Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Crónica de un viaje de verano

Tras la pista de los Reyes Magos por la ruta europea que siguieron sus reliquias en la Edad Media

Benedicto XVI veneró las reliquias de los Reyes Magos en su visita apostólica a Colonia de 2005.
Benedicto XVI veneró las reliquias de los Reyes Magos en su visita apostólica a Colonia de 2005.

Gonzalo Altozano / ReL

[Una de las baldas de la biblioteca del periodista y escritor Gonzalo Altozano está dedicada a los Reyes Magos, figuras que siempre le han fascinado, y no solo cuando era niño. Algunos de los títulos de que dispone son bastante difíciles de encontrar, pero quiere completar lo que en ellos ha aprendido con una serie de viajes por el mundo, el primero de los cuales coronó recientemente sin grandes descalabros. Se trata de un recorrido por Europa y, de fondo, avisa, "todo aquello que la hizo grande, como los tronos, los altares, los caminos, los viñedos, los puentes, las fronteras y, sobre todo, las leyendas". Le quedan pendientes Turquía, Persia, la India y Tierra Santa. El texto que sigue lo propone a modo de "notas sueltas", como "para una localización de exteriores" y, sugiere, "para comprobar sobre el terreno la exactitud de los mapas".]

Un viaje de incalculables proporciones

Son los personajes más enigmáticos de la Biblia y, en lógica consecuencia, los que más han excitado la imaginación de grandes y pequeños a lo largo de los siglos. Solo uno de los evangelistas, Mateo, les dedica un pasaje, y tan esquemático que lo que en él se adivina sugiere tanto como lo que se dice. Hablamos de una hermosa historia de viajes y estrellas que dura hasta hoy. Y es en la palabra “viaje” donde está la clave de lo que sigue. Porque ¿acaso los Reyes Magos, una vez vislumbrada la estrella en el firmamento, se limitaron a anotar el hallazgo en uno de sus librotes? ¿O más bien abandonaron la comodidad de sus reinos y de sus observatorios para emprender un viaje de incalculables proporciones?
 
El polvo del desierto

Quiere decir lo anterior que son varias las aproximaciones posibles a tan majestuosas y familiares figuras, las de los Reyes. Está, por ejemplo, la vía documental, que incluye patearse durante años librerías de viejo y bibliotecas, con la fantasía añadida de que el polvo de los archivos y de los almacenes que cubre las páginas es, en verdad, arena del desierto. Pero con ser importante el acopio bibliográfico, es insuficiente para ponerse en la misma longitud de onda que los Magos. No queda, por tanto, sino moverse.
 
La ruta del incienso
Vaya por delante que no se trata de reconstruir el mismo itinerario que Sus Majestades hace dos mil años, desde su país hasta Belén; entre otras cosas porque no se tiene noticia exacta de qué país fue aquel, más allá del impreciso Oriente del que habla Mateo en su texto. ¿Persia? ¿Caldea? ¿Arabia? Un punto válido de referencia podría ser la muy legendaria -y aromática- ruta del incienso. Que Melchor, Gaspar y Baltasar transitaron por ella lo avala la leyenda y, qué caramba, la publicidad. Iberia, por ejemplo, rodó hace unos años un anuncio en el que el comandante se dirigía al pasaje para anunciar que en ese preciso instante sobrevolaban la ruta del incienso, animándoles a mirar por la ventanilla, casi con la misma ilusión con que un niño se asoma a la ventana de su habitación la noche de Reyes, por si acaso.



De Milán a Colonia
No se trata, cabe insistir, de recorrer la ruta del incienso, y menos aún en verano, con una arena bajo los pies recalentada por el sol hasta los ochenta grados y la alta probabilidad de un secuestro seguido de degollina. Queda, eso sí, el viaje apuntado en la agenda para cuando bajen las temperaturas, las climatológicas y las geopolíticas, si es que bajan. La pregunta es qué plan veraniego puede tener como propósito a los Reyes Magos, tan asociados en nuestro imaginario con la Navidad, la blanca Navidad, y la respuesta es Colonia, en cuya catedral reposan sus restos. Téngase en cuenta que la ciudad a orillas del Rin recuerda a los Reyes el 6 de enero, como el resto de la cristiandad, pero también el 23 de julio, pues tal fecha como esa, en 1164, hicieron su entrada en Colonia las reliquias de Melchor, Gaspar y Baltasar procedentes de Milán. Sirva el dato para marcar el punto de partida de nuestra peregrinación -Milán- y su destino final -Colonia.


En el punto de partida. Foto: Fernando Díaz Villanueva.

Los airados hijos de Alá
Que nadie piense, ahora bien, que el trayecto Milán-Colonia está libre de peligros. Pero qué viaje lo está ya hoy. Solo en lo que llevamos de año, se cuentan por centenares las víctimas de los atentados en nombre de los airados hijos del Islam; atentados que se suceden cada vez con mayor frecuencia, hasta el punto de que apenas da tiempo, entre bomba y bomba, a izar de nuevo las banderas arriadas a media asta en señal de luto. Por otro lado, basta viajar al corazón de Europa -y el trayecto entre Milán y Colonia dibuja una de sus arterias- para comprobar cuán equivocados estaban los agoreros que pronosticaban que algún día Europa sería invadida por el Islam. ¿Algún día? Pero si ya hemos sido invadidos; mientras dormíamos, además, y no precisamente el sueño inocente de la noche de Reyes. Y sin embargo…
 
Patrones del buen viaje
Sin embargo, hay que osar, salir, moverse por Europa como lo que es y siempre fue, antes incluso de Schengen, o sea, la casa común de los europeos. Pero sin fiarlo todo a la suerte, ni a nuestras solas fuerzas, ni a un seguro de viaje, antes bien poniéndonos bajo la protección de lo alto, en concreto, invocando a los que durante siglos fueron considerados patrones del buen viaje: Melchor, Gaspar y Baltasar.
 
Una mañana en el museo

No en vano, fueron ellos los primeros peregrinos. A este respecto, antes de emprender la marcha, es visita obligada el Museo Arqueológico de Madrid, sección España visigoda, donde puede contemplarse una fíbula áurea redonda, del tesoro sepulcral Granja del Turuñuelo, pieza en la que aparece representada una adoración de los Magos, con el ruego incorporado a María de que ayude al portador del objeto; parecidos debieron de ser, probablemente, los pequeños distintivos de metal que los antiguos peregrinos a Colonia se prendían de los gorros y los mantos del viaje.


En el Museo Arqueológico de Madrid, una pieza de gran belleza representa a los Reyes Magos.

Translatio
Ponerse en manos de la providencia, ojo, no significa descuidar los preparativos del viaje, entre los que se cuenta seleccionar un trayecto de Milán a Colonia, y no forzosamente el más rápido. Porque lo que siglos atrás se tardaba varias y fatigosas jornadas en completar, hoy puede hacerse en solo unas horas. Pero no es eso, no es eso. De lo que se trata es de recorrer las mismas etapas que en el siglo XII la comitiva de Reinaldo de Dassel, obispo de Colonia y archicanciller del Sacro Imperio Romano Germánico, recorrió con las reliquias de los Reyes Magos a cuestas; la célebre translatio.
 
Una expedición perdida en el tiempo
Toca, por tanto, consultar los documentos de la época. Y es aquí donde nos las dan todas, porque los cronistas parecen no ponerse de acuerdo. Más todavía, de dar por buenas todas las fuentes, la única conclusión posible es que Reinaldo de Dassel y su comitiva tenían el don de la bilocación, es decir, la capacidad de estar en un sitio y en otro al mismo tiempo, algo no predicable del común de nosotros, pobres peregrinos en este valle de lágrimas. Quiérese decir con esto que quien pretenda rastrear, casi diez siglos después, y sin perderse, las huellas de aquella expedición habrá de quedarse a una única carta, seguir un único itinerario.
 
Sin noticia de los Magos
Dos cosas se saben con certeza de la translatio: el lugar adonde se llevaron las reliquias -la catedral de Colonia- y el lugar del que se trajeron -la basílica de San Eustorgio, en Milán.


Basílica de San Eustorgio, en Milán, visita obligada en la capital lombarda para todo devoto de los Reyes Magos.

Puede suceder que uno visite San Eustorgio, pregunte por los Reyes Magos y nadie sepa darle razón de los mismos. De eso se quejaba Marco Polo, cuando en la ciudad persa de Sabá preguntó a quiénes correspondían las figuras enterradas en una hermosa sepultura y los lugareños se limitaron a responderle que se trataba de tres reyes cuyos restos reposaban allí desde antiguo, pero sin precisar si eran los mismos que tiempo atrás habían protagonizado un larguísimo viaje para adorar a un Niño como a un Dios.
 
Crónica de un resentimiento
La razón de que en el lugar mismo donde una vez se veneraron las reliquias de los Reyes pueda ocurrir que los parroquianos no tengan noticia del hecho no es atribuible al despiste generalizado del personal. O no solo. La razón, como casi todo, hay que buscarla en la historia y en la política. No se olvide que la translatio fue una orden directísima del emperador Federico I Barbarroja para, entre otras razones, premiar a la leal Colonia frente a la rebelde Milán. Con que para los milaneses los Reyes Magos significaron el memorial de una ofensa, de una humillación, al menos durante un tiempo; el decisivo, en cualquier caso, para que los símbolos fragüen, para que los mitos echen raíces.
 
Del ángulo oscuro
De permanecer las reliquias hoy en Milán, y dado el carácter exuberante de los italianos, qué duda cabe de que a los tres puntales de la industria del souvenir en Italia -Mussolini, el Padre Pío y Vasco Rossi- los milaneses habrían añadido otros tres: Melchor, Gaspar y Baltasar. Hoy, sin embargo, en la ciudad, rótulos con el nombre “Reyes Magos” pueden verse en una pizzería, en una autoescuela, en una pista de natación -esta última en la vía Karl Marx, lo que son las cosas- y poco más.


Una escuela de buceo y pesca submarina homenaje a los Tre Re [Tres Reyes].

Bueno, y también en una capillita de la basílica de San Eustorgio, pero en un ángulo tan oscuro -el más oscuro de todos, donde se amontonan unos confesionarios destartalados y unas sillas metálicas de tijera- que se comprende mejor que haya viejitas de misa de once que no sepan que, siglos atrás, allí descansaron los restos de tres sabios venidos del Oriente.

Un itinerario en la pared
Hay, sin embargo, en la capella dei maggi, junto al que fue el sepulcro de Sus Majestades, bajo un fresco de la Adoración, una clave de mucho valor.


Tríptico a los Reyes Magos en la Basílica de San Eustorgio.

Y no se trata, no, del tríptico en mármol representando el viaje de los Magos, sino de un folio amarilleado por los años, mecanografiado a doble espacio, y en uno de esos marcos como los que se compran en el Rastro. Se trata de una brevísima relación de la historia de las reliquias y, más importante aún, de la propuesta de un itinerario; en concreto, trece etapas de Milán a Colonia, como trece fueron los días que, según la tradición, recorrieron Melchor, Gaspar y Baltasar desde que avistaron la estrella en el cielo hasta su llegada al portal de Belén.
 
La enciclopedia de los tontos
Una vez apuntado el itinerario -preferiblemente en una moleskine de tapa blanda, preferiblemente con boli pilot azul- toca elegir el medio de locomoción con el que recorrer los más de mil kilómetros que separan Milán de Colonia. Completar la distancia a pie, más que de peregrino, es propio de recordman del Libro Guinness, y ya todos sabemos que el Guinness es la enciclopedia de los tontos, con que queda descartada la caminata.
 
El coche de San Fernando
De hecho, los Reyes Magos no atravesaron el desierto en el coche de San Fernando -ya se sabe, un ratito a pie, otro ratito andando-, sino a lomos de dromedarios. Lo que no significa que estemos obligados a ir por ahí dando la nota. En este punto es de estricta aplicación aquello de Juan Domingo Perón de que de todo se vuelve, salvo del ridículo. Se acepta caballo, si se quiere, como compañero de viaje. Y que sepa quien así se decida a peregrinar que hay una fórmula medieval para detener a los corceles desbocados: “Caspar te tenet, Balthasar te liget, Melchior te ducat”. Y no es esto lo único.
 
Algunos consejos prácticos
Durante siglos fue costumbre peregrinar a Colonia bien pertrechados de unas tiras de papel o pergamino con los nombres de los Magos y breves oraciones contra los peligros del viaje, las fiebres o los encantamientos. En la biblioteca Saint Genevieve de París, por ejemplo, se conserva un manuscrito del siglo XIII con una jaculatoria supuestamente eficaz para curar la epilepsia; al parecer, bastaba con susurrar al oído del enfermo los nombres de Melchor, Gaspar y Baltasar y los regalos de los que cada uno era portador: oro, incienso y mirra. Pero nos habíamos quedado en lo del itinerario y el medio de locomoción.
 
… y de los grandes expresos europeos
Que el tren es el mejor amigo del hombre es algo que admite poca o ninguna discusión. Es, además, el ejemplo más acabado de la inteligencia en movimiento y, a efectos de una investigación como esta, la prueba irrefutable de que estuvimos allí. A quien ponga en duda que un día salimos de casa en busca de los Reyes Magos, solo habremos de mostrar el traqueteo del tren impreso en nuestro itinerarium o diario de peregrinación, en nuestro cuaderno de notas. Por otro lado, nada nos hace tan sabios como ver pasar la vida a través de la ventanilla de un tren. Y luego está la carga poética que los trenes llevan consigo; ahí, por ejemplo, El tren expreso, el recitadísimo poema de don Ramón de Campoamor y Campoosorio.



Además, si se piensa con detenimiento, de haberse visto en la tesitura de cruzar Europa, Melchor, Gaspar y Baltasar no hubieran dudado en viajar en tren, y en vagones de primera, de acuerdo con su dignidad. Quedan, por tanto, bautizados a partir de ya como Sus Majestades los Reyes Magos de Oriente y de los Grandes Expresos Europeos.
 
Santa Pausa
A veinte millas al norte de Milán, cerca del lago Como, casi en la frontera con Suiza, rodeado de montañas, se encuentra el pueblecito de Grandate. Hay allí una callecita que lleva por nombre San Pos; antes se llamó Santi Pause, y antes, mucho antes, muchísimo antes, Sanctorum Pause, esto es, Santa Pausa. Porque fue el lugar elegido por Reinaldo de Dassel y su comitiva para hacer su primer alto en el camino a Colonia. Y, sin embargo, aparte del letrero de la calle y la memoria de los más viejos del lugar nada conmemora el acontecimiento; ni una placa, ni un monolito, nada. Desde luego, si en algún momento los pueblos, incluso aquellos por los que no pasó el cortejo en 1164, se disputaron el honor y la gloria de haber dado posada a las reliquias peregrinas, hoy no queda nada de todo aquello. Pero no solo en San Pos de Grandate; en el resto de las etapas tampoco.
 
Reclamo turístico
La frustración de no encontrar una sola señal oficial a lo largo de más de mil kilómetros de viaje -al modo, qué sé yo, de la concha amarilla de la Ruta Jacobea o del peregrino de la Vía Francígena- puede llevar a arremeter contra las cámaras de comercio y las concejalías de cultura de los países por los que pasamos: Italia, Suiza y Alemania. Desempolvar un camino fatigosamente recorrido durante siglos y adornarlo con las comodidades del turismo hoy… ¡qué oportunidad, amigos!
 
Nuestro camino y nuestra canción
Y, sin embargo, reducir la majestad de los Magos a la condición de souvenir puede traer consigo peligros mayores; por ejemplo, la utilización de sus figuras con propósitos políticos. Ejemplo de esto último, de manipulación, fue Federico I Barbarroja y su empeño en el traslado de las reliquias de Milán a Colonia para legitimar, de alguna manera, el Sacro Imperio Romano Germánico. Pero lo triste es que nuestros gobernantes hoy no servirían ni como escabel para los pies del emperador ni la Unión Europea es el Sacro Imperio. ¿No será mejor, por tanto, seguir nuestro camino y cantar nuestra canción sin llamar a según qué puertas?
 
El susurro de Tolkien
Sucedió como lo cuento, por más que suene a mistificación embellecedora del relato, tan del gusto de aquellos que confunden la fe con una gymkana. La cosa es que iba yo en el tren -y perdón por introducir la primera persona del singular en la narración- preguntándome por las razones del olvido de Melchor, Gaspar y Baltasar, mientras leía distraído un libro de J.R.R Tolkien, cuando una frase captó entera mi atención: “… el recuerdo de los viejos reyes ya se ha borrado en la tierra”. No se trataba, no, de una respuesta, en todo caso de la constatación de un hecho, con la invitación a asumirlo sin más y, sobre todo, a estar atento lo que quedara de viaje, no fuese que en la siguiente estación se subieran al vagón y entrasen en mi compartimento tres caballeros de aires sabios y porte aristocrático, de esos que uno juraría conocer de siempre, desde la niñez, pero sin saber decir exactamente de qué. Porque, hora es ya de que se sepa, los Reyes Magos existen.
 
Estrellas de hotel
No solo existen, sino que el trayecto de Milán a Colonia lo sembraron de pistas, a primera vista imperceptibles. Está, por ejemplo, ese hotelito asomado al lago Como, el Tre Re, es decir, Tres Reyes. De hecho, y de alguna manera, todos los hoteles del mundo hablan de nuestros protagonistas, al menos los de una estrella (la estrella de Oriente) y los de tres (las coronas de Sus Majestades).
 
20*C+M+B+16
Pero es en Alemania, y según nos aproximamos a Colonia, donde su presencia sepultada por los siglos va adquiriendo relieve, siquiera tímidamente. Así, el carbón con el que los niños que no han sido buenos amanecen el 6 de enero viaja por toneladas -o eso nos gusta imaginar- a bordo de esos cargueros planos que surcan el Rin, y que contemplamos cómodamente desde la ventana de nuestro tren o desde un crucero por el río. En la catedral de Bamberg, una de las etapas de la peregrinación, puede visitarse la figura ecuestre de un misterioso caballero, en el que la tradición ha querido ver a lo largo de los siglos a uno de los tres Reyes Magos.


¿Un Rey Mago sin sus compañeros?

Y luego están unas enigmáticas inscripciones con yeso a la entrada de los edificios, 20*C+M+B+16, donde 20 hace referencia al siglo, * es la estrella de Oriente, C Caspar, M Melchior, B Baltasar y 16 el año en curso; es la manera con que los alemanes, y desde la Edad Media, dan la bienvenida al año nuevo y ponen sus casas y comercios bajo la protección de los Magos.


 
Entre las fuentes del Nilo y las ruinas de Persépolis
Sonará exagerado, pero identificar pequeños detalles como estos y dotarlos de sentido provocará en nosotros una sensación similar a la que debió de experimentar Pedro Páez a comienzos del siglo XVII cuando descubrió las fuentes del Nilo o nuestro también compatriota García de Silva y Figueroa cuando hizo lo propio trescientos años antes con las ruinas de Persépolis. Porque a pesar de que el trayecto entre Milán y Colonia es recorrido a diario por miles de personas -lo mismo que cada una de las etapas que lo componen- podemos tener la certeza de que seremos los primeros en siglos que lo completan con las figuras de los Reyes Magos recortadas en el horizonte, y eso nos hará sentir como lo que somos: únicos e irrepetibles.
 
El turista un millón
Además, durante los largos ratos en que no tengamos noticia de nuestros soberanos y señores -esto es, lo más del tiempo- siempre podremos hacernos pasar por el turista un millón y confundirnos con el paisaje y, sobre todo, el paisanaje que hace fila en las catedrales y en los los museos, despistando así a los palizas que no han de faltar y que de saber cuál es el verdadero propósito de nuestro viaje no dudarían en pegársemos como lapas, los muy coñazo.
 
Una lista de sitios
Así, en Turín, haremos cola para visitar la Sábana Santa. El Monte San Gottardo, por ejemplo, dependerá de nosotros atravesarlo por el túnel recién inaugurado -el más largo del planeta- o bien por el sendero pegado a la ladera que corre paralelo a las vías del tren y que une las estaciones de Göschenen y Eistfeld. Lucerna es un buen sitio para abrir una cuenta en la Unión de Bancos Suizos, dar cuerda a nuestro Swatch o comprar un Toblerone. En Remagen tomaremos el puente -setenta años después de los animosos muchachos de la 9ª División del Primer Ejército de los Estados Unidos- y por Maguncia pasa la ruta de los castillos del Rin. Y así con el resto de etapas de la peregrinación, hasta llegar por fin a nuestro destino: Colonia.


Nada más bajar del tren nos espera lo mejor de Colonia... rodeado de lo peor.
 
Algo huele a podrido en Colonia
Que conste que no es la plaza que separa la estación central de Colonia de la catedral una suerte de Monte del Gozo, donde el peregrino vislumbra por vez primera, con emoción apenas contenida, la meta largamente acariciada. Porque, como en la Dinamarca del príncipe Hamlet, algo huele a podrido en Colonia, por paradójico que suene. No olvidemos que esta plaza fue el escenario el pasado fin de año de las agresiones sexuales sin cuento de refugiados a las chicas del lugar. Que no fue cosa de una noche -por más que La Sexta se empeñe en lo contrario- lo prueba la instalación de una comisaría portátil en el centro de la plaza y que la policía patrulle de seis en seis los alrededores, algo, por otro lado, cada vez más frecuente en la Europa de hoy.



Operación rescate
Lo cierto es que cuando uno presenta, rodilla en tierra, sus respetos a Melchor, Gaspar y Baltasar, no puede evitar fantasear con una operación de rescate que los saque de allí y los lleve bien lejos, a salvo de la racaille que acampa en las gradas de la catedral y de los turistas que aguardan su turno a las puertas.


El mayor y más hermoso relicario del mundo es para los restos de Melchor, Gaspar y Baltasar: un tributo de la Cristiandad a los primeros reyes y sabios que adoraron a Cristo.

Aunque lo más probable es que Sus Majestades no estén ya para demasiados trotes, para demasiadas fugas, achacosos por el peso de los siglos y de los regalos, carentes de la rapidez de reflejos que demostraron cuando el ángel les advirtió en sueños de las aviesas intenciones de Herodes y ellos regresaron a su país por otro camino.
 
Alegato contra la República
Claro que quizás su sitio sea ese, Colonia. Y quién sabe si ante un asalto a la catedral no ejercerían el mismo efecto disuasorio que cuando en el siglo VII los persas redujeron Palestina hasta sus cimientos, salvo la iglesia de la Natividad, que respetaron por verse reflejados en aquellas tres figuras ataviadas como sus antepasados; los Reyes Magos son, en este sentido, los guardianes de una civilización y, en un orden de cosas menor, la única razón que va quedando para no declararse republicano. Bien haríamos, de cualquier manera, en preguntarnos si no tienen una propuesta que hacernos hoy.
 
Retorno a la inocencia
Porque se equivoca quien piense que una civilización puede levantarse de sus cenizas con los mismos instrumentos con que fue demolida. Europa -léase Occidente, lease la Cristiandad- no volverá a ser ella misma enfrentando al nihilismo más nihilismo. Por difícil que resulte de entender, la manera más efectiva y mejor de cerrar el paso a las banderas negras de la devastación que acampan a las puertas del continente -a las que hay que sumar una quinta columna ya en el interior- es un retorno a la inocencia, como si para ello fuera necesario subirse a un tren en marcha. Y no es la inocencia, ojo, sinónimo de buenismo, más bien su antónimo. De lo que se trata es de regresar a los mundos que en el pequeño reino afortunado de los cuartos de juegos nos prometían las ilustraciones de los libros la mañana del 6 de enero, aquellas grandes epopeyas que durante siglos hicieron soñar a los hombres pero también los relatos más menudos de casas en el árbol, excursiones en bicicleta y cerveza de jengibre. Se trata de no resignarse a languidecer frente al televisor o la pantalla del móvil, de recuperar la alegría perdida de vivir, de volver a creer, de que todas las noches, en fin, sean noches de Reyes.

Fotos: Flickr.

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