Sábado, 02 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Un español en el Báltico constata los brotes de la fe

Un viaje por Europa del Este: La mentalidad soviética y sus viejos jefes siguen al mando

José Miguel Cejas ha recorrido los países bálticos y de Europa Oriental buscando gente que plantó cara a lo políticamente correcto
José Miguel Cejas ha recorrido los países bálticos y de Europa Oriental buscando gente que plantó cara a lo políticamente correcto

Enrique Chuvieco/ReL

La Unión Soviética ha desaparecido; pero la mentalidad del llamado “hombre soviético” permanece. En muchos países de la antigua URSS. los viejos dirigentes siguen controlando de un modo u otro los mecanismos de poder. Excepto en Polonia los antiguos y heroicos disidentes actuaron casi siempre en solitario y aún hoy dar ejemplo de fe, de transformación en Dios, defensa de la vida o denuncia del poder es allí motivo para ser aislado o castigado por dos materialismos: el viejo, del comunismo, y el nuevo, del consumismo.

Son algunas de las enseñanzas de un libro del periodista español José Miguel Cejas, fruto de su recorrido de más de tres años por distintos países bálticos y por Rusia.

En El baile tras la tormenta (Rialp) cuenta el momento actual de personas que fueron y son inconformistas en distintos ámbitos y que se opusieron y lo siguen haciendo al orden establecido, todavía con fuertes reminiscencias de la época ex soviética. En próximas fechas, aparecerá la continuación de esta gira por otros países nórdicos.

-¿A qué obedeció su viaje?
-Deseaba rescatar para la historia las aventuras vitales de unas personas que se opusieron –y se siguen oponiendo- a lo que en cada época se considera “políticamente correcto”. Unos fueron disidentes ya en la época de la dominación nazi; otros, durante el largo periodo soviético; y otros lo son -o siguen siéndolo- en la actualidad.

»Este libro forma parte de una serie. En El baile tras la tormenta recojo testimonios de disidentes de los países bálticos y Rusia; en los siguientes que vayan publicándose, el lector se encontrará con relatos de hombres y mujeres de Finlandia y Escandinavia; de Bulgaria, Albania y de los países que formaron la antigua Yugoslavia.

-¿Qué personas le han impactado más?
-Aquellas que han experimentado su particular bajada a los infiernos –droga, alcoholismo, criminalidad, etc.- y han tenido el coraje no sólo de cambiar el rumbo de sus vidas, sino también de contarlo públicamente en estas páginas, sin vergüenza, para ayudar a los demás a cambiar. Es la historia, por ejemplo, de un famoso cantante de rock estonio que relata su vida.

-¿En qué aspectos permanece aún la huella soviética en los países bálticos?
-Esa huella –con el predominio del llamado “materialismo del Este”- se ha fundido íntimamente en los últimos años en los países que estuvieron bajo el poder soviético con el “materialismo del Oeste”. Por eso no me resulta fácil responder a su pregunta.
Mi percepción es que esos dos materialismos siguen operando y asfixiando las libertades y las conciencias, imponiendo -con diversos métodos- sus particulares culturas de la muerte, con más complicidades y elementos comunes entre ellos que los que suelen pensarse. Por esa razón recojo testimonios de disidentes del pasado y también del presente.

»En esos países se vive un clima de baile tras la tormenta, pero la navegación continúa, y como me decían –con diversas palabras- un actor de teatro estonio y un director de cine letón, los retos que presenta el momento actual son tan peligrosos o más que los que tuvieron que sufrir durante la dominación soviética.

-¿En qué aspectos lo ha detectado?
-Como es sabido, en muchos países de la antigua URSS los viejos dirigentes siguen controlando de un modo u otro los mecanismos de poder, por lo que puede decirse que esa huella sigue estando presente. Porque la Unión Soviética ha desaparecido; pero la mentalidad del llamado “hombre soviético”, no. Muchos tópicos marxistas, como se diría en italiano, son duros a morire: se resisten a morir en la mente de millones de personas, a pesar de que la realidad los haya desacreditado en tantas ocasiones.

»No hay que olvidar que fueron varias las generaciones que se plegaron –en unos casos por convencimiento y en otros por temor a perder la vida o el puesto de trabajo- a las consignas de aquel sistema. No hubo (como no existe en la actualidad en las sociedades en las que domina el materialismo del Oeste) una resistencia activa por parte de muchos. El caso de Polonia fue excepcional, dentro de este contexto.

»De hecho, los disidentes protagonistas de este libro –como relatan los dos hermanos baptistas de Letonia o el obispo ortodoxo de Estonia que murió asesinado- actuaron habitualmente casi en solitario.

-¿En qué medida le han sorprendido los testimonios?
-Me han sorprendido sobre todo los itinerarios vitales de personas como Silvija y Gints, un matrimonio de ginecólogos que realizaba en su departamento el mayor número de abortos del norte de Letonia: uno o dos al día, durante muchos años. Como ellos mismos relatan, actuaban conforme a la ideología que le habían inculcado en la universidad.

»En un determinado momento, tras el nacimiento de sus hijos, tuvieron la valentía de preguntarse por la verdad –aunque resultara incómoda para ellos, porque la industria del aborto les reportaba grandes beneficios-; tuvieron el coraje intelectual y vital de hacer una autocrítica de sus acciones desde el punto de vista científico; y, tras reconocer su error, convencieron a los médicos de su departamento en el hospital –no creyentes, al igual que ellos- para que dejaran de hacer abortos, hasta convertirse en los grandes defensores de la vida en Letonia.



Silvija y Gints eran los mayores abortistas del norte de Letonia hasta que vieron que la ciencia dejaba claro que el aborto era matar un ser humano. Aunque no eran creyentes, convencieron a su hospital de que no hiciera abortos. Hoy son grandes defensores de la vida. 

-¿Se observa un repunte de la vivencia cristiana en esos países?
-Sí; del mismo modo que sucede en nuestras sociedades occidentales: se está dando un cambio profundo, silencioso, que no acapara titulares, pero que acabará construyendo el futuro: siempre ha sido así. Como escribía Chesterton, hubo un momento en el que la civilización romana parecía dominarlo todo; pero Roma se derrumbó y la fe permaneció firme. “Después, la religión se entretejió de tal modo entre las mallas del feudalismo que nadie imaginaba que algún día pudieran separarse. Sin embargo, el feudalismo y la Edad Media desaparecieron, y la promesa divina perduró a través del radiante Renacimiento”. Y lo mismo sucedió en los siglos posteriores: siempre que los historiadores empiezan a estudiar la vida cristiana como un fenómeno del pasado, asoma en el futuro con fuerzas renovadas.

»Me he centrado en los testimonios de personas concretas, porque los grandes cambios suelen ser fruto de los empeños de unas minorías. Como es sabido, la eliminación de la esclavitud en Inglaterra tuvo un nombre propio: William Wilberforce, un cristiano evangélico que luchó durante décadas casi en solitario por esa causa, aparentemente en medio del fracaso social más absoluto, como muestra la película Amazing graceNunca ha habido demasiados disidentes ni demasiados Wilberforces; pero ellos han terminado cambiando, tarde o temprano, el rumbo de la historia.

-¿Un ejemplo de este empeño solitario?
-Joana Pribusauskaite, una lituana, profesora de universidad, me contaba las consecuencias que tuvo un simple acto de coherencia con su fe y sus convicciones durante el periodo comunista. Se suponía entonces que los intelectuales, por el hecho de serlo, debían ser ateos (un tic que sigue presente en muchas sociedades occidentales) y convocaron una reunión con los trescientos profesores de su Facultad en el salón de actos, donde un agente de la KGB la recriminó públicamente por ser creyente. A continuación la expulsaron de la Universidad.

»“A partir de aquel momento –me decía- todos los profesores y alumnos con los que guardaba una buena relación -la normal entre colegas o entre profesores y alumnos-, comenzaron a hacerme el vacío y dejaron de saludarme por la calle. No les culpo; era el miedo: tratar con una persona como yo podía traerles malas consecuencias. Sólo me quedaron dos amigos, fervientes comunistas, a los que no les importaba lo que les pudiese ocurrir. Me quedé sin trabajo, pero experimenté una alegría profunda por haber sido fiel a mi fe, a mis convicciones y a mi pensamiento. Y me sentí liberada: ahora todos sabían quién era yo y qué pensaba, aunque procurasen evitar mi compañía como si fuese una leprosa, una apestada”.

»Estas “condenas sociales” tan característicos del régimen soviético y de las dictaduras de diverso signo, siguen dándose en nuestra sociedad occidental. Quizás en estos momentos las formulaciones sean más sutiles, y guarden mejor las formas; pero persiguen el mismo objetivo: conseguir que el que disiente, que el que piensa distinto a la mayoría sea considerado un apestado.

-¿Cuál es el porcentaje de católicos en esas naciones?
-Suele decirse que Estonia es el país más ateo del mundo: sin embargo la realidad cuestiona seriamente esa afirmación. En el libro recojo el testimonio de la sexta católica nacida en Estonia en los tiempos actuales. Se convirtió cuando era la secretaria del Konsomol de las Juventudes Comunistas de Tallin. Se calcula que hay unos seis mil católicos estonios, una cifra importante, teniendo en cuenta que durante muchas décadas sólo se permitió la presencia de un sacerdote en todo territorio de Estonia.

»Me entrevisté con diversas personalidades de ese país: artistas, directores de teatro, educadores, etc., y con la famosa Lagle Parek, una disidente que acabó siendo la primera mujer ministro del primer gobierno democrático formado por Lennart Meri, el forjador de la independencia de Estonia. Parek, como miles de ciudadanos de los países bálticos, fue deportada a Siberia. Luego la confinaron en cárceles rusas para “presos especiales”. Su testimonio, como el del obispo jesuita de Kaunas, en Lituania, me resultó muy revelador.

»En Letonia, un país de dos millones de habitantes, el 35% de la población es ortodoxa; el 25%, evangélica luterana; y hay –aproximadamente- un 20% de católicos. Queda un 15% de personas que se declaran sin religión, junto con las minorías judías e islámicas.

»Lituania, con poco más de tres millones de habitantes cuenta con un 80% de católicos. El resto son luteranos –unos 200.000-, ortodoxos y otras religiones. Al igual que el resto de los países bálticos, se enfrenta con problemas graves, como el alto número de suicidios, la desestructuración familiar, etc.
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