Jueves, 26 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Los agentes de pastoral familiar

Familia sentada en el campo.
La importancia de la familia para la evangelización justifica todos los esfuerzos pastorales para reforzarla y formarla como transmisora de la fe. Foto: Nathan Dumplao / Unsplash.

por Pedro Trevijano

Opinión

No hay que olvidar el importante papel que hoy juega en la Iglesia la pastoral familiar, así como la importancia que tienen en ella los sacerdotes. Los sacerdotes, aparte de su función específica de anunciar el evangelio de la familia y de la vida, deben colaborar con los seglares para que éstos lleguen a ejercer en plenitud los carismas que les son propios. La tarea de los sacerdotes es “una parte esencial del ministerio de la Iglesia hacia el matrimonio y la familia” (exhortación de San Juan Pablo II Familiaris Consortio, 73).

Ante todo, debemos saber acoger con amabilidad y cariño, interesándonos no sólo si están casados o no, si van a Misa o no, si se confiesan o no, si bautizan a sus hijos o no, sino también si se aman o no, cuáles son sus preocupaciones y problemas, si se respetan y se ayudan, si dialogan y se divierten juntos, qué educación humana y cristiana dan a sus hijos, qué valores les inculcan y cómo ejercen la autoridad. En las parroquias hay que procurar que haya equipos de Pastoral Familiar, que tengan como objetivos la preparación al matrimonio y la evangelización de las familias, así como dar respuestas adecuadas a los desafíos que atañen a la institución familiar. Del sacerdote depende en no pequeña medida la profundidad de la vida de fe y el impulso apostólico de los grupos que dirige. La vida de fe tiene unos contenidos, pero como cada vez es menor la preparación cristiana de nuestra gente, la formación permanente en la fe es cada vez más imprescindible.

Sacerdotes y laicos debemos seguir a Jesucristo, ya que estamos comprometidos en la misma misión de evangelizar, aunque cada uno tenga una responsabilidad propia, según la vocación y el ministerio recibido. Pero la asistencia espiritual de los sacerdotes no se reduce a proclamar la Palabra ni a presidir el culto, sino que deben ser animadores de la fe y de la actividad apostólica, cuidando nuestra propia formación y actualización en todo lo referente a la problemática familiar, esforzándonos en conseguir la maduración humana y religiosa de los seglares y nuestra, coordinando la actividad parroquial con la de los movimientos apostólicos y teniendo una presencia activa de trato personal no sólo en los momentos de alegría o de pena, sino también en las muchas cuestiones de todo tipo que preocupan a las familias, aunque sin acaparar las funciones que pueden y deben desempeñar los seglares, pues corremos el peligro de intentar mandar, invadiendo el terreno de los laicos, por lo que nos es necesaria vigilancia y autocrítica.

Hay que recordar igualmente que la ayuda entre familias y sacerdotes no es unilateral, sino que debe ir en ambas direcciones, porque si es mucho lo que el sacerdote está llamado a dar, no es exagerado decir que es mucho más lo que recibe, pues trabajar por la pastoral familiar es una fuente de gracias personales y eclesiales.

Hoy la sociedad necesita la presencia activa de movimientos, asociaciones y personas de clara identidad cristiana y eclesial, que sepan crear una opinión pública en la que los valores humanos y cristianos sean tenidos en cuenta, y en la que los derechos familiares sean reconocidos y protegidos con una línea política que sea algo más que puramente asistencial. Las asociaciones familiares han de ser participantes activas en el ordenamiento jurídico y en las decisiones políticas.

Las familias han de ser ayudadas en sus necesidades con medios económicos, personal e instalaciones, debiendo el sistema fiscal no sólo reconocer su valor por la reducción de las cargas impositivas, sino también conceder las ayudas adecuadas para que puedan atender ellas mismas a sus pequeños y ancianos, con sus propios servicios, guarderías, escuelas o residencias de ancianos. Hay que saber hacer frente a los problemas fiscales, laborales, educativos, culturales, sanitarios, de vivienda, sociales y políticos que afectan a la vida, al matrimonio y a la familia y no tener miedo de asumir la responsabilidad de la elaboración de un orden social más justo, poniendo en pie los instrumentos legislativos y económicos adecuados para ello.

La presencia de laicos cristianos en los lugares donde la sociedad se configura es un servicio tanto a la evangelización como a la propia sociedad. Una política familiar adecuada exige el reconocimiento y promoción efectiva de la familia, y que sus derechos sean reconocidos y protegidos debidamente.

Compatibilizar la maternidad y el trabajo extradoméstico de la mujer hoy en día es uno de los problemas centrales de todas las familias, pero, si se logra, es una fuente de creación de riqueza, aunque también hay que saber valorar las labores domésticas. Para ello, la familia debe tener protagonismo propio, sabiendo salir de la pasividad y utilizar todos los medios legítimos a su alcance, incluso saliendo a la calle, y es que la tarea de la familia es tan importante que es en ella donde se logra la mayor estabilidad de las personas, donde se propaga la vida y se transmiten la educación y la cultura, por lo que supone para la sociedad y por tanto para el Estado, la garantía de la continuidad de la especie humana, la estabilidad social y un descomunal ahorro en los gastos. La defensa de nuestros derechos es no sólo un derecho, sino también un deber, tanto más cuanto que si queremos ver reconocidos nuestros derechos, muchas veces hemos de conquistarlos.

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