Sábado, 23 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Dos consejos del Papa en el Angelus: leer a diario un párrafo del Evangelio y llevarlo encima

Radio Vaticana / ReL

La Santa Sede respira todavía un ambiente navideño: queda aún la gran fiesta de la Epifanía.
La Santa Sede respira todavía un ambiente navideño: queda aún la gran fiesta de la Epifanía.
A la hora del Ángelus del segundo domingo después de Navidad, Francisco recordó que la liturgia nos presenta el Prólogo del Evangelio de San Juan, quien sin esconder el carácter dramático de la Encarnación al proclamar que el Verbo, es decir, la Palabra creadora de Dios, se hizo carne y habitó entre nosotros, contrapone, a este don del amor de Dios, la falta de acogida por parte de los hombres. De ahí su afirmación de que “la Palabra es la luz, y sin embargo los hombres han preferido las tinieblas”.

Es el misterio del mal que asecha también nuestra vida, y que requiere por nuestra parte “vigilancia y atención” precisamente para que no prevalezca, dijo el Papa, quien destacó asimismo que “la vocación y alegría de todo bautizado es indicar y donar a Jesús a los demás”, mientras explicó que para hacerlo “debemos conocerlo y tenerlo dentro de nosotros, como Señor de nuestra vida”.

El Pontífice invitó al abandono filial , y con nuevo impulso, en las manos de María de quien contemplamos en estos días en el pesebre su dulce imagen de Madre de Jesús y Madre nuestra.

Tras el rezo del Angelus, y antes de despedirse, Francisco pidió a todos el rezo cotidiano del Evangelio: "Les recuerdo también ese consejo que muchas veces les he dado: todos los días leamos un párrafo del Evangelio, para conocer mejor a Jesús, para abrir enteramente nuestro corazón a Jesús, y así lo podremos hacer conocer mejor a los demás. También llevar un pequeño evangelio en el bolsillo o en la cartera nos hará bien. No se olviden, cada día leamos un párrafo del Evangelio".

Texto de la alocución del Santo Padre Francisco antes de rezar a la Madre de Dios
Queridos hermanos y hermanas ¡feliz domingo!

La liturgia de hoy, segundo domingo después de Navidad, nos presenta el Prólogo del Evangelio de San Juan, en el que se proclama que “el Verbo – o sea la Palabra creadora de Dios – se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14). Esa Palabra, que reside en el cielo, es decir en la dimensión de Dios, ha venido a la tierra a fin de que nosotros la escucháramos y pudiéramos conocer y tocar con las manos el amor del Padre. El Verbo de Dios es su mismo Hijo Unigénito, hecho hombre, lleno de amor y de fidelidad (Cfr. Jn 1,14), es el mismo Jesús.

El Evangelista no esconde el carácter dramático de la Encarnación del Hijo de Dios, subrayando que al don de amor de Dios se contrapone la no acogida por parte de los hombres. La Palabra es la luz, y sin embargo los hombres han preferido las tinieblas; la Palabra vino entre los suyos, pero ellos no la han acogido (Cfr. vv. 910). Le han cerrado la puerta en la cara al Hijo de Dios. Es el misterio del mal que asecha también nuestra vida y que requiere por nuestra parte vigilancia y atención para que no prevalezca.

El Libro del Génesis dice una bella frase que nos hace comprender esto: dice que el mal está agazapado a la puerta” (Cfr. 4,7). Ay de nosotros si lo dejamos entrar; sería él entonces el que cerraría nuestra puerta a quien quiera. En cambio, estamos llamados a abrir de par en par la puerta de nuestro corazón a la Palabra de Dios, a Jesús, para llegar a ser así sus hijos.

En el día de Navidad ya ha sido proclamado este solemne inicio del Evangelio de Juan; y hoy se nos propone una vez más. Es la invitación de la Santa Madre Iglesia la que acoge esta Palabra de salvación, este misterio de la luz.

Si lo acogemos, si acogemos a Jesús, creceremos en el conocimiento y en el amor del Señor y aprenderemos a ser misericordiosos como Él. Especialmente en este Año Santo de la Misericordia, hagamos de modo que el Evangelio sea cada vez más carne en nuestra vida. Acercarse al Evangelio, meditarlo y encarnarlo en la vida cotidiana es la mejor manera para conocer a Jesús y llevarlo a los demás.

Ésta es la vocación y la alegría de todo bautizado: indicar y donar a los demás a Jesús; pero para hacer esto debemos conocerlo y tenerlo dentro de nosotros, como Señor de nuestra vida. Y Él nos defiende del mal, del diablo, que siempre está agazapado ante nuestra puerta, ante nuestro corazón, y quiere entrar.

Con un renovado impulso de abandono filial, nosotros nos encomendamos una vez más a María: precisamente en el pesebre contemplamos en estos días su dulce imagen de Madre de Jesús y Madre nuestra.
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