Viernes, 22 de noviembre de 2024

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¿De verdad son lo mismo comunismo y cristianismo? La respuesta en el Manifiesto Comunista.

por En cuerpo y alma

 
 
            Después de analizar la semana pasada donde podía hallarse el origen de la tantas veces repetida boutade según la cual cristianismo y comunismo son, en realidad, la misma cosa (pinche aquí si le interesa el tema), y dentro de la trilogía que queremos dedicar al tema, toca hoy analizar la posible afinidad desde el punto de vista de sus fines y objetivos.

            Y para ello, nada mejor que analizar el documento fundacional de la ideología comunista, el “Manifiesto Comunista” que en 1848 redactan Karl Marx y Frederich Engels pues, como el propio Manifiesto afirma, “ya es hora de que los comunistas expresen a la luz del día y ante el mundo entero sus ideas, sus tendencias, sus aspiraciones”. Un documento, para que se hagan Vds. una idea, de unas doce mil palabras, vamos, unas veinticinco páginas, no tan complicado de leer por lo tanto, y que en su completo disparate, no deja de ser de entretenida lectura, tan distinto de ese bodrio ilegible que es “El Capital”.
 
            En él se recogen una serie de ideas relativas a sus fines, -de los medios para implementarlas hablaremos otro día- que voy a exponer aquí para que juzguen Vds. si se parecen o no a los que propone la cosmovisión cristiana de la vida.
 
            Para empezar, lo que se refiere a la propiedad privada:
 
            “Los proletarios sólo pueden conquistar para sí las fuerzas sociales de la producción aboliendo el régimen adquisitivo a que se hallan sujetos, y con él todo el régimen de apropiación de la sociedad. […] Así entendida, sí pueden los comunistas resumir su teoría en esa fórmula: abolición de la propiedad privada”.
 
            Por si no había quedado claro, se insiste:
 
            “Nos reprocháis, para decirlo de una vez, querer abolir vuestra propiedad. Pues sí, a eso es a lo que aspiramos”.
 
            Y hasta da alguna pista de cómo se puede conseguir tan ambicioso objetivo:
 
            “Claro está que, al principio, esto sólo podrá llevarse a cabo mediante una acción despótica sobre la propiedad y el régimen burgués de producción”.
 
            Bien significativo a los efectos las cuatro primeras medidas que el Manifiesto propone implementar tan pronto como los partidos comunistas accedan al poder:
 
            “1. Expropiación de la propiedad inmueble y aplicación de la renta del suelo a los gastos públicos.
            2. Fuerte impuesto progresivo.
            3. Abolición del derecho de herencia.
            4. Confiscación de la fortuna de los emigrados y rebeldes”.

             La libertad, que tildan de burguesa, no merece a los comunistas mayor respeto:
 
            “¡Y a la abolición de estas condiciones, llama la burguesía abolición de la personalidad y la libertad! Y, sin embargo, tiene razón. Aspiramos, en efecto, a ver abolidas la personalidad, la independencia y la libertad burguesa”.
 
            Una antipatía hacia la libertad y hacia la propiedad privada que, como no podía ser de otra manera, sobrevuela también sobre la libertad de comercio:
 
            “Por libertad se entiende, dentro del régimen burgués de la producción, el librecambio, la libertad de comprar y vender. Desaparecido el tráfico, desaparecerá también, forzosamente el libre tráfico”.
 
            ¿Sólo la propiedad privada y la libertad molestan al buen comunista? No, no en modo alguno. Veamos lo que dice el Manifiesto sobre la familia, naturalmente tildada también de “burguesa”, faltaría más:
 
            “¿En qué se funda la familia actual, la familia burguesa? En el capital, en el lucro privado. […] Es natural que ese tipo de familia burguesa desaparezca al desaparecer su complemento, y que una y otra dejen de existir al dejar de existir el capital, que le sirve de base”.
 
            Así concibe el comunismo la relación existente entre hijos y padres:
 
            “¿Nos reprocháis acaso que aspiremos a abolir la explotación de los hijos por sus padres? Sí, es cierto, a eso aspiramos”.
 
            Y más adelante:
 
            “Esos tópicos burgueses de la familia y la educación, de la intimidad de las relaciones entre padres e hijos, son tanto más grotescos y descarados cuanto más la gran industria va desgarrando los lazos familiares de los proletarios y convirtiendo a los hijos en simples mercancías y meros instrumentos de trabajo”.
 
            Si ya de las palabras que preceden cabe deducir el respeto que a los comunistas merece el derecho de los padres a educar a sus hijos, lean ahora éstas:
 
            “Decís que pretendemos destruir la intimidad de la familia, suplantando la educación doméstica por la social. ¿Acaso vuestra propia educación no está también influida por la sociedad, por las condiciones sociales en que se desarrolla, por la intromisión más o menos directa en ella de la sociedad a través de la escuela, etc.? No son precisamente los comunistas los que inventan esa intromisión de la sociedad en la educación; lo que ellos hacen es modificar el carácter que hoy tiene y sustraer la educación a la influencia de la clase dominante”.
 
            Sobre el trabajo infantil hace esta preciosa declaración: “Prohibición del trabajo infantil en las fábricas…”. Lástima que luego añada: “…bajo su forma actual. Régimen combinado de la educación con la producción material”. Es decir, que ya no les basta con que los niños trabajen. Además tienen que estudiar, y según todo apunta en la declaración… ¡¡¡sin salario alguno!!! 
 
            No falta una propuesta comunista sobre la mujer:
 
            “En realidad, el matrimonio burgués es ya la comunidad de las esposas. A lo sumo, podría reprocharse a los comunistas el pretender sustituir este hipócrita y recatado régimen colectivo de hoy por una colectivización oficial, franca y abierta, de la mujer”.
 
            ¡¡¡Colectivización oficial, franca y abierta de la mujer!!!
 
            En este orden de cosas, no había de faltar una referencia a la moral y a la religión, ¿no les parece a Vds.?
 
            “Las leyes, la moral, la religión, son para él [para el proletariado] otros tantos prejuicios burgueses tras los que anidan otros tantos intereses de la burguesía”.
 
            Al respecto, lamentan los autores del Manifiesto que les acusen de venir “a destruir estas verdades eternas, la moral, la religión”. Pero tranquilícese el lector, que poco más adelante nos aclaran que no quieren destruírlas, sino que, en realidad, sólo quieren “sustituirlas por otras nuevas”.
 
            Algo que, por cierto, detectó bien el Papa Pío XII cuando en 1949 emite su bula de excomunión de los comunistas, en la que se lee:
 
            “Porque el comunismo es materialista y anticristiano, y sus jefes, aunque de palabra digan algunas veces que ellos no combaten la religión, sin embargo de hecho o con la doctrina, o con las obras, se muestran enemigos de Dios, de la verdadera religión y de la Iglesia de Jesucristo”.
 
            Este es el respeto que el orden social, naturalmente todo otro que no sea el suyo, merece a los comunistas:
 
            “Los comunistas no tienen por qué guardar encubiertas sus ideas e intenciones. Abiertamente declaran que sus objetivos sólo pueden alcanzarse derrocando por la violencia todo el orden social existente”.
 
            Ojo al dato. No de cualquier modo, no: por la violencia, tiene que ser por la violencia.
 
            No se privan los autores del Manifiesto de mencionar a quiénes tienen por enemigos, entre los que no falta uno muy especial, aunque a veces parezca no enterarse:
 
            “Contra este espectro se han conjurado en santa jauría todas las potencias de la vieja Europa, el Papa y el zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los polizontes alemanes”.
 
            Y por último, una expresión concreta sobre la opinión que al comunismo le merece la revolución iniciada en la Palestina del s. I por aquel visionario llamado Jesús de Nazaret:
 
            “Las proposiciones teóricas de los comunistas no descansan ni mucho menos en las ideas, en los principios forjados o descubiertos por ningún redentor de la humanidad”.

            Y una curiosidad que a lo mejor podría darnos alguna pista: el Manifiesto Comunista recoge las palabras “proletario”, “proletariado”, casi un centenar de veces; la palabra “violencia” y derivados, una docena; la palabra “destrucción”, unas veinte; la palabra “lucha”, treinta y cinco… las palabras “pobre” o “pobreza”, la palabra “amor”, ¡¡¡¡la palabra “compartir”!!!… ni siquiera una.
 
            ¿Les sigue pareciendo a Vds. que comunistas y cristianos coinciden en su cosmovisión de la sociedad o, en otras palabras, que aspiran a conseguir las mismas cosas? Pues esperen Vds.a ver cómo esperan los comunistas conseguir “su sociedad”, algo a lo que también dedicaremos unas líneas en estas páginas. Pero eso será ya en los próximos días. Hoy hemos tenido bastante, ¿no les parece? Que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Por aquí nos vemos.
 
 
            ©L.A.
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