Cuatro breves consideraciones sobre el cese fulminante de un diplomático español
por En cuerpo y alma
Como se sabe, un cónsul español en un determinado consulado del mundo ha sido fulminantemente cesado por el Gobierno al que sirve por unas bromas relativas al acento y la vestimenta de la presidenta de una Comunidad Autónoma española. Un evento que cualquiera diría, no tiene mayor importancia salvo para el señor en cuestión, al que evidentemente, parecen haberle hecho una pequeña faena. Y sin embargo, yo no lo minimizaría tanto, porque en realidad, detrás de hecho tan aparentemente nimio se esconden no pocos debates de la máxima importancia, y bien reveladores de los derroteros hacia los que nos conducen los tiempos que corren.
En primer lugar, hablamos de libertad de expresión. Alguien me podrá decir que el Gobierno está en su derecho (y hasta en su deber, añadirán algunos) de cesar en el ejercicio de sus funciones a una persona capaz de una expresión tan “macabra” como la realizada por el cónsul en cuestión, y puede que sea así, pero también hubo un tiempo en el que nada menos que un diputado se refería a una ministra definiéndola como “Carlos II disfrazado de Mariquita Pérez” (¿se acuerdan Vds. de ministra y diputado?), en expresión mucho más ofensiva que cualquiera de las que haya utilizado el cónsul, y entonces, los mismos que hoy celebran el cese del cónsul le reían la gracia al diputado en cuestión, conocido precisamente por sus chascarrillos de gusto discutible.
Evidentemente, tendremos que elegir el modelo de libertad de expresión que queremos, si "el del cónsul" o "el del diputado", aunque mucho me temo que más que ante un modelo de libertad de expresión u otro, ante lo que nos hallemos aquí, en realidad sea ante un nuevo caso de asimetría en el discurso (pinche Vd. aquí para saber a qué me refiero) por el que según quién se sea, en qué partido se milite, a qué raza se pertenezca, qué sexo se posea, cuáles sean las aficiones sexuales de uno, qué religión se practique o qué nacionalidad se tenga, se pueden decir cosas o no se puede.
En segundo lugar, la expresión utilizada por el diplomático en cuestión lo fue en un ámbito privado, y no desde luego ni en el ámbito público, ni, menos aún, en el ejercicio de sus funciones. También hubo una vez en el que una concejala en ese mismo ámbito privado se expuso en pelotas y -para que nos entendamos- haciéndose una paja, y entonces, los mismos que hoy celebran el cese del cónsul sostuvieron -como yo mismo sostuve- que era intolerable que se pretendieran sacar consecuencias públicas de comportamientos privados que nunca deberían haber salido del ámbito de lo estrictamente privado (y de eso, por cierto, no hace tanto tiempo…). A no ser que una vez más, según quién se sea, en qué partido se milite, a qué raza se pertenezca, qué sexo se posea, cuáles sean las aficiones sexuales de uno, qué religión se practique o qué nacionalidad se tenga, se pueda sancionar a una persona por sus hechos en el ámbito privado o no se pueda.
Fíjense Vds., temas tan importantes (más que importantes, sagrados), libertad de expresión, asimetría en el discurso, alcance de los actos realizados en el ámbito privado… y les voy a decir una cosa… En mi opinión lo peor que revela el caso en cuestión está relacionado con los derroteros tan penosos por los que corre hoy día el sentido del humor en nuestro país… Se está perdiendo el sentido del humor. Nos estamos convirtiendo en un pueblo chato, lleno de complejos, prejuicios, tabúes, cortapisas, miedos... España, los españoles, que hacíamos broma de cualquier cosa, a los que siempre había caracterizado una alegría y un sentido del humor por los que éramos universalmente conocidos, hoy no podemos bromear sobre nada, porque siempre se tropezará uno con el colegio de censores más potente que haya sido instaurado jamás, una Policía de lo Políticamente Correcto con miles, con millones de agentes a los que ni siquiera es necesario pagar (fíjense Vds. qué chollo para el Estado), pero que siempre están ahí para afearle a uno una broma políticamente incorrecta, intentando incluso, en la medida de lo posible, y sobre todo, en función de quién se sea, en qué partido se milite, a qué raza se pertenezca, qué sexo se posea, cuáles sean las aficiones sexuales de uno, qué religión se practique o qué nacionalidad se tenga, destrozarle la existencia.
Hay todavía una cuarta consideración que, no por tangencial, me resisto a exponer a Vds. al comentar el caso del cónsul español sancionado por su Gobierno. Fíjense, mis queridos amigos: una chanza de mediana importancia, sin consecuencia política ninguna, realizada en un ámbito privado, con un gobierno democrático… y el diplomático es fulminantemente cesado. Y todavía hay quién sostiene, poniéndosele la boca gorda como quien va a decir la cosa más inteligente del mundo, que varias decenas de diplomáticos españoles, en varias embajadas europeas de la máxima importancia (Berlín, Budapest, Atenas, Bucarest, Sofía y alguna otra), en una coyuntura internacional delicadísima, se dedicaban a salvar miles de judíos y a alquilar a costa del erario público edificios para dicho salvamento, mientras el terrible dictador que gobernaba España, el peor que haya conocido nunca la historia, el cual había dado instrucciones de lo contrario… ¡¡¡ni siquiera se coscaba!!! (pinche Vd. aquí si quiere saber mejor de lo que estoy hablando).
En fin, amigos, esto es todo por hoy. Que estén haciendo Vds. mucho bien y no recibiendo menos les deseo, también en verano, o precisamente en verano. Por lo demás, por aquí nos vemos. No me fallen.
©L.A.
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