Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Un sacerdote escribe a la mujer que representó en público un aborto de la Virgen: fue «diabólico»

ReL

Leandro Bonnin es sacerdote en la provincia de Entre Ríos (Argentina).
Leandro Bonnin es sacerdote en la provincia de Entre Ríos (Argentina).
El pasado 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, durante una manifestación feminista, una mujer disfrazada de Virgen María simuló un sangriento aborto ante la catedral de la ciudad argentina de Tucumán, en una escena que ha dado la vuelta al mundo y que a la blasfemia añade una truculencia (que no hemos incluido en la foto) más allá de todo límite de ensañamiento sangriento con la persona del Niño Jesús. (También hubo un intento de asalto a la catedral de Buenos Aires.)

La mujer ha sido identificada como Marina Verónica Breslin (Pep Breslin), psicóloga que trabaja para la Dirección de la Niñez, Adolescencia y Familia de Tucumán.

El arzobispo de Tucumán, Alfredo Horacio Zecca, expresó su repudio y tristeza y convocó a una misa de reparación para el 25 de marzo, Día del Niño por Nacer, "para celebrar juntos la Eucaristía y realizar un acto de desagravio al Dulce Nombre de María y su Hijo, Nuestro Redentor", tras unos hechos "agraviantes no solo son agresivos para todos los creyentes, sino también para la dignidad de la mujer”.



El sacerdote Leandro Bonnin, quien se define en su perfil de Facebook como "un cura de pueblo cautivado por el amor de María, admirador de Benedicto XVI y de Lionel Messi", escribió en dicha red social una carta a la protagonista de la blasfemia, que por su espíritu de justicia y misericordia a la vez reproducimos a continuación:

Carta del sacerdote Leonardo Bonnin a Marina Breslin

Marina:
 
No me resulta fácil escribirte. Una mezcla de indignación y tristeza invade mi alma, como también la de cientos de miles y quizá millones de argentinos.
 
Una mezcla de indignación y tristeza que, esta vez, no consigo serenar fácilmente.
 
Porque para cualquier argentino de ley, que ataquen a su mamá es algo muy grave.
 
Y vos has atacado a la mía, a la nuestra, a la Madre del Pueblo Argentino, incluso de aquellos que hoy, confundidos o desconocedores de su rostro y su regazo, no la sienten así.
 
Y aunque a esta altura de los hechos ya casi nada nos sorprende, he de decir que esta vez el agravio vuelto blasfemia ha superado todo límite. Una blasfemia con todos los inconfundibles signos de lo diabólico, por su malicia, su perversidad, y por sobre todas las cosas por el odio hacia María.
 
Y, paradójicamente, esa Mujer a la que parodiaste es, en cuanto mujer y en cuanto Madre, la más espléndida y certeza reivindicación de lo femenino.
 
Nunca la mujer estuvo situada en un lugar tan alto en la historia como aquella mañana en Nazareth, cuando María, humilde hija de Israel, ofreció su cuerpo y su entera existencia al proyecto salvador de Dios.
 
Nunca antes ni después el sexo femenino realizó un acto tan decisivo en el curso de los tiempos, como cuando ella dio a luz, en una oscura cueva, al que sería Luz del mundo.
 
Nunca una mujer fue tan influyente, tan valorada, tan enaltecida, como cuando Ella -sí, esa de la cual te burlaste-, de pie junto al Hijo Bendito de su vientre -a quien osaste representar abortado- unió sus dolores de Madre al Sacrificio Redentor, llevando su Sí hasta el extremo, sin reservas, sin medidas.
 
Lo que has cometido es no sólo un pecado, sino también un delito. Y por eso, para educación de las nuevas generaciones, para que el mal no permanezca impune, para que nuestro pueblo no crea erróneamente que todo es posible, nosotros pedimos, exigimos de las autoridades una sanción ejemplar.
 
A la vez, aunque nos resulte difícil, aunque nuestras entrañas se revuelvan de ira, sabemos que el Niño que te atreviste a imaginar no nacido nos ha enseñado: "Amen a sus enemigos, rueguen por sus perseguidores".
 
A la vez que exigimos justicia, que exigimos respeto por nuestra fe y las personas que más amamos, a la vez que pedimos que se detenga la demencia y la anarquía cuando se trata de ofender a los católicos, elevamos una plegaria por vos, y por todas las mujeres que, como vos, no logran comprender.
 
Marina, en la horrenda imagen que representaste y todo el mundo pudo ver, hay sangre. Sangre de la Madre, pero también del Hijo. La sangre se derrama en el momento de la muerte, pero es, además, símbolo de la vida.
 
Esa sangre que representaste con irónico desprecio es tu esperanza, nuestra esperanza. Porque donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia. Porque esa Sangre clama con más fuerza que la de Abel. Porque Jesús la derramó por tus pecados y los míos.
 
No conozco tu historia. Es posible que el amor verdadero y gratuito no haya visitado tu vida, es probable que no hayas podido experimentar aún la belleza del Rostro y del Amor de Jesús.
 
Pero quiero que sepas que si por un momento abrís tu alma; si dejás de lado el orgullo, si reconocés humildemente tu pecado, si te arrepentís de corazón... la Sangre del Hijo de María puede renovarte y limpiarte.
 
Dejame decirte, además, que esa Mujer, de cuya maternidad juvenil nos vino la salvación y la vida, cuyo parto virginal es el inicio de la nueva Creación. te está esperando. Ella ya te ha perdonado. Hay un sitio para vos en su Regazo. Como para todos nosotros, que cada día la invocamos, diciendo: "ruega por nosotros, pecadores".
 
Dejame decirte, por último, el secreto gigantesco que nos sostiene a todos los que amamos y defendemos a los no nacidos: LA VIDA VENCERÁ. Ni todo el odio del mundo, ni todas las astucias del mal, ni los poderes terrenos confabulados en su contra, podrán derrotarla. En realidad, LA VIDA YA HA VENCIDO. En la mañana del domingo, en la victoria Pascual, la Vida ha logrado el triunfo decisivo, que sólo espera a manifestarse plenamente cuando venga Jesús por segunda vez.
 
Mientras tanto, los que amamos y defendemos la vida, seguiremos firmes en la brecha, aunque parezca que vamos perdiendo por goleada. Porque el Amor y la Esperanza nos sostiene. Porque la fe nos dice: "lo que hicieron con al más pequeño, lo hicieron conmigo" Y porque Él prometió: "yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo".
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