El arzobispo de Ferrara previene del «cato-laicismo»
«Es suicida dejar que esa prensa que quiere destruir la Iglesia sea quien defina el modelo eclesial»
«Un fenómeno muy grave caracteriza a la Iglesia de nuestro tiempo: la cesión total a la mentalidad cato-laicista, también porque estamos aceptando que sean los medios de comunicación laicistas los que definan la imagen de la Iglesia, del sacerdote, de una auténtica pastoral».
No minimiza la verdad monseñor Luigi Negri, ni siquiera en esos días de fiesta que le vieron cerrar el 9 de mayo con una solemne misa pontifical en la catedral de Ferrara las celebraciones por el décimo aniversario de su ordenación episcopal. Diez años son un soplo, pero si miramos atrás no podemos dejar de reconocer que mucho ha cambiado en estos diez años en la Iglesia, en Italia, en el mundo.
-Monseñor Negri, usted fue nombrado obispo de San Marino-Montefeltro el 17 de marzo de 2005, uno de los últimos nombramientos de San Juan Pablo II, que murió apenas dieciséis días después. Por consiguiente, en estos diez años ha conocido a tres Papas. ¿Podría indicarnos el rasgo esencial de cada uno de los tres? Empecemos por San Juan Pablo II.
-San Juan Pablo II ha sido uno de los más grandes evangelizadores de la historia de la Iglesia moderna y contemporánea. Con él tuve la lucidísima percepción de que se abría una fase nueva en la relación entre la Iglesia y el mundo.
»Quiero recordar la extraordinaria intervención que realizó en octubre de 1980 en el congreso sobre Evangelización y ateísmo, en el que dijo que era necesario que Cristo entrara en contacto de nuevo con el corazón del hombre, destruido pero no aniquilado por la vida moderna y contemporánea. Entendí entonces que era necesario abrir un diálogo, no con las ideologías o con sistemas políticos y culturales, sino con esa realidad humana que precede cualquier opción, consciente o inconsciente. San Juan Pablo II ha desarrollado esta tarea de manera admirable.
»Siempre he tenido la percepción de que hablaba a nivel del corazón humano y que por esto no se paraba en las premisas ni en las consecuencias; al contrario, iba al fondo de la cuestión, valorizando así cada premisa y llegando a las consecuencias. Detenerse en las premisas o correr a las consecuencias es una propuesta absolutamente perdedora desde el punto de vista de lo que la Iglesia debe desear: que la gente sea infundida por el anuncio de Cristo presente.
»A este propósito quisiera recordar dos definiciones que se han dado de él y que comparto totalmente. Recuerdo el breve mensaje del cardenal Stanislaw Dziwisz en respuesta a mi pésame: «Este hombre ha enseñado a los cristianos a ser cristianos y a los hombres de este tiempo a ser hombres». Y George Weigel ha reconocido que ha sido uno de los pocos hombres a quien le ha sido dado cambiar el curso de la historia.
»Una misión a la que ha contribuido enormemente la amistad con quien le ha sucedido, Benedicto XVI.
Benedicto ha abierto una época que ha hecho redescubrir la fascinación de la razón como desafío, como camino hacia el misterio. Y sin ninguna tentación nostálgica nos ha hecho sentir la grandeza de la gran civilización católica, de la gran civilización occidental que - como dijo en Ratisbona - nace de la implicación de movimientos perennes y que como tales permanecen: el preguntar griego, el profetismo judío, la fe católica y la libertad de conciencia moderna.
»Ha abierto horizontes de encuentro con el hombre de hoy precisamente gracias a su extraordinaria capacidad de hablar de la razón y de la fe, además de haber dado esa contribución fundamental para la recuperación de la identidad del acontecimiento cristiano con la declaración Dominus Iesus, firmada por Juan Pablo II pero que lleva el signo indeleble del gran magisterio de Benedicto XVI. Deseo de verdad que la Iglesia reconozca en un determinado momento la grandeza intelectual y la grandeza de su magisterio confiriéndole el título de Doctor de la Iglesia.
»Desde hace dos años está Papa Francisco; es aún pronto para hacer un balance pero no hay duda alguna de que el camino de este pontificado ya está bien trazado. Francisco ha abierto una perspectiva nueva en la que me adentro gradualmente, madurando con él las perspectivas de una renovada apertura misionera, que es a lo que he sido formado en los 50 años de convivencia con ese gran teórico y testigo de la misión que ha sido don Luigi Giussani. [Sacerdote italiano fundador del movimiento Comunión y Liberación, fallecido en 2005, nota de ReL]
-A propósito de Giussani. Hemos recordado hace poco los diez años de su muerte; no tuvo tiempo para gozar de la ordenación episcopal de uno de sus amigos de siempre.
-He podido realizar mi misión de obispo únicamente porque don Giussani me ha enseñado a amar la Iglesia como mi padre y mi madre. Era evidente, en esas escasísimas veces que me lo mencionó, que para él mi nombramiento episcopal era un deseo vivo de su corazón, que entonces yo no sabía valorar. Para él era la gran confirmación de la verdad del movimiento de Comunión y Liberación.
»En uno de los últimos encuentros Giussani me dijo: "Si te hacen obispo, acuérdate de que será un gran mensaje del Papa a toda la Iglesia. Porque tú, en tu vida como profesor y como sacerdote, no has tenido nada más que el seguimiento al movimiento. Y haber seguido hasta el fondo el movimiento te habilita, según el Papa, a convertirte en cabeza de una Iglesia".
-¿Cómo se ha reflejado esto en su modo de ser obispo?
-En estos diez años, de los cuales los primeros siete en San Marino-Montefeltro, sentí el deber excepcional de hacer nacer y renacer continuamente al pueblo cristiano. Porque el obispo debe hacer esto. El obispo que hace presente a Cristo en su comunidad debe generar al pueblo en la Palabra y en los sacramentos y regenerarlo, sobre todo, mediante el ministerio del juicio y de la misericordia - porque en la Confesión hay también un juicio, no sólo la misericordia –.
»Y después compartir la conciencia gozosa de tener una identidad nueva, irreducible a cualquier identidad humana e histórica, una conciencia nueva de sí mismo y de la realidad, un ethos de la vida que no se reduzca a ninguna forma de explotación y que vive la caridad como incondicional apertura a la vida de cada uno. Si no hubiera vivido durante 50 años con un hombre que ha hecho del amor a Cristo y a la Iglesia su única razón de vida, por mi temperamento no habría sido capaz de abrazar así al pueblo, su vida y su destino.
-San Marino y Ferrara, dos realidades distintas pero con puntos en común. Del encuentro con esta gente, ¿qué emerge como prioridad para la Iglesia?
-Hacerse cargo de la gran pobreza no sólo material, sino humana, cultural, espiritual. Se lo he dicho varias veces a los responsables de las distintas iniciativas y estructuras caritativas, que son grandes y ejemplares. En Ferrara todos nuestros recursos se dedican a esta terrible pobreza material que ha eliminado la tranquilidad y el bienestar de muchas familias.
»Pero debemos ser muy claros: a pesar de la gran retórica existente sobre los pobres y la pobreza, este problema no se resolverá nunca y menos aún será la Iglesia quien lo resuelva. Lo dijo el mismo Jesús: «Los pobres los tendréis siempre con vosotros; a mí no me tendréis siempre».
»Y cuando damos una contribución diaria al socorrer a quien vive en la pobre debemos preguntarnos: ¿nos hacemos cargo de la pobreza cultural? Pobreza cultural que es hija de un vacío existencial, de un vacío de conciencia, de humanidad, de capacidad de amor, de capacidad de sacrificio. Si no estamos atentos corremos el riesgo de reducirnos a nosotros mismos en el intento de ayudar la pobreza material, de compartir una concepción materialista de la vida.
»Yo pienso que sería terrible no haber abierto el corazón de la humanidad de hoy a amar en todas las condiciones, según todos los aspectos, según todos los desafíos que recibimos. Se puede hacer esto si en el centro está el amor a Cristo. Se ama a los pobres porque se ama a Cristo, se infunde la humanidad de hoy - ya sea pobre o rica - con el único anuncio: el Señor Jesucristo es el redentor del hombre y de la historia, el centro del cosmos y de la historia.
-Pobreza cultural. La relación entre fe y cultura ha estado en el centro de la reflexión de don Giussani y de Juan Pablo II.
-Hay una frase de San Juan Pablo II que confirma y dilata el magisterio de Giussani sobre fe y cultura: «La fe que no se convierte en cultura no ha sido verdaderamente acogida, plenamente vivida, humanamente repensada».
»Desde este punto de vista percibo una gravísima incomodidad que es la irrupción, en el contexto de la cultura católica, de una especie de cato-laicismo: un catolicismo que intenta convivir con el laicismo como forma sustancialmente de rechazo de la tradición cristiana, de la presencia cristiana.
»Ejemplo: la historia de la Iglesia, que es leída e interpretada casi universalmente, también en el mundo católico, como una historia de la que hay que liberarse, más llena de sombras y de horrores, de culpas e incompresiones, que de luces. Se trata de algo totalmente irreal; a duras penas se salvan los santos, pero se les ve bajo una acepción moralista y pietista que no es un honor hacia los santos, sino la demostración de la mezquindad intelectual con la que se ve la historia de la Iglesia.
-¿Puede darnos algún ejemplo?
Desde hace algunos años, durante la misa rezo cada día por Antoine Eleonore Leon Leclerc de Juinier, que fue obispo de París desde 1782 hasta cuando, para no doblegarse a Napoleón, dimitió como arzobispo. Fue a la asamblea constituyente cuando ésta decretó la confiscación de todos los bienes de la Iglesia.
»Este obispo dijo algo muy simple: "Coged todo el dinero, tenéis la arrogancia para hacerlo y vuestra ley os da esta posibilidad. Pero yo os anticipo lo que sucederá: en el arco de algunos meses os dividiréis entre vosotros todo ese dinero a un precio bajísimo y los pobres se quedarán sin ningún recurso porque desde hace siglos la Iglesia francesa ha usado su dinero, sus bienes, para una sola cosa: hacer que la pobreza de los pobres sea menos dura".
»Hoy, ¿hay alguien, también a nivel eclesiástico, que no sólo conoce este hecho sino que se sentiría profundamente en sintonía con este hombre porque en él se ha expresado una conciencia auténtica y crítica de la historia de la Iglesia? No es aceptable que eclesiásticos, hombres de cultura católicos, tengan de partida una actitud destructiva hacia la Iglesia y su historia, de la que salvan a duras penas la Iglesia de hoy, como si la iglesia de hoy hubiera nacido o naciera repentinamente sin ninguna conexión vital, existencial con el flujo de la tradición, que empieza con Jesús y sus amigos y llega inexorablemente hasta nosotros, hoy.
-Usted ha hablado en otras ocasiones de cato-laicismo…
-No se puede pensar, ya no se puede soportar, que los medios de comunicación anticatólicos y laicistas sean puestos en la condición de entrar masiva y opresivamente en la vida de la Iglesia hasta el punto de que sean ellos quienes fijen la imagen de los sacerdotes de primera categoría, contrapuesta al pobre clero que ha vivido la existencia según las circunstancias concretas de su propia vida, obedeciendo a sus pastores e intentando incrementar la vida del pueblo que guiaban. Es una posición suicida aceptar que el modelo de la vida eclesial sea formulado según la posición de quienes hasta ahora - y aún ahora - quieren destruir la Iglesia.
-En diez años muchas cosas han cambiado en el mundo: hoy, la persecución de los cristianos es un fenómeno sin precedentes…
-Desde que hice poner en la fachada principal del palacio episcopal el signo del Nazareno, casi cada día centinares de turistas se detienen, preguntan, la mayor parte no sabe ni siquiera qué significa. Esta persecución nos recuerda que nosotros vivimos dentro de una confrontación escatológica entre la cultura de la vida – el acontecimiento de Cristo - y la cultura de la muerte que es la nada y que se convierte en alternativa a Dios.
»Estas son las proporciones de la confrontación en la que vivimos, debemos ser conscientes de que la dimensión del martirio muerde nuestra cotidianidad. Debemos saber que lo que está en juego - también en las pequeñas comunidades de Montefeltro o en la campiña de Ferrara – es una adhesión a Cristo que nos pone frente al mundo como gente que puede ser eliminada de un momento a otro.
-Y en Italia se habla desde hace tantos años de emergencia educativa…
-Hoy, la emergencia educativa demuestra que se ha perdido el tiempo porque no se ha tenido el valor de enfrentarse a la necesidad de hacer que la Iglesia fuera como había pedido el Papa Juan Pablo II en la Novo Millennio ineunte: ámbitos de escuela de comunión, por lo tanto, de cultura.
»Ahora, la ley de género es una lepra que se está difundiendo en los corazones y en esto tiene totalmente razón el Papa Francisco. La cuestión de la emergencia educativa ha llegado a tales niveles que o nos despertamos ahora o ya no nos despertamos, es decir, estamos muertos.
(Traducción del italiano de La Nuova Bussola Quotidiana por Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)
No minimiza la verdad monseñor Luigi Negri, ni siquiera en esos días de fiesta que le vieron cerrar el 9 de mayo con una solemne misa pontifical en la catedral de Ferrara las celebraciones por el décimo aniversario de su ordenación episcopal. Diez años son un soplo, pero si miramos atrás no podemos dejar de reconocer que mucho ha cambiado en estos diez años en la Iglesia, en Italia, en el mundo.
-Monseñor Negri, usted fue nombrado obispo de San Marino-Montefeltro el 17 de marzo de 2005, uno de los últimos nombramientos de San Juan Pablo II, que murió apenas dieciséis días después. Por consiguiente, en estos diez años ha conocido a tres Papas. ¿Podría indicarnos el rasgo esencial de cada uno de los tres? Empecemos por San Juan Pablo II.
-San Juan Pablo II ha sido uno de los más grandes evangelizadores de la historia de la Iglesia moderna y contemporánea. Con él tuve la lucidísima percepción de que se abría una fase nueva en la relación entre la Iglesia y el mundo.
»Quiero recordar la extraordinaria intervención que realizó en octubre de 1980 en el congreso sobre Evangelización y ateísmo, en el que dijo que era necesario que Cristo entrara en contacto de nuevo con el corazón del hombre, destruido pero no aniquilado por la vida moderna y contemporánea. Entendí entonces que era necesario abrir un diálogo, no con las ideologías o con sistemas políticos y culturales, sino con esa realidad humana que precede cualquier opción, consciente o inconsciente. San Juan Pablo II ha desarrollado esta tarea de manera admirable.
»Siempre he tenido la percepción de que hablaba a nivel del corazón humano y que por esto no se paraba en las premisas ni en las consecuencias; al contrario, iba al fondo de la cuestión, valorizando así cada premisa y llegando a las consecuencias. Detenerse en las premisas o correr a las consecuencias es una propuesta absolutamente perdedora desde el punto de vista de lo que la Iglesia debe desear: que la gente sea infundida por el anuncio de Cristo presente.
»A este propósito quisiera recordar dos definiciones que se han dado de él y que comparto totalmente. Recuerdo el breve mensaje del cardenal Stanislaw Dziwisz en respuesta a mi pésame: «Este hombre ha enseñado a los cristianos a ser cristianos y a los hombres de este tiempo a ser hombres». Y George Weigel ha reconocido que ha sido uno de los pocos hombres a quien le ha sido dado cambiar el curso de la historia.
»Una misión a la que ha contribuido enormemente la amistad con quien le ha sucedido, Benedicto XVI.
Benedicto ha abierto una época que ha hecho redescubrir la fascinación de la razón como desafío, como camino hacia el misterio. Y sin ninguna tentación nostálgica nos ha hecho sentir la grandeza de la gran civilización católica, de la gran civilización occidental que - como dijo en Ratisbona - nace de la implicación de movimientos perennes y que como tales permanecen: el preguntar griego, el profetismo judío, la fe católica y la libertad de conciencia moderna.
»Ha abierto horizontes de encuentro con el hombre de hoy precisamente gracias a su extraordinaria capacidad de hablar de la razón y de la fe, además de haber dado esa contribución fundamental para la recuperación de la identidad del acontecimiento cristiano con la declaración Dominus Iesus, firmada por Juan Pablo II pero que lleva el signo indeleble del gran magisterio de Benedicto XVI. Deseo de verdad que la Iglesia reconozca en un determinado momento la grandeza intelectual y la grandeza de su magisterio confiriéndole el título de Doctor de la Iglesia.
»Desde hace dos años está Papa Francisco; es aún pronto para hacer un balance pero no hay duda alguna de que el camino de este pontificado ya está bien trazado. Francisco ha abierto una perspectiva nueva en la que me adentro gradualmente, madurando con él las perspectivas de una renovada apertura misionera, que es a lo que he sido formado en los 50 años de convivencia con ese gran teórico y testigo de la misión que ha sido don Luigi Giussani. [Sacerdote italiano fundador del movimiento Comunión y Liberación, fallecido en 2005, nota de ReL]
-A propósito de Giussani. Hemos recordado hace poco los diez años de su muerte; no tuvo tiempo para gozar de la ordenación episcopal de uno de sus amigos de siempre.
-He podido realizar mi misión de obispo únicamente porque don Giussani me ha enseñado a amar la Iglesia como mi padre y mi madre. Era evidente, en esas escasísimas veces que me lo mencionó, que para él mi nombramiento episcopal era un deseo vivo de su corazón, que entonces yo no sabía valorar. Para él era la gran confirmación de la verdad del movimiento de Comunión y Liberación.
»En uno de los últimos encuentros Giussani me dijo: "Si te hacen obispo, acuérdate de que será un gran mensaje del Papa a toda la Iglesia. Porque tú, en tu vida como profesor y como sacerdote, no has tenido nada más que el seguimiento al movimiento. Y haber seguido hasta el fondo el movimiento te habilita, según el Papa, a convertirte en cabeza de una Iglesia".
-¿Cómo se ha reflejado esto en su modo de ser obispo?
-En estos diez años, de los cuales los primeros siete en San Marino-Montefeltro, sentí el deber excepcional de hacer nacer y renacer continuamente al pueblo cristiano. Porque el obispo debe hacer esto. El obispo que hace presente a Cristo en su comunidad debe generar al pueblo en la Palabra y en los sacramentos y regenerarlo, sobre todo, mediante el ministerio del juicio y de la misericordia - porque en la Confesión hay también un juicio, no sólo la misericordia –.
»Y después compartir la conciencia gozosa de tener una identidad nueva, irreducible a cualquier identidad humana e histórica, una conciencia nueva de sí mismo y de la realidad, un ethos de la vida que no se reduzca a ninguna forma de explotación y que vive la caridad como incondicional apertura a la vida de cada uno. Si no hubiera vivido durante 50 años con un hombre que ha hecho del amor a Cristo y a la Iglesia su única razón de vida, por mi temperamento no habría sido capaz de abrazar así al pueblo, su vida y su destino.
-San Marino y Ferrara, dos realidades distintas pero con puntos en común. Del encuentro con esta gente, ¿qué emerge como prioridad para la Iglesia?
-Hacerse cargo de la gran pobreza no sólo material, sino humana, cultural, espiritual. Se lo he dicho varias veces a los responsables de las distintas iniciativas y estructuras caritativas, que son grandes y ejemplares. En Ferrara todos nuestros recursos se dedican a esta terrible pobreza material que ha eliminado la tranquilidad y el bienestar de muchas familias.
»Pero debemos ser muy claros: a pesar de la gran retórica existente sobre los pobres y la pobreza, este problema no se resolverá nunca y menos aún será la Iglesia quien lo resuelva. Lo dijo el mismo Jesús: «Los pobres los tendréis siempre con vosotros; a mí no me tendréis siempre».
»Y cuando damos una contribución diaria al socorrer a quien vive en la pobre debemos preguntarnos: ¿nos hacemos cargo de la pobreza cultural? Pobreza cultural que es hija de un vacío existencial, de un vacío de conciencia, de humanidad, de capacidad de amor, de capacidad de sacrificio. Si no estamos atentos corremos el riesgo de reducirnos a nosotros mismos en el intento de ayudar la pobreza material, de compartir una concepción materialista de la vida.
»Yo pienso que sería terrible no haber abierto el corazón de la humanidad de hoy a amar en todas las condiciones, según todos los aspectos, según todos los desafíos que recibimos. Se puede hacer esto si en el centro está el amor a Cristo. Se ama a los pobres porque se ama a Cristo, se infunde la humanidad de hoy - ya sea pobre o rica - con el único anuncio: el Señor Jesucristo es el redentor del hombre y de la historia, el centro del cosmos y de la historia.
-Pobreza cultural. La relación entre fe y cultura ha estado en el centro de la reflexión de don Giussani y de Juan Pablo II.
-Hay una frase de San Juan Pablo II que confirma y dilata el magisterio de Giussani sobre fe y cultura: «La fe que no se convierte en cultura no ha sido verdaderamente acogida, plenamente vivida, humanamente repensada».
»Desde este punto de vista percibo una gravísima incomodidad que es la irrupción, en el contexto de la cultura católica, de una especie de cato-laicismo: un catolicismo que intenta convivir con el laicismo como forma sustancialmente de rechazo de la tradición cristiana, de la presencia cristiana.
»Ejemplo: la historia de la Iglesia, que es leída e interpretada casi universalmente, también en el mundo católico, como una historia de la que hay que liberarse, más llena de sombras y de horrores, de culpas e incompresiones, que de luces. Se trata de algo totalmente irreal; a duras penas se salvan los santos, pero se les ve bajo una acepción moralista y pietista que no es un honor hacia los santos, sino la demostración de la mezquindad intelectual con la que se ve la historia de la Iglesia.
-¿Puede darnos algún ejemplo?
Desde hace algunos años, durante la misa rezo cada día por Antoine Eleonore Leon Leclerc de Juinier, que fue obispo de París desde 1782 hasta cuando, para no doblegarse a Napoleón, dimitió como arzobispo. Fue a la asamblea constituyente cuando ésta decretó la confiscación de todos los bienes de la Iglesia.
»Este obispo dijo algo muy simple: "Coged todo el dinero, tenéis la arrogancia para hacerlo y vuestra ley os da esta posibilidad. Pero yo os anticipo lo que sucederá: en el arco de algunos meses os dividiréis entre vosotros todo ese dinero a un precio bajísimo y los pobres se quedarán sin ningún recurso porque desde hace siglos la Iglesia francesa ha usado su dinero, sus bienes, para una sola cosa: hacer que la pobreza de los pobres sea menos dura".
»Hoy, ¿hay alguien, también a nivel eclesiástico, que no sólo conoce este hecho sino que se sentiría profundamente en sintonía con este hombre porque en él se ha expresado una conciencia auténtica y crítica de la historia de la Iglesia? No es aceptable que eclesiásticos, hombres de cultura católicos, tengan de partida una actitud destructiva hacia la Iglesia y su historia, de la que salvan a duras penas la Iglesia de hoy, como si la iglesia de hoy hubiera nacido o naciera repentinamente sin ninguna conexión vital, existencial con el flujo de la tradición, que empieza con Jesús y sus amigos y llega inexorablemente hasta nosotros, hoy.
-Usted ha hablado en otras ocasiones de cato-laicismo…
-No se puede pensar, ya no se puede soportar, que los medios de comunicación anticatólicos y laicistas sean puestos en la condición de entrar masiva y opresivamente en la vida de la Iglesia hasta el punto de que sean ellos quienes fijen la imagen de los sacerdotes de primera categoría, contrapuesta al pobre clero que ha vivido la existencia según las circunstancias concretas de su propia vida, obedeciendo a sus pastores e intentando incrementar la vida del pueblo que guiaban. Es una posición suicida aceptar que el modelo de la vida eclesial sea formulado según la posición de quienes hasta ahora - y aún ahora - quieren destruir la Iglesia.
-En diez años muchas cosas han cambiado en el mundo: hoy, la persecución de los cristianos es un fenómeno sin precedentes…
-Desde que hice poner en la fachada principal del palacio episcopal el signo del Nazareno, casi cada día centinares de turistas se detienen, preguntan, la mayor parte no sabe ni siquiera qué significa. Esta persecución nos recuerda que nosotros vivimos dentro de una confrontación escatológica entre la cultura de la vida – el acontecimiento de Cristo - y la cultura de la muerte que es la nada y que se convierte en alternativa a Dios.
»Estas son las proporciones de la confrontación en la que vivimos, debemos ser conscientes de que la dimensión del martirio muerde nuestra cotidianidad. Debemos saber que lo que está en juego - también en las pequeñas comunidades de Montefeltro o en la campiña de Ferrara – es una adhesión a Cristo que nos pone frente al mundo como gente que puede ser eliminada de un momento a otro.
-Y en Italia se habla desde hace tantos años de emergencia educativa…
-Hoy, la emergencia educativa demuestra que se ha perdido el tiempo porque no se ha tenido el valor de enfrentarse a la necesidad de hacer que la Iglesia fuera como había pedido el Papa Juan Pablo II en la Novo Millennio ineunte: ámbitos de escuela de comunión, por lo tanto, de cultura.
»Ahora, la ley de género es una lepra que se está difundiendo en los corazones y en esto tiene totalmente razón el Papa Francisco. La cuestión de la emergencia educativa ha llegado a tales niveles que o nos despertamos ahora o ya no nos despertamos, es decir, estamos muertos.
(Traducción del italiano de La Nuova Bussola Quotidiana por Helena Faccia Serrano, Alcalá de Henares)
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