Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Educadores y pedagogos abren el debate sobre cómo se está educando a los niños

Educar el carácter: la receta para salvar una generación de «niños mimados» e «hiperprotegidos»

Educar el carácter: la receta para salvar una generación de «niños mimados» e «hiperprotegidos»
"Generación blandita" se conoce a los niños que están siendo hiperprotegidos por sus padres

ReL

Proteger en exceso a los hijos, nunca decirles 'no' y complacerles en todo aquello que piden suele acabar creando pequeños "tiranos", niños exigentes, poco agradecidos y problemáticos. Este comportamiento se ha extendido y son muchos los padres que sin ser conscientes educan así a sus niños. Sin embargo, ante las nefastas consecuencias algo está empezando a cambiar. El diagnóstico está realizado y ahora hace falta un tratamiento.

En el diario El Mundo, expertos en educación proponen una educación del carácter frente que haga frente a la generación conocida como "niños blanditos" que acaban siendo totalmente dependientes. Estas son sus propuestas:

Suma escolar: padres que llevan la mochila al niño hasta la puerta del colegio + padres que piden que no se premie a los mejores de la clase porque los demás pueden traumatizarse + padres que le hacen los deberes a los niños que previamente han consultado en los grupos de WhatsApp = niños blanditos, hiperprotegidos y poco resolutivos.

Niños que cuando se caen esperan a que les levanten
Cuenta Eva Millet, la autora de Hiperpaternidad (Ed. Plataforma), que ya hay niños que, al caerse, no se levantan: esperan esa mano siempre atenta que tirará de ellos. En ciertos colegios han empezado a tomar nota. Y, en algunos países, el carácter ya forma parte del debate sobre la Educación.

Esto no es la nueva pedagogía. Gregorio Luri, filósofo y autor del libro Mejor Educados (Ed. Ariel), suele recordar que la educación del carácter es tan tradicional en ciertos colegios británicos como para que haya llegado a nuestros días una frase atribuida al Duque de Welington: “La batalla de Waterloo se empezó a ganar en los campos de deporte de Eton”. En los campos de Waterloo o en las canchas del mítico colegio inglés, cuna del establishment, ningún niño esperaba que le levantaran si podía solo.

En España, se habla de “educación en valores”, pero puede que no sea lo mismo. El carácter se entiende como echarle valor, coraje, actuar en consecuencia cuando se sabe lo que está bien o está mal, no limitarse a indignarse. Como dice Luri, “ahora mismo en España les fomentamos la náusea en lugar del apetito”. En su opinión, los niños de ahora saben cuándo se tienen que sentir mal ante determinadas conductas, pero educar el carácter es animarles a dar un paso, a ser ejemplo, a que sus valores pasen a la acción. Si están acosando a un niño, no callarse y protegerle. Decir no a la presión del grupo.


Los niños a los que se les consiente todo suelen ser irritables y malhumorados

Los ejemplos de una profesora de instituto
El carácter ha vuelto cuando se ha sido consciente de que podríamos estar criando a una oleada de niños demasiado blanditos. Con padres que se presentan a las revisiones de exámenes de sus hijos, que abuchean a los árbitros en los partidos y que han hecho el vacío a niños que no invitaban a sus retoños a los cumpleaños. “Yo he tenido a un chaval de 19 años que se me ha echado a llorar porque le suspendí un examen”, cuenta Elvira Roca, profesora de instituto. “Le dije que no me diera el espectáculo. Vino su madre a verme y me dijo que había humillado a su hijo. Le tuve que decir que estaba siendo ella quien le humillaba a él”.

Nicky Morgan era ministra británica de Educación con David Cameron e hizo bandera de la educación del carácter. “Para mí, los rasgos del carácter son esas cualidades que nos engrandecen como personas: la resistencia, la habilidad para trabajar con otros, enseñar humildad mientras se disfruta del éxito y capacidad de recuperación en el fracaso”, decía en su cruzada por extender ese tipo de educación, muy vinculada al rugby. Suena familiar. Suena a Si, el poema de Rudyard Kipling y su verso sobre la victoria y el fracaso, esos dos impostores a los que hay que tratar de igual forma, que figura en la entrada de la cancha principal de Wimbledon.

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