Martes, 24 de diciembre de 2024

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San Pedro Poveda, sacerdote y mártir (1)

por Jorge López Teulón

1936-2011
 
            Se cumple este mes el 75 aniversario del martirio de San Pedro Poveda Castroverde. Se trata del único sacerdote diocesano canonizado como mártir de la persecución religiosa que asoló nuestra bendita nación desde 1931 a 1939. Murió fusilado en Madrid, el 28 de julio de 1936, a los 61 años de edad, en las tapias del cementerio de la Almudena junto a otros centenares de personas. Comenzamos con una reseña que escribió en L´Osservatore Romano, para su beatificación, el Cardenal Pironio. Y aunque nos apartemos un poco del tema, permitidme primero que recuerde al Cardenal argentino, por varios motivos.
 
Cardenal Eduardo F. Pironio
 
Como se nos ha recordado varias veces, a lo largo de estos intensos meses de preparación para la ya tan cercana Jornada Mundial de la Juventud, fue en 1985 cuando la ONU decidió proclamar ese año como el “Año Internacional de la Juventud”, entonces el Beato Juan Pablo II pensó que la Iglesia debía hacerse presente en esa convocatoria y le encargó al Presidente del Pontificio Consejo para laicos, el cardenal Eduardo F. Pironio (19201998) que buscara los caminos más apropiados.
 
Así, en las vísperas del Domingo de Ramos de 1985, se hizo un nuevo encuentro Internacional de jóvenes, en San Juan de Letrán (Italia). El año anterior tuvo lugar un encuentro de jóvenes durante el Jubileo de 19831984, (se celebraba el Año Santo de la Redención en recuerdo de la muerte de Jesús 1950 años antes), con la participación de más de 300 mil jóvenes. La edición del 85 superó ampliamente a la del jubileo, y así surgió la idea de la Jornada Mundial de la Juventud.
 
La Jornada Mundial de la Juventud de 1987 se realizó en Buenos Aires, siendo Argentina el primer lugar de encuentro, fuera de Italia. En ese año participaron más de un millón y medio de jóvenes. Sin duda, la opción por este país tuvo que ver con la presencia del Cardenal Pironio como mentor de estos encuentros.

En 1995 hacía este precioso resumen de lo que son las Jornadas Mundiales de la Juventud:
 
Palabras del Cardenal Eduardo Pironio a S.S Juan Pablo II durante la X Jornada Mundial de la Juventud Manila, 14 de enero de 1995.
Querido Santo Padre:
Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas noticias” (Ez 52,7).
Gracias por habernos convocado en Manila. Gracias por haber venido y habernos traído la riqueza de su sufrimiento.
¡Cómo quisiéramos aliviarlo en su dolor! Pero sabemos, que eso es ahora su profecía. La profecía más clara y más fecunda. Tal vez, la decisiva para la paz del mundo.
Escucharemos su palabra que nos ilumina y hace fuertes; participaremos en su Eucaristía e intentaremos beber en su propio cáliz. Pero, sobre todo, queremos ser fieles a sus exigencias. Continúe a exigirnos en la santidad y en la misión.
Los jóvenes quieren al Papa, porque saben que el Papa quiere a los jóvenes. Usted ha vuelto a repetirles: “Vosotros sois mi esperanza”. Gracias, Santo Padre, por su confianza y su fidelidad.
Nosotros hemos venido a orar con usted (no importa si hemos hecho muchos kilómetros), a verlo aunque sea desde lejos (porque sabemos que estamos con “el dulce Cristo en la tierra”), a manifestarle nuestro amor por la Iglesia, por el Papa y por el mundo (a través de palabras y de gestos, de oraciones y de cánticos, de testimonios y de silencios).
Santo Padre, nada más. Sólo queremos decirle que rezamos con usted, que rezamos por usted, que esperamos con usted la buena noticia de la paz. Y que a nosotros, jóvenes mensajeros de la paz en un mundo lacerado por el odio y la violencia, nos confirme en nuestra fe y nos envíe de nuevo por el mundo. “Como el Padre me envió, también yo os envío”. Gracias, Santo Padre.

 

Personalmente, fue en la JMJ de Czestochowa (1991) cuando pude tratar al Cardenal Pironio, del que conservo algunas cartas absolutamente entrañables. Con fecha de 18 de junio de 1995, me autorizó usar un artículo suyo que había publicado en L´Osservatore Romano con motivo de la beatificación del Padre Pedro Poveda. Así que le cedo al Cardenal la palabra para que podamos empezar a conocer a este gran santo.
 
San Pedro Poveda por el Cardenal Pironio
 
 “Soy sacerdote de Cristo”. Son las palabras con las cuales Pedro Poveda se autodefine a sí mismo en el momento en que lo buscan para el martirio. Se puede decir que tocamos el alma profunda de Poveda, su identidad verdadera, la fuente riquísima de su vida y de su obra. La Institución Teresiana es el mejor fruto de su sacerdocio. Poveda fue un gran educador, un verdadero apóstol de la juventud, un estupendo animador del apostolado laical, un promotor de la participación de la mujer en la vida de la Iglesia y en la sociedad civil. Un admirable evangelizador de la cultura. Pero, antes que nada, fue sacerdote. El sacerdote que, apenas ordenado, hizo una verdadera opción evangélica por los pobres y empezó a trabajar con los cueveros de Guadix.
 
El 27 de julio de 1936 al acabar de celebrar, con la devoción de siempre, pero con particular sabor de sangre derramada, su última Misa. Estaba todavía haciendo su acción de gracias -que terminará en el cielo, en el cara a cara de la visión beatífica- cuando vienen a buscarle los milicianos. Ese que buscan soy yo, les dice. Soy sacerdote de Cristo. Lo fusilan en la mañana del 28. Era la culminación cruenta de su vida y de ministerio sacrificial. Era el sello de Dios, en el martirio, de una vida sacerdotal constantemente en la contemplación, en la cruz, en la generosa ofrenda de sí mismo para la gloria de Dios y la redención de los hombres. En Poveda la Iglesia nos propone no sólo la figura del mártir, sino el modelo del sacerdote santo. El homo Dei y servus Ecclesiae. Poveda sueña, desde pequeño, con su sacerdocio; pero su sacerdocio no tiene nada de sueños infantiles: nace del espíritu y está profundamente marcado por la cruz. Da sangre y recibirás Espíritu, era una de sus preciosas enseñanzas. ¿No es verdad que el sacerdocio nazca de la cruz pascual de Jesús, misteriosamente adelantada en la sagrada noche de la Última Cena? “Este es el Cuerpo que es entregado… Esta es la Sangre que es derramada” (Lc 22, 19-20). Poveda lo vivió dramáticamente y serenamente en el momento de su martirio; pero lo vivió cotidianamente en el gozo de su entrega sacerdotal, hecha del silencio contemplativo, de oración y de servicio. Fue, antes que nada y sobre todas las cosas, sacerdote.
 
Había sido ordenado el 17 de abril de 1897. Era, para él la fecha más importante, la única que celebraba. El 15 de marzo de 1933 escribe en su diario: “Señor, que yo sea sacerdote siempre, en pensamientos, palabras y obras”. Y, pocos días después, el 17 de abril, anota: “Hace 36 años que recibí la ordenación de presbítero. ¿Cuánto más viviré? Solo Dios lo sabe. A Él le pido la gracia de no dejar de celebrar con fervor ni un sólo día la Santa Misa”. Poveda se transfiguraba en la celebración de la Misa. “Nunca olvidaré las misas del padre Poveda -dice un testigo-. Quiero señalar expresamente que no había absolutamente ninguna estridencia de fervor. Todo lo contrario. Lo que me impresionó, hasta el punto que no he podido olvidar, fue la serenidad, la paz y el silencio que sentía denso de vivencia a lo largo de toda la celebración. Sus gestos dejaban traslucir que el sacerdote celebrante vivía intensamente el misterio”. ¡Qué hermosa lección para nosotros los sacerdotes!
 
Poveda fue un hombre de Dios y un maestro de oración. Por aquí empieza la figura y la obra del sacerdote: ser un hombre que transparenta a Dios y lo comunica; un hombre que habla de Dios y lo escucha: “creí; por eso hable”. “Los hombres de Dios y las mujeres de Dios son inconfundibles. No se distinguen porque sean brillantes, no porque deslumbren, ni por su fortaleza humana, sino por sus frutos”. Pablo VI gustaba subrayar la realidad del sacerdote como hombre de Dios, haciendo suya la expresión de San Pablo a Timoteo: “En lo que a ti concierne, hombre de Dios… practica la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia, la bondad” (1Tm 6,11). “A fin de que el hombre de Dios sea perfecto” (2Tm 3,17). “Cada uno de vosotros -decía Pablo VI a los neosacerdotes que acaba de ordenar en la Epifanía de 1966- es hombre de Dios, homo Dei”.
 
Hombre de Dios, Poveda es hombre de oración; más aún, maestro de oración. Esto es lo esencial en un sacerdote; lo jóvenes tiene hoy hambre y sed de oración; se vuelven al sacerdote con esa triple inquietud y preguntan: “Maestro, ¿dónde vives?” (Jn 1,38), “Queremos ver a Jesús” (Jn 12,21), “Señor, enséñanos a orar” (Lc 11,1). Maestro de oración fue Poveda en sus exhortaciones, en sus escritos, en sus gestos, en su silencio, en su contemplación serena y honda. No hacía falta que él hablara; bastaba que él estuviera allí. Cuando a Jesús le pidieron sus discípulos que les enseñara a orar “estaba Jesús orando” (Lc 11,1). Por eso diría Poveda: orad como Él y con Él. Es que en el centro de la vida de Poveda –sacerdote, hombre de Dios, maestro de oración- está Cristo. “Para mí la vida es Cristo” (Flp 1,21). “Yo estoy crucificado con Cristo, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (Gal 2,19-20).
 
La cruz pascual es una exigencia del bautismo: “por el bautismo fuimos sepultados con él en la muerte para que así, como Cristo resucitó por la gloria del Padre, también nosotros llevemos una vida nueva” (Rm 6,4). Para Poveda, además, la cruz, es signo y trasparencia. Signo de autenticidad en el discípulo y fecundidad en la obra: “humillaciones, abatimientos, contrariedades, persecuciones, sufrimientos, martirio, todo ello viene como consecuencia legítima, así aconteció al Maestro” (1920, Jesús maestro de oración), Transparencia de Jesús crucificado: “quiero que la devoción al crucifijo sea la devoción fundamental de la Institución… yo quiero y pido constantemente al cielo que seáis todas un crucifijo viviente (31 de enero de 1926). Pero en Poveda la cruz -siempre con sabor a Pascua y serenamente acogida- fue esencialmente sacerdotal. Sufrió mucho como sacerdote: incomprensiones, calumnia, soledad. Creo que el momento más crucificante de Pedro Poveda, sacerdote, fueron los meses en los que no pudo celebrar la Misa, un año y medio de desolación, de problemas, de dificultades. Hasta que llega a Covadonga y María enciende en su corazón una luz y engendra otra vez la Pascua. “Aquí, en Covadonga, -dirá Juan Pablo II-  templó su espíritu un ilustre capellán de la Santina, Don Pedro Poveda y Castroverde, fundador de la Institución Teresiana… una intuición profética, inspirada por María, para la promoción de la mujer, a través de mujeres de una auténtica transparencia mariana y un ardor apostólico típicamente teresiano. ¡Aquí nació esta obra, a los pies de la Santina!” (Beato Juan Pablo, 21 de agosto de 1989). Quiero terminar con estas hermosas palabras del Papa que subrayan la presencia de María en la vida y en la obra del sacerdote Pedro Poveda. Amó privilegiadamente a Cristo y a María. Modeló su sacerdocio en la configuración con Cristo crucificado y en la amorosa contemplación de Nuestra Señora de los Dolores. Vivió así su sacerdocio pascual hecho de cruz y de esperanza, de interioridad contemplativa y de presencia apostólica audaz en la difícil sociedad de su tiempo (que es casi el tiempo nuestro) y nos dejó a los sacerdotes de hoy un triple mensaje: ser hombres de Dios y maestros de oración, vivir en el mundo configurados con Cristo en la Cruz, ser misioneros y evangelizadores de las culturas desde el corazón pobre y contemplativo.
(“No tengáis miedo… Testigos ante el Tercer Milenio”, págs. 99102 (1996)
 
Podéis acercarnos a estas dos entradas para conocer todavía más de la vida de este mártir.
 
 
El Beato Juan Pablo II y San Pedro Poveda
 
            El Beato Juan Pablo II beatificó primero y canonizó después a varios santos a lo largo de su prolífico pontificado: los mártires de Turón (19901999), San José María Escrivá de Balaguer (1992-2002), Santa Josefina Bakhita (1992-2000), San Juan Diego (1990-2002), Santa Gianna Beretta (1994-2004)...
 
Entre ellos también se cuenta San Pedro Poveda, al que beatificó el 10 de octubre de 1993, junto a un miembro de la Institución Teresiana por él fundada, Victoria Díez y Bustos de Molina y otros 9 mártires de la persecución religiosa (Monseñor Diego Ventaja Milán, obispo de Almería, y Monseñor Manuel Medina Olmos, obispo de Guadix y siete Hermanos de las Escuelas Cristianas, que en Almería recibieron la palma del martirio). Después, durante la última visita apostólica del papa Wojtyla a España, que tuvo lugar el 3-4 de mayo de 2003, lo canonizaría, curiosamente junto a otros cuatro santos que también él mismo había beatificado: José María Rubio (Roma, 1985), Genoveva Torres (Roma 1995), Ángela de la Cruz (Sevilla, 1982) y Maravillas de Jesús (Roma 1998).


 
            En estas dos ocasiones, las palabras del Papa para elogiar la vida y santidad de Pedro Poveda se nos pueden antojar breves, pero hay que tener en cuenta que en las solemnes celebraciones pontificias el Papa debía hablar también de los otros candidatos: 12 siervos de Dios, en 1993 y cuatro beatos, en 2003. Como es lógico señaló el tema de su muerte martirial.
 
10 de octubre de 1993
 
“…Sentimientos parecidos latían en el ánimo del padre Pedro Poveda Castroverde, fundador de la Institución Teresiana, el cual también supo mantener el propio testimonio hasta derramar su sangre. Su máxima aspiración fue siempre responder, como Jesús, a la voluntad del Padre. “Señor, que yo piense lo que Tú quieres que piense -leemos en sus escritos-; que yo quiera lo que Tú quieres que quiera; que yo hable lo que Tú quieres que hable; que yo obre como Tú quieres que obre”.
 
Del profeta Isaías hemos escuchado: “La mano del Señor se posará sobre este monte”. En efecto, a los pies de la Santina en Covadonga, llevado de su profundo amor a la Virgen María, el nuevo Beato encontró la inspiración de sus anhelos apostólicos, que se centraron en promover la presencia evangelizadora de los cristianos en el mundo, principalmente desde el campo de la enseñanza y de la cultura, con un espíritu de profundo sentido eclesial, de fidelidad sin reserva y de generosa entrega.
 
4 de mayo de 2003
 
San Pedro Poveda, captando la importancia de la función social de la educación, realizó una importante tarea humanitaria y educativa entre los marginados y carentes de recursos. Fue maestro de oración, pedagogo de la vida cristiana y de las relaciones entre la fe y la ciencia, convencido de que los cristianos debían aportar valores y compromisos sustanciales para la construcción de un mundo más justo y solidario. Culminó su existencia con la corona del martirio.
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