Jueves, 26 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Era misionero, fue preso en un campo japonés y asesinado en Birmania: Roma reconoce su martirio

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Alfredo Cremonesi, misionero del PIME, quiso compartir los padecimientos de los católicos birmanos
Alfredo Cremonesi, misionero del PIME, quiso compartir los padecimientos de los católicos birmanos

Entre los decretos publicados por la Congregación para las Causas de los Santos aprobados por el Papa se encuentra el del misionero italiano Alfredo Cremonesi, asesinado en lo que hoy es Myanmar en 1953 y que antes estuvo preso en los campos de concentración japoneses durante la II Guerra Mundial.

Al reconocerse su martirio, “asesinado por odio a la fe en el pueblo de Donoku (Myanmar) el 7 de febrero de 1953”, el misionero del Pontificio Instituto de Misiones Extranjeras (PIME) será beatificado en poco tiempo.

Enfermo pero con espíritu misionero

Según recoge AsiaNews, Alfredo Cremonesi nació el 15 de mayo de 1902 en Ripalta Guerina (Cremona). Fue el mayor de 7 hermanos, uno de los cuales murió en un campo de concentración nazi. Era de constitución débil, y enfermo de linfatismo tuvo que pasar desde largos períodos en la cama en el seminario diocesano de Crema sin ninguna esperanza de curación, por lo que parecía imposible que se pudiese cumplir su sueño de ser misionero.

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Finalmente, se curó totalmente tras confiarse a santa Teresita del Niño Jesús. El 12 de octubre de 1924 fue ordenado sacerdote, y exactamente un año después partió para Birmania, hoy Myanmar. En este país pasaría el resto de su vida y sufriría el martirio.

La dificultad de la misión

Durante un año estuvo estudiando la lengua y las costumbres locales, hasta que al fin el obispo le confió la misión en Donoku, un pueblo perdido en las montañas. Este se convirtió en el punto de partida para sus muchas expediciones entre los pueblos paganos y católicos. Su entusiasmo es grande, pero la juventud y la impaciencia lo llevan pronto a medirse con su fragilidad. “Les digo la verdad- escribe-muchas veces me sorprendí llorando como un niño, pensando en los muchos bienes que había que hacer y en mi absoluta miseria, que me inmoviliza y no sólo una vez, aplastado bajo el peso del desaliento, pedí al Señor que era mejor que me hiciera morir en vez de ser un obrero forzadamente inactivo”.

“Nosotros misioneros- escribirá años después- no somos realmente nada. El nuestro es el más misterioso y maravilloso trabajo que haya sido dado al hombre no para cumplir sino para ver: darse cuenta que las almas que se convierten es un milagro más grande de cualquier milagro”.

En plena II Guerra Mundial con la llegada de los japoneses a territorio birmano, los ingleses internaron a los misioneros en campos de concentración en India, excepto a seis que llevaban en el lugar más de diez años. Entre ellos se encontraba el padre Cremonesi.

Capturado por los japoneses

Al principio los misioneros italianos fueron tratados por los soldados japoneses como amigos, pero pronto la cosa cambió radicalmente. “Nos robaron todo. No nos quedó ni siquiera una gallina. Luego fui detenido el último mes de la guerra por un oficial extremadamente que mandaba las últimas formaciones japonesas que, según todas las apariencias, debían estar compuestas por ladrones y asesinos liberados de la cárcel y dejados para la última masacre. Fui atado durante toda una noche y un día en el campo, y luego, no sé aún por cuál milagro, fui liberado. Entonces tuve que escaparme y refugiarme en el bosque. En aquella ocasión me robaron todo. Mis cristianos juntaron un plato, una cuchara, un poco de arroz, me dieron una de sus frazadas y así pude llegar hasta el fin de la guerra”, relataba.

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Tras la guerra mundial, en 1947 con Birmania ya libre de la invasión japonesa e independiente de Inglaterra, el padre Alfredo pudo volver a Donoku. Con un renovado entusiasmo se puso a reconstruir todo lo que había sido devastado.

Nuevos problemas para los católicos

Enseñó el catecismo y también inglés, asistía y curaba a los enfermos, retomando todas sus actividades pastorales. Pero pronto llegaron nuevas pruebas. Birmania había obtenido la independencia, pero el gobierno central encontró graves obstáculos: las tribus carianas y en particular aquellas formadas por los protestantes bautistas se rebelaron.

Los católicos, que permanecieron fieles al gobierno, no fueron protegidos ni siquiera por el ejército, en gran parte budista. El padre Cremonesi se vio obligado a huir Toungoo. Para Pascua de 1952, habiéndose estipulado un pacto de no beligerancia entre los rebeldes y los gubernamentales, intentó volver a Donoku.

Sin embargo, la paz fue escasa. Pese a que ya estaban derrotados, los rebeldes realizaron continuas incursiones. El padre Alfredo, con tal de asistir a sus feligreses quiso compartir con ellos todos los peligros. Obtuvo de ambas partes un salvoconducto para poder moverse más libremente, pero ahora también los gubernamentales empezaron a sospechar de él por querer trabajar en una zona de guerrilla.

Así después del fracaso de una operación militar con la cual el ejército regular quería limpiar definitivamente la región de los rebeldes, las tropas del gobierno, durante su retirada, irrumpieron en el pueblo de Donoku, acusando al padre Cremonesi y a los habitantes del pueblo de favorecer a los rebeldes. Para nada sirvieron las palabras conciliadoras del misionero, que trató de defender la inocencia de su gente. Pero cegados por la rabia, los soldados no le dieron ni siquiera el tiempo de terminar. Respondieron con ráfagas de ametralladora. Era el 7 de febrero de 1953.

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