Martes, 24 de diciembre de 2024

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Homilía de un proceso

por Semblanzas sacerdotales



Hoy ha tenido lugar en Plasencia la apertura del proceso diocesano de 18 curas de la diócesis placentina para su canonización.

El obispo diocesano ha leído la siguiente homilía:

Plasencia, 23 de mayo de 2015

Queridos hermanos: Quiero comenzar la homilía poniendo de relieve mi alegría y mi acción de gracias al Señor por tener la oportunidad, como obispo y pastor de esta diócesis de Plasencia, de iniciar con todos vosotros el camino eclesial en el que buscaremos que se ponga de manifiesto la santidad martirial de estos hermanos sacerdotes que derramaron su sangre por amor a Jesucristo.

Y ya comentando la Palabra de Dios escuchada y acogida, sin perder de vista el martirio de estos hermanos en la fe, hay que poner en evidencia que las dificultades en la experiencia cristiana pertenecen a la vida de los discípulos del Señor. Vivir contra corriente es una condición elemental de la vida cristiana, seamos obispos, sacerdotes, consagrados o laicos. Participar en la cruz de Cristo pertenece al seguimiento de sus discípulos. Como hemos escuchado en el Evangelio de Juan, el “sígueme” de Jesús a Pedro lleva implícito dar gloria a Dios participando en la cruz del Señor.

En el libro de los Hechos hemos comprobado en Pablo las dificultades que puede encontrar el que evangeliza en nombre de Cristo. Lo hemos visto en Roma prisionero por la actitud de los judíos, que a toda costa quisieron impedir que cumpliera su misión. Pablo asume su situación como una consecuencia lógica de su encuentro personal con Cristo, que le cambió la vida. Esa es la razón por la que se da a sí mismo el precioso y honorífico título: “yo, el prisionero por Cristo” (Ef 3,1). Esa situación nunca turbó su libertad para vivir y predicar el Evangelio. A pesar de las cadenas, “predicaba el Reino de Dios y enseñaba todo lo que se refiere al Señor Jesucristo con toda libertad, sin estorbos”.

Es evidente que el Espíritu Santo, al que ya estamos mirando con expectación, por celebrarse mañana Pentecostés, andaba haciendo de las suyas en esa Iglesia que abría caminos nuevos para la fe en el mundo. El deseo ardiente de Pablo de hablar del Reino de Dios y del Señor Jesús es un fruto del Espíritu, que enciende los corazones con su fuego interior. También nosotros estamos poniendo hoy de relieve la acción divina e inagotable del Espíritu en su Iglesia: la de fortalecer la vida de los cristianos para que sean testigos de Jesucristo. Porque las dificultades de Pablo y de los apóstoles también se actualizan entre nosotros. Por estas dificultades siguen hoy pasando muchos hombres y mujeres que son perseguidos y martirizados por el sólo hecho de creer y vivir en Cristo. Todos nosotros somos testigos de que el siglo XXI ha comenzado siendo un siglo martirial.

Pero, ¿quiénes son esos a los que llamamos mártires? San Juan Pablo respondía a esta pregunta:“La respuesta es muy hermosa: Son los que siguen a Cristo en su vida y en su muerte, se inspiran en Él y se dejan inundar por la gracia que Él nos da; son aquéllos cuyo alimento es cumplir la voluntad del Padre; los que se dejan llevar por el Espíritu; los que nada anteponen al Reino de Cristo; los que aman a los demás hasta derramar su sangre por ellos; los que están dispuestos a darlo todo sin exigir nada a cambio; los que -en pocas palabras- viven amando y mueren perdonando” (Homilía en la beatificación de 232 mártires en España, 11 de marzo de 2001). El martirio lo es en un cristiano cuando da la vida consciente de que participa en la cruz de Cristo, que “me amó y se entregó por mí” (Ga 2,20).

Pues bien, con esa lectura de fe y de amor queremos nosotros recordar a estos hermanos sacerdotes, encabezados por Benedicto Teodoro Barbero Bermejo, en este acto exclusivamente religioso de la apertura de la causa de su canonización. Lo hacemos porque no les queremos olvidar; al contrario, queremos que quede marcada en el rostro y en el corazón de nuestra Iglesia diocesana el ejemplo de su vida y las motivaciones más profundas de su martirio. Lo hacemos porque somos conscientes de que “junto con Jesús, la memoria nos hace presentes “una verdadera nube de testigos” (Hb 13,7) (EG 13). Con este acto y con los que celebraremos, si Dios quiere, en el futuro, queremos mostrar que nuestra memoria es agradecida al Señor, y también a estos sacerdotes por el don que nos hicieron de su testimonio martirial. Este acto es una expresión pública de la oración que a partir de ahora haremos al Señor. Si los recordamos, y queremos que algún día puedan recibir culto público entre nosotros, es porque deseamos que esta memoria suya, con la que nos enriquecemos sea una memoria fecunda, una memoria que nos traiga grandes bienes espirituales y temporales.

Así nos expresaremos en la oración: “Oh Dios, corona de los mártires, que concediste a los siervos de Dios Benedicto-Teodoro Barbero Bermejo y compañeros sacerdotes la gracia de asemejarse a tu Hijo en una muerte como la suya, dándoles la fuerza de confesar su fe en Ti, perdonando a todos; te pedimos que sus nombres aparezcan en la gloria de los santos, que su ejemplo ilumine la vida y entrega de todos los cristianos, y que por su intercesión desciendan sobre nuestra Diócesis de Plasencia abundantes gracias y bendiciones celestes, así como los favores que pedimos”.

Pero debo recordar que lo que hoy hacemos es la apertura de un proceso en el que vamos a recoger y a analizar con todo rigor unos datos que nos den garantías suficientes de que sufrieron el martirio. Ayudados por los testigos, nos vamos a situar, por tanto, en los hechos tal y cómo sucedieron y en las motivaciones, tanto de cada uno de estos sacerdotes para dar la vida por su fe como en las de aquellos que los persiguieron y martirizaron. Porque sólo así podemos aproximarnos a la verdad. Pero nada más lejos de nuestra intención que culpar a nadie. Solamente, eso sí, recodamos que fueron víctimas de una persecución que se centró en los que en la Iglesia católica amaban, seguían y servían a Cristo, en este caso con su servicio pastoral y con el testimonio de sus vidas.

Recuerdo a este respecto lo que yo mismo escribía hace unos años con motivo de unas beatificaciones: “recordar a los mártires no puede ofender a nadie; al contrario, hace mucho bien. El recuerdo, que es “volver a pasar por el corazón”, si se utiliza adecuadamente es necesario para poner de relieve la verdad de la vida y de la muerte de los que nos precedieron. De hecho, sin memoria no se puede vivir: no hay nada que identifique tanto a los seres humanos como recordar. El que pierde la memoria se queda sin pasado, pero también sin presente y sin futuro. La memoria, además, se asimila con la pedagogía del tiempo, que cicatriza heridas y le quita lo dañino, para que sólo queden los valores que ennoblecen el recuerdo. La memoria cristiana se purifica por el amor de Cristo, a quien todos los mártires mueren amando y, sobre todo, por el perdón ofrecido y pedido, que es el crisol en el que el pasado adquiere todo su esplendor”.

A partir de este acto, en el que hemos situado la memoria de estos hermanos nuestros en la fe y en la vida de la Iglesia, a nosotros nos toca recoger el bien que hay en ellos, el tesoro de su testimonio y convertir todo en un patrimonio espiritual para nuestra Iglesia diocesana. No dudamos de que este patrimonio fortalecerá nuestra fe, afianzará nuestras convicciones cristianas y nos renovará en nuestro compromiso en favor de los demás. Todos ellos eran pastores sencillos que ejercían el ministerio en algunas comunidades parroquiales de nuestra diócesis con una vida entregada, piadosa y fiel, siempre disponible para el pueblo cristiano. Porque eran fieles en lo pequeño y en lo cotidiano, llegados al punto de tener que defender su fe, fueron enriquecidos con la gracia del martirio que los ennobleció, en su debilidad, con la fuerza de los héroes.

Eso es lo que hoy todos deseamos con una búsqueda eclesial que un día, ojalá no muy lejano, llevaremos a la Santa Sede para que valore nuestro deseo y nuestro trabajo y, si es voluntad del Señor, se nos conceda la gracia que anhelamos: que obtengamos el don de la santidad de estos mártires. A partir de ahora le pedimos que también ellos vayan haciendo su trabajo: le encomendamos que, por su intercesión, en el “dueño de la mies” nos conceda el favor de vocaciones sacerdotales para nuestro seminario.

A María, la Reina de los mártires, que acompañó a su divino Hijo durante su existencia terrena y permaneció fiel a los pies de la Cruz, le pedimos que nos enseñe a ser fieles a Cristo en todo momento, sin decaer ante las dificultades, y nos conceda la misma fuerza con que los mártires confesaron su fe para ser siempre discípulos y misioneros.

+ Amadeo Rodríguez Magro, obispo de Plasencia

 

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