De la tan intensa como inesperada presencia de los cerdos en los Evangelios
por En cuerpo y alma
Después de comentar en su día sobre la presencia en los evangelios de distintos animales como los perros (pinche aquí para conocer lo que decíamos) o los camellos (pinche aquí si le interesa el tema), nos preguntamos hoy por la de otro animal cuya presencia llama poderosamente la atención, estando, como está, su ingesta, estrictamente prohibida entre los judíos: nos referimos al cerdo o, según lo denomina la Biblia de Jerusalén en español, el puerco.
La mención más sorprendente es la relacionada con la curación de unos endemoniados en la región de los gadarenos:
(Mt. 8, 28-34).
En lo que parece ser el mismo episodio, Marcos y Lucas hablan sin embargo de un único endemoniado y lo sitúan en la región de los gerasenos, no de los gadarenos (cfr. Mc. 5, 1-20 y Lc. 8, 26-37). Una divergencia que entra dentro de lo aceptable en términos evangélicos y a la que no debemos atribuir excesiva importancia, pues tanto Gerasa como Gadara son dos ciudades pertenecientes a la Decápolis, distantes entre sí unas decenas de kilómetros.
Y una curiosidad. En el episodio se habla de un mar al que se arrojan los cerdos, mar que no es el Mediterráneo, sino el Mar de Galilea, también llamado lago Tiberíades. Lo que, por otro lado, daría mayor verosimilitud a la versión gadarena de Mateo que a la gerasena de Lucas y Marcos, por hallarse dicho “mar” más cerca de Gadara que de Gerasa, como se ve en el mapa.
Las otras dos referencias a los puercos las encontramos en boca de Jesús. La primera la recoge Lucas y sólo Lucas, en el relato de su célebre parábola del hijo pródigo, en la que vemos cómo cuando el hijo que abandona la casa de su padre se ha gastado ya toda la herencia que recibe de él, para poder sobrevivir “fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pues nadie le daba nada” (Lc. 15, 1516).
La última la recoge Mateo dentro de una recopilación de sentencias de Jesús no emplazadas en ningún episodio concreto, y por lo tanto sin coordenada geográfica o temporal alguna. Dice Jesús:
“No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas, y después, volviéndose, os despedacen” (Mt. 7, 6)
La lectura de los evangelios obliga a concluir que la presencia de puercos en Israel era cotidiana y frecuente. La Decápolis en la que Jesús envía los demonios a una piara de cerdos, bien que muy helenizada, no deja por ello de ser territorio judío, sometido por lo tanto a las estrictas reglas de la vida cotidiana judía. El lugar al que marchó el hijo pródigo tampoco pudo ser muy lejano, y por lo tanto, debía de hallarse medianamente judaizado. Que Jesús pronuncie una sentencia en la que realiza una mención tan explícita de los puercos que resulta tan poderosamente elocuente para sus oyentes no nos permite obtener otra conclusión diferente. ¿Cómo entender tan profusa presencia de cerdos en un territorio tan apegado a sus costumbres y tan estricto en el cumplimiento de las prescripciones bíblicas? La antigua influencia helénica en la zona o la reciente presencia romana en ella ¿bastan para explicar que por las tierras santas de Palestina puedan pasearse con semejante “impunidad” las manadas del más maldito de los animales y las personas que cuidaban de ellos?
Daremos respuesta a estas preguntas. Pero eso será, queridos amigos, en próximas entradas, por lo que con estas cuestiones les dejo por hoy, no sin desearles una vez más que hagan Vds. mucho bien y no reciban menos. Mañana volvemos con más.
©L.A.
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