Me estoy haciendo viejo
Y dejémonos ya…, de eufemismos que solo sirven para auto engañarnos y tratar de hacernos, ver distinta la realidad de como realmente es ¡Somos viejos! y yo el primero y cada día estoy más orgulloso de serlo, porque si no lo fuera ya estaría criando jaramagos y no tendría la oportunidad, que Dios me ha dado y nos da a todos los que quieran reconocerlo, que es en la senectud cuando más se disfruta del amor de Dios. Me encuentro torpe, la elasticidad de mi cuerpo y la ligereza de mis piernas, han desaparecido. Miro a mi alrededor y mi entorno ha cambiado, no solo físicamente en cuanto a mis familiares y conocidos, sino también materialmente, las tiendas que conocí, el lugar donde vivo no es el mismo que yo conocí antes. Mis gustos mis aficiones han cambiado y todo contribuye a decirme que se acerca mi hora final.
Que no sé cuándo llegará, porque Dios no quiere que lo sepa, sus razones tiene, porque todo lo que Él hace o dispone es siempre perfecto y tiene una única finalidad clara y evidente para nosotros, que es la de que lleguemos a Él. El problema reside en saber en qué condiciones espirituales llegaremos a Él, porque es claro que nuestro cuerpo material, se queda aquí abajo pudriéndose y desapareciendo con la materia de este mundo. La cosa está clara de nuestro ser personal la materia busca a la materia y nuestro espíritu volará al encuentro de su orden espiritual, que está en el reino de luz y amor de Dios, o para el que así lo desee, en un mundo de tinieblas y odio, si al final no se ha querido aceptar el amor que constantemente durante nuestra vida el Señor, insistentemente nos ha estado ofreciendo.
San Pablo no fue ajeno a los sentimientos que tenemos los viejos y así nos dice: “14 Sabiendo que quien resucitó al Señor Jesús, también nos resucitará con Jesús y nos presentará ante él juntamente con vosotros. 15 Y todo esto, para vuestro bien a fin de que cuantos más reciban la gracia, mayor sea el agradecimiento, para gloria de Dios. 16 Por lo cual no desmayamos, sino que mientras nuestro hombre exterior se corrompe, nuestro hombre interior se renueva de día en día, 17 Pues por la momentánea y ligera tribulación nos prepara un peso eterno de gloria incalculable 18 y no ponemos nuestros ojos en las cosas visibles, sino en las invisibles; pues las visibles son temporales; las invisibles eternas”. (2Co 4,14-18).
No tengamos miedo a la muerte ella ser la puerta abierta de nuestra liberación. En ningún caso puede tener miedo quien vive en gracia de Dios, porque su alma es templo de Dios trinitario y es imposible que Dios no ayude y esté de parte de quien ha sido su hospedero. Miedo a saber que hay más haya, de la puerta, ese miedo, nos lo mete en el cuerpo nuestro enemigo que necesita arruinar nuestra fe, pues una persona sin fe es una lancha, sin timón ni motor que la arrastra la corriente hasta las cataratas, y eso es lo que él desea que no estrellemos en esas cataratas del mal, para él poder tomar posesión de los restos de la persona de que se trate.
Cuando una persona no tiene miedo a la muerte, no es que se quede en ese escalón sino que sube al siguiente en el que desea ver pronto el rostro de Dios. Hace unos días escribiendo sobre Santa Teresa de Lisieux recogí unas palabras suyas que vienen aquí a repito. Es de señalar su actitud frente a la muerte “No necesito escoger un día de fiesta para morir. El día de mi muerte será para mí el m ayor de mis días de fiesta”. Decía Santa Teresa de Lisieux: “Para morir de amor es preciso vivir de amor. De este modo se esforzaba en incrementar cada día este amor, que ella quería hasta el grado más elevado”. “¡Que venga pues la muerte!. ¡Que nos libre de la máscara que no cesamos de ofrecer obstinadamente a los demás y que abra la profundidad de nuestro ser! “¡Oh, qué alegría siento al verme destruir!”, decía Santa Teresa de Lisieux. ¡Extraña exaltación ante la muerte!. Aquella joven y gran cristiana cantaba así la alegría de una muerte destructora de la muerte, devastadora de los enclaustramientos, la alegría del amor infinito por fin posible”. Cuando la angelical florecilla del Carmelo estaba para exhalar su último suspiro, el médico que la asistía le preguntó: “¿Está vuestra caridad resignada para morir?”. La santita abriendo desmesuradamente sus ojos, llena de asombro le contestó: “¿Resignada para morir Resignación se necesita para vivir, pero ¡para morir! Lo que tengo es una alegría inmensa”. Aguantemos nosotros con resignación, los pocos años, que gracias a Dios, ya nos faltan para poder contemplar su Rostro.
San Pablo cuando estaba a la espera del momento, tal como estamos nosotros, decía: “6 Porque yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. 7 He competido en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. 8 Y desde ahora me aguarda la corona de la justicia que aquel Día me entregará el Señor, el justo Juez; y no solamente a mí, sino también a todos los que hayan esperado con amor su Manifestación”.(2Tm 4,6-8).
Esos últimos años pueden ser los más útiles. Serán (o deberían ser), nuestros años de oración, nuestros años contemplativos. Cuando comienza el periodo de vida en jubilación, no nos dejemos abatir por la tristeza, sobre todo cuando una o uno se han quedado viudos o viudas. La soledad es más llevadera para una mujer viuda, sobre todo si ha tenido hijos y estos les han donado nietos o nietas. Ellas se agarran de tal forma a los nietos que hay marido si siguen en este mundo. que comienzan a estar celosos. Y es que el hombre conforme va avanzando se vuelve más niño, lo cual espiritualmente es muy bueno: “Dejad que los niños vengan a mí y no los estorbéis, porque de los tales es el reino de Dios. 15 En verdad os digo: quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él. 16 Y abrazándolos, los bendijo imponiéndoles las manos”. (Mc 10,14-16).
Y es que conforme pasan los años nuestro cuerpo material, tal con dice San Pablo, se va corrompiendo día a día y va surgiendo en nosotros en nuestra alma el hombre nuevo, que ya más libre de ataduras carnales busca. Busca y se entrega con más pasión al Señor.
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
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