¿Por qué deje de ser masón? (I). Cuando los masones invocan a Lucifer
¿tiene la masonería un líder mundial? Serge cree que no. Al menos, él no percibió los signos de esa multinacional masónica, pero lo que sí percibió es un estilo masónico y, sobre todo, una doctrina masónica unificada, dura y excluyente
por Eulogio López
Recién termino una maravilla de libro. Título: ¿Por qué dejé de ser masón? Autor, el francés Serge Abad-Gallardo, de origen español. Sigue esta obra de Libros Libres (otra editorial pequeña, por ello, muy recomendable). Sigue la línea del Yo fui masón, de otro francés, Maurice Callet, y completa dos obras imprescindibles: El Secreto Masónico desvelado, de Ullate Fabo y, cómo no, el diccionario de Manuel Guerra, la enciclopedia definitiva acerca de los masoncetes.
¿Qué tiene de nuevo el libro de Abad-Gallardo? Pues que cuenta una historia y demuestra una tesis. La historia es la de su estancia de casi 20 años en las logias con un relato más pormenorizado, sin desperdicio, sobre la liturgia masónica, mentirosa y, perdonadme hermanos masoncetes… un pelín hortera.
La tesis es sencilla y no por repetida menos olvidada y más negada: masonería y cristianismo son incompatibles y contradictorios, algo que los masones, tras tres siglos de cristofobia rabiosa, siguen empeñados en negar. Es algo que asombra al autor, que tras muchos lustros en las logias de Derecho Humano (una derivada del Gran Oriente) se asombra de esos católicos que se empeñan en hacer compatible masonería y cristianismo. Serge, que lo ha vivido, sabe que eso es una estupidez peligrosa y que el espíritu de las logias es cristófobo y nunca será otra cosa. Pero algunos curas no lo saben y muchos masones lo niegan.
El editor, Álex Rosal, me ha proporcionado la oportunidad de mantener una larga conversación con Serge Abad-Gallardo. Empecemos por el final, que no es mal método: Le pregunto si durante su historia como masón percibió una hilazón entre masonería y satanismo. Y la respuesta fue ésta: “como organización no, aunque yo no sé lo que ocurría en los ‘talleres superiores’ pero en la teoría sí, por supuesto”. Y ahí me explica que durante la apertura y el cierre del curso masónico que, como el curso escolar, va de septiembre a junio, se invoca a Lucifer, el portador de la luz masónica. Luz masónica -sí son un poco cursis pero también peligrosos- que llega en septiembre y termina en junio, con los exámenes de los rezagados. Porque resulta que Satanás es “el portador de la luz” y la fraternidad masónica agradece a Lucifer, el “amigo del hombre”, que le ha dado la luz al hombre, la luz que “le quitaron a Adán”. Es decir, se echa por tierra otra negación masónica: su vinculación con el luciferismo o satanismo.
Otra pregunta: ¿tiene la masonería un líder mundial? Serge cree que no. Al menos, él no percibió los signos de esa multinacional masónica, pero lo que sí percibió es un estilo masónico y, sobre todo, una doctrina masónica unificada, dura y excluyente, no sólo dogmática sino también apriorística.
Ahora bien, esta conspiración es realmente mundial y más peligrosa que las viejas conspiraciones: se trata de un consenso doctrinal, teórico, que incluye relativismo, gnosticismo y mucha cristofobia.
Quiero decir, lo que nos cuesta entender es que ya no vivimos en la era de las conspiraciones, sino en la era del Consenso, el espíritu lógico como consecuencia de la sociedad de la información. No existe una camarilla que dirige el mundo sino un consenso reconocido… ¡y pobre de aquel que se aleje de dicho consenso! Y no hace falta una policía del sectarismo: la mayoría acepta el consenso y se esclaviza a sí misma.
En esta telaraña mundial del consenso -un consenso dirigido contra el ser humano- la masonería guarda un cierto parecido con la nebulosa yihadista: hay muchas organizaciones yihadistas, no dirigidas por un solo hombre, pero que confluyen en el mismo objetivo: destruir a bombazos a Occidente. Pues bien, tampoco existe un líder masónico mundial, sino muchos, que coinciden en cargarse la civilización cristiana. No es conspiración, es consenso, pero el consenso es peor que la conspiración.
Por eso, el converso Abad-Gallardo no quiere hablar de organización común sino de ideología común. Alguien podría oponer lo siguiente: todo consenso acaba en conspiración, toda doctrina única acaba en una iglesia, toda cosmovisión, y más si es secreta, acaba en secta, sea local o mundial. De acuerdo, pero como es global, el único capaz de coordinar tantas logias, tantas organizaciones es… Satán. Pero ésa es otra historia.
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