Habla Joanna Kwiatkowska, joven que acompañaba al sacerdote mártir en escuelas y misas
«Popieluszko nos pedía vivir en la verdad, sólo así seríamos libres ante el régimen comunista»
En la noche del 18 al 19 de octubre de 1984 fue secuestrado por agentes del servicio de seguridad de la dictadura comunista en Polonia al sacerdote de 37 años Jerzy Popiełuszko. Lo asesinaron esa noche. En 2010, Jerzy Popiełuszko fue beatificado como mártir por el Papa Benedicto XVI.
Benedetta Frigerio en Il Tempi entrevistó en 2014 a Joanna Kwiatkowska, traductora al italiano de los textos del beato mártir Jerzy Popieluszko.
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El 20 de septiembre de 2014 se inició el proceso de canonización de Jerzy Popieluszko, el joven sacerdote polaco asesinado a los 37 años de edad por el servicio secreto del régimen comunista polaco, porque con su predicación y apoyo espiritual al movimiento disidente alimentaba la esperanza de millones de polacos.
«Me enseñó que Dios era un padre y que la fe podía hacerte libre frente a un régimen violento». Así lo recuerda Joanna Kwiatkowska, traductora de los textos del sacerdote mártir utilizados para el proceso de beatificación. «Lo conocí cuando yo tenía 18 años; me puse al servicio de la Iglesia con él y desde entonces ya no he parado».
-¿Cómo conoció a Popieluszko?
-En 1984 estaba en el último año de instituto y junto a un movimiento de jóvenes de las escuelas de Varsovia empezamos a defender la presencia de los crucifijos en las aulas de los colegios. Esta acción suscitó una fuerte reacción por parte de las autoridades, que empezaron a usar la violencia.
»Fue entonces cuando pedimos al padre Popieluszko encontrar un lugar en la iglesia para colgar las cruces que habían sacado de las escuelas de la ciudad. Él nos pidió ayuda y una colaboración para reunir a un pueblo capaz de sostener a los hombres en esos años durísimos. No todos respondieron; yo dije que sí y me ofrecí para elegir las poesías que había que recitar durante las misas por la patria.
El beato Jerzy Popieluszko celebra misa en un aula universitaria de la Polonia comunista ocupada por estudiantes en los años 80.
Con la misa, no faltaban los momentos de intercesión y a menudo el recitado de poemas patrióticos
-¿Cómo se desarrollaban sus misas por la patria?
-Congregaban a centenares, miles de personas. En sus homilías, el padre Popieluszko hablaba en defensa de los que eran atacados, perseguidos o asesinados por el régimen y pedía que todos vivieran en la verdad, para no perder la libertad y la dignidad. Decía que sólo así el hombre puede permanecer libre, también frente al régimen. Después se recitaban poesías y se cantaban canciones patrióticas o religiosas.
»En estos encuentros participaban artistas e intelectuales que disentían con el régimen. Esas misas fueron importantísimas: nunca había sucedido que tantas personas se reunieran para rezar juntas por la patria, para que cambiara no tanto el sistema político como el modo de pensar de la gente, para que se despertaran las conciencias y para que la dignidad humana fuera respetada.
-En su predicación, fe y cultura eran inseparables. Decía que la tradición religiosa era importantísima para la defensa de la patria.
-La cultura y la historia son necesarias para recordar al hombre la grandeza del pasado; son fundamentales porque dan fuerza a la gente, sobre todo si está oprimida. Las poesías, los cantos, el arte y la música expresaban una belleza que venía de la fe, dándonos esperanza y haciendo que volviéramos a desear la verdad, aunque costara.
-¿Cómo colaboró usted con el padre Popieluszko?
-Me ocupaba de elegir con él las poesías para las misas. Le llevaba los libros y los textos que encontraba y poco a poco lo fui conociendo y me uní a él.
-¿Qué le atrajo de este joven sacerdote?
-Era una persona muy tímida, modesta y buena. Su santidad era visible en los ojos. Tenía una mirada que transmitía una bondad ilimitada; estaba siempre dispuesto a defender a los débiles y a los necesitados. Pero lo que impresionaba era que a su timidez y mansedumbre se añadía una valentía increíble, afirmando la verdad y defendiendo al hombre atacado en su dignidad.
-Leyendo sus homilías no se diría que fuera tímido. Incluso lo denunciaron como subversivo.
-Su valentía era infinita, pero repito que no se debía a su temperamento. Como decía él mismo, la fe le ayudaba a soportar todo en la vida. Decía que el valor era hacer la voluntad de Dios y que procedía de la confianza en el Señor. De hecho, era un hombre que rezaba muchísimo, desde que nació, como todos en su familia, oraba sin cesar, sobre todo recitaba el rosario, su oración preferida.
-¿Quién lo educó en la fe?
-Nació en un pueblo rodeado de bosques. Para ir y volver al colegio recorría cada mañana kilómetros a pie recitando el rosario; pero antes de salir, hacia las cinco de la mañana, servía en la misa. Cuando volvía del colegio, una vez había acabado los deberes y si no había nada que hacer en su casa, mientras sus hermanos iban a jugar él se ponía un camisón de su madre, preparaba una mesa, la cubría con un mantel blanco y jugaba a celebrar la misa. Así ha sido durante toda su vida.
»Actuaba con el rosario en la mano. La época en que le conocí era un momento histórico especial: estábamos en estado de guerra, los obreros estaban en la cárcel, los disidentes eran perseguidos o habían sido asesinados y cientos de personas iban a pedirle ayuda. No tenía un momento de tranquilidad. Así su oración se manifestaba en los gestos: era como si Dios estuviera siempre con Él. Su mano, siempre tendida a cada hombre, era como si se la ofreciera a Él.
Misa con el sindicato Solidaridad en 1980
-«No podrás salvaguardar plenamente tu dignidad si en un bolsillo tienes el rosario y en el otro el libro de una ideología enemiga», decía. Y también: «La mentira ha sido siempre la marca de los esclavos». Por esto fue acusado de mezclar la religión con la política. ¿Cómo respondía a estas críticas?
-Nunca respondía a los ataques, pero a nosotros siempre nos decía que él no hablaba de política, sino de las injusticias que el régimen llevaba a cabo sobre las personas. Y como él estaba de parte de las personas, las defendía, también de la invasión del poder que intentaba doblegar las conciencias: debemos rezar para ser libres, decía, demostrándonos que se podía serlo también bajo el régimen.
-«Una nación cristiana debe orientarse según la moral cristiana (…) no necesita la denominada moral laica». Frases como estas, pronunciadas desde el púlpito, eran interpretadas como una imposición.
-Él decía: soy un simple sacerdote que tiene el deber de apoyar a la gente, por esto soy sacerdote. Por consiguiente, si el Estado prohíbe a la personas ser ellas mismas, está violando los derechos humanos.
»Decía que si una nación había nacido cristiana, quitarle esta peculiaridad era desnaturalizarla con violencia. Dejar de enseñar a los polacos los rasgos de su propio pueblo equivalía a asesinarlos y debilitarlos. A lo largo de la historia el cristianismo permitió que Polonia sobreviviera y superara también los momentos de mayor peligro: el hombre podía ser asesinado, pero permanecía la fidelidad a la Cruz, al Evangelio y a la Virgen.
-«No se necesitan muchos hombres para proclamar la verdad (…) los otros les buscan y llegan de lejos para escuchar palabras de verdad, porque la nostalgia de la verdad es connatural al hombre». Hoy, ¿se puede decir que tenía razón?
-Con toda seguridad. En esos años durísimos contribuyó a hacer madurar a la gente, a despertar las conciencias. En el mismo periodo nació Solidarnosc, dónde el padre Popieluszko celebraba la misa. La valentía de seguir radicalmente el Evangelio, sin miedo, hizo que mucha gente, después de muchos años, volviera a misa.
»Confesaba, bautizaba y catequizaba a multitud de personas. Además de la gente que lo conoció, hay muchos grupos que vienen de lugares lejanos del mundo para venerarlo. Aún hoy, leyendo sus textos, muchas personas dicen que reciben una formación y encuentran la fuerza para vivir en la verdad.
-Y su vida, ¿qué influencia recibió de Popieluszko?
-Cuando era joven iba a misa por costumbre. Recuerdo que fueron sus palabras las que me cambiaron: decía que siempre hay que aceptar la voluntad de Dios, tratándolo como un Padre vivo y bueno y no como un ser lejano. El padre Popieluszko me mostró precisamente esto, que el Señor está vivo y no mira al número de actos de pietismo formal que realizamos, sino que desea que nos dirijamos a Él con el corazón. Este descubrimiento está grabado dentro de mí.
»El último encuentro con él, en cambio, ha sido la experiencia más especial que he vivido nunca. Era el 16 de octubre de 1984, tres días antes de su asesinato. Después de misa me dijo que tenía algunos de mis libros y que había elegido las poesías para la siguiente función, pero que en ese momento no tenía tiempo para hablar de ello conmigo. El día siguiente tenía que decir misa a los médicos y al siguiente tenía que irse. «A la vuelta de mi viaje hablamos, la semana que viene estoy más libre, nos vemos con tranquilidad». Después se dio la vuelta y dijo: «Pero ¿sabes?, no sé si volveré». En ese momento no lo pensé, no lo entendí.
»Después, cuando el 20 de octubre llegó la noticia de su muerte, me acordé de sus palabras. Siempre decía que estaba preparado para dar la vida por la Verdad, por Cristo y que el sacrificio habría reconstruido la nación.
»Nos decía siempre que teníamos que esforzarnos y no encerrarnos en la mentira, como las personas que después del trabajo se encierran en casa, enfrentándose al drama del régimen con una botella en la mano.
»Nos empujaba a salir y a ser amigos, a pasar tiempo juntos, apoyándonos, confiándonos las necesidades recíprocas, reflexionando y también peleándonos, pero siempre con la verdad. Porque sólo así construiríamos una solidaridad real.
(Traducción del italiano por VerbumCaro.eu, publicado originariamente en octubre de 2014)
(En 2012 llegó a España la película "Popieluszko, la libertad está en nosotros", que ayudó a divulgar la figura del beato Popieluszko).