años empezó a ir a misa cada domingo. "Iba por mi cuenta, no con mi familia. Yo quería escuchar a Dios, escuchar el Evangelio y la predicación. Eso me llenaba y lo meditaba toda la semana. Le comentaba los temas a mi amigo. El cura era un hombre joven, buen predicador y un enamorado de la vida y enamorado de Dios. Era como un existencialista, pero con Dios: a él todo le hablaba de Dios. Predicaba desde un púlpito elevado, y yo siempre pensaba que me miraba a mí. Había venido como misionero, de Kaunas, y yo absorbía todo lo que decía, como una esponja, aunque él hablaba muy poco ruso."

Después de un año y medio, el cura le animó a prepararse para comulgar. "Yo nunca había tenido necesidad de comulgar: el Evangelio me llenaba. Pero vi que era importante. Mi madre me decía: comulga y eso te ayudará en los exámenes. Mi párroco me hizo aprender larguísimas oraciones en ruso, mi familia me las enseñaba en polaco. También me confesé. Este cura era un tipo fuerte, con carácter, todo un luchador frente al comunismo, pero confesando era compasivo: en la confesión con él experimenté la misericordia de Dios. Hice la primera comunión a los 16 años, con reclinatorio. Y me sentí ligero, como si volase. Fue como si Dios me cogiese en sus brazos y me llenase de confianza. Sentí que me quitaba las preocupaciones, y volví a casa así, ligero, como volando".

Seminarista y misionero
A los 17 años, después de superar diversas dificultades, Vladimir entró en el recién abierto seminario de Minsk. Estudió con profesores que habían dado testimonio firme de su fe, que habían pasado por las cárceles comunistas y por el gulag. Cinco años después, conoció la Koinonía Juan Bautista (www.koinoniajb.es), una comunidad carismática de evangelización y experimentó allí una renovación espiritual que aún le acompaña. Terminó sus estudios en Italia y en 2009 llegó a la comunidad de la Koinonía en Villardeciervos, en la provincia de Zamora (diócesis de Astorga), donde atiende las parroquias de varios pueblos junto con el padre Corrado Sperotto, italiano, y varios miembros laicos consagrados de la comunidad.

"Veo que Dios puede convertir a la gente, sea en España o en Bielorrusia", afirma. Ahora, como el cura lituano que tanto le impresionó, él tambien evangeliza lejos de su país.

"También aquí en Zamora veo el deseo de conversión y transformación. Hay gente que viene a nuestro centro pastoral desde el País Vasco, o desde Barcelona. Dios sigue llamando y creo que el pueblo español regresará a Dios de corazón, y no solo de precepto".

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