Lunes, 30 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

«Los científicos creemos más fácilmente en Dios que los especulativos»

Ramón Margalef, gran referente de la ecología española, un católico que vivió y murió según su fe

Ramón Margalef, gran referente de la ecología española, un católico que vivió y murió según su fe
Ramon Margalef ocupó la primera cátedra española de Ecología y fue un referente nacional y mundial de esta ciencia.

Alfonso V. Carrascosa / ReL

Ramón Margalef (1919-2004) fue el científico especializado en ecología más importante de la historia de España, del cual se conmemora este 2019 el centenario de su nacimiento, coincidiendo con el 80º aniversario de la fundación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), al cual perteneció. La Residencia de Estudiantes le dedicará el lunes 18 de noviembre una mesa redonda dentro de la serie Historia Intelectual. 

Las bases científicas del respeto al medio ambiente fueron asentadas desde España, para toda la humanidad, por este extraordinario científico en el que convivieron, de forma natural, la fe y la razón, la ciencia y la religión católica. El padre Pedro-José Ynaraja, que fuera su director espiritual, me comentaba personalmente que Margalef, hablando sobre el aborto, le dijo : “¡Claro que estoy contra el aborto, pero me parece que se equivocan preocupándose tanto de los nueve meses y después olvidándose de proteger el resto de la vida, que es mucho más largo!”.

Ramón Margalef fue el primer catedrático de Ecología en España. La condición de católico de Margalef sorprendió a algunos de sus más allegados discípulos, que confesaron tras su fallecimiento desconocerla en absoluto. Sea por su carácter reservado, o porque el ambiente científico que le tocó vivir era voraz frente a manifestaciones religiosas de cualquier tipo –no olvidemos que el Premio Nobel Alexis Carrel se vió forzado a abandonar la universidad por confesar que creía en los milagros de Lourdes– su fe pasó desapercibida casi para todos, menos, desde luego, para el padre Ynaraja, que conoció a Margalef en los años 60 y mantuvo su amistad hasta su muerte.

Tras ella, comentó que Margalef era un hombre profundamente religioso, que se sentía sumergido en un cosmos bien proyectado, preparado para superar cualquier intento de destrucción. Comentaba que a Margalef le encantaba la sabiduría de los libros sapienciales, especialmente el de Job, hasta el punto de releerlos con asiduidad.

Bartomeu Margalef, uno de los cuatro hijos de Margalef, recordaba que su padre le regaló a su madre, Maria Mir, de novios, La imitación de Jesucristo, de Tomás Kempis, uno de sus libros favoritos. Un día, en un encuentro juvenil, preguntado por su fe, contestaba: “Los científicos creemos más fácilmente en Dios que los intelectuales especulativos… Como decía Einstein, Dios es misterioso pero no engaña nunca”.

A la luz de su religiosidad y de su interés por los principios unificadores, expresado en sus artículos, podría pensarse tras su muerte que ciertas declaraciones de Margalef tuvieron un significado espiritual, como la siguiente: “Personalmente creo que aceptar con reconocimiento el don de la naturaleza que se nos ofrece nos debe predisponer a recibir el don, también gratuito, de la paz”, frase que tanto recuerda la espiritualidad de San Francisco de Asís, precisamente patrón de los ecólogos, y que coincidió con la materia del sermón de Benedicto XVI en la Jornada Mundial de la Paz de 2010, Año de la Biodiversidad.

Dice el padre Ynaraja que Margalef se reía de los vaticinios apocalípticos de unos y de los pánicos de algunos estudiosos en ecología, algo tan próximo al Magisterio de la Iglesia actual, que llega a advertir de las idolatrías ecologistas que niegan a Dios y promueven el aborto. Los franciscanos de Asís le otorgaron el premio internacional Cantico delle Creature.

Pedro Monserrat, también católico, comentaba que Margalef estaba enamorado de su trabajo, y lo vivía como una vocación apasionante “porque entendía la vida como un don de Dios”. Precisamente tal vez por esta razón creía que su aportación a la ciencia no era extraordinaria porque “sentía que cumplía su deber y devolvía agradecido el don de la vida que había recibido”. Próximo a su muerte afirmaba sentirse amortizado, “haciendo referencia a la parábola de los talentos”.

Margalef era doctor honoris causa por tres universidades, dirigió 36 tesis doctorales entre 1971 y 1990 y escribió, entre otros libros, dos libros de texto clásicos de sus especialidades, Ecología (1973) y Limnología (1984). Recibió decenas de premios y distinciones: Medalla Príncipe Alberto del Instituto Oceanográfico de París (1972), Premio AG Huntsman de Oceanografía Biológica (Canadá, 1980, el nobel de las ciencias del mar), Premio Santiago Ramón y Cajal del Ministerio de Educación y Ciencia (1984), Foreign Member of the National Academy of Science of the USA (1984), Premio Italgas de Ciencias Ambientales (Italia, 1989), Medalla Naumann Thieneman de la Sociedad Internacional de Limnología (1989), Premio Humbolt (Alemania, 1990). Foto: Efe.

Margalef dijo: “La ecología demanda que miremos a la naturaleza una y otra vez con ojos de niño, y no hay nada más opuesto a los ojos de un niño que un pedante”. Congruentemente con su fe y su visión del cosmos, cuando supo que su enfermedad era irreversible no aceptó ningún tratamiento agresivo para alargar su vida, como haría Juan Pablo II. En sus notas autobiográficas va a escribir: “La misma caducidad de la vida individual no hace indispensable amoldarse a las novedades que llevan los tiempos que corren y permiten contemplar con una paz de raíz metafísica quizá la manera como uno puede aproximarse a la muerte, no con ira, sino con la satisfacción de haber disfrutado de un episodio universal apasionante”.

Cuando sintió cercana la propia muerte, se emocionó tanto que lloró dando gracias a Dios por la vida vivida. No tenía miedo a la muerte: la esperó con serenidad. Se despidió serenamente de todos sus familiares y les pidió que rezasen por él. Llamó al Padre Ynaraja el día antes de morir y le pidió la Unción de Enfermos, algo que el padre comentó que nunca antes le había ocurrido, quedando impresionado por su serenidad frente al trance. Recientemente el padre Ynaraja me comentaba que Margalef “los últimos tiempos se dedicó a repartir sus cuadernos de apuntes para que no se perdieran sus estudios y a despedirse de su familia, uno por uno, también de mí, aunque el último día que fui a verle, el sábado, me disculpaba yo de no haber llevado la Eucaristía porque me habían dicho que no llegaría a tiempo y él me dijo: dame lo que puedas y reza por mí, reza por mí. Le prometí que al día siguiente le llevaría la comunión, pero cuando estábamos celebrando misa por él, la misa de once, me telefonearon que acababa de morir. A su mujer María Mir le dijo que pronto se volverían a ver, y el domingo siguiente a las nueve de la mañana ella murió”.

Poco antes de morir, Margalef reclamaba un cambio de actitud en el discurso ecologista habitual formulándolo en términos autocríticos, afirmando que se había cometido una cierta perversión del término ecología según como se mirase. La ecología debería de ser un conocimiento profundo de la tierra y una toma de conciencia de la capacidad del hombre. “Si Dios nos ha puesto aquí en la Tierra, tenemos derecho a manejarla, pero hemos de hacerlo con una pizca de sentido común. Todos estos aspectos no están en el discurso ecológico habitual”.

Preguntado sobre las soluciones posibles a la crisis ecológica global, respondía: “Un cierto éxito, o al menos una cierta paz interior en relación a estos problemas, pide ver la naturaleza con reverencia o con espíritu religioso… esta actitud debe ser la base de una ética de conservación que mueva a la gente”. 

Margalef, la ecología y el papel del CSCIC de José María Albareda

Margalef fue miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, fundado por José María Albareda, sacerdote del Opus Dei, quien promovió dentro del CSIC el estudio científico de la vida. 

Francisco Díaz Pineda, catedrático de Ecología de la Universidad Complutense de Madrid, que intervendrá en la mesa redonda del próximo lunes, siendo presidente de la WWF (Adena) en España, al recibir el Premio Fondena 2001 de manos del Rey Juan Carlos, comentó sobre Albareda, quien a petición del catedrático de Zoología de Barcelona, Francisco García del Cid (1897-1965), le concedió su primera beca de estudios para la iniciación científica a Margalef: “Las raíces que yo pueda tener como posible aportación de la ciencia ecológica a la conservación de la naturaleza creo que habría que buscarlas precisamente en quien fuera secretario general de la institución en que nos encontramos hoy, el CSIC, el profesor José María Albareda, como maestro de maestros. En la ciencia de laboratorio tuve la suerte de trabajar con el profesor Manuel Losada y en la ciencia de campo y laboratorio con el profesor Fernando González Bernáldez (1933-1992). Él y Losada fueron discípulos de Albareda y en aquellos primeros laboratorios de Edafología, hoy de Recursos Naturales, se generaron importantes bases del conocimiento científico que debe aportarse a la conservación de la naturaleza”. 

Si el castellano-leonés Celso Arévalo ha sido propuesto como pionero de la Ecología española por su trabajo sobre hidrobiología, quien creó instituciones dedicadas al cultivo de la naciente disciplina científica fue el profesor Albareda, tarea que gestionó como secretario general del CSIC, período durante el cual Celso Arévalo pasó a formar parte de dicha institución. Albareda intervino directamente en la fundación del primer centro de investigación dedicado a la entonces naciente ecología, el Instituto de Edafología, Ecología y Biología Vegetal (hoy Centro de Estudios Medioambientales).

La disciplina considera la vida y su entorno como objeto de estudio. Su interés por esta disciplina científica permitió, además de la formación de Margalef, la de quienes se dedicarían a la investigación ecológica, como el eminente experto en pastos Pedro Montserrat (1918-2017), que desarrolló su actividad en el Instituto Pirenaico de Ecología, donde también trabajó Enrique Balcells (1922-2007), a quien el propio Albareda encargaría la puesta en marcha del mencionado instituto, auténtico salvador de la extinción de la raza bovina pirenaica, o Fernando González Bernáldez (“Hay que amar la naturaleza para entenderla”, repetía sin cesar a sus alumnos) que ocupó una de las primeras cátedras de Ecología en España, la de la Universidad Autónoma de Madrid, todos ellos además fervientes católicos.

Asimismo, Albareda intervino directamente en la adquisición y puesta en marcha del Parque Nacional de Doñana, con un gasto equivalente al del World Wildlife Fund (WWF), y de la Estación Experimental de Zonas Áridas del CSIC, de la que recientemente han partido más de viente gacelas dorca, especie en extinción en Senegal, y donde se evitó la desaparición del antílope Mohor de Marruecos.

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