Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

San Nerón, patrono del matrimonio gay


Nerón parece ser el patrono ideal para el "matrimonio gay", el cual, como él habría comprendido, tiene poco que ver con el "matrimonio igualitario", pero es imprescindible como instrumento para suprimir de una vez por todas la superstición cristiana.

por Robert V. Young

Opinión

Entiendan este artículo como un auténtico mea culpa. Durante mucho tiempo he sostenido que no tiene sentido argumentar contra el "matrimonio gay" porque no existen argumentos a favor. Argumentar que un "homosexual" no tiene derecho a casarse con otro hombre no se diferencia de argumentar que un unicornio no tiene derecho a ser un programador informático. La proposición es absurda en sí misma, y por tanto argumentar contra ella es concederle una inmerecida credibilidad. Como prueba, yo aducía que nunca antes hasta el siglo XX -al menos en los límites de la civilización occidental- había nadie considerado la idea del matrimonio entre dos personas del mismo sexo.

Pero, ¡ay!, en este segundo punto la memoria histórica me falló. He aquí lo que dice Suetonio en su Vida de los doce Césares (Nerón, VI, 28): "Hizo castrar a un joven llamado Sporo y hasta intentó cambiarlo en mujer; lo adornó un día con velo nupcial, le señaló una dote, y haciéndoselo llevar con toda la pompa del matrimonio y numeroso cortejo, le tomó como esposa". El historiador romano continúa: "Vistió a este Sporo con el traje de las emperatrices y se hizo llevar con él en litera a las reuniones y mercados de Grecia y durante las fiestas sigilarias de Roma, besándole continuamente".

A pesar del tono de reproche de Suetonio (era, después de todo, un intolerante en una era de ignorancia), es evidente a partir de su relato que Nerón se adelantó a su tiempo al reconocer la construcción social del género y la variabilidad del deseo, y al actuar según esa idea, por lo que parece convenirle el papel de modelo para los actuales ideólogos de género: "Tras haber prostituido todas las partes de su cuerpo, ideó como supremo placer cubrirse con una piel de fiera y lanzarse así desde un sitio alto sobre los órganos sexuales de hombres y mujeres atados a postes; una vez satisfechos todos sus deseos, se entregaba a su liberto Doríforo, a quien servía de mujer, del mismo modo que Sporo le servía a su vez a él, imitando en estos casos la voz y los gemidos de una doncella que sufre violencia" (VI, 29).

Otro historiador romano, Tácito, menciona también (en términos similarmente reprobatorios) que "Nerón, discurriendo aquellos días y revolcándose a sus anchuras por todo género de vicio y sensualidad natural y contra natura, no le faltó otra cosa por cometer para calificarse por el más abominable de todos los hombres, que la que hizo pocos días después casándose públicamente en calidad de mujer con uno de aquel nefando rebaño, llamado Pitágoras, y usando de todas las solemnidades y ceremonial que se suelen hacer en los casamientos" (Anales, XV, 37).

Sin embargo, ni Suetonio ni Tácito condenan todas las acciones de Nerón, y lo que aprueban apunta a otro hecho de su reinado que podría hacerle atractivo para los activistas de la igualdad de género. Tras dar cuenta del gran incendio que destruyó buena parte de Roma en el año 64, Tácito señala que el pueblo consideraba a Nerón sospechoso de haberlo ordenado: "Y así Nerón, para divertir esta voz y descargarse, dio por culpados de él, y comenzó a castigar con exquisitos géneros de tormentos, a unos hombres aborrecidos del vulgo por sus excesos, llamados comúnmente cristianos... Fueron, pues, castigados al principio los que profesaban públicamente esta religión, y después, por indicios de aquéllos, una multitud infinita, no tanto por el delito del incendio que se les imputaba, como por haberles convencido de general aborrecimiento a la humana generación. Añadióse a la justicia que se hizo de éstos, la burla y escarnio con que se les daba la muerte. A unos vestían de pellejos de fieras, para que de esta manera los despedazasen los perros; a otros ponían en cruces; a otros echaban sobre grandes rimeros de leña, a los que, en faltando el día, pegaban fuego, para que ardiendo con ellos sirviesen de alumbrar en las tinieblas de la noche" (Anales XV, 44).

Tácito admite luego que el salvajismo de Nerón era tan grande que hacía a los cristianos ("culpables y merecedores del último suplicio"), acreedores de alguna "compasión y lástima".

Sin embargo, el celo de Nerón seguramente le hará recomendable ante los actuales guardianes de la tolerancia y ante los activistas que desean asegurarse de que el odio es barrido de la faz de la tierra. Ciertamente Nerón habría encontrado un castigo más apropiado que el consejero de trabajo de Oregón [Oregon Labor Commissioner], Brad Avakian, para castigar a la pareja formada por Aaron y Melissa Klein -dueños de una pastelería- que unos simples 135.000 dólares. Si tenemos en cuenta el "sufrimiento emocional y mental" que los Klein infligieron a Rachel y Laurel Bowman-Cryer (no me estoy inventando ese nombre) por no querer hacer el pastel de bodas de su enlace nupcial lésbico, entonces arruinar el negocio de una familia con cinco hijos e imponerles una pena monetaria insignificante parece un simple "pellizco de monja". Brad Avakian (y, para el caso, el juez Anthony Kennedy [quien decantó la decisión del Tribunal Supremo estadounidense en favor del matrimonio homosexual, n.n.]) podrían aprender algo del emperador Nerón sobre cómo reprimir el odio y la intolerancia. Después de todo, ¿a quién le importa el destino de cinco niños cuando está en juego no herir los sentimientos y la dignidad de estilos de vida alternativos?

Desde luego, sería más humano, e incluso más prudente, seguir el moderado programa de Plinio el Joven, gobernador romano de Bitinia-Ponto medio siglo después de Nerón, durante el reinado del emperador Trajano. En su informe a Trajano sobre su trato a los cristianos (Cartas X, 96), Plinio dice: "Si invocaban los nombres de los dioses según la formula que yo les impuse, y si ofrecían sacrificios con incienso y vino a tu imagen, que yo había hecho instalar con tal objeto entre las imágenes de los dioses, y además maldecían a Cristo [praeterea male dicerent Christo], cosas todas ellas que me dicen que es imposible conseguir de los que son verdaderamente cristianos, he considerado que deberían ser puestos en libertad".

Hoy día la sociedad secular tiene sus propias formas de forzar a los cristianos recalcitrantes a adorar a los dioses y al emperador: sesiones de formación para la diversidad, clases para la reconducción del odio, campamentos de reeducación... y pasteles de boda. Estos procedimientos no han llegado tan lejos como Plinio, quien amenazaba con la pena de muerte [supplicium minatus], pero ¿quién sabe lo que nos deparará el futuro?

A pesar de tan amable tolerancia, similar a la de sus contemporáneos Tácito y Suetonio, Plinio el Joven deja claro en la misma carta que considera el cristianismo "una superstición irracional desmesurada" [superstitionem pravam et immodicam]. Así confirmaba la información cuando le llegaban denuncias: "He considerado sumamente necesario arrancar la verdad, incluso mediante la tortura [per tormenta: la moderación tiene sus límites], a dos esclavas a las que se llamaba servidoras [ministri]".

Y he aquí la terrible verdad que descubrió sobre la "pertinacia y obstinación inflexible [pertinaciam… et inflexibilem obstinationem]" de los cristianos: "Éstos afirmaban que toda su culpa o su error había consistido en la costumbre de reunirse determinado día antes de salir el sol, y cantar entre ellos sucesivamente un himno a Cristo, como si fuese un dios, y en obligarse bajo juramento, no a perpetuar cualquier delito, sino a no cometer robo o adulterio, a no faltar a lo prometido, a no negarse a dar lo recibido en depósito. Concluidos esos ritos, tenían la costumbre de separarse y reunirse de nuevo para tomar el alimento, por lo demás ordinario e inocente".

Ante tamaña depravación, la moderación y la tolerancia de Plinio son, sin duda, encomiables. Sin embargo, como cualquier progresista ilustrado puede ver, los cristianos constituyen obviamente una amenaza para el recto orden social, porque rechazan adorar a los dioses (Eros y Afrodita, por ejemplo, tan importantes para los ciudadanos tolerantes y modernos) y al emperador, quien les suministra pan y circo. Así que no deberíamos despreciar el saludable ejemplo de Nerón.

Incluso los antiguos cristianos le admiraban a regañadientes, a su modo. El historiador Eusebio, por ejemplo, elogia a Nerón por ser "el primer emperador que se mostró a sí mismo como enemigo de la religión divina" (Historia de la Iglesia, XXV). Y reproduce una cita de Tertuliano: "Nos gloriamos incluso en haber tenido semejante fundador de nuestra persecución. Porque cualquiera que le conozca puede entender que nada era perseguido por Nerón a no ser que fuera algo muy bueno" (Apologeticus, 5). Con lo que ellos admitían que este emperador sabía bien lo que hacía.

En consecuencia, Nerón parece ser el patrono ideal para el "matrimonio gay", el cual, como él habría comprendido, tiene poco que ver con el "matrimonio igualitario", pero es imprescindible como instrumento para suprimir de una vez por todas la superstición cristiana. ¡Es indignante que los hombres y mujeres modernos, que caminan por el lado correcto de la Historia, todavía tengan que vérselas con este obstáculo para crear una sociedad amable, tolerante y libre de odio, con una diversidad sin límites y una absoluta igualdad!

De ahí mis "disculpas" por partir de la base de que el "matrimonio" entre personas del mismo sexo carece de precedentes históricos. Los activistas actuales tienen un modelo maravillosamente apropiado en este hombre cuya actitud, tanto hacia la sexualidad humana como hacia la moral cristiana, anticipó la suya. En cuanto a la exigencia de un argumento racional... el caso de Nerón demuestra que no es en absoluto necesario cuando el poder del gobierno y, en nuestro tiempo, el peso de los grandes opinadores, están de tu lado.

Artículo publicado en Crisis Magazine.
Traducción para ReL de Carmelo López-Arias (para los textos de Suetonio, Tácito y Plinio el Joven, véanse fuentes enlazadas).

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