Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Los mejores hijos de la Iglesia

por Victor in vínculis

Con doble intención escojo hoy este título para hablar, cómo no, de los mártires de la persecución religiosa en la España de los años treinta del siglo XX, pero también de aquellos que desde niño me hablaron de los mártires.

Los mártires reconocidos por la Iglesia

Ayer, 6 de noviembre, era la fiesta litúrgica de los Santos Pedro Poveda, Inocencio de la Inmaculada Canoura, presbíteros y compañeros, mártires. Dicha celebración tiene grado de memoria obligatoria, pero recordemos que como ayer era Domingo XXXII del Tiempo de Ordinario, muchas diócesis y familias religiosas han trasladado la memoria a la celebración eucarística de hoy o a la de mañana.
 

Se trata, hasta la fecha, de los 11 santos y los 1.573 beatos que han subido a los altares desde la primera ceremonia de beatificación presidida por san Juan Pablo II en 1987 hasta la última, en la Catedral de la Almudena, el pasado 29 de octubre de 2016, en el marco del Año de la Misericordia.

San Pedro Poveda y san Inocencio de la Inmaculada “encabezan la multitud de santos y beatos, obispos, sacerdotes, consagrados y laicos, que dieron a Cristo el testimonio supremo del amor, martirizados en odio a la fe en España, entre 1931 y 1939, durante la persecución religiosa contra la Iglesia”.

El 1 de noviembre, solemnidad de Todos los Santos, el prefacio de la Santa Misa nos invitaba a contemplar a “los mejores hijos de la Iglesia”, que se acercan a nosotros en cada Misa trayéndonos la Jerusalén celeste, para que se acreciente en nosotros el deseo de vivir así, conformados a Cristo por la acción de su Espíritu.

Pero hoy, un día antes de cumplir -si Dios quiere- con la solicitud, de las queridas asociaciones Hispania Martyr Siglo XX y Regina Martyr, para impartir una conferencia bajo el título “Por qué los mártires de la persecución española murieron al grito de ¡Viva Cristo Rey!”, quiero recordar a otros, a los que yo también considero, los mejores hijos de la Iglesia.
 
La Hermandad Sacerdotal

No pretendo hacer ningún análisis sobre la situación sacerdotal postconciliar. La Hermandad escribió un libro histórico, cuyo título lo dice todo: Historia de un gran amor a la Iglesia, no correspondido (1990) y las incomprensiones y críticas fueron absolutamente desmedidas y despiadadas contra aquellos venerables sacerdotes. Recordemos que la Hermandad Sacerdotal Española llegó a tener afiliados a casi ocho mil sacerdotes.
Uno de ellos fue mi párroco, mosén Jorge Boltá Cañellas, rector de San Juan Mª Vianney, en la confluencia de los populares barrios barceloneses de Sants-Las Corts. Me gusta esta foto, delante de la parroquia, la víspera de Reyes.
 

Desde los seis años, en que acudí a la parroquia para prepararme junto a mi hermana para la Primera Comunión, hasta los dieciséis primero -para ir al Seminario Menor de Toledo- y después a los veinticinco años -para mi primer destino pastoral- crecí escuchando un relato estremecedor. Magín Boltá, padre de mi párroco, había expuesto su vida, hasta perderla, por esconder al sacerdote de su pueblo en casa; fue asesinado…
 
En una de las escapadas que hicimos a su pueblo natal, al llegar a las primeras casas, baja el cristal de la ventanilla del coche, justo cuando un vecino pasa por la calle. Le saluda amistosamente, con un: -Adéu, Pere Pau! (¡Adiós, Pedro Pablo!). Luego, a la vez que sube el cristal, afirma emocionado: -¡Ese es el hijo del que mató a mi padre! Para ellos ese ritual del perdón no era nuevo. Yo solo participé del mismo en esa ocasión, pero fue tremendamente aleccionador.

Crecí en la catequesis parroquial junto al venerable padre Manuel Esqué i Montseny, claretiano, fundador de la Obra Cultural Mariana, que había sido destinado fuera de Barbastro en los días aciagos de la persecución religiosa y, por lo tanto, había sido compañeros de los Mártires Claretianos, de dicha ciudad oscense.
 
Crecí junto a una generación de sacerdotes entre cuyos ideales de santidad estaba el permanente recuerdo de la memoria de sus mártires españoles: ¡los mejores hijos de la Iglesia!

La Hermandad Sacerdotal Española (HSE), y las Uniones Seglares surgidas a su sombra, que nació en el mes de julio del año 1969, como decía antes, llegó a tener cerca de ocho mil sacerdotes afiliados, regulares y seculares, párroco eminentes e incluso conocidos filósofos y teólogos.
 

Cómo no recordar a mosén José Bach Cortina, párroco de Santa Tecla de Barcelona; al Magistral de la Catedral de Vitoria, don Luis Madrid Corcuera; al padre Francisco de Paula Solá Carrió, S.I. fundador de la Sociedad Mariológica Española; a mosén José Mariné, párroco de San Félix Africano de Barcelona; a mosén José Comas Gros, último capellán vivo de la División Azul, que había sido profesor de mi párroco; a don Ángel Garralda García, párroco de San Nicolás de Bari en Avilés (que tanto ha hecho por los mártires asturianos de la persecución religiosa y que ¡con sus 92 años!, asistía el mes pasado a la beatificación de los mártires de Nembra, de cuya Causa era vicepostulador); a don Jesús Álvarez, maestro de ceremonias de la Basílica del Pilar de Zaragoza; al padre José Mª Alba S.I. fundador de los Misioneros de Cristo Rey (bajo estas líneas); a los queridos padres Manuel Martínez Cano y Antonio Turú Rofes de la Sociedad Misionera de Cristo Rey, que son los que han recogido a día de hoy la bandera de la Hermandad Sacerdotal Española para todavía mantenerla en lo más alto…
 

Cómo no recordar al santo claretiano padre José María Solé Romà, un santo religioso que, un 10 de mayo de 1981, sufrió un atentado en la Travesera de Dalt de Barcelona. Mientras caminaba por aquella calle, el padre Solé fue herido de bala de pistola, únicamente por ser sacerdote, como denotaba su sotana (le recuerdo siempre remangándose la manga izquierda de su sotana, de los dolores que le quedaron en su brazo). Os invito a leer este artículo de Mn. José María Montiu de Nuix:
 
 
Las Jornadas Sacerdotes de Toledo y Vich

La primera vez que fui a Toledo, antes de ingresar en el Seminario Menor, fue para asistir a las VIII Jornadas Sacerdotales bajo el lema “somos más necesarios que nunca porque Cristo es necesario más que nunca”. Tuvieron lugar los días 10, 11 y 12 de septiembre de 1986, y participaron alrededor de 300 sacerdotes, numerosas religiosas (especialmente de las Misioneras Rurales) y 130 apóstoles de las Uniones Seglares.

Recuerdo, como si fuera hoy, la misa de inauguración de las Jornadas presidida por don Marcelo, (¡y la impresión de verle por primera vez!) en el marco único de la Catedral de Toledo. En la misa de clausura, esta vez presidida por el Obispo de Cuenca, monseñor José Guerra Campos, recordó a los sacerdotes mártires pidiendo que “no neguemos en la tierra a los Mártires la túnica blanca, que Dios les ha concedido en el Cielo”. Y refiriéndose a algunas actitudes negativas en relación con la beatificación de los mártires españoles (ya se había anunciado la de las carmelitas de Guadalajara para el 29 de marzo de 1987), terminó con un interrogante, hecho dolida y encendida oración: “¿Cómo es posible, Señor, la comunión en la Iglesia terrestre si esta Iglesia no está en Comunión con la Iglesia celeste?”.

Las siguientes jornadas, se celebraron dos años después, en la ciudad catalana de Vich. Bajo el lema “La caridad de Cristo nos apremia”, se celebraron los días 14, 15 y 16 de septiembre. Más de trescientos jornalistas, nos reunimos en torno al sepulcro de San Antonio María Claret.

Recuerdo vivamente al padre Solé, mártir viviente -como recordábamos antes- con la cruz de las secuelas del atentado que sufrió por Cristo, pronunciando una larga y encendida alocución, glosando los rasgos sacerdotales, eucarísticos y marianos de San Antonio María Claret.

La llamada Declaración de Vich sobre la historia, problemas y vicisitudes por los que pasaba la Hermandad Sacerdotal Española, terminaban diciendo:

“Hoy, desde la ciudad de Vich, la Hermandad Sacerdotal Española, encendida en la llama del amor viva, que brota del Corazón Sacerdotal de Cristo y que arde centelleante en los sepulcros de San Antonio María Claret y de Jaime Balmes, tan solo quiere recordar las estremecedoras palabras de monseñor Ramós Iglesias Navarri (1889-1972), obispo de Seo de Urgel, referidas a los sacerdotes mártires de 1936 y que “servatis servandis”, pueden servir plenamente para su propio y prolongado martirio:

No me entristece aquel martirio de sangre, que fue gloria para ellos, sino el martirio del olvido, que será un descrédito para nosotros”.

Todavía acompañé a mosén Boltá a las X Jornadas Sacerdotales que se celebraron en Córdoba en septiembre de 1990.
 
Hispania Martyr

Crecí leyendo en el despacho parroquial los boletines de Hispania Martyr. Para quien no sepa de ellos, fueron una avanzadilla en los años en que los mártires fueron olvidados. Se trata de una asociación dedicada a la divulgación de la persecución y las muertes sufridas en España durante el periodo de 1934-39. En su web (www.hispaniamartyr.org) podemos leer: “a la lista de los santos mártires de los primeros siglos, se añadieron un número muy superior de cristianos contemporáneos, tal vez incluso parientes y conocidos nuestros, víctimas de la pasada persecución religiosa sufrida en nuestra patria. Durante mucho tiempo derramaron abundantemente su sangre, muriendo por la Fe que profesaban.  Aceptaron el sacrificio de sus vidas sin desfallecimientos, invocando a Cristo y perdonando a sus ejecutores”.

Cartas al Director de La Vanguardia

Un día leí un artículo extenso de Gregorio Morán publicado en La Vanguardia (mi padre, como ya estaba en el Seminario, me guardaba los artículos o me los hacía llegar por correo postal) sobre la beatificación de los Mártires de Turón. Se trata de un periodista que desde finales de la década de 1980 colabora en dicho periódico, con una columna titulada «Sabatinas Intempestivas», publicada los sábados. El susodicho tiene gusto por la polémica. Pensando en el dolor que le causaría a mi párroco, ni corto ni perezoso, escribí contestándole. Hoy, para escribir estas líneas, lo busqué y lo encontré, en la hemeroteca digital del periódico con fecha de 4 de junio de 1990…

 
Hace unos meses ya escribí esto: “Todavía lo conservo (mi primer libro de Mártires: se trata de una obrita del canónigo de Zamora, don Benjamín Martín Sánchez: Florilegio de Mártires). Es de 1983. Lo compré, cuando era niño, en un campamento de la Unión Seglar del padre Alba, ¡el padre José María Alba Cereceda, S.J! Fundador de la Unión Seglar de San Antonio Mª Claret, de la Asociación de la Inmaculada y San Luis Gonzaga y del Colegio del Corazón Inmaculado de María. Un santo”.

En fin. Demasiado personal. Pero, antes de responder mañana a la invitación de Hispania Martyr y de mi buen amigo José Javier Echave Susaeta, deseaba recordar a los que me precedieron en la fe y en el camino sacerdotal. Ellos me enseñaron a no olvidar a nuestros mártires.

Un día, con la maleta hecha para irme a las misiones, la Santa Madre Iglesia, sin saber nada de todo esto, me pidió que entregara mi ministerio para esta tarea. Hoy, casi quince años después, tras casi mil cien artículos publicados en el blog, ha sido un buen momento para hacer balance.

Que Dios os bendiga.
 

Beatificación el 21 de noviembre de 2015, en la Catedral de Barcelona, de los mártires fray Frederic de Berga y 25 compañeros capuchinos que fueron asesinados por su fe.
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