Hombres de paz en la guerra
Comandante capellán Charles Watters, el héroe de la otra «colina de la hamburguesa»
Desde la Guerra Civil americana, ningún otro sacerdote había recibido la Medalla de Honor hasta que llegó aquel infierno de 1967.
La película de 1987 de John Irvin inmortalizó La colina de la hamburguesa, como se denominó en la guerra de Vietnam a la batalla librada en la cota 937 entre el 10 y el 20 de mayo de 1969.
Pero año y medio antes, en noviembre de 1967, había tenido lugar otro sangriento enfrentamiento en la Colina 875, cerca de Dak To, durante la cual perdió la vida el único capellán militar desde la Guerra Civil norteamericana (un siglo antes) a quien se concedió la Medalla de Honor por su comportamiento en el frente.
Charles Watters había nacido en Nueva Jersey en 1927, y se ordenó sacerdote en 1953. En 1962 se incorporó como capellán en la Guardia Nacional, y en 1964 al Ejército. En 1966 fue destinado seis meses a Vietnam, y aunque podía haber vuelto a casa al finalizar su servicio, se reenganchó seis meses más dentro de la 173ª División Aerotransportada. Participó en el único combate con lanzamiento de paracaidistas que hubo en todo el conflicto, saltando desde el avión como uno más y ganando una medalla al valor.
La batalla de la Colina 875
Meses después, a las 9.43 de la mañana del 19 de noviembre, 330 hombres iniciaron con apoyo aéreo el ataque final a una posición que el ejército norvietnamita defendía con más de dos mil, y que durante meses había trufado de trampas y túneles. Entre aquellos jabatos, el comandante Watters, que no se quedó en la loma a la espera de los caídos, sino que avanzó con los hombres de su compañía hasta la misma línea de contacto con el enemigo.
Charles Watters, en una misa de campaña en Vietnam. |
Aquel día, hasta en dos ocasiones rescató echándoselos al hombro a sendos soldados que de otra forma habrían caído prisioneros del Vietcong.
Durante las horas que duró la batalla, el padre Charles cumplió la misión que le había hecho prolongar su servicio en el país: atender espiritualmente a quienes encontraba ya moribundos entre disparos, minas y morterazos. Su prestigio era tan grande que a la misa de campaña que ofició en la madrugada previa al asalto asistieron militares tanto católicos como protestantes.
Confusión de líneas y fuego amigo
Pero al avanzar el día las cosas se fueron complicando. Los americanos lograron establecer un perímetro para trasiego de munición y heridos, pero les costó la pérdida de seis helicópteros. Cuando los charlies comprendieron la importancia de esa base, lanzaron sucesivas oleadas para destruirla y los paracaidistas tuvieron que replegarse. Eso dejó tras las líneas propias a varios hombres aislados que no podían moverse. Desafiando a peligro, Watters cruzó esa línea tres veces para dar la última absolución, o en su caso traer a refugio, a varios miembros de la unidad.
Cerca de las siete de la tarde, las líneas se habían confundido en una tierra de nadie donde pululaban indistintamente a la bayoneta vietcongs, estadounidenses... y el padre Charles. Fue en ese momento cuando se decidió un bombardeo que clarificase la situación. Un caza de los Marines lanzó dos bombas de doscientos kilos que causaron una de las peores masacres de fuego amigo de la guerra: 45 heridos y 42 muertos, entre los que se rescató el cadáver del heroico sacerdote.
Homenajes
En años posteriores fueron bautizados con su nombre un colegio público de su ciudad, una escuela militar de capellanes, un puente y una sección de los Caballeros de Colón. La Medalla de Honor concedida el 9 de noviembre de 1969 destacó "su persistencia en la entrega a sus camaradas". Virtud tan militar como sacerdotal.