Algunos bioeticistas ya evalúan la rentabilidad de cada eutanasiado
La campaña pro-eutanasia empieza a agitar otro argumento «emocional»: la donación de órganos
En la mentalidad de la cultura de la muerte, una de las razones para fomentar la eutanasia y el suicidio asistido es el correspondiente alivio financiero para la Sanidad pública. Pero no solo es eso: también la posibilidad de que la muerte de personas "descartables" sirva de filón de órganos para su trasplante a personas "útiles". Así lo cuenta Ermes Dovico en La Nuova Bussola Quotidiana:
Son pocas las víctimas de la eutanasia que donan los órganos y, según algunos médicos belgas y holandeses, hay que cambiar esta realidad, incrementando el número de quienes lo hagan. Es la conclusión de un artículo publicado en el Journal of the American Medical Association [JAMA], que analiza la situación de Bélgica, unico país, junto a Holanda, en el que se permite la donación de órganos después de practicar la eutanasia.
Las cifras de la eutanasia
Según cuanto refiere el artículo, en Bélgica murieron por eutanasia 2023 personas en 2015 y, ese mismo año, 1288 estaban en lista de espera para un trasplante de órganos. Excluyendo del grupo de donantes a una serie de sujetos (ancianos con más de 75 años, personas con VIH o con enfermedades hepáticas, pulmonares o renales), y basándose en las fichas médicas, los investigadores identificaron 204 donantes potenciales; es decir, casi el 10% del total, de los que se habrían podido extraer 684 órganos sanos. Algo que no ha sucedido, porque hasta agosto de 2016, sólo 43 de los "pacientes" sometidos a eutanasia han donado sus órganos (esta última cifra incluye a belgas y holandeses).
Hasta aquí los datos, tal como han sido presentados en el JAMA y que, de por sí, revelan esa mentalidad "eficientista" que, en lugar de considerar a la persona como portadora de una dignidad intrínseca, la trata en base a su funcionalidad, como un conjunto de piezas de recambio de un coche cualquiera que hay que llevar al desguace porque ya no es "útil".
Partiendo de la base de que la donación de órganos después de la muerte es, como explica el Catecismo de la Iglesia Católica, "un acto noble y meritorio" (n. 2296), de lo que se trata en este caso -la eutanasia- es, en cambio, de un acto siempre malo, en cuanto contrario al quinto mandamiento (cfr. también la Evangelium Vitae, 64-67). El Catecismo nos recuerda, siempre en el mismo punto, que "no se puede admitir moralmente la mutilación que deja inválido, o provocar directamente la muerte, aunque se haga para retrasar la muerte de otras personas", lo cual se corresponde exactamente con otra enseñanza fundamental de la Iglesia: nunca se puede hacer un mal porque de éste se derive un bien. Pero para los autores del artículo del JAMA, que parten de la base de que la eutanasia es algo normal, todo esto está ausente.
Presión sobre los más débiles
Desgraciadamente, somos testigos diarios del desprecio a la vida que se deriva de esta cultura de muerte. Desde Bélgica a Holanda, pasando por Canadá, Francia y Reino Unido, países en los que existen leyes sobre el final de la vida similares a la que se está discutiendo en el parlamento italiano, nos llegan noticias de eutanasias practicadas en los sujetos más débiles, a menudo sin su consentimento, como sucede con los enfermos psiquiátricos, los minusválidos, las personas en coma y los niños. Como, por último, demuestra el caso del pequeño Charlie, a quien los médicos y los jueces quieren hacer morir de hambre y sed, a pesar de la oposición de los padres del niño. Estos hechos son ya de por sí suficientes para poner de manifiesto el engaño de la autodeterminación y del correspondiente "derecho a morir", apoyado por los promotores de la eutanasia, cegados por la ilusión diabólica que nos hace olvidar que somos criaturas.
Si hoy en día los abusos sobre los más indefensos son enormes a causa de la cultura dominante, que los considera indignos de vivir cuando habla arbitrariamente de "calidad" de vida (o más sutilmente, definiendo a los enfermos crónicos como "un peso" para la Salud Pública, como tituló La Repubblica hace unos días, para luego modificar el título por las protestas), imaginémonos qué presiones sociales y económicas sufrirían si se aceptara la idea que asocia eutanasia a donación de órganos: matar a seres humanos para salvar a otros sería una idea promovida por el poder como algo bueno. Y quien no pidiera la eutanasia, o la solicitara sin donar los órganos, correría el riesgo de ser señalado como un egoísta.
Savulescu, apóstol de la cultura de la muerte
Esta deriva cultural ya está en marcha. Tras la publicación del artículo de JAMA, el conocido bioeticista Julian Savulescu declaró que primero tuvo que admitir que a muchas personas les preocupa el plano inclinado que podría llevar de la eutanasia al homicidio de personas como fuente de órganos para los más jóvenes y más ricos; pero después se dio cuenta que una "solución ética" podría ser la separación de los dos actos, el de la eutanasia y el la donación, haciendo que distintos médicos llevaran a cabo ambos procedimientos.
Jean Savulescu es un filósofo australiano, profesor de Ética Práctica en Oxford, convertido en uno de los referentes mundiales de una ética acorde a la ideología dominante.
Es evidente que Savulescu no considera la eutanasia un mal, y con palabras astutas impulsa la idea de incrementar la donación de órganos, que define como "una opción muy importante que hay que plantear a las personas que han pedido la eutanasia. Es una realidad que una sola persona puede salvar 7 u 8 vidas a coste cero si lo que ha decidido es morir". Vamos, mejor que en las ofertas 3x2 del supermercado. Pero aquí se trata de vida humana, no de cosas. Por si no estuviera claro, Savulescu concluye: "Deberían tener la opción de salvar la vida de otras personas después de la muerte".
De la opción originada por un mal (la eutanasia) y sólo en apariencia fruto de una libre elección, a las presiones y abusos que acabamos de mencionar, hay un único paso muy breve.
¿Otras ideas de Savulescu? Hace unos meses escribió que sería necesario eliminar el derecho de los médicos a la objeción de conciencia y seleccionar sólo a los aspirantes a médicos que no tienen escrúpulos de conciencia. En 2012, Savulescu publicó en su periódico la contribución de los bioeticistas Alberto Giubilini y Francesca Minerva, según los cuales, en todas las circunstancias en las que está permitido el aborto, debería estar permitido también el infanticidio. Muchos, entonces, se escandalizaron con razón (aunque pocos, sin embargo, recordaron que el mismo aborto es un delito), pero han sido muy pocos los que en Italia se han escandalizado cuando Giuliano Pisapia y La Repubblica, en otoño de 2016, empezaron a hacer pasar como "acto de amor" la eutanasia en niños: ¿qué diferencia hay con el infanticidio? En una aplicación ejemplar de la ventana de Overton, han sido suficientes cuatro años para dormir la conciencia de muchos. Gracias también a hermosas palabras superficiales que, una vez rascadas, revelan la verdadera cultura de quien promueve la eutanasia.
Traducción de Helena Faccia Serrano (diócesis de Alcalá de Henares).
Son pocas las víctimas de la eutanasia que donan los órganos y, según algunos médicos belgas y holandeses, hay que cambiar esta realidad, incrementando el número de quienes lo hagan. Es la conclusión de un artículo publicado en el Journal of the American Medical Association [JAMA], que analiza la situación de Bélgica, unico país, junto a Holanda, en el que se permite la donación de órganos después de practicar la eutanasia.
Las cifras de la eutanasia
Según cuanto refiere el artículo, en Bélgica murieron por eutanasia 2023 personas en 2015 y, ese mismo año, 1288 estaban en lista de espera para un trasplante de órganos. Excluyendo del grupo de donantes a una serie de sujetos (ancianos con más de 75 años, personas con VIH o con enfermedades hepáticas, pulmonares o renales), y basándose en las fichas médicas, los investigadores identificaron 204 donantes potenciales; es decir, casi el 10% del total, de los que se habrían podido extraer 684 órganos sanos. Algo que no ha sucedido, porque hasta agosto de 2016, sólo 43 de los "pacientes" sometidos a eutanasia han donado sus órganos (esta última cifra incluye a belgas y holandeses).
Hasta aquí los datos, tal como han sido presentados en el JAMA y que, de por sí, revelan esa mentalidad "eficientista" que, en lugar de considerar a la persona como portadora de una dignidad intrínseca, la trata en base a su funcionalidad, como un conjunto de piezas de recambio de un coche cualquiera que hay que llevar al desguace porque ya no es "útil".
Partiendo de la base de que la donación de órganos después de la muerte es, como explica el Catecismo de la Iglesia Católica, "un acto noble y meritorio" (n. 2296), de lo que se trata en este caso -la eutanasia- es, en cambio, de un acto siempre malo, en cuanto contrario al quinto mandamiento (cfr. también la Evangelium Vitae, 64-67). El Catecismo nos recuerda, siempre en el mismo punto, que "no se puede admitir moralmente la mutilación que deja inválido, o provocar directamente la muerte, aunque se haga para retrasar la muerte de otras personas", lo cual se corresponde exactamente con otra enseñanza fundamental de la Iglesia: nunca se puede hacer un mal porque de éste se derive un bien. Pero para los autores del artículo del JAMA, que parten de la base de que la eutanasia es algo normal, todo esto está ausente.
Presión sobre los más débiles
Desgraciadamente, somos testigos diarios del desprecio a la vida que se deriva de esta cultura de muerte. Desde Bélgica a Holanda, pasando por Canadá, Francia y Reino Unido, países en los que existen leyes sobre el final de la vida similares a la que se está discutiendo en el parlamento italiano, nos llegan noticias de eutanasias practicadas en los sujetos más débiles, a menudo sin su consentimento, como sucede con los enfermos psiquiátricos, los minusválidos, las personas en coma y los niños. Como, por último, demuestra el caso del pequeño Charlie, a quien los médicos y los jueces quieren hacer morir de hambre y sed, a pesar de la oposición de los padres del niño. Estos hechos son ya de por sí suficientes para poner de manifiesto el engaño de la autodeterminación y del correspondiente "derecho a morir", apoyado por los promotores de la eutanasia, cegados por la ilusión diabólica que nos hace olvidar que somos criaturas.
Si hoy en día los abusos sobre los más indefensos son enormes a causa de la cultura dominante, que los considera indignos de vivir cuando habla arbitrariamente de "calidad" de vida (o más sutilmente, definiendo a los enfermos crónicos como "un peso" para la Salud Pública, como tituló La Repubblica hace unos días, para luego modificar el título por las protestas), imaginémonos qué presiones sociales y económicas sufrirían si se aceptara la idea que asocia eutanasia a donación de órganos: matar a seres humanos para salvar a otros sería una idea promovida por el poder como algo bueno. Y quien no pidiera la eutanasia, o la solicitara sin donar los órganos, correría el riesgo de ser señalado como un egoísta.
Savulescu, apóstol de la cultura de la muerte
Esta deriva cultural ya está en marcha. Tras la publicación del artículo de JAMA, el conocido bioeticista Julian Savulescu declaró que primero tuvo que admitir que a muchas personas les preocupa el plano inclinado que podría llevar de la eutanasia al homicidio de personas como fuente de órganos para los más jóvenes y más ricos; pero después se dio cuenta que una "solución ética" podría ser la separación de los dos actos, el de la eutanasia y el la donación, haciendo que distintos médicos llevaran a cabo ambos procedimientos.
Jean Savulescu es un filósofo australiano, profesor de Ética Práctica en Oxford, convertido en uno de los referentes mundiales de una ética acorde a la ideología dominante.
Es evidente que Savulescu no considera la eutanasia un mal, y con palabras astutas impulsa la idea de incrementar la donación de órganos, que define como "una opción muy importante que hay que plantear a las personas que han pedido la eutanasia. Es una realidad que una sola persona puede salvar 7 u 8 vidas a coste cero si lo que ha decidido es morir". Vamos, mejor que en las ofertas 3x2 del supermercado. Pero aquí se trata de vida humana, no de cosas. Por si no estuviera claro, Savulescu concluye: "Deberían tener la opción de salvar la vida de otras personas después de la muerte".
De la opción originada por un mal (la eutanasia) y sólo en apariencia fruto de una libre elección, a las presiones y abusos que acabamos de mencionar, hay un único paso muy breve.
¿Otras ideas de Savulescu? Hace unos meses escribió que sería necesario eliminar el derecho de los médicos a la objeción de conciencia y seleccionar sólo a los aspirantes a médicos que no tienen escrúpulos de conciencia. En 2012, Savulescu publicó en su periódico la contribución de los bioeticistas Alberto Giubilini y Francesca Minerva, según los cuales, en todas las circunstancias en las que está permitido el aborto, debería estar permitido también el infanticidio. Muchos, entonces, se escandalizaron con razón (aunque pocos, sin embargo, recordaron que el mismo aborto es un delito), pero han sido muy pocos los que en Italia se han escandalizado cuando Giuliano Pisapia y La Repubblica, en otoño de 2016, empezaron a hacer pasar como "acto de amor" la eutanasia en niños: ¿qué diferencia hay con el infanticidio? En una aplicación ejemplar de la ventana de Overton, han sido suficientes cuatro años para dormir la conciencia de muchos. Gracias también a hermosas palabras superficiales que, una vez rascadas, revelan la verdadera cultura de quien promueve la eutanasia.
Traducción de Helena Faccia Serrano (diócesis de Alcalá de Henares).
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