La importancia de los discípulos clandestinos
Por discípulo clandestino debe entenderse el seguidor anónimo que, las más de las veces por debilidad, no quiere que se sepa de parte de quién está. En el catolicismo, llamados como estamos a hacer profesión pública de nuestra fe esperando que se contagie como el coronavirus, ¡dejamos tantas veces tanto que desear en este sentido! En esto del anonimato, de los silencios inadecuados, de ese no querer (más bien no poder) dar razón de nuestra esperanza... "el que libre esté de pecado, que tire la primera piedra".
Pintura de Kiko Argüello en la que se representa el icono de La Piedad, en el que san Juan besa la mano del cadáver de Jesús, situándose cerca de él a los pies de Cristo José de Arimatea y Nicodemo
En el relato de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo proclamada el Viernes Santo fue para mí un verdadero consuelo caer en la cuenta de algo aparentemente insignificante: la referencia a quienes piden el cuerpo de Jesús para darle sepultura. Fueron José de Arimatea y Nicodemo, el que es calificado como "discípulo clandestino" y del que se dice que habló con Jesús de noche, para no ser visto.
Ellos fueron, y no otros, quienes se presentaron ante Pilatos reclamando el cuerpo del Señor, subraya el evangelista que con gran valentía. Allí no estaban los apóstoles de relumbrón, que se encontraban la mayoría en paradero desconocido. Dios concedió el gran honor de dar sepultura a Cristo a unos miedosos, como tú y como yo, que tantas veces dejamos de hablar de Él por miedo, y esto es Palabra de Dios, que quiere decir que es eterna la disposición de Dios de ayudar a los pusilánimes, a los que no tenemos suficiente carácter para estar siempre dando la cara, a los que no sabemos decir lo que conviene, a los clandestinos…
Si no podemos hacer otra cosa, sigamos siendo clandestinos… cualquier cosa menos apostatar, que a Su tiempo cosecharemos. Cuando Dios quiera, lo que Dios quiera, como Dios quiera… El poder del Altísimo nos cubrirá con su sombra y nacerá de nosotros uno que será llamado Hijo de Dios, al que conoceremos por sus frutos en nosotros. Todos contamos para Dios, para el anuncio de su Evangelio, porque el Espíritu Santo "es fuego que nace en quien sabe esperar, en quien sabe nutrir esperanzas de amor".
Y no necesariamente todos tenemos que hablar bien: José de Arimatea y Nicodemo dicen lo justo para hacer una de las llamadas Obra de Misericordia, dar sepultura a un cuerpo, en este caso gesto crucial para que Cristo descienda a los infiernos y libere a los allí cautivos, algo que sigue siendo tan necesario hoy ante tanto cautivo de ofrecerse todo para sí mismo, condenado a adorarse, sin recompensa alguna, puesto que ahí no está la Vida. Para Dios todos viven.
Añade además Benedicto XVI que el sepulcro vacío es fundamental: ciertamente no es la prueba irrefutable de la Resurrección, pero de no haber existido, o de haber existido una tumba con un cuerpo dentro, el hecho de la Resurrección sería más difícilmente creíble. "Fue crucificado, muerto y sepultado" gracias a los discípulos clandestinos.
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