Sábado, 27 de abril de 2024

Religión en Libertad

La salvación por los judíos

Léon Bloy.
Léon Bloy (1846-1917) recordó de forma vehemente que la conversión de los judíos es un signo inminente de la Parusía.

por Juan Manuel de Prada

Opinión

Nos dedicamos a releer en estos días La salvación por los judíos, la obra de trasfondo escatológico que Léon Bloy consideraba la más importante entre todas las suyas. Desde luego, se trata de la más ansiosa por presenciar la Segunda Venida de Cristo, que según las Escrituras vendrá precedida o acompañada por la conversión del pueblo judío, en medio de terribles hecatombes. Raissa Maritain (esposa de Jacques y dedicataria de la obra) define La salvación por los judíos como un «gran poema lírico y religioso» en el cual «la exégesis de Léon Bloy es un horno ardiente de símbolos que prolongan al infinito el sentido de las realidades divinas». Pero, en realidad, lejos de prolongarlo «al infinito», lo fijan en un hecho determinante sin el cual tales realidades divinas no pueden cumplirse plenamente, que es la conversión de los judíos, implorada durante siglos por la Cristiandad y hoy eludida en la prédica eclesiástica. Bloy no podía eludir esta realidad sobrenatural tan gigantesca y sobrecogedora, proclamada por el mismo Cristo (Jn 4, 22) y ratificada por el Apóstol de los gentiles (Rm 11, 12 y 15). La salvación por los judíos, que Bloy califica sin modestia como «el testimonio cristiano más enérgico que se haya escrito a favor de la raza primogénita», es una exégesis vehemente y desaforada de estos versículos, que nos recuerdan que la conversión de los judíos prefigurará el final de la Historia, el Juicio Final y la resurrección de la carne.

El «agente provocador» de La salvación por los judíos fue el panfleto antisemita La France juive (1886), de Édouard Drumont. Bloy acusa a Drumont de querer «reemplazar el famoso becerro de oro con un cerdo del mismo metal» (es decir, de pretender arrebatar a los judíos el monopolio del Dinero para que los pueblos católicos degenerados disfruten también de él, traicionando al Pobre que cuelga del madero). Pero su réplica no es, desde luego, un burdo alegato projudío; de ahí que, hace apenas unos años, un tribunal francés decretase la censura parcial de la obra de Bloy. Resulta, en verdad, irrisorio (pero a la vez muy expresivo del lodazal de abyección en el que chapotea Occidente), que se censure a Bloy, quien calificó el antisemitismo como «el bofetón más horrible que Nuestro Señor haya recibido jamás en su Pasión que dura siempre, el más sangriento y más imperdonable, pues lo recibe sobre el rostro de su Madre». Pero la ofuscación moral de nuestra época es también un inequívoco signo apocalíptico.

La salvación por los judíos se zambulle en las interioridades tenebrosas del misterio que envuelve al pueblo judío, en el que se dirime el destino de la humanidad. Y lo hace, por supuesto, con el estilo violento y exasperado que caracteriza a su autor, auténtica piedra de toque para lectores tibios; pues la escritura de Bloy, sobresaltada de imprecaciones feroces y exabruptos proféticos, quema como el plomo derretido y alcanza la médula de nuestra sensibilidad adormecida.

* * *

Bloy no niega la querencia de los judíos hacia el Dinero (escrito con mayúscula, como realidad preternatural), sino que se atreve a explicar el terrible sentido teológico de esa querencia. A juicio de Bloy, el Dinero ha sustituido «al lívido Dios que expiró entre dos ladrones»; y ha logrado que los judíos trabajen a su servicio para castigo de un mundo que ha rechazado la Redención. La querencia judía hacia el Dinero no es, pues, una muestra de su «felonía y codicia sin límites», como pretende el antisemitismo visceral, sino «un castigo interminable» a judíos y cristianos. Este insondable arcano nutre de un sentido estremecedor la parábola del Hijo Pródigo, que para Bloy es una alegoría del destino del pueblo judío, a quien Dios espera siempre, «puesto que Él conoce el Fin». Claro que, más terrible aún que el castigo de ese hijo que abandona la casa paterna, es el destino de los pueblos cristianos, convertidos en la «piara del hijo pródigo», alimentada con las algarrobas que le arroja el Dinero.

«Los judíos no se convertirán mientras Jesús no baje de la Cruz, y Jesús no puede bajar de ella mientras los judíos no se hayan convertido», escribe Bloy. Este misterio insondable explica que durante siglos los cristianos, a la vez que maldecían a los judíos, les suplicaran, «sollozando a sus pies, que tuvieran piedad del Dios doliente». Y, entretanto, los judíos mismos «están condenados a llevar la Cruz», apostilla Bloy, quien sin embargo no pudo presenciar la monstruosa cruz que los aguardaba durante el siglo XX, en el que la «piara del hijo pródigo», renegada de Dios, iba a infligirles tormentos impronunciables.

Pero –signo apocalíptico sobrecogedor– de aquella matanza tampoco surgió la conversión, sino un arcano todavía mayor: la extensión de una apostasía que gangrenó por igual al hijo pródigo y a su piara, desde entonces encomendados a la religión más propiamente anticrística, que es la adoración del hombre. Una apostasía generalizada que hace todavía más urgente ese «desclavamiento» de Cristo que traerá la restauración universal; y que «inmoviliza» a la humanidad en las escenas crueles de la Pasión: la agonía de Getsemaní, el beso de Judas, la negación de Pedro, los tormentos de la flagelación, el camino hacia el Gólgota, la crucifixión entre agonías atroces. Todos podríamos poner nombres actuales a estas escenas, si miramos a nuestro derredor.

Y, en esta fase anticrística de la humanidad, ¿cómo se puede desclavar a Cristo? Bloy consideraba que no hay otra forma sino implorar un «ardiente sol del estío» en el que «la higuera, tanto tiempo estéril, tanto tiempo regada con inmundicias, se vea al fin obligada a dar el único Fruto de delectación y de consuelo capaz de detener la náusea de Dios». Ese Fruto sólo puede ser la conversión provocada por la Parusía que consumará la Historia. Esperando el tiempo de los higos murió Léon Bloy. Sospecho que nosotros estamos más cerca de saborearlos.

Publicado en ABC en dos partes, una y dos

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