¿Qué haría hoy Tomás Moro si fuera dirigente del PP?
Ahora bien, ¿si yo fuese diputado del PP en el Congreso o Secretario de Estado o Ministro, qué demonios haría?
por Álex Rosal
Posiblemente, de primeras, escurrir el bulto y mantener una cierta neutralidad. Intentar capear el temporal y esperar a que escampara. ¿Acaso, si san Pedro, primer Papa de la Iglesia, negó por tres veces a Cristo ante las preguntas insistentes de una criadita, a pesar de haber jurado que nunca lo traicionaría, Moro, o cualquiera de nosotros, no haría lo mismo?
Pero, pasado el tiempo, tras hacer caso a su conciencia, Tomás Moro se rebelaría contra esa decisión injusta, y dimitiría como ya lo hizo al Rey Enrique VIII, para irse a su casa, no sin antes pronunciar: "Buen servidor del rey, pero primero Dios".
Ahora bien, si yo fuese diputado del PP en el Congreso o Secretario de Estado o Ministro, ¿qué demonios haría?
Creo que pensaría: "Con lo que me ha costado llegar hasta aquí cómo voy a tirarlo todo por la borda e irme a mi casa sin tener otro oficio ni beneficio, con mi mujer dándome la brasa sobre lo iluso que soy por dimitir teniendo hijos pequeños a los que mantener, y obligado a trastocar toda la economía familiar...".
Además: "Ya lo ha dicho Rajoy, hoy cambiamos esta ley pero mañana viene la izquierda y la suprime de un plumazo. ¿Y tanto jaleo para no conseguir casi nada?".
"Si dimito, ¿quién va a defender en el PP con firmeza el derecho a la vida? Si es que no va a quedar nadie que pueda oponerse a la actual Ley del aborto. ¿Acaso no será mejor mantenerme en mi escaño y seguir luchando con redobladas fuerzas para cambiar el `consenso´ de mi partido y cuando volvamos a tener otra mayoría absoluta reformar, esta vez sí, la Ley del Aborto?".
Seguiría rumiando: "El arte de la política es complicado y hay que saber ser hábil, y astuto, como dice el Evangelio, para sortear las dificultades y tener capacidad para influir, pero si me voy ya no podré dedicarme a trabajar por el bien común y habrá un católico menos en el Parlamento. Eso no creo que sea bueno para la Iglesia".
Por mí cabeza aparecerían más y más excusas, y todas ellas muy razonables... sensatas, que diría Rajoy, hasta adormilar la conciencia, que es la voz de Dios, pero la batalla en mi interior continuaría: ¿Sirve de algo mi paso por la política, en un partido como el PP, si apenas puedo defender mis principios?
Para Oscar Luigi Scalfaro, que fue Presidente de la República italiana entre 1992 y 1999, “los católicos metidos en política deben estar dispuestos a arriesgarlo todo por dar un testimonio verdadero. ¿Qué es lo que nos enseña la Iglesia? Seguir a Cristo. Y esto hay que hacerlo hasta el final, también en política. Cristo mismo fue crucificado por haber testimoniado la verdad y el amor en sus tres años de vida pública”.
Y san Juan Pablo II les decía a los parlamentarios católicos, también a los del PP, que hay que ir “al Parlamento para servir; no cedáis en cuestión de principios; tened las puertas abiertas pues la democracia significa colaborar; no penséis en vuestros intereses particulares, sino en los de la comunidad. Id con espíritu ágil; capaz de subir escalones si os piden desempeñar puestos de responsabilidad, pero también de bajar con elegancia y humildad cantando alabanzas al Señor... sin romperos el ‘fémur espiritual’ que es una de las fracturas más peligrosas”.
Comprendo que para un católico metido a parlamentario, Ministro o Secretario de Estado del PP no es fácil mover ficha ante el bochinche monumental de la no reforma de la Ley del Aborto, pero no se puede ser el rey del disimulo y mirar a otro lado ante lo que decía san Juan Pablo II: "No cedáis en cuestión de principios".
En mi caso, no sé lo que haría. La teoría está clara, pero las tentaciones a no complicarnos la vida son muy potentes. Aunque dormir tranquilo, en paz con mi conciencia y con Dios, no tiene precio.
Álex Rosal es director de Religión en Libertad
Otros artículos:
La izquierda se queda sola en España. La derecha no existe
Cuando no se tienen fuerzas ni para rezar
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Creo que pensaría: "Con lo que me ha costado llegar hasta aquí cómo voy a tirarlo todo por la borda e irme a mi casa sin tener otro oficio ni beneficio, con mi mujer dándome la brasa sobre lo iluso que soy por dimitir teniendo hijos pequeños a los que mantener, y obligado a trastocar toda la economía familiar...".
Además: "Ya lo ha dicho Rajoy, hoy cambiamos esta ley pero mañana viene la izquierda y la suprime de un plumazo. ¿Y tanto jaleo para no conseguir casi nada?".
"Si dimito, ¿quién va a defender en el PP con firmeza el derecho a la vida? Si es que no va a quedar nadie que pueda oponerse a la actual Ley del aborto. ¿Acaso no será mejor mantenerme en mi escaño y seguir luchando con redobladas fuerzas para cambiar el `consenso´ de mi partido y cuando volvamos a tener otra mayoría absoluta reformar, esta vez sí, la Ley del Aborto?".
Seguiría rumiando: "El arte de la política es complicado y hay que saber ser hábil, y astuto, como dice el Evangelio, para sortear las dificultades y tener capacidad para influir, pero si me voy ya no podré dedicarme a trabajar por el bien común y habrá un católico menos en el Parlamento. Eso no creo que sea bueno para la Iglesia".
Por mí cabeza aparecerían más y más excusas, y todas ellas muy razonables... sensatas, que diría Rajoy, hasta adormilar la conciencia, que es la voz de Dios, pero la batalla en mi interior continuaría: ¿Sirve de algo mi paso por la política, en un partido como el PP, si apenas puedo defender mis principios?
Para Oscar Luigi Scalfaro, que fue Presidente de la República italiana entre 1992 y 1999, “los católicos metidos en política deben estar dispuestos a arriesgarlo todo por dar un testimonio verdadero. ¿Qué es lo que nos enseña la Iglesia? Seguir a Cristo. Y esto hay que hacerlo hasta el final, también en política. Cristo mismo fue crucificado por haber testimoniado la verdad y el amor en sus tres años de vida pública”.
Y san Juan Pablo II les decía a los parlamentarios católicos, también a los del PP, que hay que ir “al Parlamento para servir; no cedáis en cuestión de principios; tened las puertas abiertas pues la democracia significa colaborar; no penséis en vuestros intereses particulares, sino en los de la comunidad. Id con espíritu ágil; capaz de subir escalones si os piden desempeñar puestos de responsabilidad, pero también de bajar con elegancia y humildad cantando alabanzas al Señor... sin romperos el ‘fémur espiritual’ que es una de las fracturas más peligrosas”.
Comprendo que para un católico metido a parlamentario, Ministro o Secretario de Estado del PP no es fácil mover ficha ante el bochinche monumental de la no reforma de la Ley del Aborto, pero no se puede ser el rey del disimulo y mirar a otro lado ante lo que decía san Juan Pablo II: "No cedáis en cuestión de principios".
En mi caso, no sé lo que haría. La teoría está clara, pero las tentaciones a no complicarnos la vida son muy potentes. Aunque dormir tranquilo, en paz con mi conciencia y con Dios, no tiene precio.
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