Martes, 24 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

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El Siervo de Dios era el encargado de las religiosas de Toledo cuando estalló la persecución

Siervo de Dios Valentín Covisa y las clarisas de Siruela

por Victor in vínculis

MÁRTIRES EN LA EXTREMADURA TOLEDANA

Del grupo de sacerdotes nacidos en Extremadura y pertenecientes a la Archidiócesis de Toledo, siete habían nacido en la provincia de Badajoz: de Talarrubias era el Siervo de Dios Agustín Sánchez; de Tamurejo el Siervo de Dios Prudencio Gallego; de Castilblanco el Siervo de Dios Eugenio Blanca; de Valdecaballeros el Siervo de Dios José Timoteo Sierra y de Siruela eran los Siervos de Dios Bernardo Urraco, Ildefonso Nieto y José Acedo Risco. Finalmente, de la provincia de Cáceres, el Siervo de Dios Ismael Sánchez era de Guadalupe y en Valdelacasa de Tajo había nacido el Siervo de Dios Justo Lozoyo.

Los párrocos de otros cinco pueblos pacenses (Casas de Don Pedro, Fuenlabrada de los Montes, Puebla de Alcocer, Siruela y Castiblanco) también sufrieron el martirio, aunque estos habían nacido en pueblos de la provincia de Toledo y ejercían el ministerio en los arciprestazgos extremeños de la Archidiócesis.

LAS CLARISAS DE SIRUELA

Conserva la Postulación para las Causas de los Mártires de la Archidiócesis de Toledo unas cartas originales que el convento de la Purísima Concepción de Siruela (Badajoz) dirige al superintendente general de religiosas, el siervo de Dios VALENTÍN COVISA CALLEJA, que además era el administrador del Erario diocesano y tenía la dignidad de arcipreste en la Santa Iglesia Catedral Primada de Toledo. [Bajo estas líneas, junto al cardenal Gomá, en la plaza Zocodover de Toledo durante una procesión de Corpus].

La primera está escrita el 21 de julio. La segunda, el 4 de agosto. Entre una y otra, don Valentín fue asesinado en Toledo el 31 de julio.

Desconocemos si llegó a leer la primera. La primera carta dice:

Amadísimo padre en Jesús: le pongo estas líneas para notificarle lo siguiente. El domingo 19 (de julio) vino el Sr. Capellán a darnos la Sagrada Comunión, cerrando seguidamente la puerta, sin que se haya vuelto a abrir para nada; por consiguiente, que ni siquiera ese día, a pesar del precepto, se oyó misa, pues dieron orden de ello las autoridades.

Ayer lunes, por la tarde, han llevado al Señor Capellán (siervo de Dios Prudencio Gallego) a la cárcel y seguidamente también, han venido a registrar el convento para lo cual entraron 10 hombres, pues decían teníamos armas ocultas. Hoy a las 8 de la noche han venido a buscar por orden del Alcalde las llaves de la portería e iglesia que les hemos dado después de salir Madre Consejo y servidora (Sor Camila del Espíritu Santo) y cogido el sagrado Copón con las formas y puesto en el Coro, y en este momento, que son las doce de la noche, están haciéndole la corte todas las religiosas y desagraviándole, y al mismo tiempo sin atrevernos a descansar un momento porque no sabemos lo que se intenta hacer, y como todos los sacerdotes están en la cárcel nos encontramos solitas, ¡Dios nos guarde!

Díganos, pues, qué hemos de hacer en este caso, y si dado el caso que saliese el señor Capellán, y no dejan abrir la puerta de la iglesia, si podría entrar por clausura a darnos la Sagrada Comunión y celebrar la misa (si nos dan facilidades para ello, que no sabemos lo que harán). No hemos sacado cosa ninguna, ni de ropas ni de nada porque nadie se quiere comprometer ni encontramos personas de confianza; así que ahora nos hemos alegrado, pues no dejan ni una sola casa sin registrar y hubiese sido peor”.

En las últimas líneas Sor Camila suplica a don Valentín que “participe de ello al Sr. Cardenal o a quien haga las veces”. La carta salió de Siruela tres días después de estallar la Guerra civil. Seguramente no encontró en su puesto de trabajo al que yacería bajo las balas en las calles de Toledo. Las benditas clarisas esperarían en vano una respuesta.

La segunda carta [bajo estas líneas] lleva fecha de 4 de agosto de 1936. Las religiosas del Convento de la Purísima de Siruela se dirigen de esta manera al superintendente general de religiosa, el siervo de Dios Valentín Covisa:

Con el corazón partido por el dolor le dirijo estas letras, para decirle que desde la madrugada del día 24 del pasado julio a las dos de la mañana nos obligaron a abandonar nuestro amado convento, sin tener de su Excelencia la menor noticia; le ruego en nombre de la Rvda. Madre y de todas nos diga lo que hemos de hacer en tan triste situación; por de pronto estamos todas reunidas en casa de los hermanos de don Antonio Castro.

Nosotras ante los que vinieron, nos resistimos todo cuanto pudimos; diciéndoles era un atropello y que lo hacían sin órdenes mayores. Pida mucho por nosotras y que en todo se cumpla la santa voluntad de nuestro Padre Dios. La Rvda. Madre está muy preocupada, rogando por su bien espiritual y temporal; sabe con cuanto agrado le recuerda la última de sus hijas”.

Sor María del Buen Consejo, que es quien firma la carta, alerta a don Valentín a que “dirija el sobre a nombre de don Pablo Castro”. Lo que no sabía es que el Siervo de Dios desde el Cielo velaba, desde hacía cinco días, en su nuevo puesto por las religiosas de la Archidiócesis.

Como sucedió con todas las parroquias y casas religiosas, tras acabar el conflicto bélico, el Arzobispado se dirigió a unos y otros para hacer balance de la situación general. La tercera carta de las religiosas de Siruela que guarda la Postulación lleva fecha de 29 de septiembre de 1939. Y ellas mismas dicen haber recibido la solicitud de informes en el mes de mayo pasado. La carta está redactada por Sor Camila del Espíritu Santo y en ella afirma:

El Convento hoy inhabitable. La Iglesia fue saqueada y estropeado cuanto en ella había: retablos, imágenes y demás. La mayor parte de gran valor artístico. Hoy ya sencillamente preparada y habilitada se están en ella celebrando los cultos… La vida de comunidad estamos en vías de comenzar en lo que sea posible dadas las circunstancias: pues vivimos en la casita que habitaba nuestro Capellán (el Siervo de Dios Prudencio Gallego) […]”.

Y termina el escrito diciendo:

Muchísimo lo deseamos (hablar con Nuestro Señor Obispo) pues que después de tres años en este ambiente mundanal donde no es posible vivir si no muy aseglaradamente no puede figurarse lo mucho que estamos sufriendo y lo triste de nuestra situación.

SIERVO DE DIOS VALENTÍN COVISA CALLEJA

Nació en la provincia de Toledo, en el pueblo de Las Ventas con Peña Aguilera, el 14 de febrero de 1867. Se ordenó sacerdote el 15 de junio de 1889. Pío operario (así se llamaba por aquel entonces al director espiritual) del Seminario de Toledo, tras su ordenación. Ejerció primero de ecónomo (1892) y después de párroco de Mejorada (Toledo). Marchó a la diócesis de Tuy donde ejerció: de secretario de Cámara del Obispado desde 1894; canónigo de la Catedral en 1899 y fiscal eclesiástico en 1900. En 1916, pasa a la Archidiócesis de Valencia como secretario de Cámara y en la Catedral, como canónigo con la dignidad de Chantre. 

Finalmente, en 1920, regresó a la su diócesis donde ejerce los cargos de canónigo, con la dignidad de arcipreste en la Catedral de Toledo. También era superintendente general de las religiosas y, finalmente, era el Administrador del Erario Diocesano. 

En 1926, cuando se celebre en Toledo el III Congreso Eucarístico Nacional, el Cardenal Primado, Monseñor Enrique Reig nombrará a don Valentín Covisa, presidente de la Junta Organizadora. Los periódicos del momento ensalzan el papel de los organizadores: “pocas propagandas se habrán hecho con más intensidad y mejor ordenadas que las de este Congreso; todo está previsto, aun los más mínimos detalles…” (El Noticiero Extremeño, Badajoz septiembre de 1926).

El siervo de Dios además preside a su vez la Comisión de Procesión. Se trataba del acto central del domingo 24 de octubre que consistiría en una grandiosa procesión con el Santísimo Sacramento, en la Custodia de Arfe, cuya carrera recorrería el tramo comprendido desde la Catedral hasta la Vega Baja, donde el Cardenal Reig haría la consagración de España al Corazón de Jesús. Los titulares de “El Castellano” del 25 de octubre de 1926 decían: “Grandioso final del Congreso. Dos mil adoradores y más de doce mil fieles hacen su guardia de honor. La procesión, desfile magnífico del Ejército de la fe”. 

Otra jornada gloriosa. La beatificación de Beatriz de Silva por vía de culto, es decir, por haber recibido culto más de cien años, se logra bajo el pontificado de S. S. Pío XI, el 28 de julio de 1926. Con gran gozo recibieron las hermanas el Decreto de Beatificación. El beato Joaquín de la Madrid bendijo solemnemente el 4 de mayo de 1927 la imagen de la Beata y al día siguiente, el Siervo de Dios Valentín Covisa presidió la primera fiesta de la Beata Beatriz de Silva. 

En febrero de 1931 es nombrado director espiritual de la Adoración Nocturna diocesana. Meses después, el 3 de octubre de 1931, el diario ABC informa que tras la expulsión del cardenal Pedro Segura de España y de su renuncia a la sede toledana, don Valentín ejerciendo el cargo de gobernador eclesiástico (sede vacante) se dirige a los sacerdotes para enviarles copia de la carta que el Sr. Nuncio dirige al Deán de la SICP, el Beato José Polo, y confirmando a los sacerdotes en los cargos, licencias ministeriales, etc.

Las crónicas del 6 de octubre, tras informar de la elección de don Feliciano Rocha Pizarro, obispo de Aretusa, como Vicario del Arzobispado en sede vacante, colocan a don Valentín Covisa dirigiéndose al domicilio del que había sido hasta el conflicto Obispo auxiliar de Toledo. Así tras informarle de la elección, Monseñor Rocha fue acompañado por los canónigos hasta la sala capitular de la Catedral de Toledo, donde juró su cargo hasta que fuese nombrado el 12 de abril de 1933 el nuevo arzobispo: Isidro Gomá. Una última nota martirial: junto al Siervo de Dios Valentín Covisa que anuncia al Obispo Rocha que debe ocupar la sede vacante lo acompañan los canónigos Ildefonso Montero y Rafael Martínez Vega. Los tres están incluidos en las listas martiriales de la persecución que la Iglesia sufrió años después en Toledo. 

Cuando estalla la persecución religiosa en julio de 1936 don Valentín Covisa ha permanecido en su casa, con el traje talar, haciendo la vida ordinaria. Es hombre serio y de reconocida piedad. No ha querido ocultarse, pero lleva sin salir de su domicilio desde el día 22, sumido en la oración y previendo su final. 

A las seis de la tarde del 31 de julio los milicianos se presentan para registrar su casa despojándole de sus ahorros. Hacen salir al sacerdote y a su familia para realizar un minucioso registro y diferentes incautaciones. Como ejerce el cargo de administrador estos desalmados piensan que van a encontrar mucho más; así que le obligan a que les entregue todo el dinero.

- ¿Y ahora de qué viviré?, les pregunta el sacerdote. 

-No te preocupes, le responde uno de ellos. Te llevamos al Comité y allí te lo arreglan todo

Sale con los milicianos vestido de sotana, aunque con zapatillas y va conversando con ellos, cuando observa que todo es un engaño y que se dirigen hacia el Paseo del Tránsito. Mas cuando pregunta por qué, no obtiene respuesta; la recibe minutos más tarde a través de la descarga de fusilería. Cae acribillado y su cuerpo queda tendido en la calle.

En el altar mayor del convento de la Encarnación de las Madres Carmelitas Descalzas de Cuerva (Toledo) reposan sus restos.

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