Viernes, 03 de mayo de 2024

Religión en Libertad

Unitas


No hace mucho un amigo mío sacerdote me decía: "¿tú sabes que todo el pontificado de Benedicto XVI se fundamenta en la encíclica Mystici Corporis Christi?"

por Paloma Girona Hernández

Opinión

No hace mucho conocí a Craig, un atractivo americano, sesentón, sin mota de calva en su cabeza, vaqueros, camisa de cuadros, sólo le faltaba el gorro de cow-boy, pero Craig es de Virginia, no de Texas. Cierto aire europeo en sus formas y en su pensamiento, le fascina Alemania. De hecho su vida transcurre entre Alemania y Estados Unidos. Hombre culto, bien formado, conocedor del Derecho Internacional a fondo.

Craig practica la religión presbiteriana, un hombre íntegro y coherente de los pies a la cabeza, un cristiano practicante que ayudó a un amigo católico alejado de su fe, a reconvertirse a su fe católica.

Transcurría una intensa y agradable conversación, lo humano y lo divino flotaban en el aire, copas de vino y patatas fritas. Llegados a un punto, se le inquirió a Craig: “oye, a los católicos nos preocupa mucho la unidad de los cristianos, rezamos por ello, el Papa nos pide continuamente rezar por ello y ¿vosotros?”. La cara de nuestro amigo yankee se tornó en poema, en interrogante, en cejas elevadas. Nos miró fijamente y con sinceridad y encogiendo los hombros dice: “no, la verdad es que no”. Seguimos preguntándole, pero: “en vuestra iglesia ¿habláis de estos temas?” –Respuesta- “la verdad es que no, nosotros pensamos que vosotros por ser católicos ya estáis en la salvación y nosotros por ser presbiterianos, también, no pensamos ni hablamos en nada de la unidad”.

El asombro entre los amigos católicos allí presentes fue total. Un asombro sin gestos, educado, ecuánime, asombro resignado y maravillado a la vez, al constatar los mundos tan paralelos por un lado, y por otro, la unión profunda que allí se respiraba por nuestra común creencia en Cristo y en las Sagradas Escrituras.

Proseguimos, siempre reflexionando en voz alta, con un ardiente deseo desde el corazón de que el Espíritu Santo le llegara a Craig, no lo sabemos, no lo sé ciertamente.
 
En nuestra conversación salía el capítulo 17 del Evangelio de San Juan “para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste.” Intentábamos hacerle ver que para nosotros era un mandato de Cristo, un deseo, una oración del mismo Cristo, la razón de ser de la redención de Cristo, la plena unión de la humanidad, reunidos en y por la gracia de Dios, por el rechazo absoluto al pecado, al mal y por la conversión al amor, todo ello, para llegar al cielo.
Craig, escuchaba, asentía, mostraba interés y cierta perplejidad, salía su lado alemán -no decía nada- y una sincera humildad: “es verdad”.

“La fuerza del amor, en ese momento, se escucha, se acepta. La Iglesia no debería considerarse a sí misma, sino ayudar a considerar al otro y ella misma ver y hablar del otro y por el otro. Me parece que, en este sentido, tanto anglicanos como católicos ven que no se sirven a sí mismos, sino que son instrumentos de Cristo, amigos del Esposo, como dice san Juan, si ambos realizan la prioridad de Cristo y no la de sí mismos; también se unen, porque en ese momento la prioridad de Cristo los congrega y ya no son competidores, buscando cada uno el mayor número, sino que están juntos en el compromiso por la verdad de Cristo que penetra en este mundo y así se encuentran también recíprocamente en un verdadero y fecundo ecumenismo." (Benedicto XVI – Palabras a los periodistas, vuelo a Inglaterra – Septiembre 2010).

No hace mucho un amigo mío sacerdote me decía: “¿tú sabes que todo el pontificado de Benedicto XVI se fundamenta en la encíclica Mystici Corporis Christi?" Ni idea -le dije-, pero ahora que lo pienso, tiene todo el sentido, por lo que sea, desde el principio siempre he pensado que este es el Papa de la Unidad. Ciertamente, también el Papa de la Verdad, posee el don de presentar la verdad de las cosas sin dejar margen alguna a la duda, a la ambigüedad o la interpretación.

Todo esto que cuento supongo que será porque ya estamos a las puertas de Semana Santa, que a principios de cuaresma anduve por tierras anglicanas, sí en Inglaterra, pero además en la zona más anglicana de Inglaterra. Donde los católicos se cuentan con las manos, donde las iglesias anglicanas tienen “historia y abolengo” y las católicas, son “cajas de cerillas” como ellos lo llaman, construcciones de madera, sillas, ni siquiera bancas. Las devotas del lugar guardan en su casa las vestimentas sacerdotales, y éste se reviste “al aire” porque no hay sacristía. Humildad y sencillez abrumadora que atrae como la mosca a la miel, la de nuestros hermanos católicos ingleses, ciertamente una "iglesia poco atractiva", pero ciertamente, una iglesia humilde, arraigada en la fe, alegre y renovada. Allí me enteré que durante la cuaresma: 800, sí repito, 800 anglicanos de esa diócesis comenzaban una preparación para pasarse a nuestra Madre la Iglesia Católica en Pascua. Maravilloso ¿verdad?

“Puesto que nada más glorioso, nada más noble, nada, a la verdad, más honroso se puede pensar que formar parte de la Iglesia santa, católica, apostólica y Romana, por medio de la cual somos hechos miembros de un solo y tan venerado Cuerpo, somos dirigidos por una sola y excelsa Cabeza, somos penetrados de un solo y divino Espíritu; somos, por último, alimentados en este terrenal destierro con una misma doctrina y un mismo angélico Pan, hasta que, por fin, gocemos en los cielos de una misma felicidad eterna.” (Pío XII, Encíclica Mystici Corporis Christi).
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