Rajoy, de héroe a villano
Para uno que no sea español, es posible que le resulte difícil entender todo lo que se juega en la manifestación por la defensa de la vida que se celebrará este sábado en Madrid.
Empecemos por hablar del contexto. Durante años, desde la desaparición del Centro Democrático de Suárez, el Partido Popular -al principio llamado Alianza Popular- cosechó los votos de la mayoría de los católicos practicantes. El resto -con todo, una importante minoría- se dividieron entre nacionalistas vascos y catalanes, socialistas e incluso algún puñado que siguió votando comunista y otros grupos minoritarios. Durante los gobiernos socialistas, esta fidelidad se acrecentó, pues el PP representaba lo esencial de lo que los católicos practicantes españoles querían ver en un partido político: unidad de la patria, defensa de valores familiares tradicionales, buena gestión económica e incluso honradez en esa gestión.
Nunca hubo suficientes votos católicos como para darle el PP la mayoría que llevó a Aznar al gobierno -por eso los guiños al centro izquierda que Arriola (sumo consejero y bastante laicista) aconsejaba a los dos presidentes que el PP ha dado a España, Aznar y Rajoy. Pero sin esos votos, ni de lejos se habría producido la victoria popular en las elecciones. En el PP, como en la antigua Democracia Cristiana italiana, empezaron a convivir dos tendencias -que fueron las que a la postre acabaron con la UCD-, una católica y otra laicista; conservadoras ambas en la gestión económica y en la política nacional, pero opuestas en lo concerniente a la familia y a la vida. En esto, la laicista no se diferenciaba en nada del más radical socialismo y la católica aspiraba a tener un peso preponderante porque se asumía que era de sus bases de donde salían la mayoría de los votos.
Aznar, católico practicante, ganó y gobernó como católico pero con un ojo puesto en la otra pata de su banco. Por eso no derogó rápidamente las leyes educativas socialistas y por eso no modificó la ley del aborto aprobada por Felipe González. Además, cometió el grave error de no escuchar al Papa Juan Pablo II, que insistía -con datos que después se han demostrado ciertos- que derrocar al tirano Sadam en Irak era un mal peor que aguantarle. Aznar perdió las elecciones -no las perdió Rajoy, aunque era él quien se presentaba-, sino que las perdió Aznar, sobre todo por su error en Irak, y llegó de nuevo el socialismo. Con un hombre más radical y menos inteligente que González, Zapatero. Los católicos, agredidos brutalmente de nuevo, se volvieron a echar en brazos del PP -siempre hablo de mayorías, nunca de todos-, olvidando que Aznar les había decepcionado en varios asuntos importantes.
Y así llegó Rajoy al poder, con su mayoría absoluta, alcanzada, como la que obtuvo Aznar, por el apoyo católico, por el desengaño de muchos que habían votado a Zapatero y veían que España se hundía, y por la abstención de otros. Había prometido que modificaría la ley del aborto de su predecesor -que, entre otras cosas horribles, calificaba al aborto como derecho- y los católicos le creyeron.
La renuncia a modificar dicha ley -renuncia que llevó consigo otra renuncia, la del Ministro de Justicia, Ruiz Gallardón- supuso un profundo desengaño para los católicos practicantes, burlados por segunda vez por el PP y ahora de forma pública y manifiesta. Supuso también un desconcierto bastante generalizado, reflejado en una pregunta: "¿Y ahora a quién votamos?". Porque naturalmente a los que son más laicistas que el PP no se podía votar, pero a los que no lo son resultaba discutible que votarlos sirviera para algo práctico, pues no habían logrado nunca representación parlamentaria. Durante años se había estado jugando con dos conceptos, el del "voto útil" y el del "mal menor" y eso llenaba las arcas electorales del PP. De repente lo segundo saltaba hecho añicos -el mal menor no se diferenciaba mucho del mal mayor- y lo primero seguía sin verse claro. De ahí el desconcierto, bastante generalizado entre los católicos practicantes que durante años habían votado al PP.
Sin entender esto, no se puede comprender del todo el significado de la manifestación por la vida y contra el aborto del sábado en Madrid. Es más que una manifestación. Es más que una petición de que se derogue una ley inicua que califica "derecho" a matar a un inocente. Es la petición de muchos católicos para que el PP rectifique y no les fuerce a irse a otros partidos donde o bien van a tirar el voto o bien no van a sentirse representados por otras causas.
El PP no rectificará -salvo auténtico milagro- y Rajoy perderá las elecciones y se irá además sin honor y denostado. Arriola y su esposa, la diputada Villalobos, quizá estén contentos -ahora lo están muchísimo al haber logrado que no se modificara la ley del aborto-, pero también pasarán a la historia como los gestores de un fracaso brutal. Ellos perderán y quizá el PP desaparezca, como desaparecieron UCD y AP. Los primeros que pagarán las consecuencias serán los niños que no van a poder nacer por el aborto. Pero no sólo ellos. Muchos católicos traicionarán sus conciencias volviendo a votar al PP porque tienen miedo a ese invento -dicen que del propio PP- que es Podemos o tienen miedo a la vuelta de los socialistas. Otros preferirán arriesgarse a tirar el voto, dándoselo a partidos minoritarios, y otros muchos se quedarán en su casa. Rajoy fracasará. Habrá más abortos y posiblemente veremos nuevas leyes inicuas. Todos perderemos.
Eso es lo que está en juego en la manifestación del sábado. Un último intento de que el Gobierno rectifique. Como digo, no es cuestión de otra cosa más que de milagros, porque Rajoy se ha echado en brazos de Arriola y ha renunciado a su propio honor. Terrible final para un hombre que podía haber pasado a la historia de España como un héroe y va a pasar, al menos para muchos, como un villano.
Una última lección para todos, de cualquier país: hay que desconfiar de los políticos, aunque no haya que inhibirse de la política. Los partidos tienden a decepcionar a los que les votan precisamente porque están gobernados por hombres que mucho antes se han traicionado a sí mismos, convirtiéndose en máscaras vacías, en amorales que sólo buscan el poder a cualquier precio. Una vez más, tenemos que decir: Sólo Dios es Dios y en Él hemos puesto toda nuestra esperanza.
Empecemos por hablar del contexto. Durante años, desde la desaparición del Centro Democrático de Suárez, el Partido Popular -al principio llamado Alianza Popular- cosechó los votos de la mayoría de los católicos practicantes. El resto -con todo, una importante minoría- se dividieron entre nacionalistas vascos y catalanes, socialistas e incluso algún puñado que siguió votando comunista y otros grupos minoritarios. Durante los gobiernos socialistas, esta fidelidad se acrecentó, pues el PP representaba lo esencial de lo que los católicos practicantes españoles querían ver en un partido político: unidad de la patria, defensa de valores familiares tradicionales, buena gestión económica e incluso honradez en esa gestión.
Nunca hubo suficientes votos católicos como para darle el PP la mayoría que llevó a Aznar al gobierno -por eso los guiños al centro izquierda que Arriola (sumo consejero y bastante laicista) aconsejaba a los dos presidentes que el PP ha dado a España, Aznar y Rajoy. Pero sin esos votos, ni de lejos se habría producido la victoria popular en las elecciones. En el PP, como en la antigua Democracia Cristiana italiana, empezaron a convivir dos tendencias -que fueron las que a la postre acabaron con la UCD-, una católica y otra laicista; conservadoras ambas en la gestión económica y en la política nacional, pero opuestas en lo concerniente a la familia y a la vida. En esto, la laicista no se diferenciaba en nada del más radical socialismo y la católica aspiraba a tener un peso preponderante porque se asumía que era de sus bases de donde salían la mayoría de los votos.
Aznar, católico practicante, ganó y gobernó como católico pero con un ojo puesto en la otra pata de su banco. Por eso no derogó rápidamente las leyes educativas socialistas y por eso no modificó la ley del aborto aprobada por Felipe González. Además, cometió el grave error de no escuchar al Papa Juan Pablo II, que insistía -con datos que después se han demostrado ciertos- que derrocar al tirano Sadam en Irak era un mal peor que aguantarle. Aznar perdió las elecciones -no las perdió Rajoy, aunque era él quien se presentaba-, sino que las perdió Aznar, sobre todo por su error en Irak, y llegó de nuevo el socialismo. Con un hombre más radical y menos inteligente que González, Zapatero. Los católicos, agredidos brutalmente de nuevo, se volvieron a echar en brazos del PP -siempre hablo de mayorías, nunca de todos-, olvidando que Aznar les había decepcionado en varios asuntos importantes.
Y así llegó Rajoy al poder, con su mayoría absoluta, alcanzada, como la que obtuvo Aznar, por el apoyo católico, por el desengaño de muchos que habían votado a Zapatero y veían que España se hundía, y por la abstención de otros. Había prometido que modificaría la ley del aborto de su predecesor -que, entre otras cosas horribles, calificaba al aborto como derecho- y los católicos le creyeron.
La renuncia a modificar dicha ley -renuncia que llevó consigo otra renuncia, la del Ministro de Justicia, Ruiz Gallardón- supuso un profundo desengaño para los católicos practicantes, burlados por segunda vez por el PP y ahora de forma pública y manifiesta. Supuso también un desconcierto bastante generalizado, reflejado en una pregunta: "¿Y ahora a quién votamos?". Porque naturalmente a los que son más laicistas que el PP no se podía votar, pero a los que no lo son resultaba discutible que votarlos sirviera para algo práctico, pues no habían logrado nunca representación parlamentaria. Durante años se había estado jugando con dos conceptos, el del "voto útil" y el del "mal menor" y eso llenaba las arcas electorales del PP. De repente lo segundo saltaba hecho añicos -el mal menor no se diferenciaba mucho del mal mayor- y lo primero seguía sin verse claro. De ahí el desconcierto, bastante generalizado entre los católicos practicantes que durante años habían votado al PP.
Sin entender esto, no se puede comprender del todo el significado de la manifestación por la vida y contra el aborto del sábado en Madrid. Es más que una manifestación. Es más que una petición de que se derogue una ley inicua que califica "derecho" a matar a un inocente. Es la petición de muchos católicos para que el PP rectifique y no les fuerce a irse a otros partidos donde o bien van a tirar el voto o bien no van a sentirse representados por otras causas.
El PP no rectificará -salvo auténtico milagro- y Rajoy perderá las elecciones y se irá además sin honor y denostado. Arriola y su esposa, la diputada Villalobos, quizá estén contentos -ahora lo están muchísimo al haber logrado que no se modificara la ley del aborto-, pero también pasarán a la historia como los gestores de un fracaso brutal. Ellos perderán y quizá el PP desaparezca, como desaparecieron UCD y AP. Los primeros que pagarán las consecuencias serán los niños que no van a poder nacer por el aborto. Pero no sólo ellos. Muchos católicos traicionarán sus conciencias volviendo a votar al PP porque tienen miedo a ese invento -dicen que del propio PP- que es Podemos o tienen miedo a la vuelta de los socialistas. Otros preferirán arriesgarse a tirar el voto, dándoselo a partidos minoritarios, y otros muchos se quedarán en su casa. Rajoy fracasará. Habrá más abortos y posiblemente veremos nuevas leyes inicuas. Todos perderemos.
Eso es lo que está en juego en la manifestación del sábado. Un último intento de que el Gobierno rectifique. Como digo, no es cuestión de otra cosa más que de milagros, porque Rajoy se ha echado en brazos de Arriola y ha renunciado a su propio honor. Terrible final para un hombre que podía haber pasado a la historia de España como un héroe y va a pasar, al menos para muchos, como un villano.
Una última lección para todos, de cualquier país: hay que desconfiar de los políticos, aunque no haya que inhibirse de la política. Los partidos tienden a decepcionar a los que les votan precisamente porque están gobernados por hombres que mucho antes se han traicionado a sí mismos, convirtiéndose en máscaras vacías, en amorales que sólo buscan el poder a cualquier precio. Una vez más, tenemos que decir: Sólo Dios es Dios y en Él hemos puesto toda nuestra esperanza.
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