Un millón y medio de víctimas: el país aún lo niega
El 24 de abril, hace 100 años, Turquía empezó su genocidio de armenios: los intelectuales primero
Movses Haneshanyan tiene 104 años y es el último superviviente vivo del genocidio armenio.
Nació al pie de la montaña Musa Dagh en 1910, lugar que pasaría a la Historia por la resistencia del pueblo al ataque turco.
Cerca de 5.000 hombres, mujeres y niños se refugiaron en la montaña, donde evitaron el asedio. Movses y su familia no consiguieron subir: «Nos quedamos bloqueados en el pueblo», cuenta el anciano al periodista Xavier Moret, que acaba de publicar La memoria del Ararat, en la editorial Península.
«A un grupo nos deportaron al desierto, y a los que no podían andar los mataban a tiros. Incluso a mujeres embarazadas», recuerda.
Mientras caminaban por el desierto, un árabe que conocía al padre de Movses, compró su libertad y se los llevó a él y a su hijo a trabajar a sus campos. Esto les salvó la vida.
«Nos instalamos después en Siria hasta 1947, año en que nos fuimos a la Armenia soviética». Movses todavía se estremece cuando recuerda: «Vi el dolor y la crueldad cara a cara. Vi cómo mataban a muchos armenios y los echaban al río».
Movses Haneshanyan, de 104 años: al cumplirse el centenario de los hechos, es el último protagonista vivo que los recuerda: "vi como mataban a muchos y los echaban al río"
Cuentan los testimonios que el Éufrates bajaba teñido de rojo por la sangre. Por los asesinados, y por quienes se suicidaban por no poder soportar el horror.
Antes del gran genocidio, otras matanzas
En el siglo XV, el territorio armenio fue absorbido por el Imperio Otomano. Quienes no eran musulmanes dentro de este nuevo Estado, tenían menos derechos y pagaban más impuestos.
Fueron los armenios quienes, a finales del siglo XIX, exigieron la igualdad de derechos. Pero el Sultán Abdul Hamid II convocó al ejército para asegurarse de que los intentos de reforma de los armenios –término que se utilizaba para designar a todos los cristianos– fueran eliminados. Se estima que unas doscientas mil personas fueron asesinadas entre 1894 y 1896. Fue el avance del genocidio.
Un golpe militar colocó, en 1908, a los Jóvenes Turcos en el poder. Obligaron al Sultán a prescindir de sus funciones políticas. Fueron años más o menos tranquilos hasta 1913, año en que la región de los Balcanes se independizó del Imperio Otomano, lo que supuso la pérdida del 75% de su territorio en Europa.
«Fue aquí cuando llegó el miedo al desmoronamiento. Consideraban que Anatolia era el único territorio que les quedaba, y tenían que mantenerlo a toda costa», cuenta Fatma Muge, de ascendencia armenia y profesora de Sociología en la Universidad de Michigan. A esto se sumó la llegada a Estambul de refugiados musulmanes que vivían en la zona de los Balcanes.
«Si pudiese contar todos los horrores perpetrados por el enemigo, entenderíais qué les ha pasado a los pobres musulmanes. Nuestra ira es cada vez mayor. Venganza, no hay otra palabra», diría Enver Pasha, uno de los miembros del llamado Triunvirato que tomó el poder de los Jóvenes Turcos en 1913 e ideó el exterminio. Su prioridad era crear en Anatolia una tierra turca para los turcos.
La derrota contra Rusia en 1914
En diciembre de 1914, los otomanos invadieron Rusia. Fue un error estratégico capitaneado por Enver Pasha, y el resultado fue una derrota abrumadora. La consecuencia llegó meses después, cuando 120.000 soldados rusos, acompañados de armenios, entraron en territorio turco.
«Ver a sus súbditos luchando con el enemigo enfadó a los otomanos y empezaron a verlos como una amenaza para el Estado», cuenta Tessa Hofmann, profesora de estudios armenios de la Universidad de Ajarian, en Armenia. El Imperio Otomano masacró a los soldados armenios. Fue la primera etapa de la masacre.
El 24 de abril de 1915, el Gobierno otomano arrestó a 250 intelectuales armenios en Constantinopla. Los deportaron a una prisión, donde fueron torturados y asesinados.
«Si se aísla a la inteligencia, a la élite espiritual de un grupo, cuesta menos eliminar al resto de la nación, desorganizada y carente de líderes», asevera Hofmann.
El siguiente paso fue el arresto y deportación de los aldeanos. «Nos pilló de sorpresa», contaba una superviviente. «El día anterior estábamos pensando en la vendimia y al día siguiente un pregonero ordenó que teníamos que abandonar nuestra casa».
El desierto como arma de exterminio
Caminaron durante meses. La mayoría murió de cansancio y hambre. No todos iban a pie: había deportaciones en ferrocarril y morían de asfixia durante el viaje. Pero «la deportación no era el objetivo oficial, era sólo el término oficial. En realidad era un viaje de la muerte. El objetivo era agotarlos», cuenta Tessa; «no iban por el camino más corto, sino atravesando montañas o andando en círculos».
«Los que no podían seguir eran sacrificados. Era común ver cuerpos abandonados en las cunetas, o cuerpos de mujeres semidesnudas. Las violaciones a ancianas, mujeres y niñas se sucedían constantemente», contó otro de los supervivientes, ahora fallecido, que no quiso que su nombre trascendiera.
«Mi abuela maldijo en voz alta al Gobierno turco por su crueldad, y señalándonos a los niños dijo: ¿Qué mal han cometido ellos para ser sometidos a este sufrimiento? El gendarme la disparó sin compasión. Mi abuela quedó en la cuneta, sin que nadie llorara su muerte, ni enterrara a los muertos. Seguimos caminando».
Los asesinos no sólo fueron los esbirros del Estado turco. También lo fueron los propios lugareños, no sólo musulmanes. También participó la minoría kurda –quienes, por cierto, hoy defienden a los cristianos del Estado Islámico–.
Heleen Tanglu, turco, explica cómo su padre le contaba que los líderes locales les decían que, si matabas a un determinado número de armenios, las puertas del infierno se convertirían en las del cielo.
Los únicos supervivientes de esta gigantesca masacre fueron los que lograron llegar a la Armenia actual, entonces bajo dominio ruso, de Siria o del Líbano, o incluso de otros países como Francia.
El horror duró hasta 1923, año en que Atatürk creó un nuevo Estado turco.
O más bien hasta 2007, año en que un joven turco mató, en Estambul, al periodista armenio Hrant Dink, quien había sido condenado por violar el artículo 301 del Código Penal, por «insultar la identidad turca» en un artículo sobre la diáspora armenia. Lo asesinó a tiros en la calle.
Aun así, Turquía señala firmemente que lo que le sucedió al pueblo armenio no fue un genocidio. Defienden que lo ocurrido sólo fue la consecuencia de una guerra. Y aseguran que los armenios murieron al igual que otros muchos musulmanes.
[En Erevan, la capital armenia, el Estado mantiene un Museo del Genocidio Armenio (www.genocide-museum.am, web en inglés, francés, turco, ruso y armenio) inaugurado en 1995, al conmemorar los 80 años del inicio de las masacres. En la web se pueden ver fotos de cuerpos decapitados, cadáveres de niños, familias enteras quemadas vivas, etc.. siempre en grupos. Nota de ReL]
Nació al pie de la montaña Musa Dagh en 1910, lugar que pasaría a la Historia por la resistencia del pueblo al ataque turco.
Cerca de 5.000 hombres, mujeres y niños se refugiaron en la montaña, donde evitaron el asedio. Movses y su familia no consiguieron subir: «Nos quedamos bloqueados en el pueblo», cuenta el anciano al periodista Xavier Moret, que acaba de publicar La memoria del Ararat, en la editorial Península.
«A un grupo nos deportaron al desierto, y a los que no podían andar los mataban a tiros. Incluso a mujeres embarazadas», recuerda.
Mientras caminaban por el desierto, un árabe que conocía al padre de Movses, compró su libertad y se los llevó a él y a su hijo a trabajar a sus campos. Esto les salvó la vida.
«Nos instalamos después en Siria hasta 1947, año en que nos fuimos a la Armenia soviética». Movses todavía se estremece cuando recuerda: «Vi el dolor y la crueldad cara a cara. Vi cómo mataban a muchos armenios y los echaban al río».
Movses Haneshanyan, de 104 años: al cumplirse el centenario de los hechos, es el último protagonista vivo que los recuerda: "vi como mataban a muchos y los echaban al río"
Cuentan los testimonios que el Éufrates bajaba teñido de rojo por la sangre. Por los asesinados, y por quienes se suicidaban por no poder soportar el horror.
Antes del gran genocidio, otras matanzas
En el siglo XV, el territorio armenio fue absorbido por el Imperio Otomano. Quienes no eran musulmanes dentro de este nuevo Estado, tenían menos derechos y pagaban más impuestos.
Fueron los armenios quienes, a finales del siglo XIX, exigieron la igualdad de derechos. Pero el Sultán Abdul Hamid II convocó al ejército para asegurarse de que los intentos de reforma de los armenios –término que se utilizaba para designar a todos los cristianos– fueran eliminados. Se estima que unas doscientas mil personas fueron asesinadas entre 1894 y 1896. Fue el avance del genocidio.
Un golpe militar colocó, en 1908, a los Jóvenes Turcos en el poder. Obligaron al Sultán a prescindir de sus funciones políticas. Fueron años más o menos tranquilos hasta 1913, año en que la región de los Balcanes se independizó del Imperio Otomano, lo que supuso la pérdida del 75% de su territorio en Europa.
«Fue aquí cuando llegó el miedo al desmoronamiento. Consideraban que Anatolia era el único territorio que les quedaba, y tenían que mantenerlo a toda costa», cuenta Fatma Muge, de ascendencia armenia y profesora de Sociología en la Universidad de Michigan. A esto se sumó la llegada a Estambul de refugiados musulmanes que vivían en la zona de los Balcanes.
«Si pudiese contar todos los horrores perpetrados por el enemigo, entenderíais qué les ha pasado a los pobres musulmanes. Nuestra ira es cada vez mayor. Venganza, no hay otra palabra», diría Enver Pasha, uno de los miembros del llamado Triunvirato que tomó el poder de los Jóvenes Turcos en 1913 e ideó el exterminio. Su prioridad era crear en Anatolia una tierra turca para los turcos.
La derrota contra Rusia en 1914
En diciembre de 1914, los otomanos invadieron Rusia. Fue un error estratégico capitaneado por Enver Pasha, y el resultado fue una derrota abrumadora. La consecuencia llegó meses después, cuando 120.000 soldados rusos, acompañados de armenios, entraron en territorio turco.
«Ver a sus súbditos luchando con el enemigo enfadó a los otomanos y empezaron a verlos como una amenaza para el Estado», cuenta Tessa Hofmann, profesora de estudios armenios de la Universidad de Ajarian, en Armenia. El Imperio Otomano masacró a los soldados armenios. Fue la primera etapa de la masacre.
El 24 de abril de 1915, el Gobierno otomano arrestó a 250 intelectuales armenios en Constantinopla. Los deportaron a una prisión, donde fueron torturados y asesinados.
«Si se aísla a la inteligencia, a la élite espiritual de un grupo, cuesta menos eliminar al resto de la nación, desorganizada y carente de líderes», asevera Hofmann.
El siguiente paso fue el arresto y deportación de los aldeanos. «Nos pilló de sorpresa», contaba una superviviente. «El día anterior estábamos pensando en la vendimia y al día siguiente un pregonero ordenó que teníamos que abandonar nuestra casa».
El desierto como arma de exterminio
Caminaron durante meses. La mayoría murió de cansancio y hambre. No todos iban a pie: había deportaciones en ferrocarril y morían de asfixia durante el viaje. Pero «la deportación no era el objetivo oficial, era sólo el término oficial. En realidad era un viaje de la muerte. El objetivo era agotarlos», cuenta Tessa; «no iban por el camino más corto, sino atravesando montañas o andando en círculos».
«Los que no podían seguir eran sacrificados. Era común ver cuerpos abandonados en las cunetas, o cuerpos de mujeres semidesnudas. Las violaciones a ancianas, mujeres y niñas se sucedían constantemente», contó otro de los supervivientes, ahora fallecido, que no quiso que su nombre trascendiera.
«Mi abuela maldijo en voz alta al Gobierno turco por su crueldad, y señalándonos a los niños dijo: ¿Qué mal han cometido ellos para ser sometidos a este sufrimiento? El gendarme la disparó sin compasión. Mi abuela quedó en la cuneta, sin que nadie llorara su muerte, ni enterrara a los muertos. Seguimos caminando».
Los asesinos no sólo fueron los esbirros del Estado turco. También lo fueron los propios lugareños, no sólo musulmanes. También participó la minoría kurda –quienes, por cierto, hoy defienden a los cristianos del Estado Islámico–.
Heleen Tanglu, turco, explica cómo su padre le contaba que los líderes locales les decían que, si matabas a un determinado número de armenios, las puertas del infierno se convertirían en las del cielo.
Los únicos supervivientes de esta gigantesca masacre fueron los que lograron llegar a la Armenia actual, entonces bajo dominio ruso, de Siria o del Líbano, o incluso de otros países como Francia.
El horror duró hasta 1923, año en que Atatürk creó un nuevo Estado turco.
O más bien hasta 2007, año en que un joven turco mató, en Estambul, al periodista armenio Hrant Dink, quien había sido condenado por violar el artículo 301 del Código Penal, por «insultar la identidad turca» en un artículo sobre la diáspora armenia. Lo asesinó a tiros en la calle.
Aun así, Turquía señala firmemente que lo que le sucedió al pueblo armenio no fue un genocidio. Defienden que lo ocurrido sólo fue la consecuencia de una guerra. Y aseguran que los armenios murieron al igual que otros muchos musulmanes.
[En Erevan, la capital armenia, el Estado mantiene un Museo del Genocidio Armenio (www.genocide-museum.am, web en inglés, francés, turco, ruso y armenio) inaugurado en 1995, al conmemorar los 80 años del inicio de las masacres. En la web se pueden ver fotos de cuerpos decapitados, cadáveres de niños, familias enteras quemadas vivas, etc.. siempre en grupos. Nota de ReL]
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