Sábado, 21 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

La guerra de Turquía contra los misioneros cristianos


por Uzay Bulut

Opinión

Al día siguiente de que el pastor estadounidense Andrew Brunson fuese liberado de una prisión turca, otro cristiano que llevaba viviendo dos casi dos décadas en Turquía fue detenido por las autoridades. Le dijeron que tenía dos semanas para abandonar el país, sin su mujer y sus tres hijos. David Byle, evangélico canadiense-americano, no sólo sufrió varias detenciones e interrogatorios a lo largo de los años, también se enfrentó a la deportación en tres ocasiones. En cada una de ellas se libró por sentencias judiciales. Sin embargo, en esa última ocasión no logró evitar el destierro, y abandonó Turquía tras pasar dos días en un centro de detención. Cuando intentó volver junto a su familia, el pasado 20 de noviembre, se le negó la entrada en el país. Según Claire Evans, directora regional de International Christian Concern, "Turquía está dejando cada vez más claro que [en su territorio] no hay sitio para el cristianismo, aunque su Constitución diga lo contrario. No es casualidad que Turquía decidiera iniciar este proceso al día siguiente de la excarcelación de Brunson y que (...) las autoridades ignoraran una sentencia. Debemos tener a la familia Byle en nuestras oraciones durante este periodo de difícil separación".

Brunson y Byle se cuentan entre los numerosos clérigos cristianos que han sido víctimas de la aversión turca al cristianismo. En sus informes anuales sobre violaciones de derechos humanos, que publica desde 2009, la Asociación de Iglesias Protestantes de Turquía detalla la sistemática discriminación de que son objeto los protestantes, que padecen ataques verbales y físicos; además, el Gobierno no reconoce a la comunidad protestante como una entidad legal, y le niega el derecho a crear y mantener libremente espacios para el culto. Los protestantes no pueden crear escuelas o formar a sus propios clérigos, lo que les obliga a depender del apoyo de los líderes de iglesias extranjeras. A trabajadores religiosos y feligreses extranjeros se les ha denegado el permiso para entrar en Turquía o el permiso de residencia, o han sido deportados. Aunque las actividades misioneras no son ilegales según el Código Penal, tanto los pastores extranjeros como los ciudadanos turcos que se convierten al cristianismo son tratados como parias por las autoridades y buena parte de la sociedad. No hay de qué sorprenderse, dados los informes anticristianos de las instituciones del Estado que moldean las políticas del Gobierno. He aquí unos ejemplos:

– En 2001, tras recibir un informe de la Organización Nacional de Inteligencia (MIT), el Consejo de Seguridad Nacional (MGK) declaró que las actividades misioneras de los cristianos eran una “amenaza para la seguridad” y que había que “tomar precauciones contra [esas] actividades divisivas y destructivas”.

– En 2004, la Cámara de Comercio de Ankara (ATO) emitió un informe en el que se afirmaba: “Las actividades misioneras provocan aspiraciones separatistas étnicas y religiosas y atentan contra la estructura unitaria del Estado”.

– En 2005, el ministro de Estado, Mehmet Aydın, declaró: “Creemos que las actividades misioneras [cristianas] se proponen destruir la unidad histórica, religiosa, nacional y cultural (…), [el misionero] es visto como un movimiento sumamente planificado, con objetivos políticos”.

– En 2006, las Fuerzas Armadas Turcas (TSK) elaboraron un informe en el que se referían a los misioneros cristianos como una “amenaza” y hacían hincapié en la necesidad de establecer regulaciones para impedir sus actividades. Ese mismo año, Ali Bardakoğlu, director de Diyanet (el Directorio de Asuntos Religiosos, financiado por el Gobierno), dijo en televisión: “Diyanet tiene el deber de advertir al pueblo sobre los misioneros y otros movimientos que la amenazan”.

– En 2007, Niyazi Güney, funcionario del Ministerio de Justicia, sentenció: “Los misioneros son aún más peligrosos que las organizaciones terroristas”.

Las condenas públicas de los misioneros cristianos han tenido consecuencias concretas y devastadoras. En 2006, un líder de una iglesia protestante llamado Kamil Kıroğlu, musulmán converso al cristianismo, quedó inconsciente después de que le dieran una paliza cinco hombres. Uno de ellos le gritó: “¡Reniega de Jesús o te mato ahora mismo!”; otro bramó: “¡No queremos cristianos en este país!”. También en 2006, el padre Andrea Santoro, sacerdote católico romano de 61 años, fue asesinado mientras oraba en la iglesia de Santa María de Trebisonda. Cinco meses después, un sacerdote de 74 años, el padre Pierre François René Brunissen, fue apuñalado en Samsun; el agresor dijo que lo hizo en protesta por las “actividades misioneras” del anciano. En abril de 2007, tres cristianos fueron torturados hasta la muerte en la masacre de la editorial Zirve Bible. En noviembre del mismo año, un predicador asirio, Edip Daniel Savcı, fue secuestrado. Un mes después, un cura católico, Adriano Franchini, fue apuñalado durante una misa dominical; al parecer, había sido “acusado de actividades misioneras” en algunas páginas web. En junio de 2010, el arzobispo Luigi Padovese, vicario apostólico de Anatolia, fue asesinado por su conductor, que gritó “Alahu Akbar!” (“¡Alá es el más grande!”) mientras le degollaba. En el juicio, el asesino dijo que Padovese era un “falso mesías”, y en dos ocasiones recitó en voz alta el adhán (la llamada islámica a la oración).

Pese a su minúscula presencia actual, el cristianismo tiene una larga historia en Asia Menor (parte de la Turquía contemporánea), cuna de numerosos apóstoles y santos, entre ellos Pablo, Lucas, Efrén, Policarpo, Timoteo, Nicolás e Ignacio. Numerosos acontecimientos recogidos en la Biblia tuvieron lugar allí. Sus pueblos originarios –armenios, asirios y griegos– están entre los primeros que abrazaron el cristianismo. Los siete primeros concilios ecuménicos se celebraron allí. Fue en Antioquía donde a los seguidores de Jesús se les llamó “cristianos” por primera vez, y donde San Pedro fundó una de las primeras iglesias. Edesa (Urfa, en el sudeste de Turquía) fue uno de los primeros centros de la Iglesia ortodoxa asiria (siríaca). La antigua ciudad griega de Bizancio (es decir, Constantinopla, la actual Estambul) fue un nodo del cristianismo, y Santa Sofía, construida en el siglo VI, fue la mayor iglesia del mundo hasta que los turcos otomanos invadieron la ciudad en 1453 y la convirtieron en una mezquita.

Desde entonces, los cristianos de la región han estado bajo dominio musulmán. Hoy, sólo el 0,2% de la población turca –de casi 80 millones– es cristiana. El genocidio contra los cristianos de 1913-1923 en toda la Turquía otomana y el pogromo contra los griegos de Estambul de 1955 son algunos de los acontecimientos trascendentales que en gran medida condujeron a la destrucción de la ancestral comunidad cristiana del país. Aun hoy –incluso después de que Turquía se uniera el Consejo de Europa (1949) y a la OTAN (1942)–, los misioneros y ciudadanos cristianos siguen siendo objeto de opresión.

Parece haber dos razones.

La primera tiene que ver con la visión que tiene el islam de los kafires (“infieles”). Como explica Bill Warner, director del Center for the Study of Political Islam (CSPI): "La doctrina del Corán sobre los kafires dice que son odiados y que son amigos de Satán. A los kafires se les puede robar, matar, torturar, violar, ridiculizar, insultar, condenar, y también se puede conspirar contra ellos".

Warner describe como sigue la destrucción de la civilización griega en Anatolia: "El proceso de aniquilación llevó siglos. Hay quien cree que, con la invasión musulmana, los kafires tuvieron la alternativa de convertirse o morir. No, en absoluto. Entró en vigor la sharia y los dimíes cristianos recibieron el estatus de ‘protegidos’ como Gentes del Libro que viven bajo la sharia. Los dimíes pagaban impuestos muy elevados, no podían testificar en un juicio, cedían los puestos de autoridad a los musulmanes y eran humillados por las normas sociales. Un dimí tenía que apartarse para dejar pasar a un musulmán, cederle el asiento. No podían llevar armas y estaban por detrás de los musulmanes en todos los ámbitos. A lo largo de los siglos, la degradación, la falta de derechos y los impuestos hicieron que los cristianos se convirtieran. Es la sharia lo que destruye a los dimíes".

Siglos después, y pese a que la Constitución turca no se basa en la sharia, las ideas y actitudes de la mayoría de los turcos siguen siendo en gran parte islámicas. El profesor Ali Çarkoğlu, de la Universidad de Koç, que realizó una encuesta sobre el nacionalismo con el profesor Ersin Kalaycıoğlu, de la Universidad Sabancı, afirma: "Una cuestión que diferencia a Turquía del resto del mundo es que nuestra identidad nacional está moldeada principalmente por la identidad religiosa. Lo que hace turco a un turco no es tanto la etnia, o la lengua, sino principalmente el ser musulmán (…) Una gran mayoría de los turcos creen que no existe nada en su historia de lo que deban avergonzarse. No se sienten cercanos a Europa o a Oriente Medio; básicamente sólo se sienten cerca de sí mismos. La identidad global es una cosa extraña para la mentalidad turca. Los turcos son turcos, y, llamativamente, cuando les preguntamos si creen que el planeta sería mejor si todo el mundo fuera turco, dieron una puntuación [afirmativa] muy alta. Ningún tipo de autocrítica".

La otra razón para la persecución anticristiana parece ser el temor generalizado –que roza la paranoia– a que los cristianos se propongan, por medio del proselitismo, recuperar los territorios que poseían antes de la conquista turca. Un informe de 2001 de la Organización Nacional de Inteligencia (MIT) decía: "Los misioneros hacen alusiones al Ponto [antiguo territorio griego], (...) el yazidismo, la [iglesia] caldea, a los kurdos cristianos del sudeste (...), a los armenios del este y a los antiguos territorios cristianos en el Egeo y Estambul para impresionar a la gente y ganársela".

Por otro lado, un informe del Ejército turco de 2004 sostenía que el 10% de la población de Turquía sería cristiana en el año 2020. Antes del genocidio contra los cristianos de 1913-1923, la población de lo que hoy es Turquía era de unos 14 millones, de los cuales aproximadamente un tercio (4,5 millones) eran cristianos. El genocidio vació gran parte del Imperio otomano y la actual Turquía de su población cristiana, y creó un país casi por entero musulmán. A pesar de esta historia criminal, muchos turcos siguen arremetiendo contra los cristianos sin el menor complejo. Numerosas figuras públicas –políticos, académicos, policías y sindicalistas– demonizan a los misioneros acusándolos de estar implicados en actividades “separatistas”, “amenazadoras”, “agresivas”, “destructivas” y “terroristas”. Estas personas parecen incurrir en una proyección, pues son los yihadistas islámicos los que han invadido y tomado violentamente tierras extranjeras y convertido a los no musulmanes en esclavos o súbditos de segunda clase, algo que numerosos turcos apoyan y glorifican en su propia historia. La web oficial de las Fuerzas Armadas turcas sitúa con orgullo la fecha de creación del Ejército en el año “209 d.C., durante el gran Imperio huno”, cuyos gobernantes y soldados –escribe el historiador Joshua J. Mark– “llevaron muerte y devastación allá donde fueron”, incluida Europa. El ejército turco, miembro de la OTAN, se jacta igualmente de que los turcos hayan “sometido y dominado a numerosos pueblos y naciones”, e imperado “sobre una vasta geografía que se extiende de Asia y Europa a África”.

Puesta en este contexto, la persecución contra los pastores Brunson y Byle cobra pleno sentido.

Publicado en El Medio.

Uzay Bulut es una periodista turca arraigada en Estados Unidos.

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