Las ideas locas (y fracasadas) de la modernidad en realidad son antiguas: Rémi Brague las rastrea
Rémi Brague es un experto en filosofía medieval (catedrático emérito de esta materia en la Sorbona de París) y en 2012 recibió el Premio Joseph Ratzinger de Teología. Ha explorado en profundidad el pensamiento árabe y judío medieval, y la filosofía griega que dio forma a la Edad Media, después lo ha contrastado con las ideas supuestamente modernas.
Lo que Rémi Brague ha descubierto es que muchas de esas ideas “modernas” (incluyendo las que llevaron al mundo al desastre de las Guerras Mundiales y los totalitarismos deshumanizantes) ya se pueden rastrear en la Antigüedad, la Edad Media o el Barroco. Son “tentaciones” que pueden asaltar al hombre en cualquier época. Pero que a partir del siglo XVI empezaron a tomar el poder e influir en la cultura.
Rémi Brague lo resume en su libro “El Reino del Hombre, génesis y fracaso del proyecto moderno” (Ediciones Encuentro).
Un reino "del hombre"... que daña a los hombres
El “hombre moderno” (el occidental postmedieval) pretende crear su propio “reino” que no se someta a ningún orden cósmico, a ninguna armonía celestial o tao como en China, a ningún Logos como aspiraba la mejor filosofía griega.
En el “reino del hombre” se supone que el hombre reina, establece sus propias leyes y no tiene que obedecer a nadie: ni a la naturaleza, ni a una lógica propia, ni a la realidad de las cosas, ni siquiera a la razón. Y, por supuesto, no a Dios.
En la práctica, lo que suele suceder en este "reino del hombre" es que el hombre fuerte (o el más astuto y desaprensivo) reina oprimiendo a otros hombres más débiles, usados como material desechable y reemplazable.
Ideas antiguas (y malas) se disfrazan de novedosas
En ese contexto, surgen ideas que se venden como novedosas y que, cuando fracasan (a menudo dejando detrás grandes matanzas, opresiones y sufrimientos) se disfrazan con otros retales para volver a intentar venderse de nuevo a generaciones olvidadizas y despistadas.
En su repaso de las ideas “modernas”, Brague pocas veces cita a los autores conservadores que las criticaban. Le basta con citar a otras ideas modernas que las contradicen.
“Mi propósito se limitaba a contar, dejando así al proyecto moderno correr libremente hacia su autodestrucción”, escribe Brague. “Mi esperanza personal, en tanto que individuo de una especie viva, heredero agradecido de una civilización y ciudadano leal de una comunidad política es, por supuesto, oponerme a esta tendencia”.
¿Por qué es un bien que haya hombres? ¿Por qué no suicidarnos todos?
Brague denuncia que la modernidad produce “bienes” (materiales, por ejemplo) pero “parece incapaz de explicar por qué es un bien que existan hombres para disfrutarlos”.
La modernidad no puede explicar al hombre porque lo saca de su contexto. Para los griegos, ese contexto global era la “physis” o naturaleza. La Biblia no tiene ese concepto-palabra de naturaleza, pero recoge una idea similar en todas sus narraciones: el hombre no se basta, no puede hacer nada, requiere del aliento y el permiso de Dios, que es su contexto.
El hombre autodefinido, que intenta autodeterminarse, sufrirá mucho y no está claro que le merezca la pena. Por eso Brague señala una tentación continua: ¿no es mejor suicidarse? Más aún, que un individuo se suicide puede dañar a los demás que quedan detrás, heridos, pero si toda la especie se suicida demográficamente, ¿se hace mal a alguien? Después de todo, no hay motivo especial para vivir y no hay esperanza para tener hijos. La locura colectiva es más llevadera.
Hacia una conclusión moral
Después de 280 páginas de ágil erudición repasando ideas como el hombre deshumanizado y fabricado (el golem, el robot, el monstruo de Frankenstein), las utopías, las supuestas maravillas de la tecnología en nuestro cuerpo (cyborgs) y en nuestras sociedades, las promesas de la educación estatal, los timos de la alquimia y la magia, la mirada supersticiosa hacia el concepto progreso o el concepto libertad, el hombre como señor sin señor, etc… y antes de pasar a 120 páginas de detalladas notas e índices que son una hoja de ruta de la literatura moderna, Remi Brague ofrece una conclusión de tipo moral.
“En una obra anterior he tratado de mostrar que el cristianismo tenía la particularidad única de no proponer otra moral que la que siempre ha valido para todo hombre. El problema humano no es la ignorancia de la ley, sino la incapacidad de cumplirla. La contribución divina consiste en perdonar a los transgresores y en dar a los pecadores arrepentidos la fuerza de querer y de hacer el bien. La modernidad ha conservado la idea de una moral común, pero cree poder prescindir tanto de la misericordia como de la gracia”.
Y añade: “La cuestión no es el saber si el hombre puede conocer por sí mismo cómo debería vivir bien. Es más bien la de saber si puede querer el hombre sobrevivir sin una instancia exterior para afirmarlo”.
Pero, ¿qué es esa instancia exterior? No puede ser el hombre mismo, ni los animales con los que compite. Debería ser algún tipo de genios sobrenaturales , árbitros neutrales.
O bien, Dios: “Aquel que declaró el sexto día de la Creación que todo en ella era muy bueno”.
Adquiera aquí El Reino del Hombre, génesis y fracaso del proyecto moderno
Más libros de Rémi Brague aquí
Lo que Rémi Brague ha descubierto es que muchas de esas ideas “modernas” (incluyendo las que llevaron al mundo al desastre de las Guerras Mundiales y los totalitarismos deshumanizantes) ya se pueden rastrear en la Antigüedad, la Edad Media o el Barroco. Son “tentaciones” que pueden asaltar al hombre en cualquier época. Pero que a partir del siglo XVI empezaron a tomar el poder e influir en la cultura.
Rémi Brague lo resume en su libro “El Reino del Hombre, génesis y fracaso del proyecto moderno” (Ediciones Encuentro).
Un reino "del hombre"... que daña a los hombres
El “hombre moderno” (el occidental postmedieval) pretende crear su propio “reino” que no se someta a ningún orden cósmico, a ninguna armonía celestial o tao como en China, a ningún Logos como aspiraba la mejor filosofía griega.
En el “reino del hombre” se supone que el hombre reina, establece sus propias leyes y no tiene que obedecer a nadie: ni a la naturaleza, ni a una lógica propia, ni a la realidad de las cosas, ni siquiera a la razón. Y, por supuesto, no a Dios.
En la práctica, lo que suele suceder en este "reino del hombre" es que el hombre fuerte (o el más astuto y desaprensivo) reina oprimiendo a otros hombres más débiles, usados como material desechable y reemplazable.
Ideas antiguas (y malas) se disfrazan de novedosas
En ese contexto, surgen ideas que se venden como novedosas y que, cuando fracasan (a menudo dejando detrás grandes matanzas, opresiones y sufrimientos) se disfrazan con otros retales para volver a intentar venderse de nuevo a generaciones olvidadizas y despistadas.
En su repaso de las ideas “modernas”, Brague pocas veces cita a los autores conservadores que las criticaban. Le basta con citar a otras ideas modernas que las contradicen.
“Mi propósito se limitaba a contar, dejando así al proyecto moderno correr libremente hacia su autodestrucción”, escribe Brague. “Mi esperanza personal, en tanto que individuo de una especie viva, heredero agradecido de una civilización y ciudadano leal de una comunidad política es, por supuesto, oponerme a esta tendencia”.
¿Por qué es un bien que haya hombres? ¿Por qué no suicidarnos todos?
Brague denuncia que la modernidad produce “bienes” (materiales, por ejemplo) pero “parece incapaz de explicar por qué es un bien que existan hombres para disfrutarlos”.
La modernidad no puede explicar al hombre porque lo saca de su contexto. Para los griegos, ese contexto global era la “physis” o naturaleza. La Biblia no tiene ese concepto-palabra de naturaleza, pero recoge una idea similar en todas sus narraciones: el hombre no se basta, no puede hacer nada, requiere del aliento y el permiso de Dios, que es su contexto.
El hombre autodefinido, que intenta autodeterminarse, sufrirá mucho y no está claro que le merezca la pena. Por eso Brague señala una tentación continua: ¿no es mejor suicidarse? Más aún, que un individuo se suicide puede dañar a los demás que quedan detrás, heridos, pero si toda la especie se suicida demográficamente, ¿se hace mal a alguien? Después de todo, no hay motivo especial para vivir y no hay esperanza para tener hijos. La locura colectiva es más llevadera.
Hacia una conclusión moral
Después de 280 páginas de ágil erudición repasando ideas como el hombre deshumanizado y fabricado (el golem, el robot, el monstruo de Frankenstein), las utopías, las supuestas maravillas de la tecnología en nuestro cuerpo (cyborgs) y en nuestras sociedades, las promesas de la educación estatal, los timos de la alquimia y la magia, la mirada supersticiosa hacia el concepto progreso o el concepto libertad, el hombre como señor sin señor, etc… y antes de pasar a 120 páginas de detalladas notas e índices que son una hoja de ruta de la literatura moderna, Remi Brague ofrece una conclusión de tipo moral.
“En una obra anterior he tratado de mostrar que el cristianismo tenía la particularidad única de no proponer otra moral que la que siempre ha valido para todo hombre. El problema humano no es la ignorancia de la ley, sino la incapacidad de cumplirla. La contribución divina consiste en perdonar a los transgresores y en dar a los pecadores arrepentidos la fuerza de querer y de hacer el bien. La modernidad ha conservado la idea de una moral común, pero cree poder prescindir tanto de la misericordia como de la gracia”.
Y añade: “La cuestión no es el saber si el hombre puede conocer por sí mismo cómo debería vivir bien. Es más bien la de saber si puede querer el hombre sobrevivir sin una instancia exterior para afirmarlo”.
Pero, ¿qué es esa instancia exterior? No puede ser el hombre mismo, ni los animales con los que compite. Debería ser algún tipo de genios sobrenaturales , árbitros neutrales.
O bien, Dios: “Aquel que declaró el sexto día de la Creación que todo en ella era muy bueno”.
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