Viernes, 22 de noviembre de 2024

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¿Debe la Iglesia pedir perdón a los gays? "No sólo a ellos", dice el Papa. "No sólo Ella", añado yo

por En cuerpo y alma

 
            Lo conocen bien Vds. porque este mismo medio se ha hecho eco de ello. Preguntado por enésima vez por el tema de los homosexuales, que a veces uno se pregunta si no existen otros temas sobre los que discutir, el Papa ha respondido “Creo que la Iglesia no solo debe pedir perdón a las personas gays que ha ofendido, sino que debe pedir perdón también a los pobres, a las mujeres explotadas, a los niños explotados en el trabajo” etc., etc., etc.. Pues bien, la pregunta que me formulo hoy no es la de si la Iglesia debe o no pedir perdón a tantos colectivos, no, sino una muy diferente: puestos a hacerlo, ¿es la Iglesia la única que debe pedir perdón a los homosexuales?
 
            El planteamiento según el cual la Iglesia debe estar todo el día pidiendo perdón a uno y otro colectivo parte de un concepto errado que, sin embargo, lo impregna todo en el enfoque que de manera totalmente interesada y falsaria se hace hoy día de esta cuestión y de otras: el que presupone que la Iglesia es el único agente responsable de la Historia y que todo en la Historia ha ocurrido exactamente como Ella lo ha deseado, desde que un buen día del año 29-30 su fundador Jesucristo colocara la primera piedra de la misma sobre los hombros de su discípulo Simón.
 
            Y la verdad no es esa: la verdad es que, más allá de su fundación por la Segunda Persona de la Trinidad y del patronazgo que sobre ella pueda ejercer la Tercera, la Iglesia es una obra humana, una gigantesca obra humana de colosales dimensiones y de longevísima historia, pero humana, -¡y terriblemente humana!-, al fin y a la postre. Lo que quiere decir que la Iglesia tanto influye en la sociedad en la que convive como se ve influída por ella, y que en dicha sociedad no es sino un agente más, un agente de cierta importancia, sí, pero sólo uno más, de los muchos que contribuyen a conformarla, con sus vicios y con sus virtudes, con sus defectos y con sus aciertos, que a menudo, no son tanto vicios o virtudes como la única manera en la que cada sociedad atina a conformarse a causa de las limitaciones o problemas que le afectan en cada momento.
 
            Por lo que hace al tema que hoy nos ocupa, no es la Iglesia la que ha discriminado u ofendido a los homosexuales, ¡es la entera sociedad!  Y por cierto, algunas instancias, muchas instancias, casi todas las instancias para ser sinceros, tanto más que la Iglesia. Los homosexuales han sido ofendidos, vilipendiados, atacados en las sociedades judías, en las sociedades islámicas y hasta en las idílicas sociedades indígenas y animistas y en las supuestamente más permisivas orientales. Concretamente, los homosexuales han sido perseguidos por los regímenes comunistas con una saña sólo inferior a aquélla con la que estos mismos regímenes comunistas han perseguido a la propia Iglesia, y todavía no he escuchado a ningún partido comunista del mundo pedirles perdón, ni a nadie pedirles que lo pidan. El famoso proletariado que parece ser “el inocente universal”, el que nunca en la historia ha cometido pecado ni tropelía alguna, ha sido implacable con los homosexuales, y no hace tanto, y cuando digo "tanto" digo no más de una década –¡no más de una década!-, en pocas bocas sonaba un “¡maricón!” tan despectivo y cruel como en boca proletaria, y algunos amables y progresistísimos proletarios eran capaces de echar de sus casas a aquellos de sus hijos que no se caracterizaban precisamente por su afamada heterosexualidad. A los homosexuales los han ofendido y vilipendiado hombres y mujeres, pobres y ricos, laicos y religiosos, patricios y plebeyos, jóvenes y viejos, ateos y creyentes... lo han hecho, y algunos con particular ahínco... ¡¡¡hasta los propios homosexuales!!!
 
            Es más, puestos a llamar a las cosas por su nombre y a no dejarme nada en el tintero, les diré una cosa no por llamativa menos importante: no son pocos los homosexuales que a lo largo de la Historia, han hallado precisamente en la Iglesia el lugar en el que refugiarse ante la presión inmensa que la sociedad ejercía sobre ellos por su minoritaria afición sexual. Pagando tal o cual precio, no les digo que no, que el de la castidad del clero –homosexual o heterosexual, ojo, heterosexual también- no es poco precio a pagar: pero al menos “una solución habitacional”, como diríamos hoy, en la que vivir con dignidad una condición que la sociedad, todas las sociedades del mundo y de la Historia, han tolerado siempre con mucha dificultad.
 
            Y bien amigos, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
 
 
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