¿Perdura aún el Terror de los Tudor?
Enrique VIII no fue un protestante sino un tirano. Al proclamarse a sí mismo jefe de la Iglesia en Inglaterra, estaba convirtiendo la religión en un sujeto servil del poder secular. Estaba pidiendo que las cosas de Dios se diesen al César. Son palpables los paralelismos con el secularismo de nuestra propia época y su guerra contra la libertad religiosa.
por Joseph Pearce
Uno de los mayores errores que puede cometer un estudiante de historia es confundir la llamada “Reforma” inglesa con su homónima en el continente. Mientras que la Reforma protestante en Europa estuvo animada por las diferencias genuinamente teológicas que separaban a los seguidores de Lutero o Calvino de quienes aceptaban la autoridad apostólica y eclesiástica del catolicismo, en Inglaterra la llamada “Reforma” sólo estuvo animada por las ambiciones políticas y los apetitos lujuriosos del rey.
Enrique VIII no fue un protestante sino un tirano. Al proclamarse a sí mismo jefe de la Iglesia en Inglaterra, estaba convirtiendo la religión en un sujeto servil del poder secular. Estaba pidiendo que las cosas de Dios se diesen al César. Son palpables los paralelismos con el secularismo de nuestra propia época y su guerra contra la libertad religiosa.
Considerando los paralelos entre la Inglaterra de los Tudor y el fundamentalismo laicista de nuestro tiempo, vale la pena considerar la Resistencia inglesa al Terror de los Tudor, con la esperanza de que inspire hoy una santidad y un heroísmo similares.
Quienes desafiaron a los poderes seculares en Inglaterra rechazando postrarse ante la religión impuesta por el Estado fueron conocidos como “recusantes”. Estas almas nobles pagaron elevadas multas y a menudo sufrieron prisión o exilio por rechazar conformarse a la religión del Estado. Muchos otros sufrieron martirio, dando su vida por sus amigos y perdonando a sus enemigos desde el patíbulo, prefiriendo la horca o el hacha del verdugo a la esclavitud del secularismo.
Los heroicos cartujos de Londres estuvieron entre las primeras víctimas del Terror de los Tudor. A algunos los mataron de hambre por orden de Enrique VIII, otros fueron ahorcados, destripados cuando aún estaban vivos y descuartizados, sufriendo el penoso y horripilante destino que alcanzaría a muchos otros todo a lo largo del reinado sangriento de los Tudor. Otros mártires tempraneros de la cínica y sacrílega “Reforma” de Enrique fueron Santo Tomás Moro y San Juan Fisher, ambos decapitados por orden del rey.
Si las cosas ya fueron malas bajo Enrique, puede decirse que fueron aún peores durante el reinado de Bloody Bess [Isabel I la Sangrienta], hija de la relación adulterina de Enrique con la malhadada Ana Bolena. Fue durante el reinado, teñido de sangre, de Isabel cuando la misión jesuita en Inglaterra demostró el coraje, celo y espíritu evangelizador de la Contrarreforma católica. Quizá los dos más célebres mártires jesuitas son San Edmundo Campion y San Roberto Southwell, martirizados en 1581 y 1595 respectivamente, habiendo tenido ambos una misteriosa conexión con William Shakespeare que va más allá del objeto de este artículo.
Aunque es imposible pagar el debido tributo de homenaje a los cientos de mártires que dieron su vida por Dios y por el prójimo durante el Terror de los Tudor, sería sin duda un pecado de omisión no mencionar a Santa Margarita Clitherow y a Santa Ana Line, dos santas mujeres martirizadas por su fe durante el reinado de Isabel.
Santa Margarita Clitherow, conocida como la Perla de York, fue martirizada en 1586 por el “crimen” de esconder de las autoridades a los sacerdotes. El método de ejecución consistió en aplastarla hasta la muerte, una bárbara sentencia que se llevó a cabo a pesar de que se creía que estaba embarazada. Con un simbolismo providencial, la fecha de su muerte fue el 25 de marzo, fecha histórica de la Encarnación de Nuestro Señor (la Anunciación) y también de su Crucifixión.
Santa Ana Line, una conversa a la Fe que, como Campion y Southwell, probablemente también conocía a Shakespeare, fue martirizada el 26 de febrero de 1601, en los últimos años del reinado de Isabel. Había sido detenida cuando los cazadores de sacerdotes entraron en su hogar durante la celebración de una misa clandestina. Aunque el sacerdote jesuita que había celebrado la misa consiguió quitarse a tiempo las vestiduras y librarse del arresto mezclándose entre los fieles, Santa Ana Line fue detenida por esconder sacerdotes y subió a la horca a sufrir el martirio por el que había orado.
Estos santos mártires son sólo un puñado de las muchas almas santas que escogieron la muerte y la gloria del martirio antes que la sumisión a una tiranía secularista que buscaba destruir la libertad religiosa.
El Terror de los Tudor duró desde la autoproclamación de Enrique VIII como cabeza de la Iglesia en 1534 hasta la muerte de Isabel I en 1603. Lamentablemente el Terror continuaría bajo los Estuardo, siendo ejecutados los últimos católicos en la década de 1680 y perdurando formas menos letales de persecución hasta la Emancipación católica de 1829. Luego, después de tres siglos de resistencia heroica y desafiante, a los recusantes que quedaban se unió una nueva oleada de conversos y una nueva oleada de inmigrantes irlandeses, heraldos del inicio del Resurgimiento católico. No era la primera vez en la gloriosa y sangrienta historia de la Iglesia que su flagelación y “muerte” conducían a una gloriosa resurrección. No fue la primera vez y sin duda no será la última.
Publicado en The Imaginative Conservative.
Traducción de Carmelo López-Arias.
Enrique VIII no fue un protestante sino un tirano. Al proclamarse a sí mismo jefe de la Iglesia en Inglaterra, estaba convirtiendo la religión en un sujeto servil del poder secular. Estaba pidiendo que las cosas de Dios se diesen al César. Son palpables los paralelismos con el secularismo de nuestra propia época y su guerra contra la libertad religiosa.
Considerando los paralelos entre la Inglaterra de los Tudor y el fundamentalismo laicista de nuestro tiempo, vale la pena considerar la Resistencia inglesa al Terror de los Tudor, con la esperanza de que inspire hoy una santidad y un heroísmo similares.
Quienes desafiaron a los poderes seculares en Inglaterra rechazando postrarse ante la religión impuesta por el Estado fueron conocidos como “recusantes”. Estas almas nobles pagaron elevadas multas y a menudo sufrieron prisión o exilio por rechazar conformarse a la religión del Estado. Muchos otros sufrieron martirio, dando su vida por sus amigos y perdonando a sus enemigos desde el patíbulo, prefiriendo la horca o el hacha del verdugo a la esclavitud del secularismo.
Los heroicos cartujos de Londres estuvieron entre las primeras víctimas del Terror de los Tudor. A algunos los mataron de hambre por orden de Enrique VIII, otros fueron ahorcados, destripados cuando aún estaban vivos y descuartizados, sufriendo el penoso y horripilante destino que alcanzaría a muchos otros todo a lo largo del reinado sangriento de los Tudor. Otros mártires tempraneros de la cínica y sacrílega “Reforma” de Enrique fueron Santo Tomás Moro y San Juan Fisher, ambos decapitados por orden del rey.
Si las cosas ya fueron malas bajo Enrique, puede decirse que fueron aún peores durante el reinado de Bloody Bess [Isabel I la Sangrienta], hija de la relación adulterina de Enrique con la malhadada Ana Bolena. Fue durante el reinado, teñido de sangre, de Isabel cuando la misión jesuita en Inglaterra demostró el coraje, celo y espíritu evangelizador de la Contrarreforma católica. Quizá los dos más célebres mártires jesuitas son San Edmundo Campion y San Roberto Southwell, martirizados en 1581 y 1595 respectivamente, habiendo tenido ambos una misteriosa conexión con William Shakespeare que va más allá del objeto de este artículo.
Aunque es imposible pagar el debido tributo de homenaje a los cientos de mártires que dieron su vida por Dios y por el prójimo durante el Terror de los Tudor, sería sin duda un pecado de omisión no mencionar a Santa Margarita Clitherow y a Santa Ana Line, dos santas mujeres martirizadas por su fe durante el reinado de Isabel.
Santa Margarita Clitherow, conocida como la Perla de York, fue martirizada en 1586 por el “crimen” de esconder de las autoridades a los sacerdotes. El método de ejecución consistió en aplastarla hasta la muerte, una bárbara sentencia que se llevó a cabo a pesar de que se creía que estaba embarazada. Con un simbolismo providencial, la fecha de su muerte fue el 25 de marzo, fecha histórica de la Encarnación de Nuestro Señor (la Anunciación) y también de su Crucifixión.
Santa Ana Line, una conversa a la Fe que, como Campion y Southwell, probablemente también conocía a Shakespeare, fue martirizada el 26 de febrero de 1601, en los últimos años del reinado de Isabel. Había sido detenida cuando los cazadores de sacerdotes entraron en su hogar durante la celebración de una misa clandestina. Aunque el sacerdote jesuita que había celebrado la misa consiguió quitarse a tiempo las vestiduras y librarse del arresto mezclándose entre los fieles, Santa Ana Line fue detenida por esconder sacerdotes y subió a la horca a sufrir el martirio por el que había orado.
Estos santos mártires son sólo un puñado de las muchas almas santas que escogieron la muerte y la gloria del martirio antes que la sumisión a una tiranía secularista que buscaba destruir la libertad religiosa.
El Terror de los Tudor duró desde la autoproclamación de Enrique VIII como cabeza de la Iglesia en 1534 hasta la muerte de Isabel I en 1603. Lamentablemente el Terror continuaría bajo los Estuardo, siendo ejecutados los últimos católicos en la década de 1680 y perdurando formas menos letales de persecución hasta la Emancipación católica de 1829. Luego, después de tres siglos de resistencia heroica y desafiante, a los recusantes que quedaban se unió una nueva oleada de conversos y una nueva oleada de inmigrantes irlandeses, heraldos del inicio del Resurgimiento católico. No era la primera vez en la gloriosa y sangrienta historia de la Iglesia que su flagelación y “muerte” conducían a una gloriosa resurrección. No fue la primera vez y sin duda no será la última.
Publicado en The Imaginative Conservative.
Traducción de Carmelo López-Arias.
Comentarios
Otros artículos del autor
- Joseph Pearce destaca el papel de Hilaire Belloc en el renacimiento cultural católico anglófono
- Alexander Cameron: el jesuita y jacobita héroe de la Escocia católica que un día podría ser santo
- E.F. Schumacher, el converso que convirtió a millones de lectores a la doctrina social de la Iglesia
- Seis genios del renacimiento católico musical que vivió Francia en el primer tercio del siglo XX
- Diem, el devoto presidente católico de Vietnam a quien Kennedy traicionó, provocando su asesinato
- Shakespeare, católico (incluso desafiante) hasta el final: Blackfriars Gatehouse, la prueba
- Aquel feliz día en el que Benedicto XVI se convirtió en Papa
- La novela-pesadilla de Benson sobre el Señor del Mundo «se está verificando ante nuestros ojos»
- La exégesis de Joseph Pearce: «Debemos leer la Biblia literalmente para poder leerla literariamente»
- ¿Quiso Shakespeare ensalzar el amor romántico de Romeo y Julieta? Joseph Pearce muestra lo contrario