Minirreforma de la ley del aborto
El desconcierto que ha suscitado en muchos esta míreforma es más que notable. Las consecuencias son imprevisibles. Con el derecho a la vida no se juega, es innegociable
Lamento que mi artículo semanal en LA RAZÓN tenga que ser sobre el tema del aborto. El martes pasado tuvimos la noticia de que el Gobierno, olvidando sus principios, desdiciéndose de gestos anteriores, y volviéndose atrás de las promesas electorales, aprobó una mínima reforma, más real que aparente, de la ley vigente que consagra el derecho al aborto.
La mínima reforma deja intacta la ley y los apoyos de la ley, que el propio Gobierno estimó, en su día, inconstitucional. No podemos olvidar lo que dije en su momento a propósito de la ley vigente, que «el aborto, se quiera o no, tiene que ver con la muerte provocada violentamente contra un ser humano inocente, débil e indefenso: el niño», y esto es una eliminación de un ser humano. Por eso es lo más contrario que se pueda pensar y que peor se pueda casar con la salud, al menos de la criatura a eliminar o eliminada. Con el aborto provocado no se edifica nada, no se sana nada, no se genera vida y salud, sólo se destruye un ser humano, minando además el fundamento mismo de la sociedad formada por seres vivos y sobre la base de un Estado de Derecho.
No existe, ni puede existir, ningún derecho a eliminar la vida, ni la propia ni, menos aún, la de otro, y menos todavía aún si es inocente, débil e indefensa. Con esta reforma mínima se mantiene «la carga ideológica del título de la ley vigente, no es más que un anticipo y reflejo de lo que viene después en la exposición de motivos y en el articulado con todo un contenido ideológico que afecta a la visión del hombre, a la consideración y jerarquización de los derechos humanos, y a la misma concepción de nuestra sociedad y nuestra cultura.
Sin duda, el conjunto de la ley vigente «entraña un cambio completo en la mentalidad de nuestro pueblo que apunta a un nuevo modelo de sociedad que nada o poco tiene que ver con lo que somos como pueblo. De alguna manera el texto de la ley vigente», sancionada por el Partido Popular con esta minirreforma, consolida y «corona un edificio que durante años se trata de edificar».
Desconocía por completo que el Partido Popular había cambiado tan radicalmente hasta hacer suyo un texto que reprobó en su momento y que pertenece a la ideología de la oposición. El aborto, es necesario afirmarlo una vez más, es la violación del derecho más fundamental y sacrosanto de los Derechos Humanos: el derecho a la vida, entrañado en lo más propio de la dignidad inviolable de todo ser humano, base de la convivencia entre los hombres, base de la sociedad.
En el aborto se viola el «no matarás» absoluto inscrito en la naturaleza humana y que pertenece a la «gramática común» del ser humano; en el aborto es derrotada la humanidad, el Estado de derecho y Democrático, la medicina, la Justicia,…, todos, en fin. La ley vigente, sancionada ahora también por el partido en el Gobierno, «en el fondo, consagra la libertad por sí misma –en clave de un idealismo ya superado– como el criterio primero y principio fundamental de la actuación del hombre y del ordenamiento civil. Las consecuencias de esto son muy graves. Entre otras, las de un relativismo brutal –verdadera dictadura– que carcome y mina los cimientos éticos de la convivencia social, que lleva a un horizonte de vida y de sentido en que no hay nada en sí y por sí mismo verdadero, bueno y justo, que genera una mentalidad incapaz para lo que corresponde a la naturaleza, para lo objetivo y válido en sí y por sí, y para principios estables y universales.
Resulta paradójico que la ley vigente que tanto se pronuncia por la libertad, no reconozca la libertad de conciencia ni la objeción de conciencia de médicos, del personal sanitario, o de otros implicados en el asunto, siendo así que la libertad de conciencia y – consecuentemente la objeción de conciencia– está en la base del actuar libre del hombre. En el texto de la ley vigente no reformado «nos encontramos también con la ‘‘ideología de género’’, que es una burda e intolerable manipulación de la mujer a quien, por su necepropia naturaleza, le corresponden derechos inalienables que todos debemos reconocer y respetar plenamente. Esta ideología, como es sabido, va mucho más allá y constituye una verdadera revolución cultural en la que muy pocas cosas quedan en pie».
«Atentos, ademas,a otro asunto: el texto de la ley vigente abre la puerta para legalizar posteriormente la eutanasia, porque, por ejemplo, si determinados diagnósticos prenatales apuntan a enfermedades incurables posteriores pueden ser la base legal para producir legítimamente el aborto de la criatura en el seno de su madre, ¿por qué no hacer lo mismo posteriormente?».
Podríamos abundar en otras cosas. Pero por hoy basta. Me he sentido muy dolido, apenado y sorprendido en mi condición de hombre de fe, pero inseparablemente en mi condición de hombre, sencillamente hombre de razón y como ciudadano de un país como el nuestro. Por honestidad intelectual, por fi delidad a mis convicciones y a mi fe, y en mi deber de amor y lealtad para con nuestro pueblo, así como en mi lealtad ante quienes tienen responsabilidades legislativas o de gobierno, no puedo permanecer callado: ¡Apuesto por el hombre!; y, por eso, apuesto por la madre y por el niño. Es necesario que digamos «sí» al hombre si queremos que haya futuro. Y desde aquí, pido que jueces, expertos en leyes, médicos, pensadores, salgan en defensa del hombre, y de esos niños que no van a nacer, y que cuentan tan poco en la «ley» vigente, en el fondo sancionada de alguna manera por la mínimarreforma que el Partido Popular introduce ahora en su contenido. El desconcierto que ha suscitado en muchos esta míreforma es más que notable. Las consecuencias son imprevisibles. Con el derecho a la vida no se juega, es innegociable.
© La Razón
La mínima reforma deja intacta la ley y los apoyos de la ley, que el propio Gobierno estimó, en su día, inconstitucional. No podemos olvidar lo que dije en su momento a propósito de la ley vigente, que «el aborto, se quiera o no, tiene que ver con la muerte provocada violentamente contra un ser humano inocente, débil e indefenso: el niño», y esto es una eliminación de un ser humano. Por eso es lo más contrario que se pueda pensar y que peor se pueda casar con la salud, al menos de la criatura a eliminar o eliminada. Con el aborto provocado no se edifica nada, no se sana nada, no se genera vida y salud, sólo se destruye un ser humano, minando además el fundamento mismo de la sociedad formada por seres vivos y sobre la base de un Estado de Derecho.
No existe, ni puede existir, ningún derecho a eliminar la vida, ni la propia ni, menos aún, la de otro, y menos todavía aún si es inocente, débil e indefensa. Con esta reforma mínima se mantiene «la carga ideológica del título de la ley vigente, no es más que un anticipo y reflejo de lo que viene después en la exposición de motivos y en el articulado con todo un contenido ideológico que afecta a la visión del hombre, a la consideración y jerarquización de los derechos humanos, y a la misma concepción de nuestra sociedad y nuestra cultura.
Sin duda, el conjunto de la ley vigente «entraña un cambio completo en la mentalidad de nuestro pueblo que apunta a un nuevo modelo de sociedad que nada o poco tiene que ver con lo que somos como pueblo. De alguna manera el texto de la ley vigente», sancionada por el Partido Popular con esta minirreforma, consolida y «corona un edificio que durante años se trata de edificar».
Desconocía por completo que el Partido Popular había cambiado tan radicalmente hasta hacer suyo un texto que reprobó en su momento y que pertenece a la ideología de la oposición. El aborto, es necesario afirmarlo una vez más, es la violación del derecho más fundamental y sacrosanto de los Derechos Humanos: el derecho a la vida, entrañado en lo más propio de la dignidad inviolable de todo ser humano, base de la convivencia entre los hombres, base de la sociedad.
En el aborto se viola el «no matarás» absoluto inscrito en la naturaleza humana y que pertenece a la «gramática común» del ser humano; en el aborto es derrotada la humanidad, el Estado de derecho y Democrático, la medicina, la Justicia,…, todos, en fin. La ley vigente, sancionada ahora también por el partido en el Gobierno, «en el fondo, consagra la libertad por sí misma –en clave de un idealismo ya superado– como el criterio primero y principio fundamental de la actuación del hombre y del ordenamiento civil. Las consecuencias de esto son muy graves. Entre otras, las de un relativismo brutal –verdadera dictadura– que carcome y mina los cimientos éticos de la convivencia social, que lleva a un horizonte de vida y de sentido en que no hay nada en sí y por sí mismo verdadero, bueno y justo, que genera una mentalidad incapaz para lo que corresponde a la naturaleza, para lo objetivo y válido en sí y por sí, y para principios estables y universales.
Resulta paradójico que la ley vigente que tanto se pronuncia por la libertad, no reconozca la libertad de conciencia ni la objeción de conciencia de médicos, del personal sanitario, o de otros implicados en el asunto, siendo así que la libertad de conciencia y – consecuentemente la objeción de conciencia– está en la base del actuar libre del hombre. En el texto de la ley vigente no reformado «nos encontramos también con la ‘‘ideología de género’’, que es una burda e intolerable manipulación de la mujer a quien, por su necepropia naturaleza, le corresponden derechos inalienables que todos debemos reconocer y respetar plenamente. Esta ideología, como es sabido, va mucho más allá y constituye una verdadera revolución cultural en la que muy pocas cosas quedan en pie».
«Atentos, ademas,a otro asunto: el texto de la ley vigente abre la puerta para legalizar posteriormente la eutanasia, porque, por ejemplo, si determinados diagnósticos prenatales apuntan a enfermedades incurables posteriores pueden ser la base legal para producir legítimamente el aborto de la criatura en el seno de su madre, ¿por qué no hacer lo mismo posteriormente?».
Podríamos abundar en otras cosas. Pero por hoy basta. Me he sentido muy dolido, apenado y sorprendido en mi condición de hombre de fe, pero inseparablemente en mi condición de hombre, sencillamente hombre de razón y como ciudadano de un país como el nuestro. Por honestidad intelectual, por fi delidad a mis convicciones y a mi fe, y en mi deber de amor y lealtad para con nuestro pueblo, así como en mi lealtad ante quienes tienen responsabilidades legislativas o de gobierno, no puedo permanecer callado: ¡Apuesto por el hombre!; y, por eso, apuesto por la madre y por el niño. Es necesario que digamos «sí» al hombre si queremos que haya futuro. Y desde aquí, pido que jueces, expertos en leyes, médicos, pensadores, salgan en defensa del hombre, y de esos niños que no van a nacer, y que cuentan tan poco en la «ley» vigente, en el fondo sancionada de alguna manera por la mínimarreforma que el Partido Popular introduce ahora en su contenido. El desconcierto que ha suscitado en muchos esta míreforma es más que notable. Las consecuencias son imprevisibles. Con el derecho a la vida no se juega, es innegociable.
© La Razón
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