Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Juan Pablo II


Estamos ante un apóstol infatigable que ha cimentado su vida espiritual en una profunda vida de oración y un grandísimo amor a la Eucaristía ("Ecclesia de Eucharistía") y a la Virgen María

por Javier Pereda

Opinión

Para muchos, Juan Pablo II nos ha dejado una huella indeleble. Ha sido el Papa de nuestra vida, y ahora, con su canonización este domingo, cobra aún mayor relieve. Todavía recordamos con emoción aquellas primeras palabras de su pontificado, en 1978, que marcaban el comienzo de sus veintisiete años al frente de la Iglesia: “no tengáis miedo, abrid las puertas de par en par a Cristo”. Pocos años después, algunos tuvimos la suerte de participar en varios encuentros con él en Roma, con jóvenes universitarios de todo el mundo, en el Cortile de san Dámaso, que fueron el preludio de la Jornadas Mundiales de la Juventud, y nos urgía con fuerza a “una nueva evangelización” con nuestro estudio y trabajo (exhortación “Christifideles Laici”).

El cariño que profesaba a nuestra tierra era patente, porque llegó a realizar hasta cinco inolvidables viajes. Quizá el más impresionante fue el de 1982, porque era la primera vez que un Papa besaba tierra española. Y aunque en este viaje hubo muchos momentos memorables, me quedo con el encuentro con más de ciento treinta mil jóvenes –el futuro de la Iglesia, como le gustaba decir- enarbolando su lema mariano “Totus Tuus”, en el estadio Santiago Bernabéu. Luego, visitaría otras ciudades como Toledo, Ávila, Sevilla, Granada.

Se podrían reseñar diferentes aspectos de este gigante de la fe, de este líder espiritual, que ha cambiado la historia del siglo XX. Se ganó el cariño de todo el mundo, católicos y no católicos, por su coherencia de vida, su valentía, por ser un defensor de la paz, la libertad, la justicia, la dignidad de la persona, los derechos humanos, siempre al lado de los más desfavorecidos.

Desde muy joven perdió a sus padres, sufrió el régimen nazi y la persecución comunista -él que contribuiría de forma especial a la caída del muro de Berlín-, pasando por un atentado terrorista y numerosas enfermedades que sobrellevó con heroísmo, como se refleja en el libro “Memoria e Identidad”.

En su magisterio habría que resaltar la referencia constante al Concilio Vaticano II. Si hubiera que destacar dos de sus obras fundamentales habría que citar la promulgación del actual Código de Derecho Canónico y el Catecismo de la Iglesia Católica. Todo ello, sin olvidar las catorce encíclicas, y cómo sorprendió a la opinión pública con la profunda teología del trabajo, además de criticar los defectos tanto del comunismo como del capitalismo egoísta, implantando la actual doctrina social de la Iglesia con la “Laborem exercens”, “Sollicitudo rei sociales” y “Centesimus annus”.

Estamos ante un apóstol infatigable que ha cimentado su vida espiritual en una profunda vida de oración y un grandísimo amor a la Eucaristía (“Ecclesia de Eucharistía”) y a la Virgen María (“Redemptoris Mater”) lo que le ha llevado a recorrer el mundo (“Slavorum apostoli”, sobre la evangelización de Europa), sembrando paz y alegría. No le ha importado ir contracorriente para defender con valentía la verdad en todas las naciones, luchando por la dignidad de la persona desde la concepción hasta su muerte natural (“Evangelium vitae”), y defendiendo a la familia (exhortación “Familiaris consortio”) como la unión de un hombre y de una mujer. Además, en la “Veritatis splendor” desarrolló los fundamentos de la moral cristiana, y en la “Fides et ratio” explicó la inexistente contradicción entre la fe y la razón.

Su celo por toda la humanidad le llevó a realizar hasta 104 viajes apostólicos para transformar el mundo, realizando una profunda labor ecuménica (“Ut unum sint”). No obstante, se lamentaba de no haber podido visitar Rusia y China, con lo que le hubiera gustado difundir allí la fe.

Los que tuvimos la suerte de poder estar con él en su última visita a nuestro país, en la Plaza de Colón de Madrid, en mayo de 2003, recordamos con agradecimiento sus palabras cuando nos dijo: “Os llevo a todos en mi corazón, hasta siempre España, tierra de María Santísima”. Su vida ha sido ejemplar y fecunda, y citando al apóstol de las gentes podría decir de sí mismo: “He combatido bien mi combate, he concluido mi carrera, he guardado la fe” (2 Tim 4, 7).
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