Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Conozca cómo es una misa en Alemania

por En cuerpo y alma


            He pasado diez maravillosos días en uno de esos grandes países europeos como es Alemania, de una belleza y de una singularidad que no estamos acostumbrados a imaginar en España. Podría contarles muchas cosas sobre mi estancia en él, y así lo haré a lo largo de algunas entradas en esta columna, pero quiero empezar hoy por relatarles lo que fue nuestra experiencia en la misa, celebrada en una pequeña parroquia de un precioso y amigable pueblecito de apenas setecientos habitantes, Sommersell, en el kreis de Höxter, archidiócesis de Paderborn, en el que hemos pasado estos días.
 
            En realidad, todo lo que concierne a la misa comienza varios minutos –quince, treinta en algunas iglesias- antes de la propia ceremonia, momento en que empieza a sonar sin parar el evocador repicar de las campanas. Un cuarto de hora antes de comenzar, en la iglesia ya se encuentran todas las personas que van a asistir a la misa, las cuales esperan en completo silencio el inicio del oficio. Sin llegar tarde, que no llegamos –de hecho también estuvimos unos minutos esperando al cura-, somos los últimos en entrar al templo. Después de nosotros ya no lo hace nadie.
 
            En la pequeña iglesia se congrega casi un centenar de feligreses, adultos, personas de la llamada “tercera edad”, niños con sus padres, y eso sí, muy pocos jóvenes, de los que, por cierto, les hablo de nuevo más abajo. Al día de hoy, una misa cada domingo: hace apenas veinte años, dos y hasta tres, según me cuentan.
 
            Cuatro monaguillos, dos niños y dos niñas. Durante la lectura del Evangelio las dos preciosas monaguillas rubias levantan un cirio una a cada lado del libro mientras el cura hace su lectura. Luego, un sermón no excesivamente largo, más bien breve a decir verdad. En la consagración, las campanas vuelven a tocar: tres toques en la consagración del pan, tres toques en la consagración del vino.
 
            Lo que más ha llamado mi atención, sin embargo, la cantidad de himnos que se cantan a lo largo de la ceremonia, más de una decena. Todo el mundo los conoce, y todo el mundo los canta y no mal por cierto, lo que no es así ni por arte de magia ni por casualidad: a la entrada de la iglesia, en una estantería, se amontonan libros perfectamente encuadernados en pasta dura con las partituras de todos los himnos que se pueden llegar a cantar, el llamado “Gotteslob”, con más de ochocientos. Los edita la diócesis, lo que quiere decir que en cualquier iglesia de la misma, se encuentra uno el mismo libro de cánticos. Algunos feligreses incluso lo compran; otros, los más, lo toman al entrar en la iglesia y al salir lo devuelven a su sitio. Y lo más interesante, algo que habla a las claras del carácter que todos esperamos de los alemanes: durante la ceremonia, un cartel luminoso anuncia en cada momento el número del himno que se va a cantar, y los feligreses lo buscan en el libro y lo cantan.
 
            En Alemania y según me han contado, los niños estudian a los tres años en la escuela una asignatura llamada algo así como “formación musical temprana”, por lo que mucha gente es capaz de solfear, y son muchos los niños que pueden tocar un instrumento. En el pequeño pueblo en el que he pasado estos días, hay por lo menos dos personas que tocan el órgano, una banda del pueblo y Paula, la niña de nuestros hospitalarios anfitriones Asun y Werner, se inicia en dos instrumentos, uno de ellos, violín, en la propia escuela, el otro, flauta travesera, en casa, gracias a una profesora la mitad de cuyos honorarios los paga la banda del pueblo en el que Paula toca.
 
            A la hora de la comunión, la práctica totalidad de la feligresía comulga. Cada uno se acerca a la eucaristía por riguroso orden de filas, las primeras antes, las últimas al final. Al terminar la celebración, constato que la misa ha durado unos tres cuartos de hora.
 
            La de la misa no ha sido, sin embargo, mi única experiencia con la iglesia local de Sommersell, pues en su salón parroquial tuve ocasión de presenciar ese que quedará sin duda como uno de los grandes partidos de la historia del futbol: el 1-7 de Alemania a Brasil, así como la final del Mundial con la Argentina. En él se levantó una pantalla gigante –no desde luego porque como pueden Vds. imaginar en la casa de cada feligrés no exista una modernísima televisión led a todo color- en torno a la cual se congregó otro centenar de personas. Y créanme que la cerveza corrió a raudales, sin que por ello, nadie saliera borracho ni dejara de comportarse en todo momento de acuerdo con lo que las reglas de la educación y de la convivencia aconsejan. Muchos adultos y, ahora sí, muchos jóvenes, los mismos que no van a misa pero que, sin embargo, desarrollan en el marco de la parroquia una actividad ingente, organizando encuentros, campamentos veraniegos para los niños del pueblo y otros muchos eventos que dan vida al pequeño pueblecito de 700 habitantes que es Sommersell.
 
            Esta es Alemania, un gran país en todo caso que les recomiendo visitar sin prejuicios, lugares comunes ni ideas preconcebidas, intentando extraer de los alemanes todo lo que aportan y proponen. Haciéndolo en algunas cosas no tan bien como nosotros; en otras, qué duda cabe, mejor.


            Dedicado a mis grandes amigos Asun y Werner, que tan buenos momentos nos han hecho pasar en el país del "weltmeister" (el campeón del mundo). 

 
            ©L.A.
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