Lunes, 23 de diciembre de 2024

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De las biblias árabes que circularon por la España de la Reconquista. La Biblia de Isaac ben Velasco

por En cuerpo y alma

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            Es conocido que en la España medieval circularon muchas traducciones de la Biblia en árabe, en especial de los Evangelios, sobre todo a partir del momento en que como una más de las consecuencias de la definitiva derrota de los mozárabes y muladíes de Umar ben Hafsun en Bobastro, la población cristiana hispanovisigóticorromana dejaba de dar la espalda a sus conquistadores africanos y se aceleraba el proceso de inculturación hispanoárabe que irradiaba de Córdoba, el cual llegaba a incluir la adopción de la lengua árabe como idioma vehicular. En este sentido, bien significativo el testimonio de Álvaro de Córdoba, a mediados del siglo IX, en el que lamenta la falta de conocimiento por sus contemporáneos de la lengua latina.
 
            La primera expresión del uso del árabe como lengua religiosa en España es la versión versificada de los Salmos realizada en Córdoba por Hafs ibn Albar al-Quti en 889, que conoceremos en otra ocasión. Existen referencias a una supuesta traducción de las Sagradas Escrituras por el obispo de Sevilla Juan Hispalense en el s. IX, de la que por desgracia no queda rastro alguno y que pudo desaparecer en el incendio ocurrido en la Biblioteca de El Escorial en 1671. En esa misma biblioteca se conserva una versión de los Evangelios (Ar. 1626) completada en Lisboa en 1553. En otra ocasión conoceremos también el interesante Manuscrito Mozárabe de Sigüenza, probablemente la versión neotestamentaria en árabe más antigua llegada a nuestros días. Pero hoy vamos a dedicar nuestra entrada a la que probablemente es la más importante traducción de los evangelios al árabe que ha llegado a nuestros días, la del mozárabe cordobés Isaac ben Velasco, Ishiiq ibn Balas’k.
 
            Lo primero que se ha de decir es que de ella nos han llegado varias copias. La más antigua es una copia fragmentaria conservada en la Biblioteca de la Mezquita Carawiyín de Fez, que podría ser de 1137; dos fragmentos de cuatro folios procedentes del monasterio de Santa catalina del Sinaí se conservan en la Biblioteca Universitaria de Leipzig; otras dos copias se hallan en la Biblioteca Pública de Munich, una de ellas de 1394 y la otra con una traducción árabe del Pentateuco que podría ser de 1493; otra en la Biblioteca del British Museum de Londres, y una última, que podría ser la más reciente, en el Archivo Diocesano de la Catedral de León, que podría ser de 1421.
 
            De ben Velasco nada conocemos salvo lo que él mismo nos cuenta en la nota que incluye al final del evangelio de San Marcos y principio del de San Lucas:
 
            “Se tradujo el año novecientos cuarenta y seis por mano de Isaac ben Velasco el Cordobés”.
 
            De la que cabe deducir que fuera un ilustrado monje de alguna de las muchas iglesias o monasterios que aún existían en la Córdoba de la época, y desde luego, que vivió y trabajó en tiempos de Abderramán III, el primer califa hispánico.
 
            De que su traducción alcanzó fama y notoriedad es buen reflejo el número de copias que nos han llegado y del amplio rango temporal en el que se produjeron (desde 1137 hasta 1493 las copias que nos han llegado), así como el hecho cierto de que fue utilizada por el famoso teólogo e historiador andalusí Ibn Hazm de Córdoba para la composición de su “Kitab al-fisal”, titulada en español como “Historia critica de las ideas religiosas”, y el más que probable de que las glosas árabes del texto latino de la Vulgata del famoso Codex Visigothicus Legionensis conservado en la Colegiata de San Isidoro de León, estén tomadas de la traducción de nuestro monje.
 
            Aunque sólo nos hayan llegado los evangelios, no es de rechazar que la obra hubiera incluído una traducción del resto de la Biblia. De hecho, sí se sabe que el códice que manejó Ibn Hazm de Córdoba incluía los Hechos de los Apóstoles, el Apocalipsis, las siete Epístolas Católicas, y quince Epístolas Paulinas, además, -y esto es bien curioso-, una epístola paulina no incluída en el canon, la que el apóstol de los gentiles habría remitido a los laodiceos (pinche aquí para conocer otros interesantes caso de cartas paulinas que nos son desconocidas).
 
            Aunque no se sabe a ciencia cierta el texto del que se hace la traducción, no cabe dudar de que se trata de una copia latina y no griega. En cuanto al texto traducido bien pudo ser la Vulgata, bien conocida en la España del s. X y mencionada por San Isidoro de Sevilla, siendo así que a cada uno de los evangelios precede el breve prólogo de San Jerónimo, aunque Ignazio Guidi o A. Baumstark consideren que lo fue más bien de la llamada Vetus Itala.
 
            Y sin más por hoy, queridos amigos, me despido de Vds. no sin desearles como siempre, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos.
 
 
            Para la realización de este escrito me he valido del artículo de Angel C. López y López de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria titulado “La traducción de los evangelios al árabe por Isaac Ben Velasco de Córdoba en el s. X” y del artículo de de Juan Gabriel López Guix de la Universidad Autónoma de Barcelona titulado “Las primeras traducciones bíblicas en la península ibérica”.
 
 
            ©L.A.
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