Jueves, 21 de noviembre de 2024

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Resignación y fatalismo

por Soy católico, ¿pasa algo?

La resignación cristiana no es la variante suave del fatalismo. La diferencia entre ambos es similar a la existente entre el Atlético de Simeone y el Pupas de toda la vida. Hasta la llegada del porteño los aficionados colchoneros sabíamos que jugar el partido de vuelta con cinco goles de renta no nos garantizaba el pase a cuartos. Hoy nos resignamos a quedar terceros en liga, pero no tememos que Oblak se coma el punterazo desde la medular de un jugador del Bayer.  El fallo de Reina nos hizo fuertes.
Los católicos, como los atléticos, hemos convertido la resignación en el jugador número doce, de modo que cuando el contrario entra con todo, en vez de llegar a las manos, aprovechamos que el colegiado detiene el juego para hidratarnos. Pero, ¿qué pasa cuando no hay colegiado? Pues pasa, por ejemplo, que el contrario aprovecha la superioridad numérica para lanzar al mar a una docena de inmigrantes cristianos que viajaban hasta Europa desde África a bordo de una patera. Y ninguno era David Meca.
Y como la resignación no es la variante suave del fatalismo, habrá que frenar con firmeza a quienes practican el exterminio cristiano. Más que nada para preservar la civilización. Occidente cree que Lepanto queda lejos, pero lo cierto es que Oriente Próximo queda cerca. Lepanto no lo ganó la marina, sino la fe. Sin fe, ¿qué le queda al europeo? ¿la tolerancia? ¿la libertad? Pues sí, les quedan ambas, que son una consecuencia del humanismo. De lo que se deduce que, en cierto modo, aunque reniegue de ella, al europeo siempre queda la fe.
Por eso ganará esta guerra. Y también porque el odio no cotiza en bolsa. Lo paradójico del supuesto conflicto de religiones es que la van a ganar los que no atacan. Por una razón: el cocodrilo presume de boca, pero no disfruta de los atardeceres. El fanatismo religioso cursa a la larga en contra del fanático porque,  por lo general,  el hombre, español o magrebí, tiende a tumbarse en el sofá, esto es, a vivir tranquilo. Por lo general, el hombre, español o magrebí, llega a casa cansado y aprovecha el fin de semana para levantarse tarde en vez de madrugar para preparar degollinas. El fanático está en desventaja porque no lucha sólo contra el catolicismo, sino también contra esa plácida tendencia del hombre a dormir en posición fetal. 
 
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