Domingo, 22 de diciembre de 2024

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De la expresión Hijo del Hombre que utiliza Jesús tan a menudo

por En cuerpo y alma

 
 
            Junto a la de Mesías (pinche aquí si le interesa el tema), o Hijo de David (pinche aquí para lo propio), fundamentales para Jesús de cara a presentar su misión en el entorno geográfico-temporal que le rodea, otro proceso relacionado con su intitulación se abre camino a lo largo de las páginas evangélicas. Se trata del que le lleva a presentarse como “el Hijo del Hombre”, para terminar desvelando que, en realidad, es “el Hijo de Dios”.
 
El término “Hijo del Hombre” aparece recogido en los Evangelios en más de ochenta ocasiones, pero curiosamente, sólo en tres de ellos, los Sinópticos. De ellos, Marcos lo hace en 15 ocasiones y Lucas en 27, lo que quiere decir que más de la mitad de las veces en que la locución aparece en los evangelios lo hace en el Evangelio de Mateo, que podríamos denominar a los efectos, el Evangelio del Hijo del Hombre.
 
            Aún aparece la locución una vez más en los Hechos de los Apóstoles, pero contrariamente a lo que uno habría esperado por la apocalíptica sonoridad del término, no aparece sin embargo en el Apocalipsis, lo que bien pensado, nada tiene de particular que así sea, pues en lo que se constituye como una prueba más de que se trata del mismo autor, el evangelista Juan, como ya hemos señalado, no la utiliza en su evangelio.
 
En origen, “Hijo del Hombre” es una locución veterotestamentaria que hallamos recogida por primera vez en el Libro de Ezequiel, profeta que ejerció su ministerio en la primera mitad del s. VI a. C.
 
“Me dijo: “hijo de hombre, ponte en pie, que voy a hablarte”” (Ez. 2, 1).
 
            De ahí pasa directamente al Libro de Daniel, libro que cabe datar en torno al año 160 a. C., en el que encontramos dos alusiones al término: la primera es menos elocuente a los efectos que nos ocupan:
 
            “Mientras yo Daniel contemplaba esta visión […] oí una voz de hombre sobre el Ulay que gritaba: “Gabriel, explícale a éste la visión”. El se acercó al lugar donde yo estaba y cuando llegó, me aterroricé y caí de bruces. Me dijo: “Hijo de Hombre, entiende: la visión se refiere al tiempo del fin”” (Dn. 8, 1517).
 
            Pero la segunda nos introduce de lleno en el ambiente evangélico:
 
            “Yo seguía contemplando en las visiones de la noche: Y he aquí que en las nubes del cielo venía como un Hijo de Hombre. Se dirigió hacia el anciano y fue llevado a su presencia. A él se le dio imperio, honor y reino, y todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieron. Su imperio es un imperio eterno que nunca pasará y su reino no será destruido jamás” (Dn. 7, 1314)
 
            ¿Acaso no evocan estas palabras el “mi reino no es de este mundo” que pronuncia Jesús ante Pilato horas antes de ser crucificado (Jn. 18, 36)? Tanto que las palabras daniélicas “y su reino no será destruido jamás”, equivalentes al “su reino no tendra fin”, de hecho, y no por casualidad, forman parte del credo que los cristianos recitan en la Misa.
 
            La expresión Hijo de Hombre pasa al género que cabe llamar apocalíptica apócrifa intertestamentaria, una serie de libros de los últimos tiempos del Antiguo Testamento que, sin embargo, se quedan fuera tanto del canon judío como del cristiano. Y de la apocalíptica apócrifa, directamente a las páginas del Nuevo Testamento. Jesús hace sin embargo una aportación fundamental, convirtiendo ese “Hijo de Hombre” de Ezequiel y Daniel, en “EL” Hijo del Hombre, lo que individualiza y personaliza extraordinariamente el título, y le permite utilizarlo para referirse a sí mismo
 
            Jesús se autotitula Hijo del Hombre cuando pretende presentarse como un hombre más, el más pequeño de los hombres incluso. Así cuando declara:
 
            “Las zorras tienen guarida, y las aves del cielo nido; pero el Hijo del Hombre no tiene donde reclinar la cabeza” (Mt. 8, 20).
 
            O también:
 
“El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos” (Mt. 20, 28).
 
            Pero también y paradójicamente, cuando quiere presentarse ante sus interlocutores triunfante en toda su majestad. Así, no duda en responder al tribunal del sanhedrín que tiene en su mano su vida y que, de hecho, está a punto de decidir sobre ella:
 
            “Y yo os declaro que a partir de ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder [=Dios] y venir sobre las nubes del cielo” (Mt. 26, 64).
 
            Y bien amigos, que hagan Vds. Mucho bien y que no reciban menos.Seguimos viéndonos por aquí.
 
 
            ©L.A.
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