Viernes, 15 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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San Juan Pablo II (21)

por Victor in vínculis

47. EL MUNDO ENTERO EN LA PLAZA SAN PEDRO


 
Cuando en la tarde del lunes, 4 de abril, fueron traslados los restos mortales de Juan Pablo II a la Basílica de San Pedro del Vaticano, unas cien mil personas ya hacían fila para poderle ofrecer su último saludo.
 
Algunas personas estaban ya en la Plaza San Pedro desde por la mañana para tratar de asegurarse un puesto. La fila se extendía por toda la Vía de la Conciliación.
 
El cuerpo sin vida del Santo Padre fue trasladado con una solemne procesión desde el Palacio Apostólico Vaticano y pasando por la Plaza de San Pedro del Vaticano, donde fue acogido por un aplauso por los miles de fieles que se encontraban dentro y fuera del recinto. Llevado a hombros de doce silleros pontificios, tendido en unas andas cubiertas de terciopelo rojo hasta el altar de la Confesión de la Basílica Vaticana, allí permanecería hasta los solemnes funerales del viernes 8 de abril.
 
Durante la procesión, Una larga procesión compuesta por más de dos mil sacerdotes, centenares de obispos y unos setenta cardenales, que ya estaban en la Ciudad Eterna, respondían a las letanías de los santos, con la melodía del canto gregoriano, mientras las campanas tocaban a duelo. Antes de entrar en el templo, la procesión se detuvo para mostrar los restos mortales a los presentes entre aplausos y lágrimas de los peregrinos.
 
Números definitivos de participación. Tres millones de personas fueron a Roma con motivo del fallecimiento y exequias de Juan Pablo II. Según la Sala de Prensa del Vaticano y el Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales se entregaron más de 6.000 acreditaciones a periodistas, fotógrafos y agentes de radio y televisión para la cobertura mediática del acontecimiento.
 
La nota de prensa reconocía que “es imposible saber cuántos canales de televisión transmitieron la misa de exequias por Juan Pablo II el 8 de abril, pero constata que 137 cadenas televisivas de 81 países han comunicado al Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales que transmitieron los funerales. Los funerales fueron seguidos por Internet a través de la página web de la Santa Sede por 1.300.000 personas.
 
Concelebraron la misa 157 cardenales. Estuvieron presentes 700 arzobispos y obispos, 3000 prelados y sacerdotes. Los sacerdotes que distribuyeron la comunión eran 300.


 
Estuvieron presentes 169 delegaciones extranjeras, 10 monarcas, 59 jefes de Estado, 3 príncipes herederos, 17 jefes de Gobierno, 3 consortes de Jefes de Estado, 8 vicejefes de Estado, 6 viceprimeros ministros, 4 presidentes de Parlamento, 12 ministros de Asuntos Exteriores, 13 ministros, 24 embajadores, 10 presidentes, directores generales y secretarios generales de organizaciones internacionales.
 
Estuvieron presentes también delegaciones de 23 Iglesias ortodoxas e Iglesias ortodoxas orientales, 8 Iglesias y comuniones eclesiales de occidente, 3 organizaciones cristianas internacionales. Además, participaron varias delegaciones y exponentes del judaísmo, 17 delegaciones de religiones no cristianas y de organizaciones para el diálogo interreligioso.
 
Citando datos de la Protección Civil Italiana, la Santa Sede constata que del 2 al 8 de abril, tres millones de peregrinos llegaron a Roma. En esos días, 21.000 personas entraron cada hora en la Basílica Vaticana, 350 al minuto. La media de tiempo necesaria para ver los restos mortales del Papa fue de 13 horas y 24 horas el tiempo de espera máxima. La ancha cola llegó a extenderse por 5 kilómetros.
 
En el día de los funerales, 500.000 fieles en la plaza de San Pedro y en la Vía de la Conciliación pudieron seguir la misa fúnebre, mientras que 600.000 lo hicieron desde otros lugares de Roma a través de grandes pantallas. Por la ciudad, se colocaron 29 grandes pantallas.
 
En el atrio de la Basílica de San Pedro, en puestos de preferencia, siguieron la eucaristía 400 discapacitados.




48. HOMILÍA DEL CARDENAL JOSEPH RATZINGER
EN LOS FUNERALES DEL PAPA JUAN PABLO II

 
 
"Sígueme", dice el Señor resucitado a Pedro, como su última palabra a este discípulo elegido para apacentar a sus ovejas. "Sígueme", esta palabra lapidaria de Cristo puede considerarse la llave para comprender el mensaje que viene de la vida de nuestro llorado y amado Papa Juan Pablo II, cuyos restos mortales depositamos hoy en la tierra como semilla de inmortalidad, con el corazón lleno de tristeza pero también de gozosa esperanza y de profunda gratitud".
 
"Estos son nuestros sentimientos y nuestro ánimo. Hermanos y hermanas en Cristo, presentes en la Plaza de San Pedro, en las calles adyacentes y en otros lugares diversos de la ciudad de Roma, poblada en estos días de una inmensa multitud silenciosa y orante. Saludo a todos cordialmente. También en nombre del colegio de cardenales saludo con deferencia a los jefes de Estado, de gobierno y a las delegaciones de los diversos países. Saludo a las autoridades y a los representantes de las Iglesias y comunidades cristianas, al igual que a los de las diversas religiones. Saludo a los arzobispos, a los obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles, llegados de todos los continentes; de forma especial a los jóvenes que Juan Pablo II amaba definir el futuro y la esperanza de la Iglesia. Mi saludo llega también a todos los que en cualquier lugar del mundo están unidos a nosotros a través de la radio y la televisión, en esta participación coral al rito solemne de despedida del amado pontífice".
 
"Sígueme". Cuando era un joven estudiante, Karol Wojtyla era un entusiasta de la literatura, del teatro, de la poesía. Trabajando en una fábrica química, circundado y amenazado por el terror nazi, escuchó la voz del Señor: ¡Sígueme! En este contexto tan particular comenzó a leer libros de filosofía y de teología, entró después en el seminario clandestino creado por el cardenal Sapieha y después de la guerra pudo completar sus estudios en la facultad teológica de la Universidad Jagellónica de Cracovia.



Tantas veces en sus cartas a los sacerdotes y en sus libros autobiográficos nos habló de su sacerdocio, al que fue ordenado el 1 de noviembre de 1946. En esos textos interpreta su sacerdocio, en particular a partir de tres palabras del Señor. En primer lugar esta: "No me habéis elegido vosotros a mí, sino que yo os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro permanezca". La segunda palabra es: "El buen pastor da la vida por sus ovejas". Y finalmente: "Como el Padre me amó, así os he amado yo. Permaneced en mi amor". En estas palabras vemos el alma entera de nuestro Santo Padre. Realmente ha ido a todos los lugares, incansablemente, para llevar fruto, un fruto que permanece. "Levantaos, vamos", es el título de su penúltimo libro. "Levantaos, vamos". Con esas palabras nos ha despertado de una fe cansada, del sueño de los discípulos de ayer y hoy. "Levantaos, vamos", nos dice hoy también a nosotros. El Santo Padre fue además sacerdote hasta el final porque ofreció su vida a Dios por sus ovejas y por la entera familia humana, en una entrega cotidiana al servicio de la Iglesia y sobre todo en las duras pruebas de los últimos meses. Así se ha convertido en una sola cosa con Cristo, el buen pastor que ama sus ovejas. Y, en fin, "permaneced en mi amor": el Papa, que buscó el encuentro con todos, que tuvo una capacidad de perdón y de apertura de corazón para todos, nos dice hoy también con estas palabras del Señor: "Habitando en el amor de Cristo, aprendemos, en la escuela de Cristo, el arte del amor verdadero".
 
"Sígueme". En julio de 1958 comienza para el joven sacerdote Karol Wojtyla una nueva etapa en el camino con el Señor y tras el Señor. Karol fue, como era habitual, con un grupo de jóvenes apasionados de canoa a los lagos Masuri para pasar unas vacaciones juntos. Pero llevaba consigo una carta que lo invitaba a presentarse al primado de Polonia, el cardenal Wyszynski y podía adivinar solamente el motivo del encuentro: su nombramiento como obispo auxiliar de Cracovia. Dejar la enseñanza universitaria, dejar esta comunión estimulante con los jóvenes, dejar la gran liza intelectual para conocer e interpretar el misterio de la criatura humana, para hacer presente en el mundo de hoy la interpretación cristiana de nuestro ser, todo aquello debía parecerle como un perderse a sí mismo, perder aquello que constituía la identidad humana de ese joven sacerdote. Sígueme, Karol Wojtyla aceptó, escuchando en la llamada de la Iglesia la voz de Cristo. Y así se dio cuenta de cuanto es verdadera la palabra del Señor: "Quien pretenda guardar su vida la perderá; y quien la pierda la conservará viva". Nuestro Papa -todos lo sabemos- no quiso nunca salvar su propia vida, tenerla para sí; quiso entregarse sin reservas, hasta el último momento, por Cristo y por nosotros. De esa forma pudo experimentar cómo todo lo que había puesto en manos del Señor retornaba en un nuevo modo: el amor a la palabra, a la poesía, a las letras fue una parte esencial de su misión pastoral y dio frescura nueva, actualidad nueva, atracción nueva al anuncio del Evangelio, también precisamente cuando éste es signo de contradicción".



"Sígueme". En octubre de 1978 el cardenal Wojtyla escucha de nuevo la voz del Señor. Se renueva el diálogo con Pedro narrado en el Evangelio de esta ceremonia: "Simón de Juan ¿me amas? Apacienta mis ovejas". A la pregunta del Señor: Karol ¿me amas?, el arzobispo de Cracovia respondió desde lo profundo de su corazón: "Señor, tu lo sabes todo: Tu sabes que te amo". El amor de Cristo fue la fuerza dominante en nuestro amado Santo Padre; quien lo ha visto rezar, quien lo ha oído predicar, lo sabe. Y así, gracias a su profundo enraizamiento en Cristo pudo llevar un peso, que supera las fuerzas puramente humanas: Ser pastor del rebaño de Cristo, de su Iglesia universal. Este no es el momento de hablar de los diferentes aspectos de un pontificado tan rico. Quisiera leer solamente dos pasajes de la liturgia de hoy, en los que aparecen elementos centrales de su anuncio. En la primera lectura dice San Pedro -y dice el Papa con San Pedro: "En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier pueblo le es agradable todo el que le teme y obra la justicia. Ha enviado su palabra a los hijos de Israel, anunciando el Evangelio de la paz por medio de Jesucristo, que es Señor de todos". Y en la segunda lectura, San Pablo -y con San Pablo nuestro Papa difunto- nos exhorta con fuerza: "Por tanto, hermanos muy queridos y añorados, mi gozo y mi corona, ¡permaneced así, queridísimos míos, firmes en el Señor!".


 
"¡Sígueme! Junto al mandato de apacentar su rebaño, Cristo anunció a Pedro su martirio. Con esta palabra conclusiva y que resume el diálogo sobre el amor y sobre el mandato de pastor universal, el Señor recuerda otro diálogo, que tuvo lugar en la Ultima Cena. En este ocasión, Jesús dijo: "Donde yo voy, vosotros no podéis venir". Pedro dijo: "Señor, ¿dónde vas?". Le respondió Jesús: "Adonde yo voy, tú no puedes seguirme ahora, me seguirás más tarde". Jesús va de la Cena a la Cruz y a la Resurrección y entra en el misterio pascual; Pedro, sin embargo, todavía no le puede seguir. Ahora -tras la Resurrección- llegó este momento, este "más tarde". Apacentando el rebaño de Cristo, Pedro entra en el misterio pascual, se dirige hacia la Cruz y la Resurrección. El Señor lo dice con estas palabras, "...cuando eras más joven ... ibas adonde querías; pero cuando envejezcas extenderás tus manos y otro te ceñirá y llevará adonde no quieras". En el primer período de su pontificado el Santo Padre, todavía joven y repleto de fuerzas, bajo la guía de Cristo fue hasta los confines del mundo. Pero después compartió cada vez más los sufrimientos de Cristo, comprendió cada vez mejor la verdad de las palabras: "Otro te ceñirá...". Y precisamente en esta comunión con el Señor que sufre anunció el Evangelio infatigablemente y con renovada intensidad el misterio del amor hasta el fin".
 
"Ha interpretado para nosotros el misterio pascual como misterio de la divina misericordia. Escribe en su último libro: El límite impuesto al mal "es en definitiva la divina misericordia". Y reflexionando sobre el atentado dice: "Cristo, sufriendo por todos nosotros, ha conferido un nuevo sentido al sufrimiento; lo ha introducido en una nueva dimensión, en un nuevo orden: el del amor... Es el sufrimiento que quema y consume el mal con la llama del amor y obtiene también del pecado un multiforme florecimiento de bien". Animado por esta visión, el Papa ha sufrido y amado en comunión con Cristo, y por eso, el mensaje de su sufrimiento y de su silencio ha sido tan elocuente y fecundo".
 
"Divina Misericordia: El Santo Padre encontró el reflejo más puro de la misericordia de Dios en la Madre de Dios. El, que había perdido a su madre cuando era muy joven, amó todavía más a la Madre de Dios. Escuchó las palabras del Señor crucificado como si estuvieran dirigidas a él personalmente: "¡Aquí tienes a tu madre!". E hizo como el discípulo predilecto: la acogió en lo íntimo de su ser (eis ta idia: Jn 19,27)-Tous tuus. Y de la madre aprendió a conformarse con Cristo".
 
"Ninguno de nosotros podrá olvidar como en el último domingo de Pascua de su vida, el Santo Padre, marcado por el sufrimiento, se asomó una vez más a la ventana del Palacio Apostólico Vaticano y dio la bendición "Urbi et Orbi" por última vez. Podemos estar seguros de que nuestro amado Papa está ahora en la ventana de la casa del Padre, nos ve y nos bendice. Sí, bendíganos, Santo Padre. Confiamos tu querida alma a la Madre de Dios, tu Madre, que te ha guiado cada día y te guiará ahora a la gloria eterna de su Hijo, Jesucristo Señor nuestro. Amén".
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